23. Burning passion
Se rió sintiendo el aliento de su novio hacerle cosquillas y jadeo con los ojos cerrados, entrar a la casa fue un lío, pero al final poco importó. Otabek había empujado la puerta con los hombros para entrar con prisa y luego la cerró de una patada, la mochila había quedado en algún lugar entre la ventana y el sillón luego de que la lanzara lejos, su ropa húmeda fue desapareciendo cayendo cerca de la chimenea encendida.
El cuerpo de Yuri cayó en la alfombra entre risitas y suspiros acompañados de palabras amorosas, promesas tal vez imposibles y un sin fin de besos que no iban más allá de su cuello y sus hombros.
Abrió los ojos y tomó el rostro del azabache entre sus manos, quería verlo y asegurarse de que estaban juntos en verdad, a veces aún despertaba agitado y deseando no estar más en el centro de rehabilitación, pero era un alivio percibir el aroma a madera quemada de la chimenea y sentir el frío calando su cuerpo de forma distinta al frío ruso.
Los dedos de Beka delinearon sus facciones y soltó un suspiro cargado de tantas emociones que el ruso no pudo descifrarlas todas. El silencio jamás se había sentido tan acogedor para ambos. La mirada fiera de su enamorado se mantenía ahora sobre la suya, sumisa, incapaz de alejarse por un par de segundos que encontró eternos e inolvidables. Supo que exploraba su alma como él hacía con la suya, y que le había perdonado todo hace mucho tiempo atrás.
Le sonrió entonces, de forma sutil y casi imperceptible, un gesto que Otabek no pudo regresar, bajando la mirada para soltar un jadeo.
—Yuri...no....no puedo, yo...
Sus labios interrumpieron su voz, abrazándolo con suavidad, con una necesidad afanosa por hacerlo sentirse perdonado. Era su mundo ahora, el pasado ya no le interesaba, sólo quería dedicarse a disfrutar del día a día con él, alejado de cualquier fantasma oscuro que pudiera llegar para atormentar sus días.
—Te perdono... —susurró con la voz rota, viéndole a los ojos que ya se hallaban acuosos para verlo, descubriéndolo con un gesto lastimado, arrepentido mientras jadeaba por aire, dejando que un par de gotas salieran como un disparo desde sus ojos, aterrizando en sus mejillas—. Te perdono, Beka —suspiró, haciendo una pequeña pausa para sonreírle—, pero, ¿puedes perdonarte tú mismo?
De nuevo se abrazaron.
Escuchaba los sollozos bajos y cargados de pesadumbre que emitía mientras temblaba, intentando disimularlo, aunque ya se desbordara como un torrente imparable. Y eso era él, un río de aguas bravas y fuertes, que golpeaba a cualquier navegante inexperto hasta volcar su bote y ahogarlo.
Cerró entonces los ojos y besó su hombro una y otra vez, pegándolo a su pecho con fuerza y acariciando su nuca con suavidad, en silencio, dejando que todo su nudo enredado se zafara despacio para desaparecer.
Le gustó imaginar que él mismo soltaba su propio nudo también y que ambos hilos se unían para remendar ese amor roto. Ponerle parches de muchos tipos de tela, una por cada situación que lo hubiese rasgado. Imaginó también un corazón con relleno de felpa, lleno de parches, pero hermoso por esa misma razón, tan único y fuerte ahora.
—Te quiero a ti —dijo finalmente, luego de calmarse, obligando al otro a verlo al alejarse despacio para acunar su rostro y usar sus pulgares para limpiar los caminos viejos de lágrimas que ya empezaban a secarse en su piel—. Quiero entregarte todo... sentir ese amor que todos dicen que quema hasta consumirte —hizo una pausa, tomando aire para ver el gesto de Otabek, quien asimilaba sus palabras.
—No llores, Yura... —pidió él con tono suave y algo ronco, besando su frente.
Él no había notado que su voz volvía a rasgarse hasta que escuchó al otro, entonces tragó, buscando estabilizarse.
