XI: Entrenadora personal

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ADVERTENCIA: uso de drogas, alcohol y violencia.

—¿Cómo no vas a tener un teléfono?

La rubia me miraba como si hubiese dicho el mayor ultraje de la historia de la humanidad. Pero no me parecía tan extraño ni alarmante. No tenía un teléfono porque no necesitaba un teléfono. No tenía a nadie a quien llamar ni a nadie que me echase de menos para necesitar tener uno.

El filtro del cigarrillo de liar bailaba entre mis labios mientras me llevaba el mechero de color negro a la punta de este. Aspiré el aire cuando la punta se incendió y un rastro de cenizas comenzaba a formarse. Mi pierna derecha temblaba sin control mientras estaba apoyada en la pared de la tienda de alimentación.

Me encogí de hombros como mi única respuesta y expulsé el aire por la boca. La barbie entrecerró los ojos y me miró con sospecha. Levanté ambas cejas y volví a llevarme el cigarro a los labios.

­—Un teléfono es indispensable en esta vida, Ivy —su tono serio me hizo resoplar—. Lo digo en serio. ¿Cómo si no te comunicas con el resto de la población?

—No necesito comunicarme con nadie, rubia.

Iba a volver a preguntar, pero se quedó callada cuando le eché una de mis miradas gélidas. Apretó los labios y desvió la mirada. Sabía que se moría por seguir insistiendo, pero también sabía que no le convenía hacerlo.

No sabía como habíamos llegado hasta aquí, pero estábamos en la puerta trasera de su trabajo, en la tienda de alimentación. Había venido a comprar un par de cosas porque me moría de hambre y la rubia no paraba de insistir en que si hacía deporte, debía seguir una dieta acorde al ejercicio físico que realizaba. Así que se había encargado de prepararme un menú semanal con la alimentación que debía seguir.

En un principio iba a pasar de ella. Iba a comprar lo que me apeteciese comer, pero cuando llegué a la tienda me tenía preparadas un par de bolsas llenas de los ingredientes en los que tanto había insistido. Resoplé con incordio y solté el dinero de mala gana cuando no dejó de hablar y hablar para convencerme de aceptar todo.

Cuando salí después de haberme dejado gran parte del dinero que tenía, me quedé en la parte trasera. Estaba fumándome un cigarro junto a los contenedores mientras veía todo lo que había dentro de las bolsas. Agachada solté un pequeño resoplido que se mezclaba con una risa divertida, pero corta. La rubia había metido un cuadernillo donde explicaba cómo cocinar cada receta. Estaba llena de pegatinas y de purpurina que concordaba con la imagen que tenía.

La rubia había llegado poco después y me había pillado sentada con la espalda pegada a la pared de la tienda mientras hojeaba el cuadernillo con el ceño fruncido y con el cigarro a medio consumir entre los labios. Se sentó a mi lado, manteniendo la distancia para no tocarme, pero nuestros hombros estaban a centímetros de distancia. Me mojé los labios con la lengua cuando acercó el brazo para señalar los pasos de una receta.

En un punto de la conversación, salió el tema de los teléfonos. Me había pedido el número, ya que ella sola había acordado y determinado que íbamos a salir a correr todas las mañanas para lograr resistencia y así desestresarnos. Yo le contesté que no tenía teléfono.

Y eso había llevado a la conversación, si es que se podía llamar así, que estábamos manteniendo. Sabía que quería seguir insistiendo. Sus cejas algo más oscuras que su rubio cabello estaban fruncidas, llenas de interrogantes, pero no pensaba decirle nada más. Aunque también debía admitir que sí que tenía un teléfono. Uno de esos que se doblaban y estaban llenos de teclas. Era más antiguo que las pirámides. Solo podía llamar, recibir llamadas y jugar a la serpiente y al Tetris. No era como si necesitase hacer ninguna de esas acciones. De vez en cuando me llamaba la doctora Malone (a la cual no le contestaba nunca) y otra persona que se encargaba de darme algunos detalles importantes de mi vida. Nadie especial.

Pero la rubia no necesitaba saberlo. No quería que tuviese mi teléfono, ni yo tener el de ella. Era una tontería.

—Mañana estaré sobre las cinco y media en tu puerta. Almuerza algo, Ivy.

