02
Los actos tan atroces cometidos el pasado seis de noviembre conmocionan a los habitantes de la ciudad de las luces...
Se reportan avistamientos de lobos a las fueras de los pueblos turísticos. Ofrecen recompensa por cada cabeza.
No encuentran una explicación para las fotografías salvadas...
La iglesia avisa de la llegada del diablo...
Las autoridades informan que se tomarán las medidas necesarias para garantizar la seguridad de la ciudadanía...
Cientos de cuerpos fueron encontrados a las orillas...
Se perdieron comunicaciones con los siguientes pueblos:...
Los expertos informan que su comportamiento no es natural. Algo podría impulsar a los animales salvajes a salir.
¡Últimas noticias!
Se autoriza la caza.
Si el silencio es intenso, profundo a su manera, tanto que podrías escuchar los latidos de tu corazón. Y tal vez, escuchar cada parte caer, cada grieta hacerce más grande.
Respiro profundamente, tomando otro montón de papeles del escritorio. Reviso rápidamente las cifras, cuadrando los cheques y depósitos salidos en el último mes.
El exasperante sonido del televisor encendido capta mi atención de vez en cuando, llevándome ciertas palabras: desapariciones, descontrol, matanzas, entre otras más agresivas. Tomo el control y bajo el volumen.
No es que no me importe, aunque en parte sea así, pero eso está muy lejos de mi área de trabajo, por lo tanto, es irrelevante.
Fastidiada abro el cajón derecho del escritorio, sacando una liga. Ato mi cabello en una coleta alta, dejando los famosos "gallos" . No es que no me guste mi trabajo, pero es odioso hacer lo que los demás olvidan.
—Deberías dejar eso para mañana.
Elevo un poco la cabeza, dándole una mirada cansada a la intrusa. Niego sin más, subiendo las gafas por el puente de mi nariz.
—Y tu deberías haber tomado un té de ruda—señalo su vientre abultado.
Su risueña risa hace eco en la oficina. Toca su vientre, regalándome una sonrisa.
—Nos dimos cuenta muy tarde—bromeó. Cierra la puerta a sus espaldas, caminando a tomar asiento.
Y no miente.
—¿Te quedas hasta tarde?—pregunto a la vez que busco unas hojas.
—No, quería pasar a invitarte—corta la oración, sonriendo y moviendo ambas cejas—, quiero decir, invitarlos a cenar el fin de semana.
Sus manos inquietas hurgan entre los papeles desordenados, buscando el diario que compro todas las mañanas y nunca leo.
Inquieta, curiosa y simpática. Así podría describir a mi compañera y amiga de trabajo.
—Veré si puedo, la mudanza nos tiene muy atareados—me excuso. Sello rápidamente parte de los últimos cheques, validando las cuentas.
—Podrás hacerte un espacio—afirma y rio por lo bajo. Enrrolla uno de sus dedos en su largo mechón rubio, moviendo los ojos de un lado a otro en el periódico—. Pero con todo lo que esta pasando yo también querría quedarme en casa.
Me encojo en hombros, restando importancia a las palabras de la rubia. Hace unos meses que trabajamos juntas, formando parte del pequeño departamento de contadores de la empresa.
Seguí escuchando sus palabras entusiasmadas sobre el cuarto recién pintado para su bebé y como odiaba el nombre que Ian, su esposo, había elegido para su bebé por perder una apuesta.
—Es que lo entiendo, quería mucho a la arpía de su abuela y bla bla bla—mueve su mano fastidiada, frunciendo el ceño—, pero, ¿elegir su nombre para nuestra bebé? ¿Qué tal te suena "Patricia"?
Ahora soy yo la que frunce el ceño, haciendo un mollín con los labios.
—Solo puedo pensar en Bob esponja—respondo con sinceridad.
—¡Yo igual!—chilla irritada. Recarga su rostro en sus manos, soltando un alto bufido—Al diablo, no dejaré que le haga ese mal—Así es Elisa, la mujer que se ahoga para darle cuenta de que solo tenía que ponerse de pie para ver qué el agua le llegaba a las rodillas.
Froto mi cuello cansada, engrapo el último montón de hojas y cierro mi laptop. Elisa capta el mensaje y toma de periódico para cerrarlo de nuevo, acomodando algunos papeles.
—Entonces, ¿nos vemos el fin de semana?—eleva ambas cejas.
—Nos vemos el sábado.
Asiento con una media sonrisa, escuchando un: ¡Eso! De su parte. Tomo mi saco de la silla giratoria junto con mi bolso. Revisando que nada se me olvidara por segunda vez salí de la oficina junto a Elisa.
Presionó el primer piso del asensor y una canción empezó a sonar. La rutina de los días no era tediosa, al menos para mí, me daba el equilibrio en mi vida que buscaba.
—¡Buenas noches señorita Elisa!—la efusividad del guardia de la primera planta fue lo primero que escuchamos. De pie junto a la puerta del asensor, como cada noche para saludar a mi amiga—¿Mucho trabajo arriba?
