XVI: Una sonrisa de verdad
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ADVERTENCIA: uso de drogas, alcohol y violencia.
El ruido cesó de golpe justo en el momento en el que entré en el gimnasio. Caminé con la cabeza en alto por el pasillo de la entrada e ignoré todas las miradas sobre mí.
No había salido de casa desde el día después de la pelea. Desde el día en el que eché a patadas (metafóricas) a una rubia llorona. Me quedé el resto de la semana encerrada mientras fumaba y esperaba que se me pasase el dolor en todo mi cuerpo. Me había tomado las medicinas que la rubia me trajo y había dormido como nunca por todas las drogas que llevaba en la sangre.
Mi plan era quedarme más tiempo en la casa, pero estaba a punto de tirarme de los pelos por estar tanto tiempo con mis pensamientos. Además, necesitaba ir a comprar y volver a entrenar. No me iban a pillar otra vez de la misma manera. No me iba a dejar pisotear otra vez. También estaba el hecho de que alguien me había citado aquí. No me fiaba mucho de él, pero había visto varias veces lo que era capaz de hacer con sus puños. Así que por eso había venido, por mucho que quisiera golpearle a él en la cara en lugar de a las gilipollas esas.
El motivo de mis problemas de ira ya estaba en medio de la sala. No levantó la cabeza ni me miró cuando escuché su voz grave y seria. Rodé los ojos ante la reprimenda por llegar tarde. Que se jodiese. Bastante era que había venido, que no esperase que llegase a la hora justa.
Dejé la botella de agua en una esquina y me empecé a poner los guantes, pero con una sola palabra del gilipollas me quedé quieta. Todavía estaba de espaldas a mí, pero sabía que me estaba mirando a través de los espejos. Le fruncí el ceño con incordio y esperé que el reflejo de los cristales hiciera de rayos X.
—Diez minutos en la cinta. Vamos.
Después de diez minutos horrorosos en la cinta de correr, que casi echo el estómago por la boca, el segurata de los cojones me hizo sentarme en una esterilla. Le lanzaba puñales con la mirada, los cuales sabía que había notado, pero pasaba completamente de mí. A la segunda postura extraña que hizo que me crujiesen todos los huesos del cuerpo, me comencé a cabrear.
¿Qué coño estaba haciendo?
Así que se lo expresé con amabilidad.
—¿Esto que coño es? ¿Una puta clase de pilates? —espeté ignorando la amabilidad.
Por primera vez en los veinte minutos que llevábamos de clase, me miró a los ojos. Sus orbes azules eléctricos me miraron con aburrimiento, como si ya estuviese harto de mi presencia y quisiera que me largase de aquí. Bien, ya éramos dos con el mismo pensamiento.
—Si no estiras bien tus articulaciones te puedes hacer daño. Y no hablo de un ojo morado —lo último lo dijo con seriedad, pero sus ojos ya brillaban debido a la diversión. Quise matarle porque sabía que iba por mí la pulla. Todavía tenía el ojo algo amoratado y amarillento debido a la pelea del otro día.
Iba a matar al gilipollas este.
Cuando por fin terminamos de estirar y calentar, me explicó todos los golpes que había y como ejecutar cada uno de ellos de la mejor manera. Asentí a cada una de sus explicaciones, aunque me estaba aburriendo cada vez más de solo pegarle golpes al aire, no a la pera de boxeo, ni al saco y ni siquiera a su abdomen. Solo le daba golpes al aire.
Repetía en mi mente todos los golpes. Jab, directo, uppercut, crochet... y otra vez. Jab, directo, uppercut, crochet. Jab, directo, uppercut, crochet... Hice todos los movimientos una y otra vez durante veinte minutos, mis brazos no podían más y sentía que se me iban a despegar del cuerpo en cualquier momento debido al cansancio. En cambio, el segurata estaba tan tranquilo porque lo único que había hecho era mirar y dar vueltas alrededor de mí con los brazos cruzados sobre el pecho y con la camiseta negra pegada a todo su cuerpo, haciendo que se le marcasen aún más los músculos.
A pesar de la cara de concentración que tenía mientras inspeccionaba que mi técnica fuese correcta, en algún momento elevó las comisuras de los labios de manera rápida y casi imperceptible. Se reía en silencio y con sus ojos cuando me tensaba cuando colocaba sus manos sobre mi cintura para colocarme o cuando metía un pie entre mis piernas para posicionar bien mis piernas y realizar bien el golpe. El muy capullo sabía perfectamente lo que estaba haciendo.
—¿Cuánto tiempo va a durar esta mierda de dar cera, pulir cera, señor Miyagi? —pregunté con hastío y con un deje de diversión y cansancio en mi voz.
En serio, estaba harta de golpear al aire, solo me estaba cansando y no me dejaba nada satisfecha como cuando golpeaba el saco sin parar hasta sangrar.
Pude ver a través del espejo como elevaba un poco las comisuras de sus labios, pero mantuvo el rostro serio. Ni un ápice de emoción en sus facciones. Bueno, mentía. En sus ojos estaba ese brillo que había empezado a creer que era su manera de reírse y mostrarse divertido. Algo era algo en don témpano de hielo.