Rodé los ojos ante las palabras de recordatorio de la rubia y asentí con desgana. Esta sonrió mostrando sus dientes y se despidió con su mano para meterse dentro de la tienda, pues su descanso había acabado. Con un gesto de cabeza me despedí de ella y me aparté de la pared de la tienda. Me llevé otro cigarro a mis labios y me encaminé de vuelta a la casa.

El cigarrillo bailaba entre mis labios, los cuales estaban algo torcidos hacia arriba. Cuando me di cuenta de que se trataba de una media sonrisa, borré mi expresión y volví a ponerme seria. Esperaba que ninguno de los transeúntes que pasaban por la calle me hubiesen visto. Iban a pensar que estaba más colgada de lo que ya pensaban.

Mierda, la puta barbie me estaba cayendo mejor de lo que pensaba.

Necesitaba poner más límites antes de que la cosa se jodiese más todavía.

¿Por qué la rubia no entendía lo que eran los límites?

Salí de casa antes de la hora acordada por ella para salir a correr. Pensé en quedarme dentro del piso y hacer caso omiso a los golpes en la puerta, pero estaba comenzando a entender lo insistente que podía llegar a ser e iba a acabar estampándole la puerta contra sus narices y me iba a arriesgar a conseguir otra denuncia. Cosa que no quería ni veía viable debido a mi situación. Sería un contratiempo demasiado gordo.

Así que mi decisión más sensata fue huir.

Huir era uno de mis pasamientos favoritos. La doctora Malone decía que no era bueno huir de mis problemas, pero las palabras de la comecocos me las pasaba por el arco del triunfo.

¿Quién no amaba correr hacia el otro lado cuando las cosas se ponían feas?

Era una adicta al peligro y a la adrenalina, pero no era una apasionada de afrontar mis problemas psicológicos ni mentales.

No quería ser amiga de la rubia. No quería ser amiga de nadie otra vez. Me iba bien sola. Lo había dicho varias veces. Podía solucionar mis problemas sola y podía aguantar el poco tiempo que me quedaba en este pueblo de mierda sin compañía de nadie.

Pero la puta barbie macarra era como un grano en el culo y siempre encontraba una manera de aparecer donde yo estaba, como la acosadora que era. No entendía mis directas palabras para que me dejase tranquila. Ni le importó mi cambio de actitud de un día hacia otro.

Simplemente me sonrió y se puso a mi lado con una sonrisa cuando me vio caminando más rápido de lo normal para ir hacia las vías del tren abandonadas. Mi plan era quedarme allí, fumarme un porro ahora que había encontrado el último que me hice y dejé escondido para ocasiones especiales y esperar a que la rubia se cansase de correr por el bosque ese. Pero mis planes nunca salían como debían. Era un hecho.

Así que me encontraba siendo arrastrada por la rubia, quien me había interceptado en el camino y negado a dejarme tranquila. Acabé desistiendo debido a que no quería que supiese donde me solía esconder.

Las vías de tren eran mi sitio. Mi secreto.

Uno de mis muchos secretos.

—¡Venga Ivy! ¡Ánimo, ánimo, qué tú puedes!

Quise tirarle de la trenza alta que llevaba al escuchar sus palabras de aliento y ánimo. No sentía mis pulmones. Solo sentía como mis piernas ardían por cada paso que daba y como iba a echar los putos huevos por la boca. Estaba toda sudada. Pero la rubia iba fenomenal, como si nada. Como si no llevásemos casi media hora corriendo.

Apoyé las manos sobre mis rodillas cuando llegamos al punto final. Sin importarme las miradas de los vecinos, me tiré en el suelo e intenté calmar mi respiración. Amber me alcanzó una botella de bebida isotónica, la cual no tardé en vaciar dentro de mi boca. Sus mofletes tenían un ligero color rosado y subía y bajaba el pecho rápidamente debido al esfuerzo. Sus labios estaban curvados en una sonrisa divertida mientras me observaba con los brazos como asas.

—Venga ya, si no es para tanto.

—Cállate —acompañé mis palabras con un corte de mangas que le hizo reír a carcajadas.

Iba a matar a la rubia y a su positivismo. Que ella tuviese los pulmones y la resistencia de una atleta no era mi culpa.

Señaló con la cabeza el cartel que estaba a nuestro lado y pensé que quizás sí que podía seguir corriendo. Pero corriendo hacia la casa y quedarme encerrada mientras fumaba y me dejaba llevar por los pensamientos negativos. La rubia se había encargado de hacerme volver antes de salir a correr a por mi maleta para luego seguir entrenando.

