Capítulo 4: "La traición trajo la presentación"
—Despierta… despierta… —fue escuchando Khoni mientras dormía.
Soñaba con volar la primera vez que oyó la tranquila voz que hacía eco. Esta desequilibraba la irrealidad y la hizo estrellarse contra un edificio y caer encima de sus padres que caminaban junto a ella misma pero cuando era una niña. De nuevo la escuchó cuando uno de sus favoritos sueños vino a su cabeza, este más bien era un recuerdo de cuando era pequeña, una de las pocas veces en las que visitaba a su padre a la capital y los tres tenían un maravilloso día. Su madre y padre levantaron la cabeza hacia el cielo, creyendo que de allí venía la voz, y el helado que había recibido de su madre terminó cayendo al suelo porque la versión de ella de niña intentaba atraer la atención de los mayores. Y todo su sueño se arruinó.
Parpadeó un par de veces hasta que la voz cambió y se hizo más cercana, esta provenía de su actual compañera de habitación quien intentaba despertarle desde hace ya varios minutos.
—Despierta, ey, despierta —dijo la joven, sacudiéndola del hombro.
—¿Qué, qué pasa? —dijo Khoni, apoyándose de los codos.
—Se supone que tenemos que estar a las nueve en la entrada —explicó la muchacha del flequillo—, son más de las ocho y aún no has desayunado siquiera.
—No es posible —dijo de manera distraída debido a que se acababa de levantar y el sueño no se iba por completo de su sistema—, yo puse mi alarma.
—Y sonó varias veces, pero seguías sin despertar. —Se cruzó de brazos, aportando una posición que le hizo recordar a su madre—. Date prisa o te perderás el tour para estudiantes de Vodehthia.
Se les había entregado el horario que tendrían por el resto de la semana, explicándoles que hoy empezarían con conocer más sobre la especialidad de Vodehthia y qué es lo que les enseñan a los estudiantes que entran a esa carrera.
Khoni se incorporó, bostezó y se levantó, agarró su toalla y jabón que había dejado en la silla que tenía en su lado de la habitación la noche anterior y salió de camino a los baños.
Pudo beber un jugo de vegetales que no le supo nada bien pero le ayudó a conseguir energías e ir corriendo hacia la salida, en donde los demás estudiantes iban entrando a la van que usaron ayer.
La monitora ya no estaba, como lo había aclarado antes de dejarlos en el bloque de habitaciones continuarán el resto de la semana sin ella.
El resto del camino fue tranquilo, Khoni se sentó en el lugar que había usado el día anterior, con la joven de los auriculares a su lado. Ninguna intentó empezar alguna conversación con la otra, ambas parecían cómodas con el silencio que tenían y no se iba a atrever a romperlo.
Un profesor de cabello negro esperaba a que los nuevos estudiantes de los que estaría a cargo llegaran. Este año él fue seleccionado para dar la guía a un grupo de jóvenes, y al ser su primera vez sentía nervios e impaciencia de querer mostrarles todo lo que podrían hacer si es que lo tuvieran en la sangre. Había sido profesor por más de cinco años, y era de los pocos que no estaba arrepentido con esta decisión, ya que podría haber hecho cosas mejores gracias a la habilidad que poseía, pero para él enseñar era lo que realmente quería hacer.
Por eso pidió que fuera el primero en dar la ruta guiada meses atrás, cuando se reunieron los maestros que fueron seleccionados, y escogió la hora más temprana que estaba libre. Los otros profesores se aliviaron con no tener que ser los primeros, si fuera por ellos ni siquiera lo harían, pero era obligatorio.
Vio que la van se acercaba e inspeccionó su ropa por si encontraba alguna arruga que se le escapó, y planchó con las manos su pantalón y la camisa a cuadros que traía puesto. El vehículo se detuvo en la entrada, justo donde él esperaba, y la puerta dio paso a que los jóvenes salieran de manera ordenada.
—Buenos días —los saludó con una carismática sonrisa—, espero estén listos para lo que verán hoy.
Oyó un par de bostezos y notó varios rostros cansados, y de inmediato se arrepintió con escoger esa hora, debía recordar que los estudiantes estarían cansados y que aún no se aclimataban bien al ambiente de la capital. Dejó de lamentarse, respiró hondo, y esperó que esto por lo menos no terminara en desastre.
