Puerta abierta
Si ya he hablado de Luke y Katherine, supongo que es el turno de Amanda. Aunque para ser sincero no puedo pensar en ella sin sentir que pierdo la fuerza. Amanda era una niña dos años menor a nosotros. Cabello castaño claro que siempre traía recogido en una coleta con mechones cayendo por su frente. Encajaba más con la personalidad de Lucas que yo, y por ello ambos se llevaban demasiado bien y en muchas ocasiones me dejaban fuera. Era una apasionada por la lectura pero amaba más leerle cuentos a los más pequeños, y también amaba bailar cuando Katherine encendía el tocadiscos. Y su mayor sueño era ponerse un vestido de verdad y no tener que usar la falda blanca que había usado todos los días de su vida.
También le gustaba mucho la naturaleza. Conocía todos los tipos de plantas del jardín y todas las aves que alguna vez volaron el cielo del orfanato. Dibujaba insectos y hacía anotaciones, leyó todos los libros sobre biología de la biblioteca... Y me quería mucho. Tanto como para hablarme durante horas y en cada momento que tenía oportunidad, como para remendar mi ropa antes que pedirle ayuda a Katherine.
En una ocasión me pidió que la cargara sobre mis hombros y creo que aquello la hizo realmente feliz, de verdad. No como Katherine que solía fingir aquella clase de felicidad.
Sería ridículamente hipócrita decir que también la quería, porque ya ni siquiera estoy seguro de poder afirmarlo. Pero juro que cada que escucho la música del tocadiscos, mi corazón da un vuelco. Y de vez en cuando, tomó su cuaderno de anotaciones de botánica que ella dejó en la biblioteca (para simular que es un libro de verdad), y a veces hojeo sus páginas con dibujos hechos a mano y párrafos escritos con tinta. Lo hago porque me recuerdan a días mejores en los que Glory Bell no era más que un orfanato para mí. Para ser sincero, últimamente ya no hojeo el cuaderno a menudo porque temo que pueda enojarme repentinamente y destrozarlo.
No sé si puedo siquiera pensarlo, pero extraño a Amanda. Extraño a Lucas. Extraño todo. Extrañar cosas duele.
Cuando lloro no puedo detenerme. Tengo pensamientos extraños cuando hablo con otros niños y por eso mejor dejé de hacerlo. Tengo pensamientos extraños cuando enciendo velas. Tengo pensamientos extraños cuando escucho la campana de las doce del día.
Me sentí muy mal la mañana que Katherine anunció que una linda pareja deseaba adoptar a Lucas y que se iría a finales de mes. En ese instante estaba sentado en el comedor a un lado de Lucas, y él pegó un victoreo y se lanzó a abrazarme con todas sus fuerzas. Y yo me lancé a abrazarle con todas mis fuerzas también. Amanda se nos unió, algunos niños se echaron a llorar. Me sentí mal pero no se lo dije.
Las cosas cambiaron entre nosotros a partir de ese momento. Todo el tiempo que pasamos juntos era melancólico y fuera de lugar. Podíamos caminar alrededor de todo el orfanato sin decirnos nada, o acostarnos entre las flores sin decirnos nada tampoco.
Nunca quise que se fuera.
Fue muy difícil el día en que me senté en su cama junto con Amanda mientras el sacaba la caja con todas sus «pertenencias». Ahí no había más que su tren favorito de la infancia, dibujos viejos, obsequios pequeños del ratón de los dientes. Me dio una cajita circular de bronce que podía cubrir con la palma de mi mano: su brújula. La misma brújula que un millón de veces usamos para jugar a que éramos exploradores en el Amazonas. Sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas y que un horrible nudo se formaba en mi garganta. Amanda me miró con los ojos bien abiertos porque nunca me había visto ni sollozar. Y yo cerré ml puño y apreté la brújula como si quisiera romperla.
—Aidan...
—¡No te vayas, Lucas! No puedes dejarme, no puedes, por favor, quédate.
—Sabíamos que momento iba a llegar.
—Es demasiado pronto.
