Capítulo 2: "Crucemos los dedos"
Una niña observaba con afán las altas paredes blancas que habían cruzando la calle, en secreto deseaba ver lo que había al otro lado, lo que estas ocultaban, pero esperaba que ese deseo no se cumpliera, pues temía averiguar lo que había dentro.
Presionó con fuerza la mano de su padre que sujetaba, tratando de que el miedo no incrementara. Algo en esas paredes le causaba terror y curiosidad a la vez, ambos intentaban ganarse su sitio en ella, pero el miedo era más fuerte.
La madre de la pequeña se arrodilló hasta quedar a su altura, sonreírle con cariño y entregarle un cono de helado. El pánico de la pequeña se evaporó, y ella sonrió mientras devoraba el sabroso manjar.
La niña levantó la vista hacia su padre y le entregó una adorable sonrisa decorada por restos del helado. Él le devolvió la sonrisa con la promesa de que siempre la cuidaría, que siempre estaría para ella.
La familia se alejó de aquella esquina, riendo mientras continuaban disfrutando de aquel día perfecto.
Khoni abrió los ojos y aspiró una gran bocanada de aire, como si hubiera estado aguantando la respiración por un largo rato.
El olor del jardithia rápidamente inundó sus fosas nasales, un aroma dulce que la impulsaba a inhalar por más. Respiró hondo y exhaló por la boca con tranquilidad.
Se incorporó con pereza y vio el desastre que había a su alrededor. Ramas dispersadas y hojas desperdigadas por todas partes. Observó todo esto sin ningún pensamiento, ajena a lo que sea que haya ocurrido.
Levantó la vista hacia el cielo oscuro sin reacción alguna y se quedó observándolo hasta que el timbre de su teléfono la interrumpió. Se irguió del campo con dificultad al sentir el cuerpo pesado y se acercó al celular para contestarlo.
—Khoni, cariño, finalmente contestas —dijo con apuro—, me han llamado de urgencia al hospital y he dejado a la vecina cuidando a tu hermano. Si pudieras ir rápido a casa para ver qué tal está sería grandioso.
—Claro —respondió de manera involuntaria—, ahora voy a casa. Adiós.
Guardó el teléfono y exhaló.
Le dio un último vistazo al jardithia antes de marcharse.
***
Traspasó el jardín de su casa, encadenó su bicicleta y se dirigió a la puerta.
—Hola, Aili —saludó a la mujer que leía de una revista en el sillón de la sala.
—Oh, hola Khoni. —Ella se incorporó de inmediato para recibirla con una amistosa sonrisa.
—¿Dónde está Dani?
—En su habitación, fue difícil pero pude hacerlo dormir al pequeño. —Dejó la revista en la mesita central y rodeó el sillón.
La muchacha sonrió.
—Gracias por cuidarlo.
—No es nada, es un ángel si lo comparamos con mi sobrina. Bueno, debo a irme. —Se despidió con un beso en la mejilla.
—Adiós. —La puerta se cerró.
Y el silencio gobernó la casa.
Empujó un poco la puerta entreabierta de la habitación de su hermano y se aseguró que dormía. Sonrió ante el rostro tranquilo del pequeño y suspiró.
Khoni se dejó caer en su cama, exhausta mentalmente por el confuso día que tuvo. Suspiró por enésima vez y giró la cabeza hacia la silla de su escritorio, allí descansaba la ropa que se puso esta mañana, o lo que quedaba de ella. Cuando fue a bañarse le sorprendió ver el agujero del tamaño de una moneda que había en la parte de la espalda de su camiseta. Y le extrañó no encontrar nada al verse en el espejo, ni siquiera un rasguño. Lo único que tenía era que estaba sucia, así que se bañó sin cuidado.
Aunque no podía recordar nada después del último descanso, o cómo es que había llegado al jardithia de la biblioteca, por el estado de las prendas dedujo que estuvo envuelta en un accidente, o que se revolcó sádicamente a unos arbusthias, pero cualquier opción sonó descabellada apenas se le cruzó por la mente.
