Peter Pan
Esa noche regresé al túnel, en mis sueños. Iba vestido con ese traje de corbata, y corría hacia ese sitio. Por alguna razón no tenía miedo y la reja estaba arriba. El auto no estaba. Y la salida no estaba cubierta por la negrura espesa que recordaba, sino que ahora era una luz blanca brillante, misma que era tan intensa que parecía tangible. Me acerqué lentamente sin saber qué esperar. Cuando crucé al otro lado, el suelo se había convertido en un asqueroso charco y la luz se había vuelto más tenue. Me di la vuelta pero ya no había túnel, y solo estaba yo a mitad de un eterno charco. Luego escuché pasos, como los pasos lentos y pesados que había escuchado aquella noche... Se acercaban.
Me desperté con el corazón latiendo a mil y la frente empapada en sudor. Aparté la manta de mi y me llevé el cabello hacia atrás. Si le tenía miedo a los monstruos hasta en mis propios sueños, ¿cómo iba a enfrentarlos cuando saliera a un mundo quizás dominado por ellos? Me sentí patético. Nunca me había sentido patético excepto las veces que era vencido en el ajedrez. Me sentí patético y enojado. Fue la primera vez que experimente esa clase de ira, una ira extraña y explosiva que hacía que me doliera la mandíbula y que me descontrolaba la respiración. Salí de la cama, a mitad de la noche, y me dirigí a una de las ventanas. Me acerqué hasta ver del otro lado, puse los dedos en los huecos de la reja de la ventana.
Miré la cama más cercana a mi, con Richard durmiendo. Primero sentí una envidia por la ignorancia y tranquilidad con la que él vivía, pero luego la envidia se transformó en odio. Me enojé más y me asuste porque me di cuenta que por primera vez en mi vida, quería lastimar a uno de mis hermanos. Y sin razón lógica.
Salí de ahí y me dije en ese momento que necesitaba aire. Subí las escaleras en completo silencio hasta estar en el tejado, junto a la torre del reloj. Caminé al borde, el viento helado me movía el abrigo beige abierto que me había puesto y los mechones de cabello. La luna era una luna llena, y las nubes la cubrían un poco. No podía ver estrellas. Veía la silueta de los árboles y poco más. Me moví con acciones lentas y me senté. Respiré hondo hasta que conseguí relajarme.
O quizás no logré relajarme lo suficiente, porque mientras mantenía la mirada fija en el panorama, observé que a mi lado, mediante el rabillo del ojo, estaba Lucas. No podía distinguirlo muy bien más allá de su silueta. Me sobresalté, por supuesto, pero luego mantuve la calma y lo acepté como una alucinación mía. Yo siempre había sido de encontrar explicaciones lógicas, así que sabía que lo que creía ver no era más que consecuencias del alto estrés repentino y un hecho traumático.
Cosa que podía mantener bajo control, creí en su momento.
La mañana siguiente, cuando Katherine sonó la campana para el desayuno, nos sorprendimos al ver que todo estaba servido y que ella, de pie a mitad del salón, sostenía a un bebé entre sus brazos. La llegada de niños nuevos era recurrente, tan recurrente como las adopciones. Por lo que en cuanto vi a ese niño de cabello bien rubio, supe que era el reemplazo directo de Lucas.
—Bueno, mis niños, miren quien nos acompaña hoy: su nuevo hermanito —dijo ella con una sonrisa.
Los niños se amontonaban a su alrededor para estrechar su pequeña mano, acariciarle el cabello o pellizcarle la mejilla. Era un bebé sonriente, como de un año de edad, y que le parecía que le gustaba la atención. Sentí una lágrima formarse en el rabillo de mi ojo, rápidamente la quité.
—Aidan, ¿por qué no vienes a darle la bienvenida?
Asentí y me acerqué. Katherine no dudó en darme al bebé para que yo lo cargara. Su pequeña manita se dirigió a un botón alto de mi camisa y se puso a jalarlo. Productos se iban, productos llegaban. Miré a Katherine. La miré por tanto tiempo que me sonrió.