—Síganme, por favor —dijo con más entusiasmo que antes.
Él fue adelante mientras que los muchachos lo seguían hasta el interior del edificio.
—Soy el profesor Elphens —comenzó diciendo—, he sido maestro por cinco años y medio y he instruído a tantos alumnos Vodéh que ya he perdido la cuenta, pero si me he encontrado con estudiantes excepcionales que se convirtieron en buenos amigos míos luego de que se graduaron. Actualmente ellos se encuentran trabajando para Thia, con cargos sumamente importantes y... —Se dio cuenta de lo que decía y lo interesados que se mostraban los jóvenes—. Acabo de recordar que no puedo hablarles de ese tema así que mejor hagan que no dije nada.
Dos estudiantes que caminaban en dirección contraria saludaron con una sonrisa al profesor y se alejaron a la salida. En sus muñecas pudo descubrirse unas pulseras plateadas de un diseño complejo que se unía hasta el dedo medio, rodeándolo como si fuera un anillo.
El profesor los llevó hasta el fondo del edificio, en donde estaban las escaleras que llevaban al piso de abajo. Allí había una amplia habitación que tenía otra habitación en el medio, y esta era separada por medios muros y ventanas. En la segunda habitación estaban varios estudiantes Vodéh de mayor experiencia, junto a otros objetos que usarán para la demostración que harían.
—Esta es la sala de demostración —dijo Elphens—, y ellos son los mejores estudiantes de cuarto año que aceptaron venir a mostrarles de lo que son capaces de hacer.
Los seis jóvenes los saludaron con un porte confiado, entre ellos había dos mujeres, quienes se interesaron más en las pocas chicas que tenían del otro lado.
—Acomodense en el vidrio y no se pierdan esto —añadió el maestro, sonriendo por la anticipación.
Un estudiante fue el primero, traía una camiseta de manga corta, y en su muñeca derecha se vislumbraba una pulsera plateada que se había visto en los dos jóvenes de antes.
Se paró frente a dos barriles azules, el de su izquierda tenía un líquido negruzco y espeso, el de su derecha estaba vacío. Respiró hondo, sin quitar de vista el primer barril, estiró los dedos de las manos y enseguido metió ambas dentro del fluido.
Algunos rostros de los jóvenes novatos se torcieron de asco, unos pocos quitaron la vista al serles completamente repulsivo para soportarlo.
Khoni se percató que su compañera silenciosa pegó las manos en el vidrio, ella miraba la escena con completa dedicación, como si supiera que lo mejor está por venir. Trató de mantener la vista en los brazos del estudiante, haciendo caso al presentimiento de la chica del flequillo.
El muchacho hundió más los brazos hasta sobrepasar los codos, consiguió varios sonidos repulsivos por parte de los jóvenes, quienes empezaban a cubrirse con la boca para no devolver lo que habían desayunado. Pero los compañeros de este estudiante de cuarto año continuaban observando tranquilos desde la banca que había al otro lado. Un par sonreían divertidos al ver las caras de los novatos, entretenidos por el asco que les provocaba algo que para ellos era normal.
—¿Qué es lo que intenta hacer? —susurró la chica del flequillo, y solo fue Khoni quien llegó a escucharla.
—Creo que quiere llegar al fondo —respondió, creyendo que la pregunta se la había hecho ella misma.
Siguieron observando en silencio, en espera de que ocurriera lo que ambas presintieron que pasará.
El rostro del muchacho se endureció por unos segundos, como si de repente hubiera agarrado algo pesado desde el fondo y estaba haciendo fuerza para traerlo a la superficie. Hizo un impulso y lentamente fue retirando los brazos, con el debido cuidado para que lo que estuviera sosteniendo no se le escape de las manos. Cuando estas llegaron a ser visibles, las bocas de los novatos de expandieron de incredulidad, ya que lo que vieron les parecía imposible.
Las manos del muchacho estaban dentro de una gran burbuja de agua cristalina, la cual se agitaba en ondas. Sus dedos no se tocaban, había una separación de cinco o seis centímetros entre ellos, y se mantenían en esa distancia mientras se dirigían a la derecha, en donde se encontraba el barril vacío. Con mucho cuidado fue bajando la gran burbuja y depositó el agua limpia sin desperdiciar ni una gota.