Suspiró de nuevo al no encontrar respuesta y simplemente disfrutó del agua caliente de la tina.
Se dejó caer sobre su cama y se giró para quedar boca arriba, lista para dormir. Cerró los ojos y suspiró, esperando que el sueño la acogiera. Esperó y esperó, pero este nunca llegó. Los abrió y miró a los lados, sintiéndose fuera de lugar. Puso varias muecas de espera y tamborileó con los dedos su estómago, pero nada, ninguna pizca de sueño. Intentó bostezar y terminó estirando la boca hasta que le dolió. Suspiró nuevamente y se rindió. Se levantó y salió de su habitación.
Rascó su cabeza mientras se desplazaba por el pasillo hasta llegar a las escaleras. A medio camino, un especie de flash cegó sus ojos y la desorientó al punto de perder el equilibrio. Rodó, recibiendo un fuerte impacto con cada escalón en diferentes partes de su cuerpo y terminó con un directo golpe en la cara.
En menos de un minuto abrió los ojos y se incorporó sin hacer mucho esfuerzo. Examinó sus brazos y piernas por alguna magulladura pero solo encontró roturas en su pijama.
Quiso buscar una explicación a lo que acababa de ocurrir, en especial que extrañamente haya terminado ilesa de tal brutal caída que le dolió tanto como para sufrir de varios sangrados internos, pero solo suspiró, sin darle importancia. Entonces recordó que su hermano dormía y que el ruido que causó pudo haberle despertado, giró la cabeza hacia atrás, escaleras arriba, y al no escuchar nada suspiró de alivio. Así que simplemente se dirigió a la cocina.
Se llenó el vaso de agua y lo vació de un solo trago. Pasó lo mismo con las segunda y tercera servida. Ya en la quinta ronda se sintió satisfecha. Sin nada más que hacer, se fue de vuelta a su habitación.
Su cama, ahora destendida y con los cobertores revueltos, seguía vacía y sin señales de algún joven cuerpo sobre ella. Khoni ya había podido dormir, pero en el piso alfombrado de su cuarto, al lado de la ventana abierta, dejando que la luz de la Luna le brindara algo de calor en esa fría noche.
***
—¡Khoni, el desayuno está listo! —se oyó la voz de su madre, quien a pesar que se encontraba en la cocina, a un piso de abajo, su aviso sonó lo suficiente claro.
La muchacha se estiró con una sonrisa, había dormido estupendo a pesar del día que iba a tener, sus preocupaciones ya no estaban y no había señales de nervios en lo absoluto. Para ella este día sería como cualquier otro.
—Mamá, se supone que no puedo comer nada —dijo al entrar a la cocina.
Su hermano ya se había levantado y comía tranquilamente su cereal. Su madre llenó su taza de café por segunda vez y regresó a sentarse a la mesa.
—Lo siento, cariño, no dormí mucho y se me olvidó —respondió con simpleza y le dio un sorbo a su café— ¿A qué hora empieza el examen?
—A las nueve —dijo la joven y se sentó al lado de su hermano—. Tengo tiempo de sobra.
—Entonces no te molestaría llevar a Naydhan a la escuela, comprar cuadernos que a tu hermano ya se les acabó y llevar mi uniforme de la tintorería.
—¿No puedo solo dormir hasta que sea la hora de ir a la escuela?
—Lo mejor que puedes hacer es aprovechar tu tiempo libre, así estarás más despierta cuando vayas a la escuela.
—De acuerdo —respondió sin mucho ánimo.
La mujer se despidió de ambos y salió a su nuevo turno en el trabajo.
—Vamos, Dani, que hoy puede que llegues temprano a clases.
El pequeño lo sintió como un reto y levantó el plato para beberse el resto de su avena. Su hermana lo detuvo a tiempo.
—¿Y si mejor te comes una manzana para reemplazar lo que te falta por comer? —propuso.
—Me gustan las manzanas.
—Entonces andando —dijo con motivación
***
Luego de dejar a Naydhan con sus cuadernos nuevos y el uniforme de su madre, vio el fresco día que había y se le antojó dar un paseo, ya que aún le quedaba tiempo antes de rendir el examen.
