Nuestra casa, nuestra tumba
Bajé del muro de un saltó y antes de caer me aferré a la cuerda. Después levanté a Peter, quien llevaba buen rato llorando desconsoladamente. Lo consolé con eterna paciencia y comencé a ir sin prisas de regreso a Glory Bell.
—Glory Bell House. Nuestra casa, nuestra tumba, Peter. Dejar que mueras feliz es hacerte un favor. No existe otra opción.
Cuando volví al terreno de la casa, puse a Peter a caminar mientras lo sostenía de las manos. Amanda no tardó en divisarme y en un santiamén la tenía a un lado de mi.
—¿Lograste ver que había del otro lado?
—Claro —contesté sin levantar la mirada—. Lo único que tenemos que hacer es pensar en una forma de bajar por el otro lado sin hacernos daño. Como dijiste, todo lo que hay es bosque.
—¿De verdad?
—Así es.
Soltó un chillido y se lanzó a darme un abrazo. Un abrazo cálido, feliz, lleno de esperanza. Yo levanté un brazo para corresponderle.
—¡Lo mejor es que Katherine no sospecha de nosotros! O eso creo, porque últimamente te ves con una expresión muerta a donde quiera que vayas. Lizzie me dijo que le das miedo.
—Voy a disimular más —murmuré.
—Sí, ánimo. Todo será muy sencillo a partir de ahora. Ya verás que se nos va ocurrir algo.
Ella me arrebató a Peter de las manos, lo levantó y le dio un puñado de besos en el rostro. Sonreía muchísimo.
—Para ser sincera, todavía no entiendo porque lo llevaste hasta la valla. Fue muy arriesgado, pero yo confío en tus decisiones.
—Gracias. —Metí mis manos en los bolsillos del pantalón.
Sentí que me observaba. Y en ese momento me veía incapaz de sostenerle la mirada, por lo que solo permanecí en silencio.
—Creo —dijo ella— que tienes miedo. Pero me aseguraré de que nos vayamos antes de que te «adopten», ¿sí?
—Está bien.
Cortó la poca distancia entre nosotros y me dio un beso en la mejilla.
—Vayamos a casa.
—Sí.
Con delicadeza toque mi mejilla. Pensé: Oh, Amanda..., si tan solo fueras un poco más lista. Esa noche debiste de morir tú. Eres muy lenta para sobrevivir acá.
Yo estaba decidido a sobrevivir más tiempo que nadie, de la forma que fuera.
Durante la cena meditaba mis opciones. En realidad, no había ninguna más allá de lo que tenía en mente. Abstenerme a elegirla sería sinónimo de muerte. Katherine estaba al otro extremo del comedor, y en ese instante pude verificar que en efecto, mi pensamiento y el de ella debían de ser extremadamente similares.
Pero, ¿de verdad podía hacerle aquello a Amanda? Me repetí lo que me había dicho a mi mismo antes; el mundo es demasiado insensible como para dejarnos vivir. No tenía opción. Era ella o yo.
Planifiqué todo durante la noche, nuevamente no dormí. Mi rostro ya reflejaba sin tapujos mi enorme cansancio; tenía ojeras, líneas debajo de los ojos. Mis movimientos también eran más torpes.
Esa mañana me até las agujetas, ignoré a los pequeños que me pedían mi ayuda. No saludé a nadie, solo Amanda para que no pensara que algo estaba mal. Desayuno, clases, examen diario, puntuaje aceptable...
Le dije a Amanda que planificariamos todo pasada la hora de la comida. Aceptó. Se fue a jugar a la traes. Yo permanecí en la casa, caminé hasta dar con la oficina de Katherine. Toqué la puerta.
—¿Puedo pasar? —dije.
—Claro. —Me dijo con su tono cálido... Seguramente ya sabía el motivo de mi visita—. ¿Qué necesitas?
—Hablar contigo.
—Dime.
La mujer estaba ordenando libros en una de sus estanterías. Me acerqué a ella y me apoyé en la pared más cercana.
—Verás —dije—, me niego a morir.
Katherine dejó el último libro en su sitio e inmediatamente después giró su cabeza hacia mí dirección en un movimiento tan abruptó que me tomó un poco por sorpresa. No dijo nada pero su rostro estaba hueco, por lo que continue:
—Te daré dos opciones, ¿está bien? O me dejas vivir o voy a contarle a toda tu maldito ganado la verdad —nunca había pronunciado la palabra maldito, ni siquiera Katherine. Pero lo había leído en un libro y no encontré ninguna palabra mejor para expresar tanta repulsión—. ¿Y qué harías con un montón de chiquillos asustados?
—¿Por qué te creerían? —dijo lentamente.
Me sorprendió que esa fuera su primera impresión.
