Niños eternos
Cuando todos se han ido a sus camas, Katherine enciende una de sus lámparas de aceite y la sostiene con su mano derecha. Abre la puerta principal, y sin decirme nada más, comienza a dirigirse hacia el túnel.
—¿Exactamente qué les vas a decir? —pregunto.
No me responde. Ella normalmente nunca responde a mis preguntas. El frío, a pesar de mi ropa abrigada, llega hasta mis entrañas. Pronto camino con los brazos cruzados y miro el vapor salir de mis labios con cada respiro. Sigue nevando, incluso el campo entero se ha cubierto de una fina capa blanca. Miro a la silueta de Katherine frente a mí, y también a la luz que emite su lámpara. Sus pisadas se marcan con cada paso, la lámpara se sacude de izquierda a derecha.
—Katherine, ¿qué tengo que hacer? ¿Hay algo que tenga que decir en específico?
Mi cuerpo se encoge por una brisa helada. Obtengo silencio como respuesta.
—En mis treinta años sirviendo como cuidadora de Glory Bell, muy pocos productos han llegado a cumplir los quince, y ninguno había descubierto la verdad. Tú tienes esos dos méritos —dice ella.
Mis pasos se vuelven más lentos. Me muevo un poco para ver el túnel, ella me obstruía la vista. El túnel está iluminado como esa noche... La nieve cae con más fuerza.
—Katherine, ¿hay una probabilidad de que digan que no?
La punta de mis dedos está roja. El silencio que recibo es más solemne. Entonces, lo entiendo.
—Me mentiste, ¿verdad? —mi voz sale inexpresiva—. Me dejé engañar dos veces por ti.
La mujer se detiene y deja tranquilamente la lámpara en el suelo. Se gira hacia mí con una sonrisa burlona como la del día en el que le vendí mi alma. Tengo que correr, tan lejos como sea posible. Rápidamente me doy la vuelta, pero antes de que pueda huir, ella logra tomarme del brazo con una fuerza que me toma por sorpresa. Suelto un chillido, me retuerzo. Pienso en golpearla con el puño, pero veo una opción mucho mejor: con mi mano libre intento estirarme para tomar una de las piedras en la nieve. Un golpe y la dejaré inconsciente. Quizás pueda matarla, no me importa. La punta de mis dedos toca la superficie de la roca, y con un poco más de esfuerzo puedo tomarla al segundo intento.
Entonces, siento un líquido frío entrar en mis venas, en el cuello. Suelto la piedra, ella me suelta. Me llevó las manos a la zona en la que ella me ha inyectado. La miro: tiene la aguja en la mano, y una sonrisa que me saca de quicio.
—¿Qué me hiciste?
—Verás, Aidan. Algunas veces, cuando llevo a los niños al túnel, sucede una cosa extraña: se detienen justo antes de entrar y se ponen histéricos, casi como si pudieran percibir que su muerte está cerca. Algunas veces me cuesta hacer que entren, así que mejor... Yo solo los... Relajo.
—¡Púdrete!
Nuevamente intento alejarme, pero cuando menos me doy cuenta, mi cuerpo se rinde ante lo que sea que me ha inyectado y caigo a la nieve con un golpe seco. Ella se acerca:
—El miedo solo acelera tu pulso. Y eso hace que el sedante se distribuya mucho más rápido, Aidan. Es un sedante fuerte, ¿sabes? Te puse más dosis de la normal por si acaso.
—Aléjate...
Por más que intento hacer algo, es como si mi cuerpo me hubiera abandonado. No puedo mover más que la punta de mis dedos. Mis pensamientos son muy lentos, no puedo decir nada... Ella me carga en sus brazos como yo lo hice con Amanda.
—A decir verdad, creí que eras más listo, querido. No fue un reto engañarte ni convencerte de que quitaras a Amanda del camino. Me regalaste todas tus cartas.
Mi cabeza y mis brazos cuelgan hacia abajo cual muñeco de trapo. Veo todo de cabeza, veo el hermoso bosque nevado de cabeza.
—Estabas tan desesperado que quisiste creerme por segunda ocasión, a pesar de que sabías perfectamente que yo era uno más de ellos. Debo admitir que me dio lástima verte tan hundido en tu propia miseria, pero mi negocio no funciona a través de la lástima.
Mi corazón late muy despacio. En realidad no soy incapaz de sentir miedo.
—¿Te digo un secreto? En realidad solo las mujeres pueden ser encargadas de una granja, los hombres siempre mueren sin excepción.
Intento maldecir, pero no digo más que incoherencias.
—Pero bueno, creo que te debo una disculpa. Sufriste en vez de disfrutar tus últimos meses de vida. No dejaré que pase lo mismo con Peter ni con nadie, no te preocupes.
Llegamos al túnel, lo sé porque la luz me ciega por unos instantes. Nos acercamos al carro, ella aparta las cortinas y con mucho cuidado me deja sobre el suelo helado de este. Mi mejilla queda en contacto con la superficie, por lo que puedo mirarla. Se acerca a darme un beso en la frente.
—Mañana le diré a todos que quería que tu adopción fuera una sorpresa para ti y por eso no la anuncié. Me van a creer, quizás me reprochen, pero me van a creer. Siempre lo hacen.
Cierra las cortinas.
—No te sientas mal, no había otro final posible. No para ti.
Después, ella se aleja. Una delgada franja queda entre una cortina y otra, por lo que la luz traspasa y puedo ver a la imágen borrosa de Glory Bell House a través de los copos de nieve, con una única luz encendida en la entrada.
Glory Bell... Hogar de treinta y ocho niños de todas las edades, personalidad y etnias posibles. Un falso paraíso, una falsa ilusión de amor y calidez... Decido quedarme con eso. Con mi hogar cálido y precioso. No vale la pena maldecir nada en este punto. Es mejor disfrutar de la vista, de mi hermoso refugio.
Espero que exista un «cielo». Espero que ahí pueda reunirme con Lucas y Amanda. Espero que este «cielo» no sea otra falsa ilusión para esconderme el cruel concepto de muerte.
De todas formas, estoy listo para morir. Me negué tanto a hacerlo que no hice más que lastimar a Amanda y mis hermanos, a pesar de que ellos eran buenos conmigo. Ahora, si mi muerte trae paz a los pobres niños eternos, creo que estoy conforme.
Sí, lo estoy.
Lo estoy.
Escucho pasos pesados. Mi corazón vuelve a latir con fuerza y me veo incapaz de seguir mirando a través de las cortinas. Cierro los ojos.
Contaré hasta diez.
Uno...
Dos...
Tres...
Cuatro...
Ahora sé lo que sentiste, colega.
Es aterrador, y duele tanto que a pesar del sedante puede sentirlo. Ahí, en el pecho, perforando músculo a músculo. Duele. Demasiado.
Y después el dolor sencillamente se desvanece.
Por completo.
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