¿Por qué mierda no deja de insistir?
Elisa agacha levemente la cabeza, cubriéndose con su cabello, ocultando una sonrisa nerviosa.
—Como todos los días—contesta cordial. Creo que lo mandaré al diablo por ella.
—Puedo acompañarla a su auto si quiere, ya sabe—propone. De reojo lo veo tomar su brazo, haciendo que como buen apoyo de confianza me detenga también—, para que no le pase nada.
—No es necesario—repele en tono suave—. Que pases buena noche Turner.
Pacientemente espero a que la suelte, lista para arrancarle las uñas si sigue insistiendo. En cambio, el sujeto la suelta sin poner peros, mostrándole una sonrisa cordial.
—Buena noche señorita.
No me mal interpreten, comprendo su amabilidad y sus pequeños detalles, es un hombre idiota fascinado con mi amiga, pero su intensidad y su falta de comprensión por la incomodidad que genera me pone los pelos de punta. En más de una ocasión tuvimos roces, razón por la cual evita si quiera saludarme.
Elisa apresura el paso, afianzando nuestro agarre y tocando su vientre abultado. Salimos del edificio sin más contratiempos, en dirección al estacionamiento.
Me recargo contra su camioneta esperando que entre, mientras ella rebusca en su bolso por sus llaves.
—Ten—me tiende la mano con varios tikets—, son para comida, del restaurante de comida rápida de aquí enfrente—los tomo, mirando las letras impresas en ellos—. Con el embarazo me provoca náuseas de solo imaginarlo, no creo que vuelva a ir en toda mi vida—suelta con pesar.
Río entre dientes guardandolos en mi bolsillo. Sube a su camioneta y cierra la puerta, casi enseguida coloca los seguros y baja un poco la ventana.
—Ve con cuidado—me pide, sus dedos tamborilean sobre el volante—. Saluda a William de mi parte—sonríe despidiéndose.
Saco las manos de mis bolsillos, abriendo mi bolsa para buscar las llaves de mi auto. Elisa me espera sin prisa, despidiéndose de nuevo y vigilando que llegue a mi coche. Sujeto control y quito la alarma, a la vez los seguros y entro.
Coloco los seguros y el cinturón de seguridad, por fin respirando con tranquilidad. El estacionamiento no está del todo vacío, pero la escasa iluminación y el guardia tan alejado no son una buena combinación para andar sin cuidado.
Los faros de luz iluminan las frías calles de Luxemburgo por la temporada de invierno, empañando vidrios y nublando caminos gracias a la leve neblina. Los edificios de departamentos a oscuras con solo un brillo lejano encendido da pie a imaginar a las familias reunidas en los sofas viendo alguna absurda película.
Diviso a lo lejos la calle con casas individuales, las más cercanas a la ciudad que pude encontrar y lo más lejanas a la naturaleza. Estaciono el auto junto al otro, apagando el motor.
Pretendamos.
Alejo cualquier intento de conversación conmigo misma, frotando mis manos y tomando mi bolso. Los sensores de luz se encienden apenas abro la puerta, anunciando en silencio mi llegada. Con pasos firmes y apresurados llego a la puerta, abriendo con rapidez y cerrando igual.
—¡Ya estoy aquí!—grito impaciente. Dejo las llaves en un recipiente sobre una mesa de centro, sacándome el saco. Escucho sus pesadas pisadas en el piso superior.
Tal vez se pregunten: "Oh querida Lucy, hermosa e idiota hermosura, ¿qué es todo esto?" Agradezco su interés, pero la respuesta es fácil y más que simple:
Es una vida normal.
—Por fin llegas, ¡Estoy muriendo de hambre!—grita exagerado desde arriba el hombre—Dudé en si llegarías a dormir—continua igual, sonrío a medias, entrando a la cocina mientras lo escucho bajar las escaleras aprisa.
—Me retrasé con el papeleo—explico sin emoción.
Lo siento llegar a mi lado, estirándose para tomar los platos por encima de mi cabeza. Respiro sin discreción, embelesada por su varonil colonia. Elevo la cabeza para verlo, admirando sus mechones rubios, con algunas partes color canela, caer por su rostro hasta terminar en su barbilla.
—Estuve a punto de comerme al señor Rabo por eso—William deja ambos platos sobre la mesa, girando a verme.
—Con mi señor Rabo no te metas—amenazo divertida. Recarga sus brazos a mis costados, acercando peligrosamente su rostro al mío. El señor Rabo es un enorme gato amarillo.
Sus ojos cafés me miran con la misma alegría de siempre, contagiandome en el proceso.
—Es un incentivo para que llegues temprano—tontea con voz suave, rosando su nariz con la mía—, pero ahora, hay que cenar, estoy muriendo de hambre.
En un parpadeo retrocede, tomando los platos sobre la mesa para empezar a servir una extraña pasta que bien podría parecer engrudo, carne al vapor con verduras de acompañamiento. La tranquilidad de nuestro hogar inunda cada habitación, dejando a fuera la rudeza de la ciudad e interrupciones.