El muchacho sonrió e hizo un asentimiento en dirección de los novatos, aclarando que su presentación había terminado.
—¿Qué rayos fue eso? —dijo uno de los novatos.
Los labios del profesor se curvearon de dicha, estaba tan o más extasiado que los jóvenes que tenía al costado, ya que conseguir tal reacción era lo que había estado esperando.
—Un Vodéh o “Purificador de agua” tiene la capacidad de separar la toxicidad del agua—dijo el profesor. Dio la señal a que el siguiente estudiante hiciera su demostración—. A esta capacidad se le llama Selphi, y es lo que los Vodéh tanto como los Tanáh usan para realizar este tipo de cosas. Nadie sabe cúal es el límite del selphi, pues con los años se han ido descubriendo nuevos modos de utilizarlo.
El segundo estudiante se colocó debajo de una regadera, giró la llave y dejó que el agua caiga sobre él hasta dejarlo empapado. Cuando el agua dejó de caer, aplaudió rápidamente dos veces y alejó las manos a una corta distancia de la otra. De inmediato cada rastro de humedad desapareció de la ropa que tenía encima, ademas de su cabello que se vio igual de seco que hace minutos atrás. Todo el agua se había, por así decirlo, despegado de su cuerpo, y se convirtieron en burbujas de pequeños tamaños que flotaban a su alrededor. Dejó caer sus manos, y las burbujas se disolvieron en el suelo.
—Entonces... ellos pueden controlar el agua —concretó una novata.
—Los Vodéh pueden sentir el agua, sus sentidos son diferentes a los de un humanida normal, ya que pueden comunicarse con este y sincronizarse como si fueran uno. Ellos pueden hacer que el agua se convierta en una extremidad suya.
Llegó el turno de una estudiante de cabello rubio y corto, quien se colocó frente a una mediana pecera llena de lo que sería jugo de zanahoria, su jugo preferido. Fue rodeando la pecera mientras tocaba su borde con la yema de los dedos, en un momento hundió la mano dentro del jugo y continuó girando. El líquido comenzó a burbujear, como si estuviera hirviendo, pero se batía por otra cosa, y encima del brazo de la joven se vio una delgada línea de agua cristalina que subía arrastrándose. En la pecera solo quedaron grumos de la zanahoria que se había usado para la preparación del juego, y la estudiante estaba cubierta del agua, como otra capa de ella.
Los corazones de los novatos se agitaron en fascinación, sus mandíbulas seguían caídas, y no le quitaban la vista a la experta estudiante vodéh.
Batió los brazos, como estirándose, y el agua que la cubría se arrastró por su espalda hasta llegar a su cabeza, en donde formó dos adorables orejas puntiagudas que sobresalían por encima de esta. La joven sonrió con alarde, y pasó a convertir las orejas en un par de alas que se alzaban de cada uno de sus hombros, delicadas alas de brillaban como si fueran redes de telarañas decoradas por gotas de agua.
—Yo seré una vodéh —susurró la chica del flequillo, con una voz llena de esperanza y deseo.
Khoni la contempló y sonrió por el deseo que su compañera había pedido. Estaba segura de que su futura amiga lo sería, y ese día llegaría tan pronto como ellas se dieran cuenta que la amistad que aún no había comenzado sería especial para ambas.
—¿Y cuántos quieren ser estudiantes vodéh? —preguntó el profesor mientras caminaban a la salida del edificio.
Si no fuera porque el segundo grupo que vería la demostración interrumpió la muy interesante charla que Elphens estaba teniendo con los jóvenes impresionados y las miles de preguntas que ellos le hacían, no habrían salido de allí hasta el anochecer. Pero el otro maestro, uno más anciano y amargado le dijo que ya era y tuvieron que despedirse de los estudiantes que los habían dejado tan deleitados como deseosos por más.
Todos los novatos levantaron la mano, sin contar a Khoni, ella solo sonrió ante el entusiasmo de sus compañeros. Dirigió la mirada hacia la joven del flequillo y vio que su mano no la tenía completamente levantada, más bien simulaba que lo hacía por compromiso más que porque de verdad lo quería. Supuso que estaba fingiendo, que no quería mostrarse tan emocionada como los demás porque eso le quitaría lo especial. Porque ella sabía más que nadie cuánto lo deseaba su compañera.