—¿Vas a enseñarme algo útil o qué, gilipollas? —vale, estaba muy, pero que muy harta de estar aquí encerrada.
Quería fumar, comprarme un paquete de cervezas y bebérmelo en las vías abandonadas del tren. Quería estirar las piernas de una puta vez y no levantarme en horas. Rodé los ojos al ver que no se movía y ni se inmutaba con mis comentarios soeces, así que recogí mi botella de agua del suelo y me preparé para irme.
Su voz grave y arrastrada me hizo parar antes de agarrar el pomo de la puerta en la que estábamos. Con fingida calma, me di la vuelta y le miré a los ojos. Seguía igual de serio, sin una pizca de sentimiento en la voz. Le devolví la mirada con la misma seriedad. ¿Estaba cachondeándose de mí? ¿Le había escuchado bien? No podía haber dicho eso, ¿no?
—Pon a prueba los golpes que te he enseñado. Golpéame —seguía sin creer lo que me estaba diciendo. Tenía la respiración alterada debido a todo el ejercicio que había hecho. Él, en cambio, estaba tan tranquilo. Como me vio tan pasmada en el sitio, elevó la comisura izquierda en una sonrisa y añadió cinco palabras más—. Si es que eres capaz.
¿Había dicho alguna vez que tenía una paciencia inexistente y problemas de ira? ¿no? Pues tenía una paciencia de mierda y problemas de ira. ¿Qué si era capaz? Joder, era capaz de eso y de mucho más. Iba a dejarle la cara hecha un cristo al gilipollas este. Dejé caer la botella de agua y me lancé hacia él. Tener poca paciencia y problemas de ira implicaba que hacía la mayor parte de las cosas sin pensar. Solo era impulsividad.
Nada más acercarme a él, preparé el brazo derecho y golpeé. Solo que el golpe nunca llegó. Había olvidado los golpes y estilos que me había enseñado. Solo era impulsividad ciega. Y Asher era paciencia, técnica y tranquilidad. Tragué saliva con rabia e impotencia cuando me agarró de la muñeca. Sentí una especie de dèja vu al estar tan cerca de su cuerpo y agarrada por él. Apreté los dientes y con mi brazo izquierdo intenté golpearle. Tenía la respiración agitada porque estaba acorralada. Ambos brazos inmovilizados por él. Ni siquiera había conseguido despeinar el perfecto tupé que tenía. Estaba tan tranquilo mientras me sujetaba. Tenía que levantar un poco la cabeza para poder mirarle a la cara.
—Te ciega tanto la rabia que actúas por impulso. Eso te perjudica —su tono no era duro, pero sí directo. Pude sentir su cálido aliento sobre mi rostro. Clavó sus ojos en los míos y relajó un poco la expresión, pero no el agarre que ejercía en mis muñecas—. El boxeo va de examinar y observar a tu rival. No atacar a diestro y siniestro, sino de encontrar los puntos débiles —dejé de sentir la presión y me aparté, todavía con la respiración agitada.
—¿Cuáles son tus puntos débiles? —no pude evitar preguntar.
—¿Y los tuyos? —contestó con otra pregunta y rodé los ojos ante su falta de respuesta. Dio un par de pasos hacia atrás y colocó una pierna detrás de la otra. Se lamió levemente los labios (gesto que no ignoré ni dejé pasar, porque, menudos labios tenía el gilipollas) antes de hablar—. Inténtalo otra vez —controlé mi respiración y avancé hacía él—. Analiza la situación. Coloca los pies en el suelo y gira la cadera al golpear —jab. Aunque hice lo que me dijo, no me dejó golpearle. Apreté la mandíbula y le miré con incordio y asco cuando volvió a agarrarme de la muñeca para impedir que mi puño impactase con su estúpido rostro—. Otra vez.
Y otra vez. Y otra. Y otra más. Hasta que no podía más y estaba muy cabreada y cansada para poder seguir. Iba a matar al gilipollas este. Por Dios, iba a hacerlo y lo iba a hacer de manera lenta y dolorosa, para que sufriese todo lo que estaba sufriendo yo. No iba a perder la oportunidad de golpearle. No hoy. A la mierda las técnicas que tanto habíamos repasado. Corrí hacia él como al principio y gruñí cuando me agarró de ambas muñecas. Cuando me vio echar la cabeza hacia atrás, reaccionó con rapidez y me soltó para agacharse. Sentí sus manos sobre la parte baja de mis muslos y como me tiraba hacia detrás. Mi cabeza chocó contra el suelo acolchado del gimnasio y gruñí con más fuerza a la par que le daba un golpe con los puños al suelo. Con la respiración demasiado agitada, me incorporé y apoyé mi peso en los codos. Le miré con odio y asco mientras se agachaba de cuclillas a mi lado y acercaba su cara a la mía. Pude sentir su respiración sobre mí. No había rastro de diversión en sus ojos como hacia unos minutos atrás donde disfrutaba viéndome sudar como una cerda.
