39 | SENTIMIENTOS
—¡Auxilio! ¡Auxilio!
—¿Quieres dejar de gritar?
—¿Steve? —jadeó Lauren—. Dios mío. Steve, ¿estás bien?
—Me zumban los oídos, me cuesta respirar. Siento que se me va a salir un ojo, pero, fuera de eso, estoy muy bien —respondió Steve.
—La buena noticia es que te traerán a un doctor —dijo Lauren.
—¿Este es su consultorio? —preguntó Steve, mirando a su alrededor lentamente—. Me encanta la vibra. Es acogedor.
—Sí, ya lo creo —respondió Lauren.
—¿Estás bien? —preguntó Steve.
—Me duele la cara y siento que mis costillas están agrietadas. Estoy preocupada por Connor y pensé que estabas muerto, pero, fuera de eso, estoy muy bien —respondió Lauren.
—¿Te duele la cara? —preguntó Steve, antes de tensarse—. ¿Te lastimaron?
—No es nada —respondió Lauren—. Lo prometo, es solo un moretón.
—No, no, ¡te lastimaron! —dijo Steve—. Los voy a matar.
—Steve —dijo Lauren—. Estoy bien. Bueno... ¿ves aquella mesa, a tu derecha? —Steve miró a su izquierda—. No, tu otra derecha.
—Ah.
—Bien —dijo Lauren, Steve estaba mirando en la dirección que ella quería—. ¿Ves las tijeras?
—Sí.
—Si nos movemos al mismo tiempo, podemos llegar hasta ahí —dijo Lauren—. Luego pateo la mesa y las lanzo hacia ti.
—Y corto las ataduras —dijo Steve.
—Y escapamos —asintió Lauren.
—Bien. Suena posible —dijo Steve.
—Sí.
—Podemos hacerlo —dijo Steve—. Esos idiotas. ¿Dejaron tijeras?
—Sí, qué idiotas.
—Totalmente —dijo Steve.
—Bien. A la cuenta de tres, saltamos —dijo Lauren.
—A la cuenta de tres. Claro —dijo Steve.
—Bien —dijo Lauren—. Uno, dos, tres.
Se movieron unos centímetros y Lauren sonrió—. Eso funcionó.
—Bien —dijo Steve.
—Probemos de nuevo —dijo Lauren—. Uno, dos, tres —funcionó y Lauren soltó un fuerte—: ¡Mierda! Va a funcionar.
—Falta poco —dijo Steve—. ¿Lista?
—Claro —dijo Lauren—. Uno, dos, tres.
Se les acabó la suerte, si es que les quedaba algo que perder, y sus sillas aterrizaron de manera extraña, enviándolos al suelo. Lauren no pudo evitar reír, demasiado hundida en el pánico como para considerar llorar ahora que había agotado ese medio de liberar sus frustraciones.
—Tranquila —dijo Steve—. No llores. Lauren... no llores —cuando la risa de Lauren se hizo más fuerte, Steve frunció el ceño—. ¿Te estás riendo? ¡Pensé que estabas llorando!
—Lo siento —rió Lauren—. Ya lloré, pero estabas demasiado inconsciente como para darte cuenta. Es que no puedo creer que moriré en una base rusa secreta con Steve "el pelo" Harrington. Es demasiado raro. Si me hubieras dicho hace dos años que esto iba a suceder, me habría reído en tu cara.
—No vamos a morir —dijo Steve—. Vamos a salir de aquí, ¿de acuerdo? Solo tienes que dejarme pensar por un segundo.
Lauren suspiró—. ¿Recuerdas la clase de Historia de segundo año con la Sra. Click?
—¿Qué?
—La Sra. Clickity-Clackity —dijo Lauren—. Así le decíamos con Jonathan. Era la primera hora, los martes y jueves, así que siempre llegabas tarde. Y siempre desayunabas lo mismo. Un bagel de sésamo con tocino, huevo y queso. Me senté detrás de ti dos días a la semana durante un año. Eras muy chistoso. Muy popular. El rey de la Secundaria Hawkins. ¿Me recuerdas de esa clase? —Steve estaba callado y Lauren suspiró—. Claro que no. Eras un desgraciado, ¿lo sabes?
—Sí, lo sé —murmuró Steve.
—Pero no importaba —dijo Lauren—. No me importaba que fueras un idiota porque estaba... enamorada de ti. Los perdedores fingimos estar más allá de todo, pero solo queremos ser populares. Aceptados, normales.
—Si te hace sentir mejor, ser todo eso no es tan genial —dijo Steve—. En serio. Me desconcierta. Todo lo que dicen es importante, todo lo que dicen que debería importarte es... mentira. Pero supongo que debes equivocarte para darte cuenta.
—Eso espero —respondió Lauren—. Siento que toda mi vida fue... un gran error. Con una mínima cantidad de bien. Era una perdedora, ¿sabes? Quiero decir, mi mejor amigo de la infancia me abandonó, tenía un solo amigo en la escuela y nadie se fijaba en mí. Lo único que hice bien fue criar a Connor para que fuera un gran chico —Lauren resopló y trató de ignorar las lágrimas que brotaron de sus ojos—. Estoy tan orgullosa de él, y estoy orgullosa de mí, porque crié a ese chico y... estará bien.
—Deberías estar orgullosa —dijo Steve—. Connor es un gran chico.
—¿De verdad lo crees? —preguntó Lauren.
—Sí —dijo Steve.
—Al menos, no podemos estár peor que ahora —dijo Lauren.
—Desearía haberte prestado más atención en la clase —dijo Steve.
—¿Sí? —preguntó Lauren.