—Tú también estás llorando —limpió sus ojos con prisa y le enseño la lengua, volviendo a ser el mismo.
—Estaba...sudando por los ojos.
La risa estridente de Yuri resonó en toda la cabaña, Otabek no pudo evitar sonreírle y suspirar al verlo tan feliz, tan autentico.
—Siempre estás arruinando el momento, idiota.
—Pensaba que si seguíamos de cursis íbamos a sudar miel o algo.
Volvió a reír y golpeó su hombro, atrayéndole luego para poseer sus labios.
—Ahora, ¿vas a hacerme el amor o no?
Otabek sonrió y arqueo una ceja.
—Porque ponernos a llorar no me parece muy sexy que digamos —continuó, sin borrar su sonrisa.
—Me disculpo, te arruino el momento.
—No me importa —susurró besando sus labios, lento y suave, muy dulce, sobre todo.
—Harás que me de diabetes —se burló sobre sus labios, inclinándose a besar su mentón para deslizarse por su mandíbula, hacia su cuello, no sin antes dejar una mordida juguetona en el lóbulo de su oreja.
Yuri entonces sintió un burbujeo agradable en el estómago, un sonrojo elevándose hasta sus mejillas, y sus músculos tensarse y relajarse gracias al cosquilleo de su tacto. Sabía que lo haría suave, que lo amaría a su manera y que dedicaría el momento sólo a él, podía notarlo en las miradas furtivas cuando sus ojos chocaban.
—Beka... —ronroneó viéndole moverse hábil por su cuerpo, reconociéndolo paso a paso y grabando un mapa a fuego en su piel—. Bésame —pidió sonrojado, viendo la sonrisa enternecida que se dibujaba en su rostro.
—Lo que pidas —dijo con tono íntimo y bajo, acercándose a plantar sus labios contra los sonrosados y suaves del rubio, aprovechando para deslizar sus manos por su cuerpo, sintiendo el calor que emitía, la suavidad de seda, los ligeros temblores en respuesta.
Yuri cerró los ojos, entregado en ese contacto sutil e íntimo de sus labios, tan inocente como el primer beso de un infante, pero fogoso como el amor sofocante y vivo entre ellos. Sus dedos buscaron la espalda ancha y morena de su amante, dándole caricias con las yemas de los dedos, toques que simulaban rasguños. Se permitió ver sus ojos un rato, de nuevo en silencio, acompañados por sus jadeos y el constante segundero en el reloj de pared sobre la chimenea. Acarició su nariz con la propia, sintiendo que volaba, permitiéndose ser tan cursi como deseara, sudar miel si era necesario como el mayor había dicho.
—Te amo... —dijo suave, bajo y algo tímido.
Escuchó al hombre sobre él ahogar una exclamación y buscar sus labios de nuevo, más profundo y entregado. Esa respuesta había sido la mejor que pudo recibir, si no, la vergüenza lo hubiera devorado hasta impedirle continuar.
Los labios del azabache se deslizaron más por su cuerpo, su pecho, su vientre y finalmente llegar al miembro del otro, permitiéndose ver al rubio sonrojado, ansioso, estremeciéndose en anticipación.
Sus dedos le dieron caricias suaves y tersas, incapaz de dejar de apartar la mirada, de admirar sus reacciones sinceras y puras, su vergüenza y entrega, el cómo su cadera empezaba lentamente a mecerse en círculos sutiles y en principio descoordinados, aunque sensuales.
Siguió así durante segundos que se le antojaron inolvidables, permitiéndose grabar en su memoria esa nueva etapa de su Yura, tan suya y privada que le daban ganas de detenerse y empezar de nuevo, prolongando el encuentro hasta la eternidad. Pero no podría, ni lo soportaría.
Aunque aún temía tocar su entrada, era una zona que venía evadiendo, pero sabía que no podría evitarla para siempre.
