XII: Relaja las caderas, novata

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ADVERTENCIA: uso de drogas, alcohol y violencia.

Las escenas de persecuciones solo eran divertidas en las películas. En la vida real no eran más que angustiosas y un grano en el culo. ¿A quién le gustaba correr por su vida?

El corazón me latía a un ritmo desenfrenado. Los pulmones me ardían más y más en cada bocanada de aire que daba. Los músculos de las piernas me daban calambres cada vez que daba una zancada. Sentía como se me iba a salir el corazón por la boca.

No podía más.

Solo quería parar.

Dejar de huir.

Pero si paraba me iban a matar.

Cometí el error de mirar hacia atrás mientras seguía corriendo. Estaba más cerca. Era más rápido que yo. Me iba a alcanzar.

Ignoré a la señora que me chilló por pasar corriendo a su lado. ¿Es que acaso nadie se daba cuenta que me estaban persiguiendo? Giré hacia la derecha en la siguiente esquina, esperando perderle de vista, pero no lo conseguí. Seguía escuchando sus pasos y su voz asquerosa a mis espaldas. Seguí corriendo.

Corrí, aunque sentía que mis piernas iban a fallar en cualquier momento. Corrí hasta volver a doblar una esquina, hasta que me di cuenta que fue el movimiento más estúpido de mi vida. Miré hacia todos lados. Era un callejón sin salida. Ni una verja por la que repechar ni unas escaleras en los laterales de los edificios.

Puto pueblo de mierda.

—Cariñito, ven para acá.

Escuchaba su voz a lo lejos. Tenía que pensar rápido. Tendría que haber alguna solución. La respiración era más que irregular. No podía pensar con claridad. Mi cerebro había entrado en pánico, en un estado de shock del cual no sabía salir ni estaba segura de que se podía salir. Mis ojos vislumbraron el cubo de basura y vi mi respuesta. Corrí hacia él e intenté montarme en alto para entrar por la ventana del edificio. Ya le pediría disculpas al inquilino en otro momento.

De repente, noté como algo me rodeaba y me bajaba del cubo. Pataleé, chillé y arañé a la persona que me retenía. Sentía como su asqueroso aliento me chocaba contra la parte posterior de la cabeza. Sentía sus dedos sobre mi cintura, apretando y dejando una marca en mi piel. Marcas que me había esmerado en borrar con jabón y en cubrir con tatuajes. La sangre me desapareció del cuerpo cuando noté algo afilado y frío contra el cuello mientras su voz me demandaba cerrar la boca. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Se me nubló la vista y no sabía donde estaba. Apreté los labios y aguanté el sollozo que amenazaba con escapar de mi boca.

Este era mi tan temido final.

Tanto decir que el peligro era lo que me mantenía viva, que ahora que estaba completamente en peligro iba a ser lo que me iba a matar.

En un último intento, recordé las cosas que había visto en tantas películas y eché la cabeza hacia atrás con brusquedad. Escuché un quejido y como dejaba de sentir presión sobre el cuello. El hilillo de sangre me recorría y manchaba la camiseta negra de tirantas, pero no me importaba. Volví a correr.

No llegué ni al principio de la calle, donde se acababa el callejón cuando volví a mirar hacia atrás con miedo y pánico creciente. La boca se me secó cuando vi el cañón de una pistola apuntándome. Los pies se me quedaron pegados al suelo. Era incapaz de moverme.

Mi perseguidor llevó la mano al gatillo y, a cámara lenta y sin ser capaz de hacer nada, vi como lo apretaba.

Cogí una bocanada de aire y me levanté del colchón con urgencia y nerviosismo. Me dolía y me picaba la garganta debido a los gritos que había soltado durante la pesadilla y cuando me desperté. No estaba sorprendida por la pesadilla, solía tenerlas todas las noches sin parar, aunque una no terminaba de acostumbrarse a repetir uno de los peores días de tu vida una y otra vez sin descanso.

Me había desvelado, como todas las noches, la puta pesadilla. Así que me senté en la cama y alcancé uno de los cigarros de liar que dejé preparados por la noche porque sabía que esto iba a ocurrir. Me quedé en la cama, con la mirada perdida mientras intentaba dejar de pensar y recordar lo que pasaba en la pesadilla, pero era imposible. Me salía de manera natural. Tampoco podía dejar de pensar en los ojos grises que me miraban mientras la bala salía disparada de la pistola. Un dolor punzante en la parte izquierda del abdomen me hizo apretar los ojos. Levanté la camiseta negra y toqué con cuidado las irregularidades y las líneas negras del rostro de medusa y sus serpientes como cabello. Apreté y fruncí los ojos y labios cuando noté que las punzadas eran más fuertes. Como si las cicatrices rememorasen lo que ocurrió. Como si la pesadilla fuese más real de lo normal. Como si fuesen más que sueños sin sentido.