Al dejar la comida frente a mi lo hace junto a un corto beso en mi frente, tomando su lugar y sonriendo con calidez.
—¿Cómo estuvo tu día?—pregunta interesado, partiendo un trocito de carne.
Remuevo la pasta, arrugando la frente por su textura.
—Más cargado de lo habitual, Rebeca olvidó pasarme unos papeles y tuve que quedarme hasta tarde—contesto abatida, relajando los hombros al saborear la comida—. Esto se ve horrible—confieso sin filtro, tragando—, pero sabe muy bien.
—Me inspiré en ti para hacerla—canturrea burlón, llevando otra cucharada a su boca.
—Muy gracioso, imbécil—lo señalo con el cubierto. William sonríe de lado, despreocupado de todo a su alrededor. Si algo lograba calmar la inquietud en mi pecho, el temor en mis manos y la penumbra que me seguía era él. Extrañamente él cayó hasta el último lamento, o al menos, los mandó a lo más profundo de mi ser.
Al terminar lavó los platos, dejando que yo pudiese tomar un baño. Subo los escalones con pereza, mirando los cuadros colgados que tienen fotografías nuestras y de paisajes.
Dejo la ropa en el cesto de ropa sucia, dejando un recordatorio en mi cabeza para lavarla mañana. Todavía es confusa para mí esta vida cotidiana, repetitiva y pacífica. Al principio fue complicado adaptarme, bajar la guardia era todo un reto, pero necesario para no golpear al primero que me mirara mal.
Me despojo de mi ropa con toda la calma del mundo, dejando con ella algunas de mis inquietudes. Entro a la ducha, dejando que el agua caiga por mi cuerpo. Son extraños los sentimientos que deambulan por mi pecho, tan cambiantes. Cierro los ojos frotando mi cabello, esparciendo el shampoo. Algunas veces me permito recordar aquel día, recordar el sabor de la sangre sobre mis labios, el dolor ardiente en mi cuerpo, hasta su tacto caliente sobre mi piel.
Entre eso, el sonido el auto acelerar y los gritos de mi amigo para no dejarme dormir, aunque yo solo quería desaparecer, olvidar. Pero tristemente no lo logré. Una brutal sensación de adrenalina e inquietud fue inyectada en mi pecho, haciendo que abriera los ojos, con la respiración acelerada observé como la hermana de Tadeo saca una jeringa de mi pecho.
Dos golpecitos en la puerta me espabilaron, trayendome al presente.
—Lucy, ¿Te encuentras bien?—pregunta William detrás de la puerta.
Cierro las llaves, estirandome para tomar una toalla. Me seco y sin demora le abro, dándole una media sonrisa.
—Todo bien—contesto, tocando su pecho.
Su mano envuelve la mía, llevándola hasta sus labios, besando mis nudillos tiernamente. Mi corazón vibró ante él. Acorto la distancia entre nuestros pechos, levantando la cabeza para dejar un casto beso en su perfilada barbilla. Su mano presionó mi espalda baja, robándome un suspiro.
Paso los brazos por detrás de su cuello, deseosa de probar sus labios. No voy a mentir, este es el momento favorito de mis días, lo que lo aligera. Apunto de cerrar los ojos visualizo algo detrás, por la gran ventana de la habitación.
Y de pronto un fuerte estruendo.
Pedazos del vidrio de la ventana reventaron, pero apenas pude verlos, pues Willian tiro de mi cuerpo de nuevo al baño, cubriéndome de cualquier daño. Sus brazos soltaron mi cintura segundos después, girando para ver que había ocurrido. Asomé mi cabeza por un lado, mirando el vidrio de la ventana hecho añicos en el suelo.
—Espera, espera—lo detuve al ver que se quería acercar a la ventana—, puede haber alguien—lo sujeté de la camisa, evitando que avanzara.
—No podemos esperar a que alguien entre—contestó sin titubear, tomando mis manos para que lo soltara—. Todo estará bien, solo veré qué fue.
Por su tono de voz noté que quería calmarme, pero la paranoia que reprimía todos los días salió a flote. Tomé mi ropa interior limpiar mientras lo veía acercase a la escena. Rodeando los vidrios llegó hasta la ventana, dándome una última mirada antes de girar y ver por el hueco.
—No hay nadie—suspiró, mirando de nuevo los fragmentos. Entre estos miramos algo envuelto en un papel, con cuidado de no cortarse se agachó, tomando la bola de papel.
Una piedra cayó apenas lo desenvolvió, girando la hoja para ver qué tenía escrito. Su rostro confundido alarmó aún más mis sentidos, esperé a que me dijera algo, pero en cambio, desdobló la hoja por completo y me la mostró.
Con letras rojas y mal hechas estaban escritas dos palabras, las suficientes para hacerme temblar.
"Tik Tak"
. . .
¡Aquí de nuevo! Luego de poner mis ideas claras, después de muchos meses estamos de vuelta para las actualizaciones de Green Condemnation. Espero contar con su apoyo 💗
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