Sangre en la punta de los dedos

Corrí, entre la hierba, entre las luciérnagas. No veía casi nada más que una tenue, muy suave luz blanca que provenía del túnel abierto. Nunca lo había visto abierto, y tampoco me había acercado porque lo tenía prohibido. Amanda iba a un lado mío, pero me olvidé de ella porque me puse a pensar en todas las cosas que diría para convencer a los nuevos padres de Lucas para que me adopten también. Diría lo inteligente que yo era, lo bien portado y todas las labores del hogar que realizaba a diario. Si fuera necesario, estaría dispuesto a hablar de los libros que he leído y recitar mis análisis para impresionarlos.

Caminamos por la gran distancia entre la casa y el túnel. No podía escuchar nada más allá de grillos y nuestras pisadas. Cuando nos estábamos acercando, la luz se apagó. Amanda y yo nos miramos un poco extrañados, y eso nos indicó de cierta forma que teníamos que ir en sigilo. Hasta ese momento pensé en las consecuencias que todo tendría si nada funcionaba, pues ni deberíamos salir ni en la noche ni sin permiso, y mucho menos en un día como este...

Nos quedamos parados delante del gran túnel que no emanaba ningún sonido que no fuera el viento a través de él. Dimos varios pasos hasta adentrarnos, Amanda dio vueltas sobre su propio eje para analizar el lugar que no era más que un gran corredor con una puerta a un costado. Yo intenté mirar lo que había del otro lado, pero todo lo que distinguía era una negrura aterradora que parecía ser el fin del mundo, como si no hubiera absolutamente nada del otro lado. En mi infancia, siempre había soñado con estar donde estaba ahora y las cosas que podría ver del mundo exterior. Y ahora que estaba aquí, no había nada.

No puedo explicarlo, pero algo nos impedía hacer ruido, y por lo tanto éramos como un par de sombras, aunque sabía que Amanda también se hacía la misma pregunta: ¿Dónde están todos? Cuando mis ojos se adaptaron a la negrura, distinguí el automóvil aparcado a unos metros. Ahí fue cuando olvidé dónde estaba y me emocioné, era la primera vez que veía un auto de verdad. Era como un auto de carga, con una especie de caja en la parte de atrás que usaba una pesada manta para cubrir la entrada de la misma. Lo que hice fue correr hacia el asiento del piloto pero no había nadie. Ni Katherine, ni los padres, ni Lucas.

—¿Se habrán ido ya? —dijo Amanda.

—Este carro no debería de estar aquí si fuera el caso.

—¿Escuchas eso?

—¿El goteo?

—Sí.

Seguí mirando los asientos vacíos. Mi curiosidad por el vehículo había muerto y todo lo que quería saber era dónde estaba todo el mundo. Además, no podía haber pasado tanto tiempo como para que se fueran, ¿no? Era imposible.

—Aidan, mira.

Me di la vuelta y vi a Amanda señalando un charco. Me acerqué al mismo charco que estaba en medio del túnel. Inexplicablemente, una gota caía cada segundo. Ambos alzamos la vista al techo, y vimos un centenar de tubos de plomería. Eran tantos que parecía un nido de serpientes, y estaban adheridos al techo. El agua venía de uno de entre los tantos.

—Creí que esos eran subterráneos, ¿no? —dijo ella.

Yo no añadí nada y me di la vuelta. Noté que además del goteo del charco escuchaba uno más. Era más lento pero mucho más espeso, no parecía ser agua. Provenía de la parte de atrás del auto. Deslicé los dedos por el frío vehículo conforme me acercaba, y luego descubrí que aquel sonido era un líquido que se derramaba desde detrás de las cortinas y terminaba por irse al suelo. Y ya había formado un pequeño charco. Mis dedos se dirigieron hacia el líquido pero en algún momento me decidí por apartar la cortina de un golpe y...Ver.

Y miré a Lucas. Con los ojos bien abiertos, de verdad abiertos, y sin embargo, él no veía. En su rostro no había más que una expresión de horror puro, y miraba hacia mi dirección. El resto de su cuerpo permanecía rígido en el suelo del auto, con la cabeza rozando las cortinas. Su chaqueta estaba completamente desaliñada, torcida, medio rota. La camisa blanca tenía una mancha espantosa en el pecho, de donde sobresalía una flor roja que no había visto nunca antes. Quizás había sido clavada... Pero su piel estaba pálida, casi azulada. No me moví ni respiré. Mi mente estaba tan oscura como el final del túnel. El goteo continuaba. Y levanté mi mano derecha, la cual temblaba hasta la punta de los dedos, y finalmente toqué el líquido. Supe por la pura consistencia que era sangre.

Ahí fue como si lo que estaba viendo por fin formara parte de mi realidad física y tangible, y por ello me horrorice tanto que retrocedí abruptamente hasta que me caí de espaldas. Y seguí mirando al interior de la camioneta aunque desde esta perspectiva ya no distinguía nada. Temblaba como para morirme y fui incapaz de emitir siquiera un grito.

Amanda corrió e intentó levantarme, aunque al instante entendió que algo iba mal. Su mirada se dirigió a la camioneta y la pude ver dirigirse a pasó lento para luego mirar lo que yo acababa de ver. No se movió. Su cuerpo se sacudía como el mío. Sus manos permanecieron alzadas a la altura de su pecho como si fuera a gritar pero nunca lo hizo, luego solo las bajó en un movimiento abrupto y murmuró en un sonido ahogado:

—¿Lucas?