Su mirada se alzó hacia el rubio, que sonrió de nuevo y se semi sentó, tomando su mano para lamer sus dedos, sin esquivar sus ojos, guiándolos luego hasta su entrada.
—Hasta el final —le apremió, introduciendo uno en su interior, jadeando.
Otabek no pudo resistirse ante la nueva imagen, sabía bien que no era la primera vez que estaban juntos de esa manera, pero se sentía como si lo fuera, permitiéndose explorar de nueva cuenta su cuerpo, sabiendo que ahora podría hacerlo cada vez que quisieran saciar sus deseos y tranquilo porque no era una despedida, no lo sería nunca más porque había sido terrible estar lejos de él.
Se permitió explorar su interior con otro dedo, sentía sus espasmos por el nuevo intruso y también su cadera moverse de forma circular. Besó sus piernas tanto como pudo, recorriendo sus muslos con mordidas muy suaves y viéndolo atento a cada reacción que tenía. El rostro de Yuri estaba rojo y su pecho se movía agitado por su respiración...era hermoso de cualquier manera y no dejaría que nadie le dijera lo contrario.
Con el tercer intruso profanando su entrada fue que supo que no podría contenerse por mucho más tiempo, pero durante su tortuoso tiempo separados se había hecho de una paciencia increíble y era capaz de dejar todo ahí si el ruso se lo pedía. Subió entre besos permitiéndose recorrer su cuerpo una vez más, se instaló en sus labios y sintió como el menor buscaba su mano para retirarla de su interior, estirando las piernas para rodear su cadera.
Tuvo un segundo para pensar que Yuri era muy claro en lo que quería y cuando, haciendo caso a la petición silenciosa, hundiéndose en él para llenar su interior por completo y provocando que cada centímetro de su piel vibrara. Un escalofrío placentero le hizo aferrarse a la espalda de Otabek soltando un jadeo audible, sus piernas impedían que el mayor pudiera alejarse y cuando le sintió moverse su cabeza comenzó a dar vueltas.
Tragó saliva con dificultad y arañó la piel sobre los omoplatos incapaz de contener su voz, llamándole como si fuera un mantra, el aliento cálido en su cuello le provocaba más escalofríos y las mordidas solo le provocaban sonrisas estúpidas que no desaparecerían en un rato. En ese momento, Otabek era fuerza y ternura a la vez, y le encantaba.
—Eres tan lindo y ardiente ahora —gruñó en su oído con la voz ronca por el placer y los gemidos bajos que dejaba escapar.
—C-cállate —respondió, los espasmos en su vientre aumentaban conforme la situación se volvía más placentera y calurosa, sentía que su interior se quemaba y pensaba que podría derretirse entre los brazos de Otabek.
—Te amo —murmuró de la misma forma que antes, de forma íntima y tan sincero que no dejaba ninguna duda.
—T-te amo, Beka —murmuró con prisa, abrumado por todo lo que sentía, sabiendo bien que rayaba el límite y no se iba a negar.
El cielo y el infierno parecieron combinarse en uno, era confuso y no podría ser capaz de describir lo que era alcanzar el orgasmo, pero le encantaba todo lo que le provocaba. Murmuró palabras incoherentes que ni él mismo pudo escuchar y agitado buscó aire cuando su cuerpo cayó cansado en la alfombra, sin soltar ni un poco las amarras que pegaban a Otabek a él.
Intercambiaron una sonrisa, una mirada y un beso, que pareció devolverles la vida y toda la energía. Ese era el lugar correcto en el mundo para ambos y no planeaban cambiarlo.
Listo el cap! Debo decirles que la mayor parte de este cap lo escribió mi novia xD yo no podía, el Lemon se me dificulta pero ella me ayudó bastante uwu ❤️
Debo decir que Otabek hizo caso al consejo de Saoirse(?) cofcof
Mil gracias por leer, votar y comentar, les mando mucho lof y smooches infinitos~
Rave (◡‿◡✿)
Próximo capítulo:
24. Good behaviour
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