Sin querer tomó el mismo camino hacia la escuela y se detuvo frente al foresthia. Alzó la mirada hasta la punta del edificio silvestre y se sintió tan pequeña en comparación.
Inhaló profundo para comprobar que el aire era mejor en esa área y no encontró gran diferencia a lo que respira en casa. Tal vez sea por sus pulmones fuertes, no como su hermano u otras personas que tienen la misma enfermedad.
Recordó que en la capital no habían foresthias porque no lo necesitaban. Ese era un mundo diferente. Una fantasía que no mucho llegan a hacer realidad.
Vio pasar a la gente y se preguntó cuántos de ellos siguen lamentándose por no haber entrado a Exthias y cuántos llegaron a acostumbrarse con la idea de vivir para siempre en la ciudad. Hizo a un lado ese pensamiento que solo la desanimó y forzó una sonrisa animada.
No se iba a rendir tan fácilmente.
Se detuvo en la entrada de la escuela para atarse los cordones de sus tenis blancos. Respiró hondo mientras apreció las perfectas orejas que hizo y levantó la mirada hacia el camino que se desviaba de la entrada principal y rodeaba las paredes hasta perderse en la esquina. Unos pocos estudiantes lo usaban, y todos vestían ropa deportiva, al igual que ella.
Se enderezó y dejó atrás las puertas cerradas de la escuela, ya que los estudiantes que no eran de último año tenían clase.
Llegó al gimnasio más grande, aquel que solo usaban para los campeonatos, y vió a lo lejos a los demás estudiantes esperando en la entrada. Se aproximó al grupo y buscó la fortaleza para preguntarle a cualquiera qué era lo que tenían que hacer. Abrió la boca para hacer la simple pregunta y la cerró en dos segundos, echándose para atrás de inmediato. La abrió de nuevo, y esta vez una mujer salió por la puerta para dar la debida explicación.
—Bien, parece que varios llegaron a la hora —dijo de manera automática, pues luego de hacer esto tantas veces no podía mostrarse emocionada ni aunque quisiera. Se colocó un mechón rubio detrás de la oreja y concentró la mirada en la carpeta que traía en la manos—. Iré llamando por orden alfabético, si oyes tu nombre, das un paso adelante, si llamo al alumno que no está pasamos al siguiente, ¿de acuerdo?
Miró las caras perdidas de los jóvenes y se limitó a continuar.
—Engrod Adreing.
Los estudiantes intercambiaron miradas hasta que uno de ellos dio un paso hacia adelante, la mujer confirmó su identidad con la foto que tenía en su carpeta junto a la demás información del muchacho.
—Adelante. —Sujetó la puerta para que ingresara y entró después de él.
A punto de cumplirse la hora la mujer volvió a salir para llamar al siguiente estudiante de la lista. Hubo varios que no aparecieron, otros que llegaron tarde, y algunos que se cansaron de esperar y se fueron.
Pasaron las horas y la cantidad de alumnos fue disminuyendo. Después que un muchacho entraba por la puerta no se volvía a saber de él, lo que significaba que todos lo que ya habían entrado seguían allí.
Al ser el turno de Khoni, quedaron otros cuatro jóvenes más que todavía esperarían. La mujer le abrió camino y antes de ingresar tragó saliva y exhaló cualquier duda que tuviera.
***
La noche se aproximaba de manera sigilosa mientras Khoni sacaba la llave de su casa.
Escuchó las voces de su madre y su hermano que provenían de la cocina y se llenó de aire hasta enderezarse.
—¡Khoni! —la saludaron ambos con unas grandes sonrisas.
—Estoy que me muero de hambre, ¿qué hay de comer? —preguntó con una sonrisa cansada.
—Tu comida está en el microondas. —La muchacha fue por su platillo y colocó el temporizador— ¿Cómo te fue?
—Supongo que me fue bien —dijo y un pitido avisó que su comida ya estaba lista, lo sacó y se fue a sentar a la mesa—, pues aunque me borraron la memoria tengo este sentimiento de que lo hice bien.
