Mamá
Cuando sonó la campana a las seis de la mañana, el sol ya entraba por las ventanas y todos bajaron de sus camas de un salto, emocionados por un nuevo día, por una nueva comida deliciosa esperando abajo. Yo me senté en la cama, y por primera vez, en aquella gran habitación con los niños corriendo, intentando atar sus agujetas sin éxito, riendo, gritando; me contemplé como el mayor de todos. Me contemplé como el único que conocía la cruda naturaleza del mundo, el único que conocía las verdaderas intenciones detrás de todo.
Por la noche mi cabeza había dado vueltas en todos los detalles que nunca había percibido pero que reafirmaban el hecho de que Glory Bell era una granja: uniformes blancos, seguramente para evidenciar hasta la más mínima herida; días organizados que terminaban e iniciaban a la misma hora; los números en el abdomen, como una vil forma de registro de cada uno de nosotros; y la más obvia de todas, nuestra total ignorancia sobre lo que había más allá de los muros de Glory Bell.
Mientras pensaba, Lizzie, una pequeña niña morena se paró frente a mí con las botas puestas pero las agujetas desatadas, me miró con sus grandes ojos y me pidió ayuda. Me hinque frente a ella y tomé cada extremo de las agujetas.
—¿Estás bien hermanito? Te ves triste —me dijo ella.
Yo no respondí y continúe haciendo el nudo. Me levanté, y mientras comenzaba a ponerme mis propios zapatos, Lizzie levantó uno de sus pies y dijo:
—Así no me gusta. Me gusta más que ates las agujetas en forma de mariposa como Lucas, así no.
Me estremecí tan violentamente que me tomó varios segundos volver a mi. Pero al final, pude recuperar el control para decirle con un tono indiferente y frío para que dejara de hablarme:
—Yo no sé hacer mariposas.
—Qué mal... —murmuró—. Extraño a Lucas.
La ignoré tanto como pude y me centré en vestirme. Amanda llegó a un lado mío, se veía sería pero nada triste, me pregunté si ella sí había logrado conciliar el sueño.
—Actúa normal, Katherine no puede darse cuenta de que estuvimos afuera, ¿de acuerdo?
—Es obvio que es lo que voy a hacer —le solté, quizás fue demasiado cortante porque ella desvió la mirada.
El camino desde las habitaciones hasta el comedor fue extraño. Los niños se paseaban a mi alrededor pero era como si yo no fuera parte de su realidad ni ellos de la mía. Al mismo tiempo, la ausencia de Lucas se hizo presente en cada instante y en cada detalle. Percibí la falta de su cepillo de dientes en el estante, percibí cuando dos de mis hermanos más pequeños (Dina y Marcus) tuvieron que caminar en lugar de subir a la espalda de Lucas para que los cargara, percibí cuando caminé en completa soledad y lo peor de todo, percibí cuando no me dijo los buenos días.
Días, colega.
Pero yo si le devolví la respuesta y le di los buenos días a la nada.
—Buenos días, Aidan. Ayúdame a servir el desayuno.
Parpadeé y mis ojos se cruzaron con los de Katherine, quien salía de la cocina y se veía... Feliz. Se veía feliz, como cualquier día, como cualquier mañana. Me congelé por un instante, no podía creerlo. ¿Cómo alguien podría estar tan indiferente respecto a un asesinato? ¿Cómo alguien podría importarle tan poco la muerte de otro ser humano? En mi cabeza no cabía semejante información, y menos de una persona que supuestamente nos había amado...
Sentí que las lágrimas se formaban, tuve que parpadear muchas veces y luego ir a la cocina. Esa mañana desayunamos sopa. Lo recuerdo perfectamente porque fue la primera comida en la que me senté a un lado de Amanda sin que Lucas se interpusiera entre nosotros. Mi mano derecha temblaba de sobre manera, y Amanda fue quien la tomó para consolarme. Bajo otras circunstancias yo hubiera rechazado el afecto, pero lo que necesitaba en ese preciso instante era un poco de calidez humana.
Luego llegaron las horas de clases y al final los exámenes. En perspectiva, el aula donde hacíamos los exámenes era la parte más tecnológica de toda Glory Bell. Tenía mesas individuales para cada uno de nosotros con pantallas brillantes en su superficie, audífonos y una especie de bolígrafo para interactuar con las respuestas. En la pantalla aparecían preguntas, una voz nos dictaba las instrucciones. Las preguntas iban desde acertijos de lógica, lectura rápida y geografía a álgebra, memorización y patrones. Estas últimas tres eran las que más abundaban. Me parece importante resaltar la alta tecnología de esta aula porque fuera de ahí, la única tecnología de Glory Bell era la electricidad básica.
Conocíamos la existencia de la radio, televisión, juguetes electrónicos y electrodomésticos pero la conocíamos por aquello que habíamos estudiado y no porque la casa lo tuviera. Ni siquiera había linternas, y en su lugar usábamos lámparas de aceite. Nunca me pareció extraño, pero ahora dudaba de todo y ese dato me inquietaba.
Cuando terminamos los exámenes, Katherine revisó los resultados y luego se puso a leer los tres mejores: Amanda, Aidan y mi hermano de trece años llamado Will. Nos levantamos y nos obsequió una de sus famosas y codiciadas galletas de chocolate, del tamaño de la palma de la mano. Cuando recibía una, me dijo:
—Obtuviste doscientos sesenta puntos, tu resultado más bajo en mucho tiempo... ¿Estás distraído por lo de Lucas?
Me llevé la galleta a la boca y di un pequeñísimo mordisco mientras mis ojos se dirigían a Will y sus saltos de alegría por haber obtenido la galleta.
—Estoy triste. No he podido dejar de pensar en él —dije. Ella no podía sospechar de una respuesta tan normal.
—Entiendo. Pero recuerda que él está con una familia que lo quiere mucho, y además, ¿quién dice que no obtendremos una carta suya pronto?
Me sonrió. De verdad me sonrió y su mano se dirigió a pellizcarme la mejilla. Sonreí. Y pensé, con tanta claridad que por un segundo creí que lo había pronunciado en voz alta:
Quiero matarte.
Salí del salón, le di la galleta a la primera persona que vi.
Por catorce años yo te consideré mi madre.
Te creí, te amé, soñé con tener tu inteligencia y viví en busca de tu aprobación.
Y ahora, ahora yo solo...
Deseo con todas mis fuerzas...
Matarte.
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