"02"

POV Narradora

“Pronto vendrá una amiga”.

Una amiga...

Amiga.

O al menos eso, trataba de repetirse el diseñador mentalmente, tirado en el sofá, solo, perdido en la soledad intensa de su habitación.

Giró un poco su cabeza, mirando hacia la ventana, la cual mostraba como el sol comenzaba a salir. Se mostraban esos tonos anaranjados, amarillos y, levemente, rosados, los cuales tanto hipnotizaban al diseñador.

Por unos segundos, recordó las primeras prendas que diseñó, esa primera colección que logró completar y que tanto le enamoró.

Y, por supuesto, pudo recordar todas esas noches en vela, cada vez que se trasnochó, todas esas tazas de café que venían acompañadas de la sonrisa tan dulce de esa chica.

Levemente sonrió, antes de levantarse u caminar hacia el escritorio que tenía en su habitación. Su mano fue hacia una gaveta de la izquierda, levantó una pila de papeles, hasta tomar una pequeña tarjeta, bastante vieja y maltratada por el tiempo.

Un pequeño gafete de identificación, con una foto suya, en su juventud, en esa época donde el estilo "Punk" le consumía.

Al final, debajo de toda la información personal del mayor, estaba firmado con su apodo de ese tiempo.

“Gaby”.

Frunció el ceño ante el recuerdo de la voz femenina llamándolo de esa forma tan, tan dulce...

—Dulce...

Soltó a penas en un murmullo, relajó la expresión, y pronto sintió su cuerpo alivianarse por completo. Y eso le causó una gran indignación, puesto que, aún si pasar de los años, seguía bajando la guardia cada que se trataba de ella.

Cuando el Sol subió por completo al cielo, la luz inundó por completo la habitación, y, metafóricamente, el diseñador asoció esa obra de la naturaleza con la peculiar chica.

Y ahí estaba, otra cosa que le recordaba a ella, o más bien, a como ella decía amar la forma tan "filosófica" que el diseñador veía el mundo.

Por unos segundos más, se quedó quieto, apoyando su cuerpo contra el mueble, e imaginó una colección, inspirada en los primeros vestidos y creaciones que hizo de joven.

Dulce...

Ladeó un poco la cabeza, encontrando agradable esa palabra.

Sweet”.

Quizá era un mero impulso, pero, la idea de volver a trabajar como cuando era joven, volver a desvelarse, volver a cocer cada pieza a mano, cada detalle, era tentadora. Y quién sabe, quizás ella podía volver a ser su compañía en esas largas noches.

—Quizás...

( . . . )

Unos tacones resonaron por la calle, unos brillantes zapatos de un rojo carmesí, cuya dueña portaba con su sofisticado y admirable postura, haciéndolos relucir aún más.

La adulta dudaba en si era la dirección correcta, pues no esperaba tal "casa", mejor dicho palacio, para el diseñador, a pesar de poseer tanto dinero, no era nada comparado al antiguo Gabriel que conoció, el cual vivía en el viejo ático de un estudio de arte que alquilaba a sus veinte años.

Claro, todo fue antes de ella...

Mordió su labio, notando el timbre que se encontraba en el gran portón de metal negro, dudó unos segundos en tocar, creyendo que quedaría en ridículo al equivocarse de dirección.

En su defensa, Wikipedia decía que esa era la dirección correcta.

Soltó un suspiro antes de tomar valor y tocar el timbre, quedando sorprendida por unos segundos al notar la cámara de seguridad dirigirse a ella.

—¿Si, diga?— preguntó una voz femenina, la peli___ frunció el ceño, sin recordar que Gabriel haya mencionado algo de una pareja o por el estilo.

—Buenos días, eh... Busco a Gaby- Gabriel Agreste.— su voz tartamudeó más de lo que creyó, sonrió nerviosa, sintiéndose una adolescente haciendo una locura al buscarlo.

Es decir, después de casi 20 años se animó a buscarlo, y solamente, por beneficio propio al necesitar el divorcio.

—¿Su nombre, señorita?

—Ah, si...— murmuró por lo bajo, dudando en que apellido usar, y, para intentar aligerar el ambiente, dijo —Soy ____ Grassette.— respondió con un ligero tono burlón.