—Bueno, bueno, no creo que todos vayan a serlo —dijo el profesor sonriendo—, además aún no han visto de lo que son capaces los estudiantes tanáh, y déjenme decirles que ellos también hacen cosas impresionantes.
—Profesor, ¿usted también sabe hacer eso? ¿Las clases que dicta son sobre cómo entrenarles a controlar el agua? —indagó un joven.
—Como ya les dije, los vodéh no controlan el agua, se comunican con este, lo convierten en una extremidad…
—¿Pero lo hace? ¿También puede hacer eso? —le interrumpió el joven.
—Sí, puedo hacer eso —contestó—, y se podría decir que los entreno a que lo controlen, pero no al agua, sino al selphi.
Los jóvenes guardaron silencio, sin comprenderlo del todo. El profesor puso esa sonrisa de «más adelante lo comprenderán».
La van apareció y el profesor supo que era hora de despedirse.
—Espero hayan disfrutado de esta ruta guiada, y que hayan aprendido algo también —dijo, mirando a los ojos a cada muchacho—. Están destinados a hacer grandes cosas, chicos, y si ponen de su esfuerzo les aseguro que aquí, en Exthias, ese destino se convertirá en realidad. Mucha suerte y disfruten de lo que les resta de la semana.
Se despidió con la mano mientras la van se llevaba a sus futuros estudiantes, no podía esperar la hora de volverlos a ver, por lo menos a la mayoría, y poder ayudarles a cumplir lo que les había dicho. Por esto era que ser profesor siempre había sido su sueño.
—Quisiera que fuera mi profesor el próximo año —dijo Khoni en voz baja, mientras miraba por la ventana, sin querer dejó que sus pensamientos se escaparan de su mente—, pero tal vez no vaya a ser así. Es muy poco probable que me convierta en vodéh.
Por primera vez, la chica del flequillo se fijó en ella, y le intrigó lo que acababa de confesarle sin siquiera conocerse. O tal vez no se había dado cuenta de que podía oírle, tal vez solo quiso decirlo para ella misma y le escuchó por accidente. Aún así no pudo evitar identificarse con Khoni y con lo que dijo. Ya que ella también deseaba serlo, pero cabía la posibilidad de que no lo vaya a ser, sin importar cuánto lo podría desear.
—Ese profesor dijo que también podía hacer lo que sus estudiantes mostraron, pero aún así se convirtió en profesor y no dejó que su supuesto destino cambiara su verdadero deseo. A veces no interesa qué tan poco probable sea algo, a veces lo que llega a influir es lo que eres realmente, y eso no se ve en tus habilidades sino en tu interior. En tu esencia.
Khoni levantó la mirada y sonrió levemente, de repente se sintió renovada, con la suficiente confianza de ser capaz de hacerlo todo. No dijo nada, ni se atrevió a dar una respuesta, porque sabía que su compañera no esperaba una, y porque ella tampoco tenía nada para añadir. Ese pequeño momento, esa corta charla indirecta fue suficiente para darle las fuerzas a continuar, y a darle la seguridad de que vivir allí lo cambiaría todo, hasta la soledad que la había acompañado por años.
***
Khoni regresó luego de darse un baño. Almorzó en la cafetería del primer piso lo más rápido que pudo y fue la primera en salir del lugar, pues tenía prisa. No quería tardar más en ir a ver a su padre, iba a hacerlo ayer pero no le dio tiempo, así que debía hacerlo hoy y cuanto antes.
Su madre le había enviado un quinto mensaje para preguntarle si ya fue a verlo, y al recibir una respuesta negativa de su parte le dijo que mejor ella se lo diría para que así él fuera a buscarla o la llamara, pero Khoni se negó. No quería hacerlo ni por teléfono ni por un mensaje de su madre, quería hacerlo ella misma, cara a cara, y se lo dejó bien en claro a su madre cuando terminó de comer y subió a ducharse.