—¿En serio? Eso es genial —se emocionó la madre.
—Lo que si me asustó un poco fue despertar en esa silla sin saber como había llegado allí —comentó—, me dijeron que era normal y que ya podía irme a casa. Claro que no me reconfortó nada pero aún así me fui.
La familia charló hasta que llegó la hora de dormir del pequeño y madre e hija terminaron conversando solas. Como la muchacha no tendría clases mañana a pesar de ser viernes porque les daban día libre a los que realizaban el examen se quedó acompañando a su madre hasta que se fuera a su segundo turno en el hospital.
***
Khoni se incorporó con un estirón de la cama y mantuvo una posición recta, no había rastros de sueño en ella, como si no hubiera estado durmiendo hace un segundo.
Levantó un poco la nariz y aspiró profundo el ambiente, olfateó ese misterioso aroma que la sacó del sueño con demasiada facilidad y la despertó por completo. Volvió a aspirar y se levantó.
Se dirigió a su ventana, desplegó las cortinas color perla e inspeccionó la calle, esperando encontrar algo fuera de lugar a estas horas de la mañana. Cerró los ojos y aspiró aún más fuerte hasta llenarse los pulmones de la fragancia que le resultaba estimulante. Abrió los ojos con demasiada intensidad y un brillo ambarino relució en ellos como si fuera una clase de vajilla que acababa de ser pulida.
—¡Khoni, el desayuno está servido!
Se giró como si acabara de escuchar la noticia más sorprendente del día y puso una sonrisa animada. Se le veía completamente revitalizada.
—Khoni, come más despacio —dijo su madre.
La joven devoraba la tercera tanda de huevos revueltos que se había frito y aún así no parecía estar llena en lo absoluto.
—No sé por qué tengo demasiada hambre, ¿crees que sea un efecto secundario de la inyección que me pusieron ayer? —preguntó entre masticadas.
—Tal vez, a todos les afecta diferente —se lo pensó—. Recuerdo que a tu padre le dio fiebre, pero se le pasó en un día.
—Espero que también se me pase en un día, no quiero luego descubrir que no me entra el pantalón
—Podrías aprovechar que no tienes clases y limpiar la casa, ese es un buen ejercicio para bajar de peso —sugirió la mujer con una sonrisa provocativa.
—Pasearé en bicicleta, así me aseguraré de no subir de peso —decidió la muchacha, ignorando la propuesta de la madre.
—Mamá, ¿yo tampoco puedo ir a clases? Quisiera acompañar a Khoni y ser su entrenador por un día —dijo Naydhan.
La mujer sonrió por el encanto del pequeño y torció el labio para pensárselo. Tal vez su hija necesitaría algo de ayuda para asimilarlo, después de todo cada uno se lo tomaba diferente, y sería difícil saber de lo que ella sería capaz de hacer.
—Bien —concretó—, pero solo por hoy —advirtió.
—Hoy te haré sudar, hermana —dijo el pequeño con una sonrisa segura.
Khoni lo miró sin comprender y se limpió la boca con el dorso de la mano.
—Vamos, levántate —le pidió Naydhan a su hermana.
Ella había estado recostada boca abajo en el sillón por más de una hora, y no exactamente para dormir. Al principio aseguró que solo descansaría por unos minutos, luego se excusó con que estaba cansada, y terminó fingiendo que se había quedado dormida, aunque una que otra vez sollozaba de frustración.
Naydhan intentó moverla, pero una vez más su fuerza no era la suficiente. Aún cuando se sentó sobre ella o cuando le revolvió el cabello, algo que sabía que le fastidiaba, no consiguió ninguna reacción de su parte.
Se dejó caer en la alfombra y exhaló cansado.
—Vamos, hermana, no he faltado a clase para verte dormir todo el día. Quiero salir, tal vez ir a comer un helado o algo.
—Vamos por helado —dijo Khoni, levantándose de golpe.
—¿No te gustaría cambiarte primero? —propuso su hermano al verla dirigirse a la puerta.