—¿Cómo se llama? —pregunté.
—Lo dejaron en la entrada sin ninguna nota, así que podemos inventarle uno.
Todos se emocionaron por eso y rápidamente comenzaron a sugerir nombres. Muchos de ellos eran los mismos que los de los hermanos que ya habían marchado, pero otros muchos otros provenían de los cuentos y libros. Incluso escuché Pinocho.
—¡No vamos a tener un hermano que se llame como un muñeco de madera! —dijo alguien.
Hansel, de Hansel y Gretel. William, por los libros que tenían el sello de William Minerva. Jonathan, por Drácula. Phileas, por La vuelta al mundo en ochenta días.
—Peter —dije—. De Peter Pan, el que puede volar.
Mi sugerencia ganó popularidad muy rápidamente. Tan rápidamente que Katherine sonrió y dijo que oficialmente, se llamaba Peter.
Peter, Peter Pan. Un niño que vive en la maravillosa tierra de Nunca Jamás, donde los niños nunca crecen y nunca se convierten en adultos. Quizás fue una decisión cruel de mi parte, pero... ¿Glory Bell no era un Nunca Jamás, un paraíso mágico con niños que nunca llegan a adultos?
Ahora que Lucas no estaba para ayudar a Katherine con los más pequeños, era yo el que debía encargarse. Por eso es que cuando terminó el desayuno yo fui el que tuvo que limpiarle la cara cubierta de aderezo con una servilleta, y después bajarlo de la silla alta. Lo bajé al suelo y lo tomé de las manos para ponerlo de pie porque todavía no podía caminar por sí mismo. Peter echó la cabeza para atrás y me miró con sus ojos verdes, seguramente idénticos a los míos.
—Aidan —me dijo Katherine—. ¿Por qué no te tomas un descanso de las tareas del hogar? Te he notado triste, por lo de Lucas.
Seguí concentrado en Peter.
—Es normal que te sientas así, ¿sabes? Cuando eran más pequeños estaban todo el día juntos, siempre iban uno tras el otro por toda la casa.
Quería que se callara, de verdad. Pero ella continuó:
—¡Todavía recuerdo cuando inventaron un «idioma» para comunicarse entre ustedes! Sólo era separar las sílabas de las palabras y poner en medio sílabas con L, por supuesto, pero de todas formas nadie más podía entenderles.
Recordé que Amanda dijo que Katherine estaría en alerta ahora. Y supe que en ese preciso momento, ella me decía esas cosas porque quería ver mi reacción. Quería saber mediante mi nivel de dolor al hablar de Lucas si yo sabía que estaba muerto. Intenté calmarme. Fruncí los labios, Intenté mirarla a los ojos.
Mi vida dependía de esto.
—Recuerdo también cuando se organizaron para robar el frasco de galletas. Tenían cinco, y de alguna forma lograron escalar hasta el estante más alto del almacén —soltó una pequeña risa y después dio un sorbo a su vaso con jugo—. Me pregunto qué estará haciendo ahora, ¿tú no?
—Yo espero que sus padres adoptivos sean muy buenos con él —dije, intenté relajar mi rostro, no estoy seguro si lo conseguí—. ¿Te aseguraste de que sean buenas personas, verdad? ¿Y de que estén dispuestas a querer a un hijo? ¿Y qué vayan a darle una buena vida?
Katherine dejó el vaso en la mesa, apoyó su rostro en una de sus manos. Hizo una mueca como de calma que no olvidaré nunca.
—Por supuesto, Glory Bell es un orfanato que cuida muy bien de sus niños y que solo busca padres a la altura.
Peter exclamó un auch, y solo ahí pude darme cuenta que estaba sujetando sus pequeñas manos con mucha fuerza. Relajé el agarre y me aclaré la garganta:
—Volviendo al tema, ¿me puedo tomar un descanso?
—Sí, el tiempo que necesites.
—¿De verdad?
—Claro.
—Gracias, mamá.
Esa fue la última vez que le llamaría mamá.
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