Se alistó y amarró su cabello en un moño al ver que el día seguía fresco. Pensó en la idea de ir a comer un helado con su padre, en comenzar diciéndole una piadosa mentira de que había conseguido un permiso para verlo y luego en la heladería se lo diría todo, entonces allí celebrarían junto a los demás clientes y el día se convertiría en otro bello recuerdo que jamás olvidará.
Con el plan hecho, salió de la habitación para ir a cumplirlo.
Disfrutó de la caminata solitaria por el campus, de observar a los otros estudiantes que descansaban en el parque que tenía a su izquierda, e imaginó que un día ella estaría allí, riendo y conversando con sus nuevos amigos. En la salida de la cátedra el guardia anotó su partida con fecha y hora exacta en la computadora que tenía en su cabina, le pidió la credencial que tenía colgada y le aseguró que con su huella se le permitiría el acceso de vuelta, y sería lo mismo con la credencial, que él se lo guardaría por así decirlo.
La puerta se abrió a su paso y Khoni se despidió del guardia antes de partir.
El ruido de los autos, de la gente, del ambiente en general le abordó de inmediato. Como si acabara de entrar en otro mundo diferente al que estuvo hace unos segundos, como si pisara por primera vez la capital. Aquel viejo sentimiento que tenía cada vez que iba cuando era niña la embargó con nostalgia.
Cada esquina tenía por guardían a un fornido arbithia, cada autopista era separada por un tramo de arbusthias similares a los que había visto en el parque en donde charlaban los estudiantes, y cada casa o edificio estaba acompañada de algo verde, ya sean jardines en los balcones, o pequeños jardines en las entradas. Esta era la capital que bien recordaba y veía en sueños en ocasiones, una imagen tan singular que no podía contárselo a sus compañeros de escuela porque la mayoría no terminaría creyéndole, negando que algo así pudiera ser real.
Se guió de sus memorias y fijó su rumbo a dónde su padre podría estar esperándola.
Se detuvo frente a dos departamentos que conformaban una sola cuadra. Estas estaban unidas en el medio, como si se tomaran la mano para ser el apoyo de la otra, pero más bien parecía que sus brazos habían quedado enredados y terminaron con un nudo imposible de deshacer. Sobre las irregularidades que suponían ser las partes enredadas había campos verdes con un par de arbitihias y varios arbusthias acompañándose, como si los constructores no quisieron desaprovechar ningún espacio para pintar los edificios con el color que era tan amado en esa ciudad.
Miró a los pequeños que jugaban en una de las piscinas que había cerca, la más pequeña, y avanzó hasta el patio que quedaba en medio de ambos edificios, justo donde se tocaban o enredaban. Su padre vivía en el de la derecha, así que a la entrada de ese edificio se dirigió.
En el lobbý saludó con la cabeza a la recepcionista que la notó llegar, no era necesario hacerle alguna consulta, ella sabía muy bien a dónde tenía que ir. Entró a uno de los ascensores y presionó el botón que tenía el número 31.
Se adentró en el pasillo que tenía puertas en ambos lados y buscó el que tenía el 3106 colgado con números dorados.
Levantó la mano, presionó el timbre y esperó. Al no oír respuesta lo intentó de nuevo pero con unos segundos de más.
—Cariño, no me digas que volviste a olvidar tu... —la mujer que había hablado calló al ver que se trataba de una jovencita y no la persona que ella creía que era—. Lo siento, creí que eras alguien más, ¿te puedo ayudar en algo? —dijo con cordialidad.
Khoni examinó a la mujer de pies a cabeza, algo sorprendida por ser ella quien le abrió la puerta en vez de su padre, pues en ninguna versión que había tenido sobre este momento se le cruzó por la mente que alguien que no fuera él apareciera.
—Lamento las molestias —dijo apenada—, creo que me equivoqué de puerta —aclaró, aunque no estaba muy segura de haberlo hecho.
—¿A quién buscas? —La mujer asomó la cabeza por el marco de la puerta—. He vivido aquí varios años, tal vez pueda ayudarte.
—Drammian Selversthen —dijo la joven al volverse hacia la desconocida—, estaba segura de que vivía en este piso pero creo que le han cambiado… —dejó incompleta la frase, sin saber cómo seguirla.