—¿Por qué te creerían a ti, mi querido Aidan? —sonrió como con diversión—. Yo soy su madre, y tú no eres más que el niño irritado del orfanato.
—Les diré todo. ¿Crees que no van a sospechar cuando vean que lo les digo concuerda con su realidad? Y que yo sepa, no sería conveniente para tu negocio.
—Oh, mi Aidan. No tienes ni idea de lo que hablas.
—Si intentas enviarme, eso haré.
—¿Es lo único que tienes a tu favor? Creí que eras más listo.
—Además, si me dejas vivir, seré tu perro pastor. Te ayudaré a cuidar y matar a cuantos niños se necesite. Puedo ser como tú mano derecha, un infiltrado, lo que sea.
—Suena muy desesperado.
—Lo estoy. Aceptaré tus términos, cuales sean.
Ella se apartó del librero, se detuvo a unos pasos delante de mi. Comencé a sudar en frío, era realmente intimidante con esa expresión de pura diversión y burla.
—Me recuerdas a mi, ¿sabes?
No supe a que se refería en ese momento.
—Escucha, Aidan. Puedo hacer algo por ti... Después de todo me vendría bien una mano derecha. Pero debes saber una cosa. —Hablaba de una manera tan suave y lenta que comenzaba a irritarme.
—Habla.
—Si no me obedeces por completo, te mataré.
—De acuerdo.
—Ahora, para estar segura de que eres de fiar, y de que eres capaz de funcionar en este trabajo, tendrás que... Encargarte de Amanda. Tómalo como una prueba.
Me sobresalté por completo, tanto que me separé del muro y mi postura se volvió defensiva:
—¿Cómo sabes que ella también conoce la verdad? —Aunque estaba aterrado, mi tono de voz permanecía igual de hueco que el de ella.
Ella puso los ojos en blanco:
—Los escuché mientras llorabas en la tierra —sonrió—. Siempre lo supe.
Una sonrisa torcida apareció en mi rostro:
—¿Qué hago con Amanda?
—Haz que no quiera huir, que pierda por completo la esperanza. No descarto la posibilidad de que intenté salir por el túnel, aunque no serviría de nada porque el túnel solo lleva al cuartel general y a las otras granjas. De igual forma, no quiero que nadie vea mi pequeño error.
—¿Cómo hago eso?
—No me importa, solo no dañes su cabeza.
Hice silencio, y luego murmuré:
—No creo que ella quiera intentar algo después de que sepa que la traicioné.
—Si tienes miedo o lástima, considérate mediocre para sobrevivir en este mundo. Haz lo que te digo o terminarás muerto como tu querido Lucas.
Permanecí de pie ante ella. Y ella seguía divirtiéndose conmigo, casi como si estuviera feliz de mostrarse a sí misma sin máscaras, sin engaños, sin palabras suaves. Parecía feliz de echarme a la cara lo crudo de mi existencia. Pero yo ya había llegado muy lejos como para no seguir hacia delante. Apreté los puños:
—Lo haré. Mañana mismo
—Si no cumples con tu palabra...
—Ya entendí.
Nos miramos el uno al otro un instante, y después me moví hacia la puerta, pues no quería permanecer ante ella un segundo más.
—Aidan, recuerda que no sabes absolutamente nada.
—Lo sé.
—Todos tienen un rastreador en el cuerpo. Sé en dónde están las veinticuatro horas del día.
Ella lo dijo para asegurarse de matar toda esperanza en mi. Lo logró. Estaba completamente a su merced, y ahora yo haría que Amanda perdiera la esperanza también.
—Me das asco —dije.
—Anhelas ser yo, querido Aidan. Anhelas ser el único humano entre cientos que permanece con vida, ¿o no es así?
Me apresuré a salir, cerré la puerta detrás mío.
Me dejé caer contra la pared más cercana a mí e intenté calmar mi respiración. Estaba mal, tan mal que Lizzie, quien pasaba por ahí, se acercó a mí corriendo, me tomó de las manos e insistentemente me preguntó qué me sucedía.
—Nada, estoy bien —dije mientras intentaba que me soltara.
—Estás pálido, y mira, estás temblando.
Negué con la cabeza.
—Aidan, ¿qué te pasa?
Con toda mi fuerza hice que me soltara y me apresuré a alejarme, pero ella me perseguía sin ganas de dejarme. Pronto, la escena llamó la atención del resto de mis hermanos. Y supongo que de verdad yo llamaba la atención, porque cuando levanté la mirada para examinar a mis observadores, la mayoría estaba conmocionado o preocupado. De alguna forma, la suma de todos los acontecimientos y descubrimientos recientes, más mi decisión de sobrevivir a costa de la muerte de quien sea, y finalmente, la preocupación de todos hacia mí, terminó de hacer que mi estómago se retorciera y tuviera que inclinarme hacia delante para vomitar.
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