20 | centro comercial

—¿A dónde vamos? —preguntó Steve mientras él y Freya tocaban el suelo, caminando por las calles mientras trataban de pasar desapercibidos.

—Bueno, primero tenemos que quitarte ese uniforme —dijo Freya al ver una tienda de ropa al otro lado de la calle—. Vamos. Si queremos mantenernos fuera del radar, no puedes andar con eso.

Se dirigieron a la tienda, y mientras Steve escogía algo de ropa para ocultar el traje, Freya escogió dos gorras y dos pares de gafas de sol, y pagó todos los artículos antes de salir de la tienda.

—¿Y ahora? —preguntó Freya, mirando a Steve.

—Al hospital —dijo Steve—. El USB está ahí, en la máquina expendedora.

—¿La máquina expendedora? —preguntó Freya con incredulidad—. Qué estúpido lugar para esconderlo.

—¿Buscarías allí? —preguntó Steve.

—Bueno, no, pero igual —dijo Freya—. Será mejor que lleguemos allí antes que nadie más.

Cuando llegaron al hospital, se dirigieron hacia la máquina expendedora, y cuando Steve la miró, su expresión cambió a preocupación—. Estaba justo ahí.

—¿No está? —preguntó Freya, mirando la ranura vacía.

Detrás de ellos, apareció Natasha Romanoff, haciendo explotando su chicle. Steve se giró para mirarla, antes de agarrarla del brazo y empujarla hacia una habitación desocupada. La empujó contra la pared.

—¿Dónde está? —preguntó Steve.

—A salvo —respondió Natasha.

—Steve, cálmate —dijo Freya, cerrando la puerta detrás de ella.

—Dime—espetó Steve.

—¿De dónde lo sacaste? —preguntó Natasha.

—¿Por qué te lo diría? —replicó Steve.

—Fury te lo dio —adivinó Natasha—. ¿Por qué?

—¿Qué tiene? —preguntó Steve.

—No lo sé —respondió Natasha.

—Deja de mentir.

—Solo actúo como si supiera todo, Rogers —dijo Natasha.

—Apuesto a que sabías que Fury contrató a los piratas, ¿no? —preguntó Steve mirando hacia atrás para comprobar que no había nadie escuchando.

—Bueno, tiene sentido —respondió Natasha—. El barco era ilegal, Fury necesitaba entrar y tú también.

—¡No volveré a preguntar! —espetó Steve.

—Sé quién mató a Fury —dijo Natasha—. La mayoría de las agencias de inteligencia no creen que existe. Los que creen en él lo llaman el Soldado del Invierno. Tiene en su haber más de dos docenas de asesinatos en los últimos 50 años.

—Así que es un mito —dijo Steve.

—Hace cinco años, escolté a un ingeniero nuclear fuera de Irán —explicó Natasha—. Alguien disparó a las ruedas del auto cerca de Odessa. Perdimos el control y caímos a un acantilado. Logré salvarnos a los dos. Pero el Soldado del Invierno estaba ahí. Estaba cubriendo al ingeniero, entonces él le disparó a través de mí —Natasha se levantó la camiseta para revelar una cicatriz desagradable—. Una bala soviética. Sin estriado. Adiós a las bikinis.

—Sí, apuesto a que ahora te ves muy mal en ellas —dijo Steve.

—Buscarlo no tiene sentido. Lo sé porque lo intenté —respondió Natasha después de una pausa. Ella levantó la memoria USB—. Como dijiste, él es un mito.

Steve tomó la memoria USB—. Bueno, averigüemos qué quiere.

—S.H.I.E.L.D nos está rastreando a mí y a Steve —dijo Freya—. Tenemos que permanecer fuera de la vista, evitar el uso de teléfonos y no ser reconocidos.

—Sé adónde podemos ir —sugirió Natasha—. No podemos usar nuestras propias computadoras, así que usaremos una en la tienda de computadoras en el centro comercial.

—Esa es una buena idea —asintió Freya.

—¿Confías en ella? —le preguntó Steve a Freya, mirando a Natasha.

—Vamos, Rogers —sonrió Natasha—. Me estás rompiendo el corazón.

—Confío en ella —respondió Freya—. Le confío mi vida.

Steve suspiró—. Entonces vamos al centro comercial.

No podían arriesgarse a tomar un taxi y hacerse notar, así que caminaron la corta distancia desde el hospital hasta el centro comercial, entrando con las capuchas puestas sobre sus cabezas. Steve llevaba un par de anteojos y Freya no pudo evitar pensar que se veía adorable.

—La primera regla al escapar no es correr, sino caminar —dijo Natasha mientras Steve miraba a su alrededor con ansiedad.

—Si corro con estos zapatos, se me saldrán —dijo Steve.

Entraron en la tienda y encontraron una computadora desocupada cerca del fondo de la habitación. Natasha comenzó a teclear en la computadora—. El disco tiene un programa de seguimiento avanzado. En cuanto lo iniciemos, S.H.I.E.L.D sabrá dónde estamos.

—¿Cuánto tiempo tendremos? —preguntó Steve.

