Reunión

GOTAS DE LLUVIA SOBRE MI CABEZA

Autora: Clumsykitty

Fandom: DC

Género: AU -Sci-Fi/Omegaverse

Parejas: Superbat, JayDick, Halbarry como principales.

Derechos: Los personajes pertenecen a DC y los abogados. Yo solo soy un gusanito.

Advertencias: Pues esto no será agradable, hay mucho dolor, sangre, sufrimiento como lo propio de un Omegaverse. Gente mala haciendo cosas malas. Yo pensando mil locuras con eso. Inspirado en la saga "Injustice".

NOTA CLUMSY: Por las dudas, esto que leeréis aquí no es una oda al canon, hay cambios de hechos y circunstancias para mi complacencia pura y vil. Si no estáis cómodos con eso, os invito a partir en busca de mejores historias que os hagan sentiros a gusto.

Gracias por leerme.



***

Reunión.

"No hay mayor mentira que la verdad mal entendida."

William James.



Bruce miraba por el espejo las diligentes manos de Alfred terminando de alisar sus ropas de gala para la cena a punto de comenzar en la Atalaya. Una reunión con todos los altos mandos, los amigos de confianza del Régimen. Aliados. Invitados por el Alto Consejero para hacer pública la noticia del próximo nacimiento de su primogénito. Tomó aire, levantando su mentón, aunque sentía que las piernas no iban a obedecerle para salir de ahí camino al gran comedor donde ya se habían reunido todos los invitados. El protocolo decía que era necesario que usara los mejores regalos de su Alfa, además de esas galas. Alfred terminó, alejándose unos pasos para que pudiera girarse. Bruce cerró sus ojos unos momentos y el mayordomo fue a él tomando sus manos.

-¿Cuál fue la primera lección aprendida, Amo Bruce?

Éste abrió sus ojos. -Adaptación.

-Exacto, si las circunstancias son inamovibles nos adaptamos a ellas para hacerlas movibles. Ahora, estaré ahí en la cena.

-Gracias, Alfred. No podría hacer esto si no estuvieras aquí.

-Lo sé, Amo. ¿Listo?

-Adelante.

Luego de su estadía en Arkham, Clark se había marchado a buscar al rey de Atlantis por todos los rincones donde se le conociera, sin encontrar rastro alguno. Nunca lo haría si era cierto que vivían en lo profundo del mar, tan profundo que las naves del Régimen no alcanzaban a bajar para alcanzarle. Quizá por ello se había disparado también esa sobreprotección, para Bruce había muchos factores en juego. La actitud de su Alfa no le sorprendió, pero si sus palabras cuando le hizo saber que había sido él quien había traído a Alfred cuando éste se hizo presente en uno de los cuarteles del Régimen, un guardia lo había visto deambulando cerca, aparentemente huyendo de un grupo de jóvenes Alfas bandoleros y lo llevó ahí. El mayordomo con toda la seguridad que se le conocía simplemente pidió ver al Alto Consejero quien, al saber de él, fue de su propia boca de donde salió la propuesta. Clark estaba tan feliz con la noticia que Bruce volvió a pensar en aquello de la mente perdida de su Alfa, esas risas felices, su voz dulce prometiendo mil y una tonterías durante el embarazo. No se podía ser tan cruel con pensamientos tan nobles, no de esa manera tan... sincera.

-¡Bruce!

Clark le sonrió, tomando su mano que besó por el dorso, llevándole así hacia la sala llena de diferentes como arrogantes aromas. Reverencias como regalos desfilaron ante él, presentando sus respetos a la dupla. Todo era risas, no del todo sinceras, pero nadie parecía agresivo en la cena de gala, ni siquiera su propio Alfa quien más bien parecía uno de esos cachorritos al que le han dado un pedazo de carne, deshaciéndose en atenciones hacia él. Cuando estaban todos sentándose, el Alto Consejero le llamó aparte, a una pequeña salita adjunta con un ventanal que miraba hacia el cielo nocturno, estaba eufórico como ansioso. Bruce le observó curiosidad al ser llevado casi corriendo a la habitación, quedándose a solas con él.