Ella seguía en pijamas, y su cabello lo tenía todo revuelto.
—Bajo en cinco. —Y se fue corriendo escaleras arriba.
Se puso unos shorts de jeans y la primera camiseta limpia que encontró. Cepilló sus dientes y peinó su cabello en un moño alto. Bajó la manija y empujó la puerta con prisa, se olvidó que esta se debía jalar y terminó golpeándose la frente.
Mientras avanzaba por el pasillo, de camino a las escaleras, se tocó la zona herida para ver si sangraba. A dos pasos de llegar al filo, pisó el cordón de su zapatilla y se fue rodando hasta el primer piso.
—¿Estás bien? —preguntó Naydhan.
—Sí —dijo, quitándole importancia al asunto—. Esta es la segunda vez que me pasa y ya me estoy acostumbrando.
—¿Segura que estás bien? Te diste bien duro en la cabeza que pensé que te la habías roto.
—En serio estoy bien. —Se levantó del suelo—. Si quieres velo por tí mismo. —Y extendió los brazos para la inspección.
El pequeño dio una vuelta alrededor de ella, viéndola de arriba a abajo, buscando algún rasguño o herida grave, y asintió al no encontrar nada.
—Pareces estar bien. —La miró y frunció el ceño—. Aunque tu ojo izquierdo está más chico que el derecho, pero creo que eso ya estaba así.
—Ey. —Le codeó con suavidad—. Solo por eso tendrás una bola menos en tu helado.
***
—Mamá, creo que algo le pasa a Khoni —dijo Naydhan, interrumpiendo a su madre de una tranquila lectura en el sillón.
Ella bajó el libro y lo dejó sobre su regazo para darle la debida atención a su hijo.
—¿Por qué, qué ha hecho ahora? —le preguntó.
—Está en el tejado —respondió el pequeño.
—¿Qué? —Puso cara de no comprenderlo.
Naydhan asintió y señaló con el dedo hacia arriba.
La madre se levantó rápidamente y salió de la casa a verificar.
La noche ya había caído hace mucho y la brisa golpeaba con más fuerza. La calle estaba vacía y tranquila ya que pasaba la medianoche del sábado.
La boca de la mujer se expandió a verlo con sus propios ojos que su hijo decía la verdad. Khoni dormía demasiado cómoda, como si esa fuera otra cama cualquiera, nada parecía que podría alterarla, o eso era lo que creía ahora que su madre la había visto. Regresó a la casa a pasos resonantes y Naydhan la siguió, no iba a perderse lo que estaba por ocurrir.
—Khoni —vociferó la madre desde la ventana que la joven usó para poder subir— ¿Qué haces ahí arriba?
—Estoy mirando las estrellas —le respondió de vuelta.
—Si quieres ver las estrellas échate en la acera, que desde allí también se ven y es mucho menos peligroso que el tejado.
—¿Prefieres que me eche en medio de la calle que estar aquí en el resguardo de la casa?
—Sí, así que baja antes que tu hermano decida seguir el grandioso ejemplo que le estás dando.
La muchacha suspiró al no poder refutar eso y bajó con cuidado.
Ya en su habitación, encontró a su madre esperándola con los brazos cruzados.
—Llévate una manta, no quiero que te resfríes.
—¿En serio me dejarás dormir afuera?
—Si tanto quieres ver las estrellas…
El timbre la interrumpió.
La mujer pareció no haberlo escuchado y seguía observando a su hija, retándola a que vaya a echarse a la acera. Khoni no se atrevió a decirlo y se quedó esperando a que ella diera el primer paso.
El timbre sonó de nuevo.
—Creo que alguien está tocando la puerta —dijo Naydhan.
La madre finalmente reaccionó y cambió de cara para dirigirse a la ventana a fijarse de quien se trataba. La muchacha y el pequeño le siguieron.
Divisaron a un hombre uniformado, era el mensajero, y traía un paquete en las manos.
—¿Qué clase de agencia mensajera reparte el correo a esta hora? —cuestionó la madre.
