Amanda

El campo verde nos esperaba. Rechacé con la cabeza la invitación a jugar de mis hermanos y les expliqué rápidamente que estaba un poco triste todavía. Intentaron insistirme pero no les di oportunidad. Llamé la atención de Amanda y con un movimiento con la cabeza le pedí que me siguiera.

Nos adentramos entre los árboles, hasta llegar al riachuelo, ahí me senté en la orilla, con una mano dentro del agua y la vista en los peces. Y ella permaneció de pie, con su falda ondeando con el viento.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté.

—No pude dormir nada, no puedo dejar de pensar en todo. En nosotros, en nuestros hermanos. Pero sobre todo que hay señales en todas partes.

—¿También lo notaste?

—Sí. Los uniformes, los números en el abdomen, las rejillas de la ventana...

—¿Rejillas de la ventana? —pregunté.

—Sí. Me di cuenta que en todas las ventanas hay una rejilla discreta que está atornillada de forma que no podamos quitarla y salir por ahí.

—Eso es para prevenir que escapemos.

—Claramente. Somos valiosos para lo que sea que fueran esas cosas. Parecían demonios...

—Monstros —corregí.

Ella dio un suspiro y se sentó a un lado mío.

—Aidan, ¿puedo hacerte una pregunta?

Asentí.

—Algunas vez, en algún momento... ¿Sospechaste que algo no iba bien?

—Siempre me pareció extraño que absolutamente ninguno de nuestros hermanos enviara ninguna carta aunque todos prometían hacerlo. También me era extraño que nunca viéramos a los padres adoptivos, y solo tuviéramos contacto con otras personas como doctores, pero mis pensamientos nunca pasaron de ahí.

—Es normal, todo esto está hecho para que jamás sepamos la verdad.

Ambos guardamos silencio cuando un grupo de niños pasó detrás de nosotros y atravesó el riachuelo de lleno, salpicando un montón de agua. Uno de ellos nos invitaron a jugar pero nos negamos.

—Aidan, tenemos que irnos antes de...

—De que sea mi entrega.

—Así es, tenemos el tiempo contado.

Mis ojos y los de ella se cruzaron. Nos quedamos en un largo silencio mientras el agua se movía a un lado nuestro y las aves aleteaban. Cuando aparté la mirada fue cuando pude notar lo mareado que me sentía. Todavía no había procesado lo que sabía y ya tenía que actuar al respecto, a costa de mi propia muerte. Me apoyé sobre mis rodillas y metí las manos al agua para lavarme la cara. En mi borroso reflejo, podía percibir al muchacho de piel tostada por el sol y cabello oscuro que yo era.

—Primero tenemos que recapitular la información que tenemos —dije.

—Vale. Para empezar, sabemos que no sabemos nada.

—Buen comienzo.

—Vivimos en un escenario creado específicamente para nuestra ignorancia y al mismo tiempo para que no escapemos. Es un falso paraíso, un corral invisible. Katherine es un enemigo, trabaja para los monstruos, al igual que todos los otros adultos que han visitado Glory Bell como los doctores... Todos los adultos son el enemigo.

Debo de admitir que estaba impresionado con la capacidad de Amanda para razonar y hablar, pues pocas veces antes lo había demostrado. Nunca la había percibido como alguien inteligente, o al menos no al nivel de Lucas o yo.

—Sobre Katherine, tengo que preguntarte tu opinión —murmuré—. ¿Cómo crees que sea su relación con los Monstruos? No es que quiera perdonarla o justificarla, es solo que quiero saber que tipo de relación puede tener un humano con los monstruos.

Sus ojos brillaron, estoy seguro de que fue porque por primera vez pedía su opinión en una cosa. Meditó un tiempo, y después se aclaró la garganta:

—Por lo que escuché, puedo deducir que no es una relación de socios y más bien era como de un trabajador inferior a un trabajador de más alto rango. Suena a que trabajaban para una especie de... ¿Líder?

Para ser sinceros, eso era justo lo que yo hubiera dicho y en partes era decepcionante.

—Sí, les escuché referirse a un duque. De ahí en más no sabemos otra cosa sobre ellos.

—No.

—Pero sabemos que somos de alto valor, quizás por eso invierten demasiado en toda esta mentira. —Mi voz se escuchaba cansada, rasposa.