-¿Qué sucede?

-Ah, quería hacer algo antes.

El Omega frunció su ceño sin comprender tanta emoción, Clark se giró, buscando en la pequeña y redonda mesita una cajita que abrió, tomando de ahí un brillante anillo. Ante sus atónitos ojos, hincó una rodilla en el suelo, mirándole con esos ojos claros y limpios de un hombre que había conocido años atrás.

-Bruce Wayne, ¿serías mi pareja, mi esposo?

Muchas alarmas se dispararon en Bruce, quedándose boquiabierto unos segundos mientras pensaba aprisa. Una parte de él -la mayor parte- gritaba un rotundo SÍ a la propuesta, la otra, más temerosa negaba con todas sus fuerzas. El Alfa no estaba obligándole, de hecho, estaba retrayendo su esencia en espera de su respuesta libre, voluntaria. Clark Kent en verdad quería casarse con él.

-Sí.

Había miedo en su interior mezclado con felicidad, hubiese sido una tontería rechazarle, pero tampoco es que realmente hubiera querido hacerlo. Kent sonrió con lágrimas en los ojos, colocando el anillo en su dedo anular izquierdo, besándolo después. Un cortejo antiguo que ya pocos realizaban, pero que el Alfa, ése detrás de toda la rabia y miedo, deseaba hacer para su Omega. Si ese hombre de rodillas ante él podía mantenerse mucho más tiempo a flote, las cosas podrían cambiar, una vocecita en la mente de Bruce le decía que solo él podía lograr aquello.

-Te amo, Bruce.

No respondió nada a ello, prefiriendo hacer que se pusiera de pie, recibiendo tantos besos que le dejaron mareado. Las manos del Alto Consejero bajaron sospechosamente a su trasero, levantando su mirada hacia él con una ceja arqueada.

-La cena.

-Pueden esperar.

-Clark... ¡Clark!

Regresaron más tarde con todos esperando pacientes y algo confundidos a que aparecieran, Bruce algo desorientado con mejillas todavía sonrojadas acompañado de un Alfa sonriente, quien hizo el brindis de inicio dando las buenas nuevas, tanto la llegada de un cachorro como de su enlace con su Omega. Bruce sintió la mirada de Diana, apenas alzando la vista a ella. Estaba... celosa. Mientras que para más de la mitad de los invitados aquello de una ceremonia de boda sonaba más a un capricho que se le había ocurrido de momento al Alto Consejero, Diana pareció conocer de aquel rito viejo. La ignoró porque tenía demasiadas cosas en qué pensar, una cena que todavía atravesar como un suave baile en medio de los invitados que ofrecer antes de retirarse. De vez en cuando buscaba con la mirada a su mayordomo, Alfred siempre cerca, sirviéndole como siendo una discreta pero amenazante barrera a quienes se le acercaban demasiado.

-El Alto Consejero desborda felicidad -le comentó éste cuando la cena acabó, ayudándole a cambiarse.

-¿Crees que es falsa?

-Lo dudo mucho, me recuerda a un cachorro recibiendo en su cumpleaños un juguete nuevo.

-Yo soy el juguete.

-Dicen que hay juguetes inteligentes.

Bruce entrecerró sus ojos. -¿Sabes de la ceremonia?

-Por supuesto, Amo. Y me alegra estar aquí para ello -Alfred le miró con una sonrisa- Cuenta la tradición que hay que entregar al Omega.

-¿Entregar?

-Es una manera de decir, usualmente lo hacía el padre o el pariente más cercano.

-Al menos tendré la dicha de que mi padre haga mi entrega.

Alfred se quedó quieto, luego riendo apenas alzando sus cejas con un largo suspiro.

-Ya estoy viejo.

-Eso ni tú lo crees, Alfred.

-Por favor, Amo Bruce, estoy entrando en mi papel.

-De verdad, gracias por haber venido.

