68 | ZONA DE GUERRA

—Bien, ¿dónde conseguimos las armas? —preguntó Lauren.

Eddie sonrió—. Tengo el lugar indicado —se fue y volvió con un libro, estrellándolo contra la mesa en una página abierta—. Miren esto: Zona de Guerra. Fui una vez ahí, es inmensa. Tienen todo lo necesario para, bueno, para matar, básicamente.

—¿Crees que el falso Rambo tendrá suficientes armas? —preguntó Robin—. ¿Eso es una granada? ¿Por qué eso es legal?

—Bueno, por suerte, lo es, así que... este lugar está suficientemente lejos de Hawkins —explicó Eddie—. Mientras no tomemos caminos principales, evitaremos a policías y aldeanos violentos.

—Si queremos evitar a aldeanos violentos, tal vez no debamos ir a un lugar que se llama Zona de Guerra —sugirió Erica.

—Normalmente estaría de acuerdo, pero necesitamos armas —dijo Lauren—, y creo que vale la pena.

—Yo también —dijo Lucas.

—Pero ¿vale el tiempo? —preguntó Dustin—. En bicicleta tardaremos mucho.

—¿Quién habló de bicicletas? —preguntó Eddie.

—¿Tienes un auto del que no sepamos? —preguntó Steve.

—No es exactamente un auto, Steve —respondió Eddie, sonriéndole—. Y no es exactamente mío, pero... funcionará —se volvió hacia Max—. Oye, Max, ¿tienes un pasamontañas, un pañuelo o algo parecido?

Max le prestó a Eddie su máscara de Halloween y él lideró el camino con cautela a través del parque de casas rodantes. Cuando rodearon el costado de una casa rodante, los propietarios estaban sentados afuera viendo la televisión, Eddie abrió una de las ventanas traseras y se volvió hacia Lauren.

—Las damas primero —dijo Eddie, ofreciéndole un empujón.

Trepó por la ventana, aterrizando en el sofá acolchado antes de rodar sobre sus pies. Eddie cayó por la ventana justo después de ella, arrancándose la máscara mientras lo hacía.

—Eso fue sofocante.

Eddie se sentó en el asiento del conductor y comenzó a cablear la casa rodante. Steve y Lauren aparecieron detrás de él, el primero de la pareja preguntó—: ¿Dónde aprendiste a hacer esto?

—Bueno, cuando los otros papás le enseñaban a sus hijos a pescar o jugar a la pelota, mi padre me enseñaba a robar autos —dijo Eddie—. Y aunque me prometí a mí mismo que no terminaría como él, ahora me buscan por matar a alguien y, pronto, por robo de autos, así que le hago honor a mi apellido.

—Eddie, no me encanta la idea de que tú conduzcas —dijo Lauren en voz baja.

—Oh, yo solo voy a encenderlo —dijo Eddie—. Harrington conducirá. ¿No es cierto, campeón?

Eddie logró poner en marcha el motor, lo que precedió a un grito de furia de la dueña de la casa rodante. Ella y su esposo golpearon la ventana, exigiendo que abrieran la puerta, y Eddie sonrió.

—¡Mierda, vamos! —dijo Lauren.

—¡Agárrense de algo! —gritó Steve.

Lauren se aferró al respaldo del asiento de Steve con todas sus fuerzas mientras él salía a toda velocidad del parque de casas rodantes, derribando botes de basura a su paso.

—¡No se suelten! —gritó Steve.

—¡Dios mío! —gritó Lauren, arremetiendo contra el asiento del pasajero y cayendo en él.

Cuando estuvieron fuera, saliendo de Hawkins, Lauren se volvió hacia Steve.

—¿Estás bien?

—Sí, estaba pensado. Es una tontería, pero siempre tuve el sueño de tener una gran familia, enorme —dijo Steve—. Hablo de una tropa de Harrington completa, como de seis o siete hijos.

—¿Siete? —preguntó Lauren.

—Sí, siete pequeños —respondió Steve—. Cuatro niños, tres niñas. Y cada verano, me gustaría que todos los Harrington pudiéramos subirnos a algo como esto y... recorrer el país. Ver las montañas, el Gran Cañón, quizás Yellowstone. Y terminar en algún pueblo costero de California. Pasar una semana en la arena, aprender a surfear o algo así...

—Eso... suena lindo —dijo Lauren.

Steve se volvió hacia ella—. ¿Sí?

—Sí —dijo Lauren—. Bueno, todo menos los siete hijos. Eso suena como una pesadilla.

Steve hizo un gesto detrás de él—. No me hace falta prática.

Lauren sonrió—. De acuerdo, sí. Es... cierto —se rió—. Ambos tuvimos práctica.