Me puse de pie, un escalofrío atravesó mi espalda cuando les recordé referirse a mi como "el producto estrella". Amanda también se levantó y con el ceño fruncido, me dijo:

—Tenemos que averiguar más sobre las posibles salidas. El túnel me parece una trampa. ¿Recuerdas el puñado de tuberías que vimos? Pues seguramente signifiquen que llevan a alguna plantación o a una fuente de agua de los monstruos. No lo veo viable.

—Concuerdo, además de que sólo se abre una vez cada dos meses, y cuando lo hace está rodeado de esas cosas.

—¿Qué propones que hagamos? —preguntó.

—Lo obvio: descubrir los límites de esta jaula.

Sin necesidad de pedirlo, comenzó a dirigirse a las profundidades del bosque. Es difícil de explicar, pero un lugar que había formado parte de mi infancia y de mis momentos más tiernos se había tornado obsceno para mi percepción. Lo odiaba por completo, cada centímetro de ese pedazo de tierra.

—Aidan.

—¿Qué?

—Lo siento mucho, lo de Lucas.

—Yo también.

Guardamos silencio hasta que dejamos de oír las voces de los demás y nos acercamos a lo que ya conocíamos: la valla que limitaba al orfanato. Era una valla de madera, tan baja que me llegaba a la cadera. Katherine siempre nos había dicho que no teníamos que atravesarla porque del otro lado había bestias salvajes. Y en ese momento sentí pena por haberle creído. La valla era tan baja que no evitaría que nada entre, pero era raro que tampoco evitara que nada saliera. Fruncí el ceño, me giré a Amanda, y le dije:

—Te apuesto a que hay una valla mucho más alta esperando.

—Para serte sincera me da un poco de miedo. ¿Qué tal si hay monstruos vigilando?

—No. Ellos nunca se arriesgarían a que los viéramos. No con una valla tan baja.

—¿Y si hay cámaras?

—Sería difícil obtener buenos ángulos con el exceso de ramas.

Salté al otro lado antes de que Amanda pudiera hacer más preguntas. Cuando estaba a un lado mío, le indiqué:

—Hay que darnos prisa o podrían notar nuestra ausencia.

Así que corrimos, entre la hierba que parecía jamás haber sido pisada, entre el bosque inexplorado y que por alguna razón parecía verdaderamente salvaje. Nadie parecía haber estado aquí antes. No habíamos avanzado ni un kilómetro cuando vimos un muro de concreto. Pero no era cualquier muro, era uno de por lo menos cinco metros de alto.

Nos quedamos quietos, observando. Amanda se acercó a inspeccionarlo de cerca, a acercar su oreja para intentar escuchar el otro lado.

—No escucho nada más que viento, quizás podemos asegurar que estamos lejos de cualquier civilización —dijo—. Por otro lado, es muy grueso como para romperlo. Y muy liso para...

—Escalarlo —completé.

—Quizás si hacemos una escalera...

—Sería poco discreto.

Amanda miró a lo alto del muro y después examinó el entorno.

—Podemos intentar conseguir estacas de metal o algo del estilo —comencé a decir—, y quizás podamos hacer peldaños para... ¿Qué haces?

Amanda estaba escalando por un árbol cercano al muro. Era tan ágil y ligera que recordaba a una ardilla. Me sonrió, y cuando llegó a la parte más alta posible, hizo una visera con una de sus manos y agudizó la vista.

—Veo más bosque —declaró.

—¿Todo bosque? ¿No ves edificios?

—Absolutamente todo es bosque. Solo veo copas de árboles.

La miré, pensé en trepar yo también pero por mi cuerpo (más pesado que el fino cuerpo de una niña de doce años) no podría llegar a esas ramas altas.

—Si conseguimos cuerda, podemos atarla a una de las ramas y balancearnos para subir —dije.

—¡Es verdad! Aidan, eres un genio.

Bajó de un saltó y extendió los brazos. Luego fingió que golpeaba el muro. Yo pensaba en que Lucas hubiera dado con la solución desde el primer momento.

—Las cuerdas podemos fabricarlas a partir de sábanas y cortinas, como las del almacén —sugerí.

—Puedo hacer una trenza con ellas.

—Así es.

—Nada nos va a detener, Aidan. Seremos libres. 

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