Desde que mi hermana Lizeth se fue, el lápiz que solía danzar sobre el papel se ha convertido en un peso que arrastro. Cada trazo me recuerda su risa, su luz, y ese vacío que dejó es un eco constante en mi corazón. Intento dibujar, pero el dolor me ahoga; las sombras de su ausencia invaden cada línea y color. Me siento atrapado en una lucha interna, donde el arte, que solía ser un refugio, se ha transformado en un recordatorio de lo que he perdido. Ya no encuentro consuelo en los retratos que solía crear; cada imagen se convierte en un grito silencioso por su compañía. La noche se torna interminable, y el insomnio se convierte en mi única compañía. Quiero dejar de dibujar, no porque no ame el arte, sino porque necesito esa manera de sanar, de recordar a Lizeth de una forma que no me cause tanto dolor

NO QUIERO SEGUIR DIBUJANDO MAS