—¿Preparada para el gimnasio ahora?

—No sabía que eras mi puta entrenadora personal.

—Créeme, no podrías pagar mis servicios.

Agaché la cabeza y tapé mi rostro con la coleta negra para ocultar la sombra de sonrisa que se escapaba de mis labios. Puta rubia que me hacía reír aunque no quisiese. Reuní todas mis fuerzas para ponerme seria y me levanté de mala gana del suelo. No entendía porqué tenía que venir a entrenar.

No me sentía lo suficientemente cabreada ni llena de ira el día de hoy como para ponerme a golpear el saco. Hoy era uno de esos días en los que me apetecía tirarme en la cama mientras fumaba y me quedaba con la mente en blanco. Aunque eso conllevase dejarme llevar por pensamientos intrusivos y que me hiciesen querer golpear algo. Pero ¿golpear por golpear? Era una bestia, pero no tanto.

«Créeme, Ivy, dejar que la rabia te consuma no es bueno. No puedes solo ir cuando no puedas más y estés a punto de reventar. Tienes que encontrar una rutina, un equilibro. De esa manera controlarás tu ira».

Suspiré al oír en mi cabeza las palabras de la doctora Malone cuando le conté que me había acabado apuntando al gimnasio. No quería hacerlo, pero el puto Pepito Grillo que tenía como consciencia no dejaba de molestarme y la comecocos se dio cuenta y no paró hasta hacerme hablar. Tampoco quería hacerle caso ni entrar de lleno en su terapia, pero la rubia no me daba otra opción. Casi que me empujó hacia el interior del gimnasio.

La misma chica que la primera (y última) vez que vine estaba detrás del mostrador mientras miraba algo en el ordenador. La barbie y yo pasamos nuestras pulseras por los sensores y caminamos hasta los vestuarios. Rodé los ojos con incordio cuando vi que dentro de estos estaban dos chicos que no paraban de cuchichear cuando nos vieron entrar. Amber las saludó como si nada, como si no estuviese escuchando las gilipolleces que decían las dos cotorras esas. Sacó unos auriculares de la mochila que había metido antes de salir a correr en las taquillas y me sonrió. Aunque era una de esas sonrisas falsas y nada alegres que siempre daba. Hice como si no pasaba nada y continué rebuscando en la maleta vacía cualquier cosa que me dejase quedarme fuera.

—Lo que le faltaba a la abuelita Sanders, primero su única nieta se hace lesbiana y ahora se junta con una drogadicta.

—Al final se la va a cargar de un infarto.

De repente se quedaron calladas. El portazo fue demasiado ruidoso y brusco para que sus cuchicheos para nada sutiles siguieran sonando. A pesar de odiar el contacto físico y que alguien me pusiera un solo dedo encima, no hice ninguna mueca cuando Amber me agarró del brazo para pararme. La cara de la morena que había dicho la mayor gilipollez de su vida se iba descomponiendo cada vez más a medida que me acercaba a paso rápido y amenazante. La amiga con la que cuchicheaba ni se lo pensó dos veces antes de apartarse y casi salir corriendo de los vestuarios. No era una persona muy alta, pero por lo menos lo era más que la gilipollas que no paraba de decir gilipolleces. Levanté ambas de mis cejas con fingida diversión y sí que comencé a divertirme cuando escuché a la chica tartamudear levemente. Amber seguía detrás de mí, diciendo que no pasaba nada, que eran comentarios de mierda y que debía pasar de ellos.

Pero la rubia me había defendido hacía no mucho tiempo. Y, aunque quisiera desvincularme de ella por completo y poner unos límites, no era capaz de hacerlo. Además, no iba a dejar que nadie hiciera sentir mal a la rubia.

La gilipollas me pidió perdón repetidas veces, pero yo no lo necesitaba. Me molestaban los comentarios, pero estaba acostumbrada a recibirlos. Hice que se disculpara con la rubia una y otra vez y dejé que se fuera. Amber me miraba con un gesto extraño que dejé pasar. Rodé los ojos cuando le vi sonreír y salí de los vestuarios.

Ahora sí que tenía ganas de darle al saco.

—No tenías por qué defenderme.

—Estamos en paz, barbie.