Noté como las cenizas caían sobre mis muslos desnudos y las aparté con la mano libre, la cual temblaba sin parar. Cerré los ojos y los abrí para observar el cigarrillo desvaneciéndose y consumiéndose entre mis dedos. Aplasté la colilla en el cenicero y me levanté de la cama. Necesitaba algo más potente que la nicotina para calmar la creciente ansiedad que tenía. Miré la hora en el reloj y suspiré. Solo eran las cinco y media de la mañana y no podía dormirme otra vez debido al insomnio.

Me levanté de la cama y me coloqué algo de ropa por encima. Casi me caí cuando me coloqué las mallas negras. Me recogí el pelo en una coleta alta sin mirarme por mucho tiempo en el espejo sucio del baño y me eché agua en la cara. Cogí la mochila del suelo y rellené la botella con agua del grifo. Salí de casa y caminé hacia el gimnasio antes de arrepentirme de hacerle caso a la rubia y matar el tiempo haciendo deporte. Aunque, a decir verdad, creo que tenía más ganas de matar a la rubia por haber entrado en mi casa el día anterior y haber tirado todas las latas de cerveza a la basura, dejándome sin mi alijo de bebidas alcohólicas que mataban mis neuronas y me dejaban olvidar y no pensar en los recuerdos del pasado que tanto me atormentaban.

Las luces del gimnasio estaban encendidas. Sabía que a esta hora estaba abierto porque la barbie macarra se había encargado de decírmelo mil veces a lo largo de los días, como si notase que algo pasaba con mi mente por las noches que no me dejase dormir, como si supiese que necesitaba descargar mi ira más veces a lo largo del día. A pesar de estar abierto desde hacia una hora, seguía vacío. Solo un par de ancianos ocupaban las máquinas y la señora de la limpieza limpiaba mientras movía sus caderas al ritmo de la música comercial que sonaba por los altavoces. Pensaba que la zona donde estaban los sacos y los materiales de kickboxing iba a estar vacía, pero me llevé una sorpresa (nada agradable) cuando me encontré con el segurata golpeando un saco.

Dejé la botella de agua en el suelo y me coloqué en el saco de boxeo que ya me había asignado como propio. Me la sudaba si alguien más lo quería. Ignoré al resto del mundo y me centré en el saco. Mi cabeza imaginó una cara en él, unos ojos grises como los de la pesadilla eran lo más representativo del rostro. Era la misma cara de todas las pesadillas. Ese rostro que no sería capaz de olvidar en la vida. Uno de los causantes de que estuviese encadenada a este pueblo de mierda durante sabía Dios cuanto tiempo. Dejé escapar un quejido de rabia cuando golpeé el saco una y otra vez, rememorando todo lo que pasé sin poder evitarlo. Rememorando la pesadilla, la angustia tan bien representada en ella, porque sabía con exactitud la angustia que se pasaba. Rememorando la sensación de dejar este mundo en un pestañeo.

Fruncí el ceño, pero no por el esfuerzo ni por la concentración que estaba poniendo en golpear el saco mientras me imaginaba que le reventaba la cabeza a alguien, sino porque sentí la presencia de alguien a mi lado. Por el rabillo del ojo vi que se trataba del segurata barra boxeador barra gilipollas que no soportaba. Rodé los ojos y volví mi atención al saco de color rojo que seguía sin moverse a pesar de emplear toda mi fuerza en golpearlo. Cuando continuó mirándome sin decir ni hacer nada me comencé a poner nerviosa y a perder la poca paciencia que tenía. ¿Qué coño miraba tanto?

—No estires los codos completamente. Te vas a hacer daño —su voz rasgada y profunda rompió el silencio de la sala, donde solo se escuchaba la música comercial y el sonido seco de mis puños al golpear el saco.

Ignoré sus palabras y continué estirando los codos porque me daba igual lo que decía. No iba a hacerle caso. Apreté los labios cuando sentí un tirón en el codo e hice una mueca. Pude ver por el rabillo del ojo como estiraba la comisura izquierda de los labios. Eso me hizo cabrear y rodar los ojos. Esta vez iba a ser su cara la que me iba a imaginar mientras dejaba expulsar toda la rabia y tensión de mi cuerpo.