-De niños a niños, tenía que cuidar al más vulnerable de todos.

Tal era esa emoción de Kent por la ceremonia que dejó a cargo a su mayordomo para los detalles al saber que tenía mejor conocimiento de cómo se llevaba a cabo el rito. Bruce hubiera querido que eso había sido el peor error de su vida porque Alfred era metódico e increíblemente detallista para cosas así, si su Alfa quería una ceremonia a corto plazo tuvo que esperar porque los preparativos, aunque pequeños tuvieron que pasar los múltiples filtros de un exigente mayordomo. Todo aquello le divirtió, creyendo que Alfred estaba probando la paciencia del Alto Consejero. Enorme sorpresa se llevó al ver que fue todo lo contrario, una vez más ahí estaba ese Clark sincero, curioso como paciente que anhelaba hacer todo cuanto por él y su cachorro.

-Alfred, ¿qué es todo esto?

-Se llaman telas, Amo Bruce. Son para sus galas.

-¿No basta con lo que ya tengo?

-Por la memoria de los Señores Wayne, que no hayan escuchado eso.

-Todo mi estudio está lleno de telas. No hay donde poner un pie.

-Pues donde los ha puesto ahora están perfectos, le tomaré medidas, hay algo que pronto se comenzará a notar.

La Atalaya era una mala influencia para todos, incluyendo a su mayordomo.

Incluso Conner a quien veía con mayor frecuencia también estaba feliz, cada vez le costaba más a Bruce el poder enviar un mensaje con él a su cachorro. Con todos encima observando era la peor de las ideas por mucho que anhelara decirle unas palabras a Tim. Estaba seguro de que su hijo ya sabía que estaba con Conner, pero no podía hacer más sin arriesgarlo. No le agradaba en lo absoluto el humor de Diana, ella permanecía tan leal como amigable pero debajo de esa cortesía notaba el enojo que guardaba. El Alto Consejero lejos de ejecutar o torturar al líder de la Insurgencia para acabar de una vez con el movimiento, lo había marcado, preñado y ahora iban a casarse. Algo que ya estaba molestando a la amazona. Aprovechando la ausencia de Clark, Bruce decidió hablar con ella, ese indignante instinto de protección a su cachorro que le pedía mantener a raya cualquier amenaza antes de que naciera.

-Quisiera pedirte algo.

-Adelante, Omega Kent. ¿Es para la boda?

-No, propiamente. Me gustaría... escuchar tus palabras sinceras respecto a mí.

Diana arqueó una ceja, mirándole con sospecha. Era su escolta del día, paseando por los pasillos ahora solitarios de la Atalaya.

-¿Mis palabras sinceras?

-Hay algo que piensas sobre mí, pero no lo dices en voz alta. El Alto Consejero no está, puedes hablar con libertad.

-Te adjudicas autoridades que no tienes, Omega Kent.

-¿Acaso tienes miedo de mí?

-Y eres soberbio, además -bufó Diana, deteniéndose- Sólo porque resultaste ser un Omega inmune es que ahora estás vivo. No te presentes ante mí como un superior porque tu posición junto al Alto Consejero fue más un golpe de suerte que un destino.

-¿Te parece?

-¿Quieres mis palabras sinceras?

-Adelante.

-Sé tu secreto.

-¿Cuál de todos?

-Tú eres quien sacó a Clark de la zona de desastre luego de la bomba. Jamás podría olvidar tu aroma. Desde entonces ya te habías fijado en él.

Bruce bajó apenas sus párpados. -Como tú.

-Clark va a desencantarse de ti.

-¿Alguna razón en particular?

-Los Omegas no sirven para nada, menos para algo tan estable. Son débiles, sus Celos los hacen rameras del mejor postor.

-Como los Alfas son los causantes de los peores desastres. Sobre todo, si es una mujer Alfa que se convirtió en Metahumana para llamar la atención del Alto Consejero.

Diana chasqueó su lengua. -Tienes una boca altanera.

