Perdiste el juicio
Esa noche y antes de dormir, Amanda permaneció en mi cama porque se sentía un poco ansiosa, al igual que yo. Se cepilló el cabello en silencio mientras permanecía sentada de piernas cruzadas, con los pies descalzos. Yo estaba frente a ella, con el cabello contra la frente porque me había duchado hace poco. Estábamos en silencio hasta que ella se puso a tararear una balada que Katherine solía poner en el tocadiscos:
Debajo de un sauce,
Al fondo de un claro...
Mis ojos vidriosos permanecieron en ella. Bajo mi almohada, permanecía escondida la brújula que Lucas me había regalado. La tomé y la sostuve entre mis manos. Para ser honestos, necesitaba fuerza. Fuerza para permanecer firme y hacer lo que iba a hacer mañana. La brújula era una forma de recordar a Lucas y que él no hubiera querido mi muerte. Ahora pienso que aquello fue un engaño de consuelo hacia mí mismo.
Hay una suave cama,
Cama de hojas
Acuéstate y duerme,
Los pájaros te arrullan,
Las flores te perfuman,
El sol ya se esconde...
Amanda, lo siento tanto. Pero yo ya no era Aidan en aquel entonces; era un saco de puro temor y ansiedad. Lo siento, mucho.
Se tejió el cabello en una trenza, luego sus labios mostraron una pequeña sonrisa.
—Buenas noches, Aidan —bajó de mi cama y se deslizó como un fantasma hasta la suya propia.
Quizás en otra vida, pensé, en otra vida pueda ser bueno contigo.
Es así como a la mañana siguiente todo transcurrió. Ya nadie pasaba por alto mi extremo cambió de comportamiento. Durante el desayuno y la comida permanecí a un lado de la sillita alta de Peter, dándole de comer. Mi pequeño mundo ya no tenía nada de coherencia y ese bebé de cabellos rubios era lo único que podía distraerme. Me gustaba cuidarlo, me gustaba cargarlo, escucharlo llorar, tranquilizarlo. Era como si pudiera demostrarme a mí mismo que todavía había algo de bondad humana en mí al cuidar de Peter.
Katherine y yo cambiamos miradas cómplices. No eran miradas amistosas, sino de mera frialdad entre dos personas crueles. El tiempo pasó volando desde el desayuno hasta la comida de la tarde, y después sencillamente era el atardecer. Algunos de los niños usaban ya bufandas o abrigos beiges para protegerse del frío otoñal. Por mi parte, la menor de mis preocupaciones era el frío.
Una vez que tuve en mente paso a paso lo que yo iba a hacer (cosa que era muy sencilla) me puse en acción: le explique a Amanda que ella también tenía que ver lo que había del otro lado del muro para elaborar algo que nos ayudase a bajar. Naturalmente, estuvo de acuerdo al instante. No le conté más. Incluso me sorprendió mi propia habilidad para hablarle sin pena ni tristeza a pesar de mi traición.
Es así que, cuando Katherine estaba dentro de la casa jugando con los más pequeños, Amanda y yo corrimos al muro. El sol comenzaba a esconderse, por lo que el cielo estaba teñido de naranjas y rosas, y las nubes apenas eran visibles. Era precioso. Muy precioso.
Amanda iba detrás mío. Yo había dejado la cuerda en su sitio, por lo que no tuve que hacer más que subir yo primero para mostrarle a Amanda como se hacía. Ella sonrió, y contrario a lo que yo pensaba, pudo hacerlo con muchísima facilidad y agilidad. De último momento quedó sobre el muro, con el torso apoyado y las piernas al aire, por lo que ofrecí mi mano aunque en realidad no era necesario.
Me hice a un lado. Y ella lo vio. Fue impactante ver que, mientras sus mechones de cabello castaño se retorcían, su rostro bien iluminado por el sol se volvía pálido y las lágrimas eran llevadas por el viento. Se llevó una mano al rostro, después la otra en un intento de intentar calmarse. De un segundo a otro, su tristeza infinita se convirtió en rabia. Me miró, con las manos hechas puño, y comenzó a gritarme:
—¡¿Por qué me mentiste, Aidan?! ¡¿Por qué?!
