Good Morning, Sensei

El comienzo se volvió visible desde su error y una muerte que su vida tuvo que cargar. Por una mirada, tan azul como el mar y cielo, su mundo dio un giro dramático, ofreciéndole ser el héroe que su antepasado pudo haberle pedido en el lecho de muerte.

Comer dedos se fue haciendo una costumbre insana, pero a final de cuentas esto podría ser lo ultimo que haría si se ponía a pensar en su sentencia de muerte. Su vida se convirtió en un erial frente a sus ojos, algo en su mayoría fatal, de no ser por una presencia inolvidable.

¡No se admiraba de caer enamorado! Porque por una sonrisa de él, daría una rosa, por una mirada un girasol y por sus besos... Solo el aperlado color de las mantas conocía el cambio que se efectuaba por las noches, cuando todos en la escuela dormían y dejaban de cumplir con los papales de "profesor" y "Alumno".

Esa mañana el sol y los cielos le sonreían a Itadori. El recipiente de Sukuna abrió los ojos con lentitud y la primera imagen que se impregnó en ellos sirvió para enterarlo de que no se encontraba en su habitación, sino en la de Satoru.

La sorpresa comenzó a serle familiar. Estaba acostumbrado a ello; observó el reloj que estaba en la mesa de noche y al ver que ya era tarde incluso para él, se removió en la cama, sacudiendo a su compañero de cabellos platas.

—Profesor, tenemos que levantarnos... —murmuró Itadori con la voz ronca, aclarándose poco a poco.

El mayor sonrió, todavía con los ojos cerrados, que por suerte esa noche no fueron cubiertos por nada. Era una petición un poco difícil de cumplir para él, pero Itadori no quería verlo con antifaz mientras lo hacían.

Satoru se acomodó desvergonzadamente en la cama, como si no fuera un mentor y mucho menos tuviese tres alumnos, de los cuales dos ya le esperaban en el patio de la escuela pasando frío. No, el mayor se mantuvo reacio a abrir los ojos, aunque estuviera despierto, y mejor se abrazó del abdomen de su novio.

—¡Profesor! —llamó Itadori, deshaciendo ese agarre por más que le gustara—. Levántese pronto, ¿quiere? Tenemos que ir con Fushiguro y Nobara. Iré a preparar el desayuno.

Al segundo siguiente el mayor abrió los ojos de par en par. Itadori ya se había arrastrado hasta la orilla de la cama sin perderlo de vista; Satoru formó un puchero con ese rostro, sabiendo muy bien cómo afectaba al menor.

—¡No quiero! —dijo Satoru—. ¡Vamos, Itadori-kun! Hay que dormir un poco más. Fushiguro y Nobara no te necesitan tanto como yo...

Itadori estuvo a poco de caer en esa trampa, por poco y se regresaba al interior de las sabanas, pero su sentido común ganó en esta ocasión. Negó con una seguridad que le dolía.

—¿De verdad se considera profesor? —repuso Itadori—. No sea dramático, lo espero en la mesa.

Con la sentencia dada, Satoru se escondió debajo de las cobijas, iniciando su berrinche, pero fue algo que Itadori quiso pasar por alto. Era solo cuestión de minutos para que el albino saliera de ese lugar al ver que no tenía a nadie siguiéndole el juego.

Yuji se encaminó hasta la cocina. En el camino a ella se percató de dos cosas, que tal vez fueron suficiente para que él mismo se llamase idiota; Estaba desnudo. Ni siquiera portaba un par de calzones.

—Ah... —se dijo viéndose de pies a cabeza, pero ya estaba a mitad del pasillo y volver con Satoru podía ser peligros—. Ya qué.

Con tal simpleza y frescura anduvo por la pieza del profesor. Cruzó el pasillo que conectaba a la cocina y pensó en lo injusto que era que la escuela les diera a los profesores prácticamente una casa, y a los alumnos cuatro paredes para solo dormir y pegar sus posters de Jennifer Lawrence.

La segunda cosa que notó fue un ardor en la piel de su espalda y su abdomen. Satoru la noche anterior lo había ignorado cuando le pidió que fuese gentil con las marcas que dejaba y mucho más con su fuerza.

Y ni hablar de sus caderas y aquello que todavía se resbalaba entre sus piernas.

—Tomaré una ducha... —se dijo nuevamente, receloso porque hasta había un baño individual en lo que se suponía era una habitación similar a la de los alumnos.

Poco antes de terminar de preparar el desayuno, el cual constaba de una simple homelet, Itadori dejó los platos en la mesa. Al darse vuelta, o al menos intentarlo, se encontró sorpresivamente atrapado entre los brazos de Satoru.

—¡Profesor! —chilló Iatdori. En ningún momento había escuchado los pasos del mayor.

El mencionado dejó escapar una risita entre sus labios y atrapando a Itadori por la espalda, se aprovechó de repartir un camino de besos húmedos por su cuello. El menor reaccionó cerrando los ojos, evitando que su cuerpo hiciera algún movimiento raro.

¡Como era de delicioso el aliento de Satoru Gojo que hasta se quedaba impregnando en la piel del menor!

De pronto Itadori se había intimidado por los besos de Satoru, provocándolo inconscientemente. El albino aprovechó para subir y morder con suavidad la oreja de Itadori. Era como si quisera desayunarlo. Mientras tanto, la diestra del profesor descendía hasta la entre pierna del contrario, frotándose lentamente con aquel bulto que comenzaba a crecer debajo del delantal.

—Itadori-kun —murmuró Satoru, con aquella voz ronca y más pesada de lo normal, olvidando su tinte divertido. Continuó con su trabajo en la intimidad del castaño—. Parece como si quisieras provocarme con ese delantal puesto.

El menor ahogó un jadeo mordiéndose los labios. Había bajado la guardia tan solo un poco y ya se encontraba en tal situación.

—No... —dijo, queriéndose dejar llevar por el mayor y hacerlo por la mañana—. Profesor, tenemos que comer y...

­—¡Bien! —respondió el mayor, dando fin a sus besos y su travesura por completo. Su voz volvió a ser la misma de siempre y tan natural, como si no hubiera pasado nada, tomó asiento en la silla—. ¡Vamos a comer!

Incluso, palmeó la mesa como un niño, dejando de paso más que confundido al chico. Itadori ahora tenía una erección, además de una sorpresa enorme por el repentino cambio en Satoru.

Suspiró, y supo que pensarlo más, intentando encontrar una respuesta, lo dejaría más loco de lo que ya lo hace Sukuna con sus tonterías y gritos. Mantuvo en secreto el dolor de su erección y tomó asiento frente a Satoru, quien pronto agregó:

—Pero no te salvarás ahora que nos duchemos —le dijo con un brillo sensual en la mirada—. Todavía tenemos que encárganos de algo ¿no?






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