-Yo no he obligado a Clark para hacer nada de esto, ha sido su voluntad. Si tú realmente hubieses tenido una auténtica compatibilidad, no hubiera importado que yo hubiese sido un Omega inmune, porque un Vínculo así no se puede forzar, Diana. Por más feromonas que te inyectes, si no existe empatía todo esfuerzo será en vano.

-¿Estás feliz ahora que lo has dicho?

-No lo hago para humillarte, es para abrirte los ojos. Eres una mujer muy fuerte, pero no estás en el camino que debieras.

-¿Dónde, según tú, debiera estar?

-Esa parte no me corresponde, solo tú puedes responder a ello. Pero no desperdicies tu vida siguiendo algo que no es tuyo.

-Cuida tu lengua, Omega Kent, porque estás insinuando traición.

-Si realmente te importara, harías lo correcto por él. Eso no es traición, se llaman principios, deberías volver a tu isla para leer sobre ellos.

La ceremonia fue una tarde cobriza de un invierno que comenzaba, en el jardín más grande dentro de la Atalaya con esos mismos invitados que la cena de gala. Alfred caminó con él, sujetándose de su brazo más para darse valor que otra cosa, hasta quedar frente a un Juez de Paz y recibiendo otro anillo ahora de oro con una S entretejida. Bruce colocó otra en la mano izquierda del Alto Consejero, escuchando sus votos como Alfa. Se alarmó cuando Alfred felicitó a Clark con la muy seria, nada bromista amenaza de no hacerle daño o entonces sabría lo que puede llegar a hacer un mayordomo para defender al más querido de sus hijos. Kent lo tomó a bien, nada sorprendido de sus palabras. Luthor también estaba ahí, siempre discreto con sus palabras. Parecía muy complacido con la boda, un detalle que Bruce no olvidaría.

-La tradición dicta que hay un regalo de bodas para mi Omega -dijo Clark cuando estuvieron a solas, en medio de regalos de todo tipo y las rosas que ya eran una vista común en sus aposentos- Pensé en muchas cosas, pero supe que nada haría más feliz a mi Bruce que el poder ver a sus hijos.

-¿V-Verlos?

-Sí -el Alto Consejero sonrió, tomando sus manos que besó- Ya lo he hablado con Alfred, él te escoltará para reunirte con ellos, en Nueva Metrópolis. Una pequeña visita. No te preocupes, nadie los seguirá, no es una trampa. Ellos seguirán siendo libres como hasta ahora, si así lo quieres.

Bruce apenas si habló. -Gracias, Alfa.

Alfred se lo confirmó, había sido una idea completamente de Kent el que bajara con sus cachorros. Había que ser muy tonto para no pensar que bien podía usar todos los recursos del Régimen para atraparlos y mantenerlos cautivos, pero no lo hacía para no alterarlo a él. Un juego o una concesión, como fuera, ahora podía verlos por unos momentos. Abrazarlos. Las primeras nevadas comenzaban a caer en la ciudad cuando se dio la reunión, cortesía de algunas intervenciones de Lex Luthor, encargado de hacer llegar el mensaje a sus hijos. El corazón de Bruce casi se le salía del pecho mientras bajaban en una de las naves, celosamente escoltado por los Metahumanos, apretando con fuerza la mano de Alfred mirando el paisaje que tantas veces había patrullado. Le parecía que habían pasado siglos desde entonces.

-Calma -le susurró su mayordomo.

El Omega tenía un miedo reservado que no era para menos, pues su vientre ya no era plano del todo, imposible hacerlo pasar por algo más, ni tampoco el aroma a Alfa que traía encima. ¿Qué iba a decirles respecto a eso? Respecto a su cautiverio, su Marca, el anillo, el cachorro que crecía en su vientre. Deseaba tanto poder ver sus rostros una vez más, pero al mismo tiempo un nudo en su garganta se hacía más apretado. Si ellos llegaban a rechazarlo, habrían hecho lo correcto. Tan solo quería verlos sanos y salvos, así fuese la última vez. La nave quedó en un muelle fuertemente custodiado, tomando un transporte blindado que los llevó por la costa hasta la zona pesquera abandonada desde hacía décadas, donde los vería. Tal como lo prometió el Alto Consejero, fueron dejados en la entrada al puerto, permitiéndoles caminar a solas sin que nadie más les siguiera.