—No lo hagas más difícil, ¿sí? Enviaré cartas e intentaré con todos los trucos posibles que me traigan de visita. Tú sabes que siempre logro lo que me propongo.
Lo mire, ahora enojado porque aceptaba irse:
—Me escaparé de aquí si no lo haces.
¿Qué puedo decir? Aquel día, el de su adopción, llegaría rápido. Aquel día hicimos la típica fiesta de despedida en la que adornaban el salón con globos de colores y Katherine hacía pastel para todos. Katherine solo hacía pastel en esas ocasiones, así que era especial porque se trataba de una vez cada dos meses. Mientras ayudaba a poner los globos, miré hacia todos partes y recordé cada una de las veces que ayudé a decorar el salón para una despedida. Y que ahora sería para despedir a Lucas y que próximamente sería para despedirme a mi. No pude evitar sentirme mal cuando miré a Luke entrar con el pantalón y el saco café, y la corbata en el cuello. Era el traje formal que usaban todos los que se iban.
Cuando nos sentamos a cenar me quedé en silencio mientras el resto de los niños se amontonaban alrededor de Lucas y se ponían a decir cuánto lo iban a extrañar y que le deseaban lo mejor.
—¡No nos olvides como el resto! Ellos nunca envían cartas aunque prometen que lo harán —dijo Sally.
—Lucas es diferente, él enviará todos los meses —agregue yo.
Y luego simplemente era el final. Todos nos pusimos delante de la gran puerta principal mientras Katherine tomaba a Lucas por los hombros y Lucas movía la mano para despedirse. La mitad de mis hermanos lloraba sin consuelo, y yo quería hacerlo también, pero sabía que Lucas no quería que lo despidiera con lágrimas...
—¡Adiós a todos! Pero no es un adiós definitivo, es más como un hasta pronto —y giró su cabeza hacia atrás para mirar a Katherine—. ¿Puedo darle un último abrazo a Aidan?
—Pero que sea rápido —dijo ella.
Abrí paso entre el puñado de pequeños niños y me abalancé con tanta urgencia que pude haberlo hecho perder el equilibrio. Cerré los ojos, y luego sentí que su mano deslizaba un trozo de papel dentro de mi camisa, por la espalda. Al separarnos le miré con confusión, pero no hubo tiempo para nada porque me dedicó una última sonrisa y un:
—Hasta pronto, colega.
Luego simplemente se marchó. De verdad, para siempre.
Observé la puerta varios minutos conforme el resto se estaba disipando para irse a dormir. Amanda estaba unos pasos detrás de mí.
—Lo volverás a ver —me murmuró.
—Por supuesto —me apresure a decir.
Cuando volví a recordar el trozo de papel había pasado unos diez minutos. Me retorcí hasta que logré sacar el papel, lo extendí y leí rápidamente el mensaje: la puerta está abierta. El juramento.
En ese momento fruncí el ceño. Lucas siempre era de esos a los que le gustaban las sorpresas, los misterios y la intriga, y yo siempre era de esos que amaba resolver la intriga. Me dirigí a la puerta principal, que por nada en el mundo debería estar abierta puesto que Katherine la asegura cuando tiene que realizar una adopción. Pero estaba abierta. ¿Cómo? Pues había una buena cantidad de cinta adhesiva transparente en el mecanismo de la puerta, de tal forma que la había atascado y Katherine no había cerrado la puerta. Lucas era grandioso. Miré la noche, las estrellas, el camino que me decía lo que tenía que hacer. Y el juramento. Lucas no había olvidado ese juramento que hicimos debajo de la cama y yo tampoco.
—¿Cómo hiciste eso? —me preguntó Amanda.
—¡No hay tiempo! Sígueme y haz silencio.
Y la tomé de la mano para sacarla de la casa, cerré la puerta y entonces corrí. De verdad que lo hice. Corrí por el sendero de la casa al túnel. Glory Bell estaba rodeado por un gran muro de piedra que marcaba fin a su territorio y lo único que conectaba con el mundo exterior era una especie de túnel que permanecía cerrado todas las noches excepto las de adopción.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top