—¿Alguna vez lo pensaste? —preguntó Steve.

—¿Qué?

—En el futuro —incitó Steve—. ¿Alguna vez lo pensaste?

Lauren se encogió de hombros—. No. Supongo que, con todo lo que ha pasado en los últimos años, nunca le di mucha importancia. Además de la universidad, nunca pensé más allá de eso. Y luego, con todo este asunto de Vecna, pensé que no tendría un futuro.

Steve parecía triste—. Bueno, tiene que haber esperanza.

—Sí —dijo Lauren—. Tenemos que tener esperanza.

Cuando llegaron a Zona de Guerra, la mitad del grupo entró, mientras que Lauren, Dustin y Connor permanecieron en la casa rodante con Lucas y Eddie. Lauren se quitó la chaqueta, haciendo una mueca por la sangre que se había secado y pegado la tela a su brazo.

Los ojos de Eddie se abrieron con sorpresa—. Mierda, Carter, ¿has estado sangrando todo este tiempo?

—No —respondió Lauren, haciendo una mueca cuando finalmente se quitó la chaqueta—. Estoy bien. Solo necesito una curita.

—Necesitas más que una curita —dijo Eddie, poniéndose de pie—. Deben tener un botiquín de primeros auxilios por aquí.

Cuando lo encontró, se sentó junto a Lauren en la mesa, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia ella. Sus rodillas se tocaban y Lauren sintió que un escalofrío le recorría la espalda ante la proximidad de Eddie. Encontró una envoltura de vendajes y limpió la herida de Lauren lo mejor que pudo.

Cuando ella siseó por la picadura, él hizo una mueca—. Lo siento, lo siento, quédate quieta. Esto no llevará mucho tiempo.

—Auch, Cielos, Munson —dijo Lauren en voz baja.

—No seas tan bebé —murmuró Eddie—. Ahora, quédate quieta.

Lauren se movió ligeramente cuando dijo eso y Eddie golpeó su frente. Lauren se estremeció—. ¿Por qué fue eso?

—Dije que no te muevas.

—¿Por qué me golpeaste?

—Dije que no te muevas.

Lauren puso los ojos en blanco y dejó que Eddie envolviera el vendaje alrededor de su brazo. Cuando terminó, ató el vendaje y le dio a Lauren un pulgar hacia arriba. Ella se rió al ver la obra de Eddie.

—No está mal, Munson —dijo Lauren—. Podríamos convertirte en médico.

—No, gracias —dijo Eddie—. Entonces, ¿qué está pasando entre tú y Harrington?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Lauren—. No está pasando nada.

—Carter, puede que me hayan retenido por tercer año consecutivo en la escuela, pero no soy estúpido —dijo Eddie—. Algo está pasando.

—No lo sé —dijo Lauren, encogiéndose de hombros—. Supongo que no somos tan compatibles como solíamos ser. Entre que yo estoy en Califronia y él aquí y todo lo demás, realmente no hemos tenido tiempo para ser una buena pareja.

—¿Pero lo amas? —preguntó Eddie.

Lauren asintió—. Por supuesto que sí. Lo amo más de lo que he amado a nadie, pero no sé si eso sea suficiente —suspiró—. Me voy a callar. Tenemos asuntos más urgentes que mi drama.

—Oye, no, no invalides tus sentimientos —dijo Eddie—. Eso es estúpido.

—Gracias.

—Sabes lo que quiero decir.

—Sí —dijo Lauren, antes de frotarse los ojos—. Va... va a sonar estúpido, pero ¿crees que pasa algo entre Steve y Nancy?

—¿Esos dos? —preguntó Eddie—. No, lo dudo. Además, Harrington no podría encontrar a alguien mejor que tú.

—Gracias, Eddie —dijo Lauren, sonriendo levemente ante el cumplido—. Eso significa mucho.

Eddie tomó su mano y le dio un apretón tranquilizador—. Tú puedes, Carter. Diablos, eres una de las personas más fuertes que he conocido.

—Tengo que serlo —dijo Lauren—. Si no lo soy, ¿quién lo será?

En ese momento, antes de que Eddie pudiera responder, la puerta de la casa rodante se abrió de golpe y los dos se separaron de un salto como si los hubieran sorprendido besándose. Sus amigos entraron en la casa rodante cuando Lucas preguntó—: ¿Qué pasó?

—Tenemos que irnos —dijo Steve.

—Tus examigos están aquí —dijo Erica, mirando a Lucas.

—Mierda —dijo Connor—. ¡Arranca, ya!

—¡Ya voy! —gritó Steve, ya en el asiento del conductor—. ¡Siéntense!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top