No recibió una respuesta, por lo cual creyó que no le volverían a contestar, o eso fue hasta que las grandes rejas se abrieron, y sin esperar otra señal, encaminó sus pasos hacian la entrada de la mansión.

Sus ojos viajaban de aquí para allá, mirando con asombro la recidencia de su viejo amigo. Sin embargo, sus pasos se detuvieron frente a una mujer, alta y delgada, de traje y un característico mechón rojo.

—Buenos días, señora (_t/a_)— saludó con un tono frío y una inclinación de cabeza, a lo cual la peli ___ frunció el ceño al escuchar su apellido de soltera — el señor Agreste la espera, por aquí.

Ambas mujeres caminaban por la mansión, en lo que para ___ parecía una tétrica y oscura casa de películas de terror. No entendía cómo, pero una atmósfera oscura rodeaba todo el lugar, y le era raro, pues no había rastro de su amigo.

El lugar estaba lleno de detalles minimalista y rústicos a la vez, completa de tonos tierras y neutros, lo cual le sorprendía, no había un detalle alguno que mostrara el peculiar estilo de su amigo de la adolescencia.

Justo arriba de unas grandes escaleras, pudo divisar un gran retrato, de su amigo, con ese rostro serio que vio en tan pocas revistas y entrevistas. Aunque, estaba acompañado de un pequeño, un adolescente seguro, un niño rubio y de ojos verdes, que, por unos segundos, le hizo recordar momentos fugases que rondaban por su mente de una rubia hermosa y alegre, además de un sentimiento horrible que creyó ocultar.

En los ojos de ese niño había triste, una muy grande, como si fuera ya una rutina vivir con ese amargo sentimiento. Mientras que, la mirada azul grisácea que alguna vez le enamoró, mostraba odio, rencor hacia el mundo y a si mismo, como si le hubieran arrancado algo muy importante.

"Lamentable desaparición de Emilie Agreste, modelo y esposa del diseñador Agreste, lleva días desaparecida."

A su mente llegaron las vagas noticias que pudo encontrar mientras buscaba el paradero de Gabriel, y pronto llegó a sentir culpa.

Ella buscando un beneficio propio y su amigo junto a ese dulce niño sufriendo la pérdida de una esposa y madre.

Soltó un suspiro y levantó la mirada, encontrando a la mujer del mechón rojo mirándola fijamente, pues a la mente de Nathalie llegaron algunas fotos viejas que encontró en el escritorio de si jefe alguna vez, aunque poco pudo reconocerla.

—El señor Agreste vendrá en unos minutos, ¿Gusta algo de beber?— preguntó la azabache con seriedad, como si tratara a algún socio de su jefe.

—Un poco de agua, por favor y gracias, ehh— dudó unos segundos al no saber su nombre, hasta que recordó una noticia que leyó por ahí — Nathalie, ¿No?

La ejecutiva tan solo asintió como respuesta antes de dirigirse a lo que la peli___ creía que era la cocina.

Con más curiosidad siguió explorando el lugar con la mirada, perdiéndose en sus propios pensamientos unos segundos, regresando en si a penas sintió una pesada mirada sobre ella.

Volteó con cuidado, encontrando al mismo adolescente del retrato mirándole, con suma curiosidad y un brillo intenso en sus ojos.

Y por unos segundos recordó la curiosa y brillante mirada de un joven Gabriel, quien encontraba maravillas hasta en lo más simple.

—Buenos días— saludó el adolescente, a quien la mayor le dió unos 14 años— Disculpe, señorita— y un sonrojo se atravesó en su rostro mientras desviaba la mirada apenado.

Le causó ternura a la mujer, pues era como ver a un tímido y joven Gabriel, era como ver a su Gabriel, aunque mezclado con esa mujer rubia.

—No pasa nada, cariño.— le restó importancia, sin darle importancia al apodo que hizo sonrojar más al menor— Soy ____, y tú eres Adrien, ¿No?

El menor asintió energético, acercándose a la mayor para verle con detenimiento, pues era bonita, y mucho, además de que tenía un aroma dulce que enseguida le gustó.

—¿Usted es la amiga de mi padre? — con cuidado preguntó, creyendo que era muy fácil hablar con ella.