No podía ni respirar. Pero luego escuché pasos y voces. Nuestras miradas se dirigieron al otro lado del túnel e inmediatamente Amanda corrió a levantarme y llevarme hasta el estrecho espacio que quedaba entre la pared de la camioneta y la pared del túnel. Luego, mi espalda tocaba la superficie del auto. No pude ni hacer especulaciones sobre todo lo que estaba ocurriendo. Todo sucedía de un segundo a otro.

—¿No escuchaste algo? —dijo una de las voces.

—No. Mejor acabemos el turno y vete a casa, que estás alucinando.

Los escuché aproximarse al auto. Amanda dio un vistazo por debajo y se tuvo que cubrir la boca para evitar gritar. Sus ojos se conectaron con los míos y luego me dijeron que hiciera lo mismo. Eso hice. Lo que vi fueron las extremidades de lo que no podía ser una persona. Brazos largos y retorcidos hasta el suelo, dedos huesudos más similares a las finas ramas de un árbol que a los de una persona. Piernas con las mismas características, como el pésimo intento de dibujar a un humano. Lo primero que pensé fue en monstruos, como los que se esconden debajo de tu cama, pero la verdad es que me quedé sin aliento y mi cabeza dolía.

El auto se movió violentamente y luego escuche ropa romperse.

—Me gustaría comerme aunque sea la punta de sus dedos, ¿a ti no?

—Te matarían si el producto llega con un daño como ese, infeliz.

—O quizás una oreja. O un trocito de su globo ocular.

—Cállate ya.

Volví a asomarme por debajo. Pude ver una especie de gran frasco con un líquido brillante en el suelo, lo suficientemente amplio como para poner un cuerpo. ¿Qué está pasando? ¿Dónde estaba Katherine? ¿La habrán lastimado también? Era lo único en lo que pensaba, pero a la vez no quería saberlo.

—Bien, JH1485, la última cosecha del año será la de VC2557. Que llegue en las mejores condiciones posibles o serás penalizada. El duque lleva casi quince años esperando un manjar como ese, y tiene muchas expectativas en tu supuesto producto estrella de doscientos ochenta puntos.

—Tenga por seguro que será lo mejor que mi granja les habrá proporcionado —habló Katherine.

Todo en mi cabeza se hizo silencio y después se volvió la palabra Granja. Granja. Granja. Una y otra vez se repetía con la voz de Katherine, de una manera tan sofocante que creí que iba a morir. Cuando los pasos se hicieron hacia la puerta del túnel, Amanda me tomó de la mano y me hizo levantarme aunque me fue muy difícil. Me siguió tomando de la mano y me hizo correr a través de la misma hierba y entre las luciérnagas. El mundo me daba vueltas, no sentía que corría y más bien sentía que volaba por los aires del cielo nocturno. La silueta de Amanda era duplicada, mi corazón estaba por todo mi cuerpo, y yo me encogía como un barco de papel en el agua.

Mis piernas cedieron y caí a la tierra.

Entonces me pregunté: ¿Por qué? ¿Por qué ella nos engañó? ¿Por qué crecí viviendo una mentira? ¿Por qué estoy destinado a morir? ¿Por qué soy un producto? ¿Por qué todos a los que amé murieron así?

¿Por qué le creí a ella?

Las cosas empeoraron para mi cuando no vi ni escuché, pero comencé a sentir la presencia de todos mis hermanos muertos alrededor de mi. Quizás para ese punto no estaba más que alucinando, pero de verdad que los sentía mirándome.

—Tenemos que ir a casa, ella no puede vernos aquí —me dijo Amanda mientras me intentaba levantar de un brazo.

—¿Para qué? ¿Para esperar nuestra muerte también?

—Aidan, si nos ve ella nos matará ahora.

—¿Cuál es la diferencia?

—Podemos escapar, ¿no lo entiendes? Con tu inteligencia seguro que huiremos antes de que llegue nuestro día.

Pero yo no podía ni pensar.

—Lucas se veía horrorizado —le dije aun sin ponerme de pie.

—Lo sé.

—Por eso nunca recibimos cartas de nuestros hermanos.

—Aidan, basta.

—¿Cómo es qué nunca los escuchamos gritar?

—¡Cierra la boca! Yo no puedo con esto y no puedo verte así.

Me soltó y me dejó caer de nuevo. Me observó un instante, sus ojos brillaron y luego... Se echó a llorar. Y yo lloré también. Mucho. De verdad.

Aquella noche fue eterna. No recuerdo cómo logré volver a la casa, subir las escaleras y meterme en la cama. No lo recuerdo. Amanda y yo no intercambiamos palabras, y luego la manta me cubría hasta el cuello, pero no hubo nada más. Todos dormían tan plácidamente que sentí envidia. Envidia de que pudieran dormir bajo la tranquilidad de la ignorancia. Estaba aterrado, desolado, un montón de sentimientos y sensaciones que jamás en mi pacífica vida como niño huérfano de Glory Bell había experimentado. Nunca me había sentido desprotegido o había sido expuesto a una pizca de crueldad en el mundo, y de la nada estaba siendo expuesto a todo. De la nada, el mundo suave y justo se había escapado de mis manos.

No miento cuando digo que en cada parpadeo revivía esa escena en el auto, el momento exacto en el que aparté las cortinas de un golpe. ¿Todo sería diferente si no lo hubiera hecho?

Quizás lo que más me atormenta esa noche fue que Lucas hubiera muerto, y que minutos antes de eso yo lo hubiera visto caminar hacia su propia muerte sin hacer nada al respecto. Y lo mismo había pasado con todos los que había conocido a lo largo de mis catorce años. 

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