—Está contra las reglas dar cabezazos en un ring. Estarías descalificada si estuviésemos en uno —espetó con seriedad.
—Qué suerte que no estemos en uno —contesté de la misma manera.
No quería competir. No quería subirme a un cuadrilátero a pegar por deporte. Quería pegar por venganza. Quería pegar para liberar tensiones y la rabia que llevaba acumulada en el cuerpo. Quería aprender a golpear para sobrevivir, no para que me vitoreasen y gritasen mi nombre con alegría y entusiasmo.
—Eres la persona más extraña que ha pisado este pueblo —replicó con escepticismo. Solo me encogí de hombros, todavía tirada en el suelo. Ignoré su mano para ayudar a levantarme y me limpié el culo por si tenía polvo. Pillé su mirada sobre mí y sonreí con diversión.
Sin esperar a que dijese que la clase, o lo que coño fuera esto, había terminado, recogí mis cosas y me preparé para irme. Me dolía todo el cuerpo. Incluso músculos que no tenía ni puta idea que podían doler me dolían. Antes de salir, me giré sobre mis talones y hablé.
—Pienso golpearte en la cara bonita que tienes.
—Quiero ver como lo intentas.
No elevó las comisuras de manera leve y casi imperceptible. No. Las elevó notoriamente. El capullo tenía una sonrisa de lado a lado en el rostro. El capullo se estaba burlando de mí, pero estaba demasiado cansada para seguir replicándole. Negué con la cabeza y salí de la sala de vuelta al vestuario. Cuando llegué a este, lo primero que vi en el reflejo del espejo no fue la sombra del ojo morado, ni la cara roja debido al sudor y al cansancio, sino la sonrisa que también tenía bailando en mis labios. La borré de golpe y salí del gimnasio con rapidez.
¿Qué coño hacía sonriendo por algo que había dicho el gilipollas?
Caminé hasta la tienda de alimentación con el ceño fruncido e ignorando todas las miradas de los vecinos. Saqué un cigarro y lo puse entre mis labios para encenderlo. Desde que había salido del gimnasio me estaba echando la bronca a mí misma por haber sonreído por culpa del boxeador y no hice ni puto caso a los comentarios ni susurros de la gente del pueblo. Por lo menos, no hasta que llegué a la puerta de la tienda. El recuerdo de la sonrisa, ya ni la mía, sino la amplia y nada disimulada del boxeador, se borró de golpe. Había otro recuerdo que me costaba más afrontar. Otro demonio más con el que luchar estaba en el interior de la tienda. Mierda, ¿por qué no había más tiendas para comprar algo de cenar y cervezas en todo el pueblo?
Podrías entrar y aprovechar para disculparte con Amber. Has tenido ese pensamiento en tu cabeza dando vueltas desde que le dijiste todo eso. Dos por uno.
Odiaba la puta voz de la razón de mi cabeza. No teníais ni idea del asco que le tenía. Era horrorosa, aunque la mayor parte era la parte razonal y con sentido. Y era por eso que no le hacía ni puñetero caso. Pero el hecho de que me sonasen las tripas me hizo entrar a por la cena. Por suerte, no estaba la rubia detrás de la barra, sino otra persona del pueblo. Cogí todo lo necesario y pagué con rapidez.
Al salir del local, atisbé una melena rubia, así que hice lo más lógico y sensato del mundo. Casi que salí corriendo. Comencé a andar rápido e ignoré con lástima su mirada. Mierda. Era una mierda de persona. Era una persona terrible en todos los aspectos. Me gustaba huir de los problemas que conllevaban conversaciones y aperturas de corazones para mostrar sentimientos. Me lanzaba de lleno al peligro y a la adrenalina del susto, pero no a conversaciones incómodas.
Me pasé una de las manos por la cara al llegar a la casa y suspiré con exasperación por haberme metido otra vez en una situación así. Si no hubiese que se acercase a mí en un primer momento, no estaría así. Habría sido una hija de puta al principio y ya. No. Había tenido que ser una hija de puta varias veces y con mucha más intensidad.
Fruncí el ceño y la mano izquierda alrededor de la bolsa blanca de plástico donde llevaba la comida y las cervezas cuando vi una figura sentada junto al felpudo de mi casa. Avancé hacia el castaño con cabreo y le miré con fingido desinterés, aunque quería saber qué coño hacía en mi puerta. No había que ser un genio ni Stephen Hawkins para conocer sus motivos. Cuando abrió la boca y espetó con dureza y rabia los motivos de su visita, solo pude sonreír con ironía.
—Te dije que no le hicieras daño a Amber.
Y no, no era el gemelo pesado.
Era el gemelo callado el que espetó esas palabras con rabia.
¡Hola!
Hacía tanto tiempo que no publicaba, que no iba a esperar al miércoles para daros algo de contenido <3
Perdón por la demora, últimamente ando bloqueada y la inspiración es muuuuy escasa. Espero que os guste :)
Os recuerdo que podéis seguirme en Redes Sociales y si queréis comentar la historia sería increíble. Os dejo mis redes sociales donde suelo subir avances y memes ;)
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