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La ciudad parecía ajena a todo lo que ocurría en la mente de Jimin. Las luces de los faroles parpadeaban con una cadencia tranquila, mientras él caminaba sin rumbo, sus pasos resonando en la quietud de la madrugada. Cada vez que pensaba en Hoseok, la presión en su pecho se intensificaba. ¿Cómo explicarle que todo había sido un error? ¿Cómo pedir perdón por una traición que no solo involucraba a Yoongi, sino también su propia incapacidad para detenerse a tiempo?

Se detuvo frente a un banco en un parque, mirando las sombras alargadas de los árboles. Recordó la vez en que él y Hoseok se conocieron, cómo todo parecía sencillo, limpio, sin complicaciones. Pero las cosas no siempre eran tan claras. El amor, el deseo, las emociones… todo se volvía un laberinto imparable, donde Jimin ahora se encontraba atrapado. No sabía cómo salir, ni siquiera cómo empezar a aclarar las cosas.

Un mensaje llegó a su teléfono, rompiendo el silencio de su mente. Era de Yoongi, y aunque Jimin dudó en leerlo, la curiosidad pudo más. El mensaje decía.

“Te necesito hablar. No quiero que esto nos destruya a los dos.”

Jimin apretó los dientes. No quería hablar con él, no ahora, no después de lo que había sucedido. Pero las palabras de Yoongi resonaron en su mente. “Nos afecta a los dos.” No podía ignorarlo por completo. No ahora que algo mucho más grande estaba en juego. Algo que iba más allá de ellos, de lo que habían hecho o dejado de hacer.

Por un momento, sintió la tentación de contestar. Pero en su lugar, cerró el teléfono y lo guardó en el bolsillo. Necesitaba claridad, necesitaba tiempo. Pero sabía que todo se iba a complicar aún más. No podía ignorar la amenaza de alguien que tenía pruebas de lo que había sucedido. Y si ese alguien tenía el poder de hacerle daño a él, también podía hacerle daño a los demás, a Hoseok.

La mención de Hoseok le pesó de nuevo. No podía dejar que esto arruinara su relación con él. Jimin no sabía si alguna vez podrían volver a ser los mismos, pero no quería que la mentira, la traición y el caos los destruyeran por completo.

Decidió caminar hasta su departamento, con la esperanza de que al llegar allí, algo en su interior encontraría la fuerza para enfrentarse a la verdad. Pero mientras avanzaba, los recuerdos de lo sucedido seguían acosándolo, como fantasmas implacables que no lo dejaban en paz.

Al llegar a su apartamento, Jimin se dejó caer sobre el sofá. Cerró los ojos y, por un momento, se permitió sumergirse en el silencio. Pero pronto, la mente volvió a recorrer lo que había hecho, lo que había perdido. La culpa se instaló en su pecho, dándole un nudo que parecía imposible de deshacer.

De repente, su teléfono vibró nuevamente. Esta vez era una notificación de correo electrónico. Abrió el mensaje rápidamente, con la esperanza de que no fuera otro recordatorio de su desastre. Pero al leer las primeras palabras, se le congeló la sangre.

“Te tengo lo que necesitas.”

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