—Drammian está ahora en el trabajo —comentó la mujer con naturalidad, y puso una sonrisa agradable al tratarse justo de alguien que sí conocía, y demasiado bien—, pero regresará en unas horas.
—¿Sabe exactamente a qué hora volverá? —indagó Khoni, sin ningún otro interés en mente más que su padre.
—Suele salir a las seis, aunque a veces tiene tanto trabajo que termina llegando más tarde —respondió gustosa, como si la simple tarea de hablar de él le emocionara.
Desde el momento en que la atendió se negó a ver todo lo que sus ojos le mostraban, tanto la forma en que la mujer estaba vestida como la coincidencia de que fuera ella quien había salido en vez de su padre.
La camisa azul que apenas y le cubría los muslos le resultó de inmediato familiar, aunque se había negado a verla bien desde un principio, pero ahora sabía que esta no era la primera vez que la veía.
El cumpleaños número 40 de su padre llegó a su mente, un cumpleaños que ella quiso que fuera especial al ser un número que encontraba significativo. Así que juntó toda la mesada que ganó y fue a la tienda a comprar la camisa más cara que tenía. Pero eso no fue suficiente, también pasó la última semana cosiendo a mano el apellido familiar: Selversthen. Lo cosió con hilo dorado debajo del único bolsillo que poseía y estaba colocado a la derecha. Esa cosida tenía su sudor y sangre, porque se terminó pinchando un par de veces mientras lo hacía.
Y todo valió la pena al ver el rostro lloroso de su padre cuando lo había recibido. Fue de las pocas veces que lo vio tan emocionado al punto de llorar, y ella también lloró por la emoción de verlo así.
Ese fue otro recuerdo memorable que atesoraba. Y esa mujer intentaba mancharlo.
Esa mujer traía puesto la camisa, la que le había regalado a su padre. Lo quiso negar aún cuando vio tan claramente el apellido cosido debajo del bolsillo apenas la mujer abrió la puerta. Eso fue lo primero que vio, pero lo nubló, e intentó borrarlo de su mente, hacer que nunca lo vio, creer firmemente que no era posible.
Antes que ese precioso recuerdo siguiera contaminándose, Khoni se alejó de la desconocida lentamente, sin levantar sospechas de que estaba a punto de romperse. Sin querer dijo «okey, gracias» antes de marcharse, como si la educación estuviera antes que todo, y se metió al ascensor que no supo en qué momento pidió que viniera.
La brisa de la calle agitó los mechones que le colgaban, e intentaron nublar su vista con estas, pero ya era tarde. Ya lo había visto.
Sus pies andaron por sí solos, con torpes pasos, por la acera, y recibió algunos golpes por parte de la gente apresurada que pasaba a su lado.
«Este es el mejor regalo del mundo. Siempre lo llevaré conmigo. Y pensaré en ti cada vez que lo vea, mi preciosa Khoni.»
Sintió náuseas ante la frase que se coló en su mente, y apoyó las manos en el arbithia de la esquina para tranquilizar a su estómago. Respiró hondo por la boca y tragó duro para que nada saliera, no quería sentirse peor de lo que ya estaba, aunque eso sería imposible de conseguir, pero quiso ser precavida y no añadir un sabor podrido en su boca.
El rostro se le contrajo con la idea, en realidad ya estaba saboreando algo podrido, dentro de ella, y venía con la imagen de su padre. Su padre. Alguien que había amado tanto, por quien había llorado al extrañado, a quien había anhelado ver cada mañana, en cada desayuno. Su padre. Su mejor amigo. El único que la comprendía, que sabía mejor que nadie cómo se sentía sin tener que decirlo.
Sus ojos se perdieron ante todas las imágenes de ellos que pasaron rápidamente por su cabeza, y en su mirada ya no había ternura, ya no había nostalgia. Amor. Lo único que podía verse era desesperación, y la luz que antes brillaba sobre estos se opacaron hasta asemejarse a los de un muerto.
Una desolada lágrima descendió hasta encontrarse con el suelo, y se dispersó en esta como si fuera su mismo corazón el que acabara destrozado.
«Khoni.»