—Sí —respondió Steve—. Quizá me hubieras ayudado a aprobar. Quizá, en vez de estar aquí, iría a la universidad contigo.
—Y no tendríamos idea de que había rusos malvados bajo nuestros pies, y estaría sirviendo helado con Robin —dijo Lauren—. Robin y algún otro tonto.
Steve se rió en voz baja—. Debo decir que me gusta ser tu tonto —se calló por un momento antes de hablar de nuevo—. Lamento haberte abandonado. Ojalá nunca lo hubiera hecho.
—Está bien —dijo Lauren—. Ya te perdoné. Y además, ahora eres mi novio, ¿no es así?
Steve sonrió—. Sí.
—Te amo —respondió Lauren—. ¿Lo sabes?
—Lo sé —dijo Steve en voz baja—. Yo también te amo.
Sonó un timbre y la puerta se abrió. Entró el general y sus hombres, deteniéndose cuando vieron a Steve y Lauren en el suelo—. ¿A dónde iban ustedes dos? —fueron levantados y el general se inclinó frente a Steve—. Esta vez intenta decir la verdad. Hará menos dolorosa la visita del Dr. Zharkov.
El doctor se acercó a Steve con una aguja—. Un momento. Esperen. ¡Esperen! ¿Qué es esa cosa?
—Los ayudará a hablar —respondió el doctor.
—¡¿Al menos la limpió?! —gritó Steve, mientras le inyectaban la aguja en el cuello.
Gritó y Lauren se estremeció ante el ruido, cerrando los ojos para tratar de bloquearlo. Los gritos de Steve se calmaron y el médico limpió la aguja, insertó otro frasco de la misma sustancia y lo inyectó en el cuello de Lauren. Luego los dejaron solos, presumiblemente para dejar que la sustancia hiciera efecto, y cuando Lauren inclinó la cabeza hacia atrás contra la de Steve, él suspiró.
—La verdad, no siento nada —dijo Steve.
—Yo tampoco —dijo Lauren—. Me siento normal.
—Sí, me siento bien —dijo Steve—. Me siento muy bien.
Lauren se rió—. ¿Te digo un secreto?
—¿Qué?
—También me gusta.
Se echaron a reír y Steve dijo—: Los idiotas se equivocaron de droga.
—Se equivocaron —rió Lauren—. ¡Idiotas!
—¡Idiotas! —gritó Steve.
—Definitivamente nos pasa algo —dijo Lauren.
—Algo anda mal —dijo Steve.
El doctor y el general regresaron, y Lauren lo vio colocar una serie de herramientas en la mesa—. ¿Este sería un buen momento para decir que no me gustan los doctores?
—Vamos a intentar otra vez —dijo el general—. ¿Para quién trabajan?
—Para Scoops Ahoy —respondió Steve.
Lauren se rió. El general preguntó—: ¿Cómo nos encontraron?
—Fue pura casualidad —respondió Steve.
El general dijo algo en ruso y el doctor tomó una herramienta. Lauren arqueó las cejas—. ¿Qué es ese juguetito brillante? ¿A dónde va con eso?
—¡Espere! —dijo Steve, preso del pánico cuando el doctor le agarró la mano—. ¡Espere! ¡No! ¡Espere!
—¡Había un código! —gritó Lauren desesperadamente—. ¡Había un código! ¡Escuchamos un código!
—Un código. ¿Qué código?
—"La semana es larga. El gato plateado se alimenta cuando azul y amarillo se encuentran en el oeste" —respondió Lauren—. Transmitieron esa estupidez secreta a toda la ciudad, la captamos en la radio y la desciframos en un día. ¡En un día! Se creen muy inteligente, pero un par de chicos que trabajan en una heladería descifraron su código en un día. La gente sabe que están aquí.
—¿Qué gente? —preguntó el general.
—Dustin sabe —respondió Steve.
—¡Steve! —siseó Lauren.
—Sí, Dustin Henderson, él sabe —dijo Steve—. Y Connor Carter.
—¡Steve! —dijo Lauren.
—Dustin Henderson —repitió el general—. Connor Carter. ¿Tus pequeños amigos prepúberes? ¿Uno con pelo rizado?
—De pelo rizado. Gran pelo —dijo Steve—. Rizos pequeños. Como afro.
—¿Dónde está? —preguntó el general.
—Se fue hace mucho, imbécil —respondió Steve—. Debe estar llamando a Hopper, y Hopper llamará al gobierno de EE.UU. Vendrán abriéndose paso a los tiros y los enviarán de una patada a Rusia. Los harán pedazos.
Steve y Lauren se rieron y el general se acercó más—. ¿No me digas?
—Sí —respondió Steve.
Una alarma empezó a sonar y Steve le dio al general una mirada que decía, te lo dije. El general salió de la habitación, y antes de que el doctor pudiera realizar cualquier forma de tortura a Steve o Lauren, Dustin irrumpió gritando en la habitación con una picana electrificada, y dejó inconsciente al doctor. Connor lo siguió, con Erica y Robin pisándoles los talones.
—¡Henderson! —vitoreó Steve—. Qué loco, justo hablaba de ti.
—Dios mío —jadeó Lauren—. ¡Connor! ¡También estábamos hablando de ti!
—Prepárense para correr —dijo Dustin.
—¿Correr? —preguntó Lauren—. ¿A dónde vamos? ¿Algún lugar divertido?
—¿Qué demonios te pasa? —preguntó Connor.
—Nada —dijo Lauren—. Estoy bien. Te preocupas demasiado.
Connor no estaba convencido, pero agarró la mano de su hermana—. Está bien, vamos.
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