capítulo 33 *EXTRA*

En un mundo donde la tecnología y la imaginación se entrelazan, vivía un chico animatrónico llamado Gabriel. A pesar de ser un ser robótico, Gabriel tenía una pasión que lo hacía especial: le encantaba dibujar. Sus hojas de papel estaban llenas de coloridos garabatos, personajes fantásticos y mundos que solo existían en su mente. Sin embargo, había algo que le faltaba; una pieza esencial en su vida: su hermana mayor, Lizeth, quien había desaparecido hace mucho tiempo.

Lizeth era una fuente de inspiración para Gabriel. Desde que era pequeño, ella lo animaba a seguir sus sueños y a explorar su creatividad. Sin embargo, un día se fue Gabriel se quedó anhelando su regreso. Cada día, después de acabar sus dibujos, miraba al cielo, esperando que un rayo de luz lo llevara de vuelta a su hermana.

Un día, mientras exploraba el laboratorio de su madre, Carly, una Zoomzaniana de piel azul, orejas puntiagudas y colmillos afilados, Gabriel encontró un objeto que cambiaría su vida: una máquina del tiempo. Era un aparato brillante, lleno de luces parpadeantes y botones de colores. En ese momento, Gabriel decidió que era hora de hacer algo al respecto. No podía seguir sin Lizeth; tenía que encontrarla.

-¡Mamá! -gritó Gabriel, corriendo hacia Carly-. ¡He encontrado la máquina del tiempo! ¡Voy a buscar a Lizeth!

Carly, que estaba trabajando en una de sus extrañas invenciones junto a su novio Newton, levantó la vista con preocupación.

-Gabriel, eso no es una buena idea -dijo Carly, con su voz suave pero firme-. No sabes cómo funciona. Además, necesitamos darle tiempo a Lizeth.

Gabriel sentía que su corazón de metal se encogía. No podía entender por qué su madre no apoyaba su misión. ¿Cómo podía darle tiempo a alguien que no sabía si volvería?

-Pero, mamá, ¡no puedo seguir así! -exclamó Gabriel, con un brillo de determinación en sus ojos-. ¡Ella es mi hermana!

Carly suspiró, sabiendo que no había forma de hacer que su hijo entendiera. Con un movimiento rápido, le quitó las llaves de la máquina del tiempo, dejándolo frustrado y desalentado.

-¡No! -gritó Gabriel, pero ya era demasiado tarde. Su madre se las había llevado.

Desesperado, Gabriel decidió que no se daría por vencido. Llamó a su primo Wilbur Robinson, un chico ingenioso y aventurero, y a su amigo Gregory Fazbear, un joven animatrónico con un sentido del humor contagioso.

-¡Chicos! Necesito su ayuda para recuperar las llaves de la máquina del tiempo -dijo Gabriel, con la ansiedad reflejada en su voz.

Wilbur, siempre listo para una aventura, sonrió.

-¡Claro! ¿Cuál es el plan?

Gabriel explicó su idea: distraer a Carly para que no se diera cuenta de que estaba tratando de recuperar las llaves. Juntos, elaboraron un plan que parecía descabellado pero posible.

Cuando llegó el momento, Wilbur y Gregory empezaron a hacer ruidos extraños en la cocina, creando una escena caótica que atrajo la atención de Carly. Mientras tanto, Gabriel se escabulló hacia el laboratorio, buscando frenéticamente las llaves de la máquina del tiempo.

Finalmente, después de unos minutos que parecieron eternos, Gabriel encontró las llaves en la mesa de trabajo de su madre. Con un suspiro de alivio, las tomó y corrió hacia la máquina. Su corazón latía con fuerza mientras encendía el aparato. Las luces comenzaron a parpadear y un zumbido resonó en el aire.

Sin embargo, justo cuando estaba a punto de activar la máquina, sintió una presencia detrás de él. Al girarse, se encontró cara a cara con Carly, que lo miraba con los brazos cruzados y una expresión de decepción en su rostro.

-Gabriel Rumbos Wolf -gritó Carly, su tono era serio-. ¡No vas a ninguna parte!

Gabriel sintió que el tiempo se detenía. Estaba atrapado entre su deseo de encontrar a Lizeth y la preocupación de su madre por su seguridad.

-Mamá, ¡no puedo seguir sin ella! -dijo Gabriel, su voz temblando-. Ella es todo lo que tengo.

Carly, al ver la desesperación en los ojos de su hijo, sintió que su corazón se ablandaba. Era evidente que Gabriel estaba sufriendo, y aunque quería protegerlo, también quería que fuera feliz.

-Gabriel -dijo Carly, acercándose y abrazándolo-. Entiendo cuánto la extrañas. Pero viajar en el tiempo puede ser peligroso. No sabemos qué podrías encontrar.