Sus pisadas sobre la nieve compitieron con los latidos acelerados de Bruce, observando las ruinas de los almacenes y vagones, algunos mostrando signos de ataques recientes. Revueltas recién ocurridas. Tragó saliva, caminando de la mano de Alfred con una mano inconscientemente sobre su vientre protegido por un cómodo abrigo con capucha. Hacía frío, tal vez un poco más de lo usual en otros años o fueron sus nervios. Una conocida alarma anunciando una lluvia sonó en tanto bajaron por unos escalones a un almacén de descarga abandonado donde esperaron. Él sentado mirando a todos lados, escuchando con ansiedad esos pasos que recordaba perfectamente. Los bailarines de Dick, los saltarines de Tim, los pesados de Jason.

-Amo Bruce.

Alfred señaló con su mentón hacia delante, tres figuras se aproximaban recelosas. Bruce se puso de pie, conteniendo su aliento, mirando a sus cachorros. Dick, Jason y Tim se quedaron quietos al verlos, asombrados, recelosos. Una marea de emociones pasó por sus rostros sin que ninguno de ellos atinara a mover un pie hacia él. Bruce sintió sus ojos rozarse. Se habían dado cuenta ya, no eran necesarias explicaciones. Apretó sus labios cuando los minutos pasaron con el shock de ellos congelándolos en su lugar. Estaban bien, sanos, sin heridas, era todo lo que necesitaba saber, sentir de ellos, lo demás sobraba. Giró su rostro, mordiéndose un labio con una mano sobre su vientre al sentir una pequeña punzada por la inquietud de su cachorro, dando media vuelta. Solo había querido verlos y lo había hecho, que lo despreciaran era parte del precio, pero lo aceptaba de buena gana con tal de que siguieran libres y lejos del Régimen.

-¡PAPÁ!

Tim fue el primero en correr hacia él, sollozando y abriendo sus brazos para atraparle, hundiendo su rostro en su pecho.

-¡PAPÁ! ¡PAPÁ! ¡PAPÁ!

-Tim.

Dick fue el siguiente, caminando primero luego corriendo igual para darle un abrazo, le escuchó también sollozar, colgándose de sus hombros. Bruce abrazó a ambos, levantando su mirada hacia Jason, el único que permaneció en su lugar.

-Padre.

-Dick.

-¡Papá! -Tim se sorbió su nariz, mirándole- ¡Dinos que estás bien!

-Lo estoy, ¿y ustedes?

-No vuelvas a hacer eso -gruñó Dick, apretándole.

-Lo haría mil veces por ustedes.

-Papá ¿y...? -Tim miró su vientre, abriendo sus ojos.

-Clark Kent es mi Alfa ahora, llevo su Marca y también a su cachorro. Lo conocen mejor por el Alto Consejero.

-Joder.

-Joven Dick, ese lenguaje.

-¡Alfred! ¡Alfred! -Tim saltó al mayordomo quien le despeinó- ¿Tú estás bien?

-Excelente, Señorito Tim. ¿Ha hecho su cama todos los días?

-Unos no. Perdón.

-Alfred, eres a prueba de todo -Dick le abrazó igual.

-También me da gusto verlo, Joven Dick.

-Um, papá... no estés triste. Estamos bien, ¿de acuerdo?

-A su padre le angustia mucho lo que piensan sobre él en estas condiciones tan peculiares.

Bruce le dedicó una mirada Alfred quien la ignoró.

-Pues es raro -Dick se rascó su nuca- Es decir, es como hasta irónico si lo pensamos, yo solo quiero decir que lo único que me interesa saber es que estés realmente bien, de verdad. Los dos.

-Lo estoy -respondió Bruce.

-¡Wow! Un hermanito, ¿será niño?