—Alrededor de nueve minutos desde... ahora —dijo Natasha insertando el USB en la computadora. Cuando los datos comenzaron a aparecer, Natasha suspiró—. Fury tenía razón acerca del barco. Alguien intenta esconder algo. Esta información está protegida por algún tipo de Inteligencia Artificial. Se sobrescribe para evitar mis órdenes.

—¿No puedes obtener control manual? —preguntó Steve.

—La persona que lo diseñó es un poco más inteligente que yo —dijo Natasha—. Un poco. Intentaré abrir un rastreador. S.H.I.E.L.D diseñó esto para rastrear programas malignos, así que no podemos leer este archivo, quizás podemos descubrir de dónde proviene.

—¿Puedo ayudarlos? —preguntó un empleado.

Freya, que estaba parada entre Natasha y el empleado, colocó su mano sobre el hombro de Steve—. No, mi prometido y mi amiga me están ayudando a elegir destinos de luna de miel.

Años de misiones encubiertas le habían permitido a Freya invocar mentiras en el acto para proteger su tapadera, y cuando Steve la miró confundido, ella le envió una sonrisa.

Él sonrió torpemente—. Sí, nos vamos a casar.

—Felicitaciones —sonrió el empleado—, ¿a dónde les gustaría ir?

Steve trató de esconder la computadora del empleado, mirando la pantalla—. Nueva Jersey.

—Todavía estamos tratando de llegar a un acuerdo —dijo Freya.

—Ah —dijo el empleado, antes de mirar a Steve durante un segundo de más, y Freya pensó que habían descubierto su tapadera—. Tengo exactamente los mismos anteojos.

Freya suspiró aliviada—. Vaya, parecen gemelos .

—Sí, ojalá —dijo el tipo con una sonrisa, mirando a Steve—. Espécimen. Si necesitan algo, soy Aaron.

—Gracias —dijo Steve mirando a Freya—. Entonces, ¿nos vamos a casar?

—Vamos, Steve, era solo para mantener nuestra tapadera —respondió Freya con una carcajada—. Que casi arruinas.

—No es mi culpa que mientas tan bien —dijo Steve.

Freya se encogió de hombros—. Años de práctica.

—Cállense —dijo Natasha—. Suenan como una pareja de viejos casados.

—Dijiste nueve minutos, vamos —dijo Steve, mirando por encima del hombro.

—Relájate —dijo Natasha lentamente—. Lo tengo.

Todos miraron la pantalla y los ojos de Steve se abrieron como platos. Freya se dio cuenta y frunció el ceño—. ¿Lo conoces?

—Solía conocerlo —respondió Steve—. Vamos.

—No tenemos mucho tiempo —dijo Freya.

Salieron de la tienda y Steve se puso instantáneamente en alerta máxima—. Equipo estándar de táctica. Dos atrás, dos al otro lado y otros dos justo enfrente. Si nos reconocen, yo me encargaré, ustedes bajen al metro por la escalera mecánica.

Natasha suspiró—. Los veo al frente. Es menos probable que nos note.

—Ten cuidado —dijo Freya cuando Natasha se separó de ellos. Luego miró a Steve, quien estaba expresando sus preocupaciones—. Cállate y abrázame. Ríete de algo que dije.

—¿Qué?

—Hazlo —exigió Freya, y Steve colocó un brazo alrededor de sus hombros, agachando la cabeza mientras se reía—. Tenemos que salir de aquí.

—Escalera mecánica —dijo Steve, y los dos subieron a la escalera mecánica.

Freya vio a Rumlow en el lado opuesto de la escalera mecánica, dirigiéndose hacia ellos, y se volvió hacia Steve, recurriendo a medidas drásticas—. Bésame.

—¿Qué? —preguntó Steve.

—Las demostraciones de cariño en público incomodan a la gente —dijo Freya rápidamente—. Créeme, ha funcionado con Nat un par de veces solo para evitar que nos descubran.

—Espera, ¿qué? —preguntó Steve—. ¿Tú y Nat?

Freya puso los ojos en blanco, agarrando el cuello de Steve y tirando de él hacia abajo para encontrarse con ella en un beso. Esta era la primera vez que se besaban desde que su relación comenzó a tomar impulso, y Freya estaría mintiendo si dijera que no lo disfrutó. Steve colocó una mano en su cintura, con cuidado de sus vendajes mientras continuaba besándola hasta que estuvo seguro de que Rumlow había pasado.

Cuando se alejaron, Freya sonrió—. ¿Aún sigues incómodo?

—Esa no es la palabra que usaría —dijo Steve, siguiendo a Freya por las escaleras mecánicas—. ¿Vamos a hablar de eso?

—¿De qué? —preguntó Freya—. Era solo para evitar ser atrapados.

—Freya, sabes a lo qué me refiero —dijo Steve, poniéndose a su lado—. ¿Qué somos? Eso no fue solo un beso para que no nos descubran

—Steve, yo... no sé —dijo Freya con un suspiro, sin mirarlo mientras caminaban—. ¿Podemos hablar de eso más tarde? ¿Cuándo estemos fuera de aquí?

Steve asintió—. Claro.

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