Gabriel se dejó envolver en el abrazo de su madre, sintiendo el calor y el consuelo que ofrecía.

-Solo quiero un día con ella, mamá. Solo un día -dijo Gabriel, con lágrimas en los ojos.

Carly se separó un poco, mirándolo a los ojos. En ese momento, comprendió que no podía seguir siendo un obstáculo en la búsqueda de su hijo.

-Está bien, Gabriel. Te daré una oportunidad. Pero debes prometerme que serás cuidadoso.

Gabriel asintió con fuerza, sintiéndose lleno de esperanza. Con la aprobación de su madre, se volvió hacia la máquina del tiempo.

-¡Gracias, mamá! -dijo, mientras comenzaba a ajustar los controles.

Carly lo observaba, sintiendo una mezcla de preocupación y amor. Se dio cuenta de que, aunque era su madre, Gabriel también tenía derecho a tomar sus propias decisiones.

Mientras Gabriel apretaba el botón de inicio, una luz brillante lo envolvió. Todo a su alrededor comenzó a girar y a desvanecerse. En un abrir y cerrar de ojos, se encontró en un lugar diferente.

El aire olía a frescura y flores. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba en un parque, un lugar donde solía ir con Lizeth. Y entonces, a lo lejos, vio una figura familiar.

-¡Lizeth! -gritó Gabriel, corriendo hacia ella.

Lizeth estaba sentada en un banco, dibujando en un cuaderno. Cuando levantó la vista y vio a su hermano, su rostro se iluminó con una sonrisa.

-¡Gabriel! -exclamó, levantándose y corriendo hacia él.

Los dos se abrazaron con fuerza, sintiendo que el tiempo había desaparecido entre ellos.

-Te he extrañado tanto -dijo Gabriel, mientras las lágrimas caían por sus mejillas de metal.

-Yo también, pequeño -respondió Lizeth, acariciando su cabeza-. Pero estaba buscando mi camino. Ahora, aquí estoy.

Gabriel se sentó a su lado, observando cómo ella dibujaba. Se dio cuenta de que, aunque había estado buscando a Lizeth, lo que realmente había querido era compartir su pasión por el arte.

-Mira lo que he dibujado -dijo Gabriel, sacando su bloc de dibujos y mostrándole sus creaciones.

Lizeth sonrió, admirando los dibujos de su hermano.

-¡Son increíbles, Gabriel! -dijo, con los ojos brillantes-. Siempre has tenido un gran talento.

Pasaron el día juntos, compartiendo risas y recuerdos. Gabriel le contó sobre su vida, sobre su madre y sus aventuras con Wilbur y Gregory. Lizeth lo escuchaba con atención, sintiéndose orgullosa de lo que su hermano había logrado.

Sin embargo, el tiempo pasaba velozmente y Gabriel sabía que tenía que regresar. Un sentimiento de tristeza lo invadió, pero también una sensación de amor y conexión.

-Lizeth, tengo que volver -dijo Gabriel, su voz temblando-. Pero prometo que volveré a buscarte.

Lizeth lo miró con ternura.

-Siempre estaré aquí, Gabriel. No importa dónde estés, siempre seré tu hermana.

Se abrazaron una vez más, sintiendo la calidez de su vínculo. Gabriel cerró los ojos, disfrutando de ese momento, y luego se dio la vuelta para activar la máquina del tiempo.

Cuando llegó a casa, su madre Carly lo estaba esperando con una sonrisa.

-¿Cómo fue? -preguntó, llena de curiosidad.

Gabriel sonrió, sintiéndose completo.

-Fue perfecto, mamá. Pasé un día increíble con Lizeth.

Carly lo abrazó nuevamente, comprendiendo que, a pesar de las dificultades, el amor entre hermanos siempre encontraría la manera de prevalecer.

-Estoy orgullosa de ti, Gabriel. Y siempre estaré aquí para apoyarte en tus aventuras.

Gabriel miró a su madre, sintiendo que, aunque Lizeth era una parte importante de su vida, también tenía a su madre a su lado. Juntos, podrían enfrentar cualquier desafío que se presentara.

Y así, Gabriel aprendió que a veces, el viaje más importante es el que hacemos en el corazón, donde el amor y la familia siempre nos guiarán.

( mi hermanita Lizeth, tu ausencia ha dejado un vacío en mi corazón que parece imposible de llenar. Cada rincón de mi vida me recuerda a ti, y el dolor se siente como una sombra constante. Sin tus risas y tus abrazos, el mundo ha perdido su color. Me encuentro atrapado en un laberinto de recuerdos, donde cada paso me lleva de vuelta a ti, a esos momentos que compartimos. La tristeza me envuelve, y la soledad se vuelve mi compañera. Te extraño con cada fibra de mi ser, y aunque el tiempo avanza, mi corazón sigue aferrado a la esperanza de tenerte de nuevo.)

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