—Mamá, mira eso. —Khoni señaló unos metros atrás del hombre, en dónde se encontraba el vehículo que probablemente él debió usar para venir. Era un camión blanco, con unas iniciales a un lado.
—Mensajería CaEx —leyó Naydhan.
—¿Mensajería CaEx? —repitió la madre sin resultarle familiar.
El hombre insistió con el timbre pero no consiguió respuesta alguna. Se dijo que lo intentaría una vez más y luego se iría. Estuvo por volver a tocar cuando vio tres bultos que sobresalían en la parte de arriba. Retrocedió unos pasos y vio a la familia, observándole fijamente.
—Disculpe, paquete para Khoni Selversthen —dijo en voz alta— ¿Aquí vive la señorita Khoni Selversthen?
Khoni ni se movió al escuchar su nombre, como si no lo reconociera. Su madre tuvo que intervenir por ella.
—Ella es Khoni, mi hija. —Sujetó del brazo a la joven— ¿Para qué dice que la busca?
—Tiene un paquete —respondió el hombre, y al notar que ellos reaccionaban lento tuvo que añadir—, y debo entregárselo.
—Por supuesto, ahora bajamos —dijo la madre, sonriendo.
Jaló a sus dos hijos y los llevó al primer piso.
—Mamá, no conozco esa compañía, ¿y si es una estafa? —comentó Khoni, mientras bajaban las escaleras— ¿Y si es un ladrón? ¿Segura que le quieres abrir?
—¿Crees que un ladrón tocaría la puerta?
—Pero, Mamá… —dejó de hablar cuando ella abrió la puerta sin dudarlo.
—Disculpe las molestias —dijo el hombre apenas le recibió la madre—, y que venga a estas horas de la noche. Nuestros horarios son algo fuera de lo normal.
—Nunca había escuchado sobre Mensajería CaEx —se expresó ella de forma amigable— ¿Será alguna compañía nueva?
—Nos encargamos de entregar un tipo de mensaje específico —explicó el hombre con amabilidad.
—Ya veo. Khoni ven para acá para recibir tu paquete, cariño.
Khoni se encogió de hombros y obedeció. Puso una sonrisa forzada al ver al hombre uniformado.
—Necesito escanear tu huella aquí —dijo el mensajero, sacando un pequeño aparato negro con una pantalla cuadricular.
La muchacha miró a la madre para esperar la orden, al recibir el asentimiento de su parte puso el dedo índice sobre la pantalla. El aparato confirmó su identidad y el hombre sonrió satisfecho.
—Khoni Selversthen, aquí está su paquete —anunció él y estiró los brazos hacia ella. Khoni lo recibió y miró el sello de la mensajería—. Felicidades, jovencita.
Y el hombre se marchó silencioso.
La joven no supo en qué momento se fue el repartidor, pues seguía perdida en las iniciales que estaban pegadas encima del paquete.
—Mensajería CaEx —susurró—. Mensajería… CaEx. CaEx. —Levantó la cabeza, con los ojos perdidos en el análisis que tenía en su interior—. Ca...
Sin completar la frase, salió corriendo hacia el interior de la casa. Se sentó en la alfombra de la sala, tiró las revistas que había sobre la mesita central de vidrio y dejó el paquete encima.
—¿Crees que sea una bomba? —Naydhan se había colocado al lado de su hermana, mirando con precaución el objeto mencionado.
—No, no es una bomba, es…
—Es posible que sea de tu padre —aseguró la madre, sentándose en el sillón. Miró el paquete y suspiró—. Aunque él habría avisado con anticipación de que enviaría algo.
—Papá no ha enviado esto —dijo Khoni con un hilo de voz.
Estaba algo pálida, sus ojos seguían viendo el paquete tan fijamente que esperaba poder ver el interior si lo observaba con tal dedicación.
—Mamá… —Desvió la vista hacia su madre, estos seguían bien abiertos, como en shock—. Creo que sé de quién es. —Y sonrió, pero una sonrisa enorme que combinaba a la perfección con los ojos de loca que tenía.
Su madre y hermano no lo captaron y se quedaron mirándola.
—Creo que entré.
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