Vender tu alma

No sé con exactitud cuánto tiempo permanecí congelado en aquella situación. Pero conseguí volver a mi cuando la luz se había ido casi por completo. Lo primero que verifique fue que mi alucinación se había desvanecido. Quité el polvo de mi ropa. Pasé una mano a lo largo de todo mi rostro y bajé la mirada. Me obligué a verla. Ella permanecía inmóvil, en silencio, con el rostro hacia el suelo y el cuerpo contorsionado en una postura antinatural.

Estaba hecho. Las cosas eran de esta manera, y no podía hacer nada al respecto.

No había posibilidad de que estuviera muerta, lo sabía fríamente. Bajé del muro de la misma forma en la que bajé la primera vez, y me acerqué a pasó cauteloso hacia ella con los brazos extendidos.

—Amanda —le llamé suavemente.

Ella levantó el rostro, lleno de tierra y lágrimas. Luego, horrorizada, intentó alejarse de mí a rastras mientras sollozaba, cuál animal lastimado.

—Déjame sola, por favor —suplicó.

—No te muevas o será peor para ti.

—Ni siquiera puedo reconocerte, Aidan.

Me detuve, y luego repentinamente (para que no tuviera tiempo de reaccionar) me abalancé hacia ella hasta agacharme a su altura y poder atraparla en una especie de abrazo. Ella lloraba de nuevo. Pero mi intención no era el consuelo, sino que una vez que se quedó quieta, me aseguré de cargarla: una brazo en sus piernas, otro debajo de su cuello. Cuando estuve de pie, pude distinguir su pierna derecha torcida y enrojecida, al igual que una de sus muñecas.

¿Quién iba a tener esperanza después de quedar completamente inmovilizado y saber lo del abismo?

La sostuve y la miré desde arriba. Parecía que tenía menos edad. Permanecía quieta y completamente indefensa, incapaz de mirarme de vuelta. No dijo nada más ni se quejó durante toda mi caminata de vuelta. Pensé en una excusa para los demás niños a la vez que decía en voz alta:

—Ya pasó, Amanda, ya no duele...

Me costó pasar la valla con ella en brazos, y creo que la lastimé. Escuché la campana de Katherine, la cual ella sonaba para indicar que era la hora de entrar en la casa. Ella estaba sonando la campana todavía, rodeada de niños obedientes, cuando me prestó atención.

Los niños soltaron chillidos horrorizados mientras me preguntaban qué había sucedido, y mientras le preguntaban a Amanda como se encontraba. Ella nunca contestó.

—Estábamos trepando en los árboles y una rama se rompió. Tuvo una muy mala caída —dije.

Los pequeños permanecieron histéricos mientras Katherine se me acercaba con una falsa mirada compasiva y extendía los brazos para tomar a Amanda. Ella la abrazó contra su pecho y le dijo:

—Mi Amanda, no llores, no duele...

Mientras lo hacía, me dedicó una pequeña y macabra sonrisa. Después, comenzó una caminata acompañada del resto de niños curiosos y preocupados hacia la enfermería. Por mi parte, fui hasta la cocina, tomé un vaso de agua y bebí a pequeños tragos mientras me sentaba sin compañía en una de las sillas del amplio comedor.

—Hice lo que tenía que hacer —murmuré a nadie, ni siquiera a mis alucinaciones—. No había esperanza real de todas formas.

Un goteo me sobresaltó, me giré por completo hacia el grifo en donde había llenado mi vaso. Al parecer lo había dejado un poco abierto porque goteaba. Me levanté para cerrarlo. Juro que aunque ya no había agua, podía escuchar el goteo. ¿Alucinación? No lo sé. Lo escuchaba y el sonido me taladraba los tímpanos.

—Haz que se detenga —dije al aire—. No lo soporto.

Comenzaba a ponerme nervioso. Y ahí seguía el goteo, gota a gota. No tengo idea del porqué, pero ese minúsculo sonido me estaba haciendo perder los estribos en ese momento.

—Que se detenga, que se detenga...

Todo lo que me dijo Katherine aquel día fue «hablaremos después». Después. Amanda permaneció en la enfermería, cenó ahí. O se suponía que ella iba a cenar ahí porque en realidad vi a Katherine llevar una bandeja con comida y después traerla de regreso con todo en su sitio.

No me molesté en ir a verla. Hacerlo hubiera sido una mera burla y mala pasada para ella. Después de la cena entre en mi cama, miré al techo. Por primera vez en un buen tiempo me sentí tranquilo. Yo ya no tenía que pensar en ningún escape, ningún plan. Solo tenía que quedarme quieto y esperar a que Katherine me dictara mi siguiente paso. Quizás así sería mi vida a partir de esa noche. Pronto, pensé, vería a Amanda partir. A todos. Con algo de suerte yo llegaría a adulto y podría ocupar el lugar de Katherine. Y llevaría a centenares de niños al túnel. Los cargaría en mis brazos para luego sacrificarlos a cambio de mi supervivencia. Quien sabe, quizás incluso pueda creerme mi propia mentira y volver a vivir en los días soleados eternos.

Fue apenas al día siguiente, cuando todos habían abandonado el salón de clases después del examen, que Katherine me llamó. Me acerqué a su escritorio y permanecí de pie a un lado mientras Katherine revisaba lo que parecían cartas. El compás del reloj era lo único que escuchaba.

—Bien, Aidan. Para serte sincera no creí que hicieras algo como esto —dijo al cabo de un rato.

—Ahora sabe que no puede escapar. Es lo que importa, ¿no?

—Ella es verdaderamente miserable en estos momentos —puso una sonrisa pero seguía sin levantar la vista de los papeles—. Así que tienes razón. ¿Cómo lo hiciste?

—Hice que trepara el muro y la empuje.

—Qué cruel... Amanda creía ciegamente en ti. Y tú le causaste más dolor del que nunca había experimentado. ¿Cómo te sientes?

—¿Cómo te sientes tú?

Nos miramos. Ella siguió sonriendo. Apartó las cartas:

—Nuestro mundo está gobernado por ellos, nosotros no somos más que sus siervos. Así que un día tendré que presentarte ante ellos para que te aprueben como mi mano derecha.

—Entiendo —me atreví a hacer una pregunta: —¿Tú también fuiste parte del ganado?

—Claro, Aidan. Y mamá fue quien me escogió. Pero yo era de otra granja... —movió el cuello de su camisa y dejó ver un tatuaje, como el que yo tenía en el abdomen solo que el de ella era una secuencia de números exclusivamente—. Grace Field House, plantación número tres.

—¿Cuántas granjas hay?

—No lo sé. Pero en esta zona hay cinco granjas.

—¿Qué plantación somos?

—Cinco.

—Entonces, ¿es posible que me transfieran a otra plantación?

—Muchas preguntas. ¿Estás aquí para escuchar o para hablar?

Hice silencio.

—No creas que por haber superado una primera prueba tienes libertad, o siquiera mi aprecio. Ahora encargarte de las tareas, olvídate de una vez de tu estadía aquí como niño feliz. No quiero verte perder tiempo jugando. Nunca.

—Entiendo.

—Y mantente alejado del muro.

—Entiendo. 

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