La rubia me alcanzó y me sonrió mientras se colocaba la esterilla de yoga sobre el hombro. Su sonrisa se hizo más amplia. Casi les llegaban los mofletes a los ojos. Se fue meneando sus caderas y las trenzas al compás de su paso hasta llegar a una zona tranquila.

Al entrar en la zona de los sacos de boxeo, el gilipollas ya estaba allí. Apreté los puños mientras caminaba porque ya había ocupado el saco que previamente había clamado como suyo. Estaba concentrado dándole golpes sin cesar al saco de color rojo que colgaba de una cadena. No paró de golpearlo en ningún momento. Tenía una camiseta de tirantes negra que se le quedaba pegada al cuerpo. Los músculos de su espalda se tensaban por cada movimiento y golpe que daba.

Odié quedarme plantada en el saco de detrás mientras le miraba moverse.

Pero, nuevamente, sus movimientos eran hipnóticos.

Cuando dejó de flexionar la espalda, aparté la mirada porque no quería seguir alimentando su ego de boxeador si se daba cuenta que le estaba comiendo con la mirada. Otra vez.

Tragué saliva y me coloqué detrás de mi saco. Cerré uno de los puños y golpeé con toda la fuerza que pude reunir la tela roja. Sentí como un calambrazo me recorría todo el brazo y como mis nudillos recibían el impacto. Pero se sentía bien. Sentía como descargaba mi estrés en el saco.

Golpeé y lo golpeé varias veces. Sentía cada vez mis nudillos más en carne viva, pues no me había puesto las vendas ni los guantes. Cada golpe que daba era más calmante que el anterior. En cada golpe me imaginaba una cara diferente y un motivo diferente. La morena que había dicho tantas cosas sobre la barbie macarra fue una de las últimas caras en aparecer en mi mente.

Cuando sentí mis nudillos arder, me obligué a mí misma a parar y tomar aire. Cerré los ojos y dejé caer la frente en el saco, el cual pesaba tanto que no se movió con mi peso. Tampoco se movía con cada golpe que daba. Pero no quitaba lo satisfactorio que era golpearlo ni lo bien que me sentía.

Me quedé mirándome los nudillos con la respiración agitada. Sentía como unos pelos que se me soltaron de la coleta se me quedaron pegados en la frente debido al sudor. Mi pecho bajaba y subía con velocidad. Sentía como el corazón se me iba a salir por la boca e iba a vomitar todo lo que había comido en el día.

De repente, noté una mirada eléctrica sobre mí. No me hizo falta recorrer toda la sala con la mirada para saber de quién se trataba. Su pelo negro estaba estático, peinado, como si no hubiese hecho nada de ejercicio. Sus ojos azules estaban sobre mí. Fruncí el ceño y le miré con los ojos entrecerrados.

Era la segunda vez que le pillaba mirándome, pero no apartaba nunca la mirada. Al contrario, se quedaba observando con más ímpetu, como si no le importase que le acabase de pillar con las manos en la masa.

Comenzó a caminar hacia mí. Me tensé detrás del saco y me odié por esta respuesta involuntaria, pero la última vez que se había acercado tanto a mí, varios miedos y recuerdos pasados acabaron saliendo a la luz. Su tono era grave y pausado. Clavó sus orbes azules sobre los míos antes de hablar.

—Ponte guantes. No quiero que tu sangre manche mis sacos, novata.

Miró mis nudillos por una última vez y se fue. Fruncí el entrecejo mientras le observaba marcharse y apreté los puños. Sentí como me escocían las manos y cómo volvía la ira. Así que apreté más los puños para calmarme, aunque fuese un poco.

Puto gilipollas de mierda.

Su cara iba a dejar manchada de sangre como siguiera molestándome de esta manera. 

¡Hola!

Amber te amo taaaaaanto

No conocemos mucho del pasado de Ivy aquí, pero sí que vemos un avance en la relación de estas dos <3

¡Eso es, Ivy! ¡Saca las garras por Amber! ¡Defiéndela!

Yo también me quedaría embobada mirando a Asher... 

¿Qué esperáis que pase próximamente? ¿Seguirá Asher así de chulo? ¿Cumplirá Ivy su promesa? ¡Qué de interrogantes!

¡Gracias por leer y por la paciencia que me tenéis! Os quieroooo

***

Os recuerdo que podéis seguirme en Redes Sociales y si queréis comentar la historia sería increíble. Os dejo mis redes sociales donde suelo subir avances y memes ;)

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