-Aún no lo sé.

-Pero ¿más o menos?

-Tim -rió Dick, suspirando- Dinos que estás por mucho tiempo.

Una segunda alarma sonó, todos prestando atención.

-Hasta la tercera alarma.

-¡Eso no es justo!

-Tim.

-¡Es muy poco tiempo! ¡Apenas si podremos hablar!

-He recibido tus abrazos -murmuró Bruce, despeinando los cabellos de Tim- De parte de Conner.

-Ja, el famoso Conner -bufó Dick, rodando sus ojos.

-¿De verdad? No sabía que otra cosa poder decirte sin decir para que no dijeran nada.

-Brillante, hijo.

-Papá no te vayas, por favor.

-Lo siento. Esto ha sido una cortesía nada más.

-Bueno, a falta de tiempo vengan los abrazos -Dick sonrió con tristeza, abrazándole de nuevo.

Tim se estampó con ellos, llorando de nuevo sin poderlo evitar. Alfred miró por encima de su hombro a Jason, parado ahí cual estatua sin moverse. Bruce les dio algunos consejos, entre los hipos de Tim o los gruñidos de Dick al negarse a soltarlo. La tercera alarma sonó, con la lluvia fría comenzando a caer por los huecos del techo del almacén. El mayordomo tuvo que ayudar a Bruce para que sus hijos le soltaran, reacios entre lágrimas a dejarle ir. Tim se ocultó en el pecho de Dick, quien lo arrastró sin dejar de mirar a su padre regalándoles una sonrisa rota antes de girarse, no sin antes mirar a Jason. El muchacho parecía congelado ahí sin decir ni hacer nada. Bruce bajó su mirada, girándose para retirarse con Alfred. Unas pisadas rápidas pasaron a los otros dos chicos antes de que unos fuertes brazos lo atraparan por la espalda.

-No te vayas -sollozó Jason, con su rostro oculto contra su capucha- Por favor, no lo hagas. Lo siento, lo siento mucho.

Bruce cerró sus ojos, palmeando las manos temblorosas sobre su pecho, girándose entre esos brazos para verle. Jason rompió a llorar.

-Hijo mío -tomó su rostro entre sus manos, haciendo que le mirara- Yo lamento no haber llegado a tiempo, lamento haberme dado por vencido contigo. Lamento no haber sido el padre que merecías.

-¡No!

-Jason -Bruce limpió su rostro- Eres un Alfa. Un Wayne. Tienes que ser el Alfa Wayne que tus hermanos necesitan. Hazlo por mí, cuídalos como no pude hacerlo contigo.

-¡No quiero! ¡No quiero que te marches!

-Te quiero, Jason.

Éste apretó sus dientes, subiendo sus manos para apretar las de su padre en su rostro. Alfred se acercó a ellos.

-Amo, debemos irnos.

-Cuídense.

-No te rindas -Jason tiró de él, de nuevo- No te rindas. Tú no te rindas.

Bruce asintió, soltándose de Jason. Tomando aire con sus ojos húmedos al darles la espalda, caminó aprisa para alejarse de ahí, saliendo a la lluvia. Miró a Alfred quien asintió, pasando un brazo por sus hombros caminando de vuelta a donde el transporte. Diana observaba su regreso desde una torre, seria y apretando la espada filosa que brillaba por la hoja, su arma favorita. El transporte dio vuelta, volviendo por el camino hasta el muelle.

-Linda vista.

Ella se giró con un salto al escuchar la voz de Arthur Curry, apuntándole con su espada. El rey de Atlantis rió, apoyando un pie descalzo sobre la orilla metálica en aquel pequeño espacio de la torre, sus cabellos aun escurriendo agua como su pantalón, la única prenda que traía consigo.

-Tienes buen oído, pero no para escucharme. ¿Espiando al lindo Omega del Alto Consejero?

-Serás un obsequio para él.

-Lo siento, no me gusta ser concubino -bromeó Arthur mirándole- ¿Sabías que es de mala educación meterse en asuntos ajenos?