—Si, aunque no esperaba ver a este "Gabriel Agreste" tan serio, sino a un Gaby más relajado— confesó mientras reía, notando como el chico fruncía el entrecejo.

—¿A mi padre le decían "Gaby"? — con sorpresa le miró.

—¿Porque le dices "padre"?— se atrevió a preguntar, sin entender porqué tanta formalidad entre padre e hijo— se dice "papá" o "pa", corazón — sonrió y le revolvió el cabello.

Los ojitos de Adrien brillaron, no estaba acostumbrado a las muestras de afecto, menos por parte de una mujer que no sea su maestra o Nathalie raramente y a su peculiar forma.

Unos pasos alertaron a ambos presentes, quienes vieron con sorpresa como un sonriente Gabriel llegaba a la escena, raramente, despeinado y con la ropa desarreglada.

—____, querida— mencionó con evidente emoción en su rostro, aunque su sonrisa se fue apagando al ver a su hijo— Adrien, creí que tenías colegio hoy.

El rubio bajó la mirada apenado, jugueteó con sus dedos, hasta que sintió la mano de la mujer en su hombro, levanto la miraba y vio como aquella extraña mujer miraba a su padre con desaprobación.

—Veinte años sin vernos, y lo primero que haces frente a mí es tratar de esa forma a tu hijo.— regañó al diseñador, quien no pudo evitar sonrojarse un poco de la pena, sorprendiendo a su hijo.

—____, aún no se te quita la costumbre de regañarme al parecer — quiso sonar serio, aunque sonó más a una broma que a un reproche.

—Yo... Lo siento, padre, tengo fiebre y Nathalie dijo que mejor me quedara a descansar. — murmuró, aunque fue escuchado por ambos mayores.

Para sorpresa de ambos, la mujer recién llegada se agachó a su altura, tocó su frente y mejillas para comprobar la temperatura y frunció el ceño.

Las mejillas de Adrien estaban más sonrojadas que antes, sintiendo su corazón latir con muchísima fuerza ante ese acto, donde él encontró una pizca de ese cariño maternal que tanto anhelaba, y por el pronto aprecio que desarrolló hacia la mayor.

—¡Pero si estás hirviendo, pequeño!— exclamó con preocupación, miró a Gabriel, quien tenía la mirada fija en ellos.

A pasos rápidos, y con una preocupación poco evidente, el diseñador se acercó y se agachó a la altura de su hijo, tomando también él la temperatura corporal de niño.

Adrien sentía que su corazón podía estallar en ese momento, por mucho tiempo anheló la atención de su padre como eso, un padre, y, de la nada, llega esa mujer que le hace sentir eso que tanto quiso.

Cómo si fuera un pequeño niño haciendo berrinche, tosió un poco, quizás fue lo suficientemente convincente, porque la mujer frunció más el entrecejo antes de pararse y mirar a Gabriel.

—Debe descansar, que se acueste y hazle un poco de té de hierbas con manzanilla.— dijo mientras el mayor asentía— cariño, debes cuidarte más a ti mismo, eres pequeño todavía.

Las palabras de ___ se clavaron directamente al corazón de Adrien, aún más cuando acarició su rostro y le sonrió.

—Tu papá te lleva a tu habitación, yo te haré un té, si me dejas, claro— miró al diseñador, quien sonrió un poco.

—Esta es también tu casa, ____— respondió y tomó al niño del hombre mientras iban a la habitación.

Ambos sintieron los pasos de ___ dirigirse a la cocina aparentemente, ambos rubios siguieron subiendo por las escaleras, hasta que Adrien miró a su padre con una sonrisa inocente, demasiado inocente y que Gabriel conocía como "la sonrisa antes de las preguntas", como solían decirle al pequeño Agreste de bebé.

—¿Significa que tengo una nueva mamá?— preguntó cómo si nada, logrando que la cara de su padre cambiara por completo — porque esto de tener una mamá se siente lindo, papá. — y tras ese comentario siguió a su habitación como si nada.

El mayor tardo unos minutos en salir de su shok, girando rápidamente hacia la puerta que apenas y se cerraba, donde su hijo seguía con una gran sonrisa.

—¡Adrien Agreste!— exclamó, entre molesto y apenado, sintiendo su rostro arder a más no poder.

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