Presionó los ojos con resentimiento, sin permitir que ni una otra lágrima se escapara. No podía llorar, no en este momento, eso solo lo haría peor. Si lo hiciera se haría más real, y todo lo que eso implicaría se cumpliría. Pero no estaba lista para pensar en nada de eso, para pensar en lo que debía hacer ahora, en lo que le diría a su madre, en cómo volvería a ver a su padre. No quería pensar en nada. Solo desahogarse.
«Khoni.»
Se mordió el labio hasta que sintió la sangre fluir en el interior de su boca. Arañó la corteza del arbithia y percibió el dolor que le provocaban las astillas que se le incrustaron bajo las uñas. De alguna manera quiso propinarse dolor físico, creyendo que eso le ayudaría a que el dolor interno no fuera tan insoportable, porque en algún momento este le mataría. Sabía que lo haría, y no quería morir, no así.
—Khoni.
Abrió los ojos y suspiró como nunca antes lo había hecho. Fue respirando por la boca mientras levantaba lentamente la cabeza. Fue real, era real, alguien la llamaba, y no era cosa de su imaginación. Las primeras veces provinieron de su cabeza, y supuso que eran recuerdos de cuando su padre la llamaba, como si no fuera ya suficiente tortura. Pero esos llamados, al igual que este último, provenían de una voz que no era la de su padre, aunque recién quiso admitir este dato.
Esa también era la voz que había escuchado en sus sueños, aunque recordaba parte de estos, no olvidaba la voz, la delicada y melodiosa voz que parecía un susurro o un arrullo, algo que parecía creado por el viento, algo que no parecía real.
Pero lo era y le pertenecía a alguien que existía. Así que miró a su alrededor y buscó a esa persona.
—Khoni.
Ahí está de nuevo, pero al igual que la última vez, no supo de dónde provino. Es como si el viento mismo le hablara, si es que algo así fuera posible. Dejó a un lado el raciocinio y continuó buscando al dueño, o lo más seguro es que fuera una dueña.
El primer paso fue tímido, pero los siguientes fueron más decisivos, y con una misión, la de buscar a la mujer que la llamaba.
Se alejó de aquella calle, de aquel momento, de aquellos recuerdos, lo dejó todo atrás para ir en búsqueda de algo que le era más importante a resolver. No sabía a donde se estaba dirigiendo, o si iba por el camino indicado, solo dejó que sus pies le guiaran porque estos parecían ser más confiables que su confundida cabeza. No sabía siquiera por cuánto tiempo estuvo caminando, y en un momento esto dejó de importarle. Solo caminó y caminó, como si solo fuera capaz de hacer eso.
Llegó un momento en que dejó de notar que caminaba, dejó de sentir sus pies y de escuchar el ruido de fondo, todos sus sentidos se apagaron, pero solo por un momento. Y eso fue más que suficiente.
Sintió nuevamente sus pies, y supo que había vuelto a pisar tierra, claro que esto podría sonar extraño. Su vista también regresó, y parpadeó dos veces para darle sentido a lo que veía.
Era un invernadero.
No sabía cómo, pero lo sabía, sabía lo que era y lo que había dentro.
Este tenía forma de búnker, uno de plástico blanco que le bloqueaba la vista del interior, aunque la entrada estuviera justo en frente de ella, pero esta estaba bloqueada con un pedazo de plástico que hacía de puerta.
Se mantuvo observando aquel invernadero sin moverse, examinándolo como un objeto extraño y maravilloso. Quería tomarse su tiempo antes de entrar, además de asegurarse de que estaba bien que lo haga, que no habría problema en que le de un vistazo.
—¿Quién eres tú y como has entrado aquí?
Giró la cabeza hacia su derecha, al joven que la miraba con alerta. Traía puesta una bata blanca, y las manos las llevaba en los bolsillos de esta, pero su rostro intranquilo fue el que la puso más nerviosa, significaba que él estaba allí para impedirle el paso, que él se encargaría que no fuera capaz de cumplir un deseo que inconscientemente había pedido de niña, un deseo que deseaba y a la vez se negaba a que se cumpliera.
—¿Quién eres tú? —preguntó ella, algo fastidiada ante el extraño, pues ahora que estaba tan cerca no quería que nadie se interpusiera en su camino.
—Yo soy Geoff. Ahora dime quién eres tú y explica la razón de que hayas invadido propiedad privada.
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