-No te muerdas la lengua.

-Qué bravo es Bruce Wayne, me sorprende que Clark no tenga canas de tanto esfuerzo por domesticarlo.

-Pelea, te doy solamente una oportunidad antes de cortarte la cabeza.

-Te tomas muy en serio tu papel de mano derecha del Alto Consejero, la fiera amazona.

-Contrario a ti, rey de los mares.

-Podría ser, o no... -Arthur se estiró, ignorando la espada apuntándole- ¿Sabes? He estado pensando en la clase de mujer Alfa que eres. Yo creo que por eso te desecharon, no sirves.

-¿Qué infamia hablas?

-Por ejemplo, Clark, tiene en mente salvar a todos, aunque esté matándolos en el proceso, pero me refiero a que es fiel a sus ideales. Tú no.

-No hables de mí como si me conocieras.

El Alfa rió, girándose a ella. -Conozco la parte que me interesa. La mentirosa.

-¡Insolente!

Diana se lanzó contra él, pero apenas si pudo moverse, como si un campo de protección le impidiera atacar, gruñó mirando alrededor. Era el agua la que impedía a su cuerpo cualquier acción. Arthur silbó, negando con sus manos en la cintura.

-El agua, Diana. ¿Lo olvidas? Para tu desgracia este planeta es casi acuático. Yo no me tengo que esforzar tanto con mis poderes como el resto de ustedes. Al contrario, un empujoncito y...

Movió su mano, alzando a la amazona en los aires quien jadeó, sujeta por brazos de agua que la envolvieron, casi ahogándola.

-Yo te admiro, eres hermosa, con un hermoso cuerpo, además eres una amazona. Es decir, lo tienes todo para tener a cuanto hombre a tus pies. Desafortunadamente lucir bonita no es igual a ser bonita. Menos cuando eres una traidora.

-Tú...

-Dime, Diana, ¿qué se siente haber traicionado el Juramento de las Hermanas?

La amazona frunció su ceño, palideciendo. -¿Cómo sabes...?

-Ah, bueno, demos gracias que el universo se las ingenió para darle a Bruce Wayne una capacidad intelectual que me dio información faltante para saber de ti. Que horrible eres, Diana, mira que haber ordenado la destrucción del hogar que perteneció a la hermana de tu madre, la reina Hipólita. Mala amazona, mala. ¿Dónde quedó ese juramento de mujeres Alfa que sabiendo de su naturaleza se dieron a la tarea de proteger a la Humanidad de quienes han intentado controlarla?

-Yo no ordené...

-Claro que lo hiciste. No soy tonto. El símbolo de las amazonas estaba unido al símbolo de los vikingos por parentesco materno. Si Clark lo llegaba a ver, hubiera cuestionado tu lealtad. ¿Preferiste destruir la historia de tu pueblo solo por una gracia del Régimen? He conocido criminales con bajos criterios, pero tú, princesa, te llevas el premio mayor.

-No sabes nada.

-Al contrario, ahora sé más cosas -Arthur se encogió de hombros- Solo quería decirte esto, que supieras que yo lo sé. Hipólita se sacrificó quedándose en Themyscira para que su hermana mayor viviera lejos de la influencia perversa de los hombres tras todo esto. ¿Y qué hizo su hija? Arruinarlo todo. No eres digna de llamarte princesa amazona, así que no vuelvas a cuestionar mi autoridad como rey de Atlantis. Entérate que nosotros no tendremos compasión cuando llegue el momento de juzgar. El agua no va a perdonarte por tus crímenes, Diana. Y te aseguro, que el Régimen va a dejar de existir. Si tú no vas a honrar la memoria de tus ancestros, yo sí honraré a los míos.

Los brazos tiraron de Diana hacia el mar cercano, no para matarla, simplemente como un gesto de desprecio. Arthur desapareció en la lluvia, dueño del elemento que gobernaba el planeta, dejando a una consternada y quizá asustada amazona flotando cerca de la playa.

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