Casi no podía escucharla porque el viento chocaba contra mis oídos.
—No hay forma de escapar —dije.
—¡No entiendo nada de lo que haces! —hizo un silencio, mientras intentaba encontrar las palabras más obscenas posibles que conocía—. ¡Te odio!
—Amanda...
—Déjame sola.
Ella se acercó a la orilla del muro, la orilla del orfanato, y esperó a que la cuerda fuera atraída por el viento hasta nuestra dirección. Todavía las lágrimas volaban y sus labios emitían sollozos. Sus manos también acariciaban ansiosamente su cabello.
—¿Qué harás ahora? —pregunté.
Recibí la más profunda mirada de repulsión que nunca había visto en alguien.
—Encontraré la forma de huir, sin ti. Es claro que hay algo mal contigo.
Pensé entonces en que había fallado: Amanda todavía tenía esperanza, de alguna forma. Y sin pensar en nada más, comencé a temblar. ¡Yo no podía fallar! Tenía que asegurar mi supervivencia, tenía que completar la misión como sea. En mi garganta se formó un gran nudo, que era ajeno a la tristeza de Amanda y se formaba en base a mi propio pánico. Temblando, me acerqué a ella. La tomé de la mano con mucha fuerza, tanta que la tomé por sorpresa.
—Amanda —le dije con la voz rota—. Te vendí. Te vendí a cambió de que mi vida sea perdonada.
Ahora el terror la invadió.
—¿Qué hiciste? —su pregunta apenas llegó a mis oídos.
—Katherine me dijo que me perdonaría si hacía que te quedaras. Y eso voy a hacer.
Ella intentó alejarse, pero yo no la solté.
—¡Aidan! —estaba presa del pánico.
El corazón estaba en mi garganta, mis ojos muy abiertos sin saber exactamente qué hacer. La adrenalina se formaba en mi estómago y mis uñas se comenzaban a encajar en la piel de ella. La miré. Amanda; mi única forma de sobrevivir. Amanda, el cordero que yo iba a sacrificar. Amanda... La niña que ahora gritaba y me pedía compasión. Nuestra hermandad ya parecía cosa de otros tiempos, otra vida...
De repente lo supe. La sujeté con toda mi fuerza hasta que la sangre manchó la punta de mis dedos. Y le hablé, en un intentó errático de explicarme:
—Amanda, este mundo es el de los niños eternos. Yo no quiero ser uno de ellos. Espero me comprendas.
Y dicho esto, mi mano derecha se dirigió a la espalda de ella. Oh, Amanda, dulce Amanda...
Ojalá hubieras sido más lista en ese momento. Ojalá hubieras desconfiado de mí. Pero en vez de eso, subiste a ese muro conmigo y pude empujarte.
Mi respiración se cortó mientras veía su cuerpo alejarse del mío. Y cuando escuché el golpe seguido de un intenso grito, mismo que provocó el vuelo de una docena de aves. Sus gritos se convirtieron en chillidos sofocados, y yo solo permanecí ahí, observando a la pequeña niña que no podía moverse por la falta de aire.
Oh, Amanda...
Miré la punta de mis dedos. Miraba la sangre cuando mi visión se vio obstruida por un borde negro. Entonces, a mí derecha, sobre el muro, estaba Lucas. Lo veía de cuerpo entero, con sus mechones de cabello pelirrojo y su uniforme blanco. Su expresión era vacía, indiferente. Nunca lo había visto tan claro, tan tangible, tan real...
—Perdiste el juicio.
Me había hablado.
Me quedé completamente quieto y con la vista al frente. Dejé de estar presente y permanecí inexpresivo. No dije nada, no pensé en nada. Era yo, el viento y lo que había hecho.
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