Pero mi cerebro no pudo procesar nada de información porque estaba cortocircuitando. La respiración se me atoró en la garganta cuando sentí unas manos sobre la larga y grande camiseta negra que llevaba puesta. Podía notar su tacto y como se posaban las yemas de sus dedos sobre mi piel a pesar de la tela. Abrí los ojos con impacto cuando su voz rasgada habló junto a mi oído, en un tono directo y seguro, demandante:

—Relaja las caderas, novata.

Pero ¿cómo iba a relajar las caderas si seguía pegado a mi cuerpo? Mierda, ¿por qué ni mi cuerpo ni mi cerebro reaccionaban?, ¿por qué no me apartaba y lo mandaba a la mierda?, ¿por qué mis alarmas de peligro no saltaban con él a pesar de la escasa distancia que nos separaba?

El boxeador movió mis caderas y, con sus pies, me dio un golpe en los míos mientras hablaba de la posición que debía tener para no caerme de boca ni doblarme un tobillo. En lo único que podía pensar era que hacía mucho calor en la sala de repente y en que mis hormonas eran unas hijas de puta porque les ponía como una moto que el gilipollas me estuviese enseñando a ponerme en posición de defensa.

Levanté la cabeza como me estaba indicando y aproveché para mirarle con detenimiento a través de mi vista periférica. No había notado hasta ahora que se había quitado la camiseta y podía ver su torso desnudo, pero lleno de tinta. Entre los pectorales llevaba tatuado un puñal y, por la mitad de este, dos manos lo sostenían mientras se las estrechaban. Pero tenía muchísimos más dibujos que a penas dejaban ver su tono real de piel. Sus ojos azules estaban centrados en mis movimientos y tenía los brazos cruzados sobre el pecho. Había dejado de tocarme, pero todavía sentía como me hormigueaba la zona por donde me había tocado. Parecía una puta adolescente con las hormonas revolucionadas.

Seguí golpeando el saco bajo su atenta mirada y atención. Pensar en eso hizo que mis hormonas trabajasen con más velocidad y enviasen calor a ciertas partes de mi cuerpo mientras seguía sintiendo su tacto, su aliento cálido sobre mi oreja y su voz rasgada dándome indicaciones.

Cuando paré debido al cansancio, tenía la respiración agitada y las pulsaciones por las nubes, el boxeador ya no estaba allí. Tragué saliva e intenté controlar mi respiración mientras me agachaba a recoger la botella y beber agua. Miré la hora en las noticias que ponían en el televisor y decidí irme para el zulo que tenía por casa, darme una ducha y poner un reality show de mierda que echaban en la televisión por cable mientras me comía un cuenco de cereales y me tocaba el coño.

Al empujar la puerta de la entrada del gimnasio, me coloqué la maleta del gimnasio sobre mi hombro y puse mi rostro serio, con una mirada inexpresiva y sin sentimientos. Mientras caminaba de vuelta al zulo, sentí una atención sobre mí, tragué saliva mientras me daba la vuelta y veía al boxeador mirarme desde la distancia a la vez que se ponía el casco negro de la moto. Tragué saliva porque sus ojos azules se podían ver desde la distancia. Mi respiración era algo errática porque no entendía cómo podía sentirme tan atraída y como su mirada era tan hipnótica a pesar de lo mucho que quería golpearle.

Otra cosa que no entendía era por qué coño me hacía sentir así.

O por qué se había parado a corregirme la forma cuando había quedado claro que no aguantaba a la gente.

Primero la rubia macarra no me dejaba tranquila y me hacía reír, luego este que me volvía las hormonas locas. Encima estaba haciendo deporte en vez de fumar y beber sin parar.

¿Qué me estaba pasando en este pueblo de mierda?

¡Hola!

Con esta pesadilla sabemos algo más del pasado de Ivy... ¿pero quién es el que intenta matarla? :((((

Este capítulo está más centrado en los pensamientos de Ivy, aunque al final tenemos a nuestro boxeador Asher haciendo de las suyas

No te culpo, Ivy, mis hormonas también se revolucionan con ese hombre. ¡qué hombre!

Pero también queremos saber por qué te mira tanto, ¿no?

¿Vosotras también habéis echado de menos a la rubia? Mi solecito necesita aparecer de nuevo ;)

«—Relaja las caderas, novata».

🔥Lo que tú quieras relajo, rey.🔥

¿Qué pensáis que va a pasar de aquí en adelante? Sabemos la tensión sexual que hay...

Os recuerdo que podéis seguirme en Redes Sociales y si queréis comentar la historia sería increíble. Os dejo mis redes sociales donde suelo subir avances y memes ;)

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