TWO
GIЯL STAЯK
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𝐍𝐀𝐑𝐑𝐀 𝐀𝐑𝐈𝐀
ONE YEAR LATER
Me acomodé en ese recto sofá gris y acerqué mis rodillas al pecho para abrazar mis piernas. Respiré hondo un par de veces intentando mentalizarme una vez más. Mi mirada se hallaba totalmente perdida en la pared de enfrente, repleta de cuadros de diferentes tamaños. Todo a mi alrededor era frío, pero no podía extrañarme, el mundo entero se había vuelto frío.
- ¿Cómo has estado esta semana? - me preguntó desde su puesto.
Ryan Davies, o mejor dicho el Dr. Davies, era un hombre de treinta y ocho años de estatura media, pelo castaño y una expresión seria, pero que mostraba el interés que tenía en todo lo que le decías. Psicólogo desde los veintinueve años.
- Esa pregunta sigue siendo igual de absurda que las últimas treinta veces que me la ha preguntado en sesiones anteriores - comenté secamente, aún mantenía la mirada lejos de él.
- Pero quiero que me la respondas - insistió. Con lentitud aparté mis ojos de todos sus diplomas y cuadros y la fijé en él, sentado en su butaca gris claro con las piernas cruzadas y una libreta encima de una de ellas.
- Igual que las otras cuarenta y ocho semanas anteriores -. Asintió casi de forma imperceptible antes de agachar la cabeza para escribir en mi ficha. Me miré los pies antes de añadir -: O peor - fue un susurro, pero lo escuchó.
- ¿Peor? ¿Por qué?
- Esta semana... -. Lo miré directamente a los ojos, quería ver su reacción, no que solo él viera las mías -. Esta semana ha sido el aniversario... -, tragó saliva -, ...de sus muertes. Me he sentido más hundida que todos los meses anteriores.
- Es normal - aseguró volviendo a apuntar en la libreta. Me entretuve jugando con las mangas de la sudadera, una que le pertenecía a él -. Pero, Aria, estás aquí para abrirte y así poder seguir adelante. Sin embargo, estás encerrada en un bucle. No veo avances.
Eso era lo que más odiaba de estas absurdas citas a las que mi tío me obligaba a asistir. No prosperaba. El Dr. Davies era consciente, mi tío también y yo... yo no sabía si alguna vez lograría seguir adelante. Para mí estas sesiones eran una perdida de tiempo, por más intentos y ejercicios positivos que hacía nunca daba un paso al frente. Estaba hartándome.
- ¿A quién perdió usted? - le cuestioné a la defensiva.
- No es ético, ni debo contestar preguntas personales ante una paciente.
- Siempre tan recto - insulté, aunque él no se dio por ofendido. Puse mi mejor cara de pena. Durante este tiempo había perfeccionado el camuflar o cambiar mis emociones según me convenía, ya fuera para conseguir algo o para que no se metieran en mis asuntos -. Hágalo por mí, hace un año que ocurrió. Es el aniversario, puede hacer una excepción -. Se lo pensó.
- A mi única hermana junto a su respectivo marido y sus dos hijos, mis sobrinos - confesó y su tono, por primera vez desde la primera sesión juntos, había dejado de ser firme, pero comprensivo y había sonado dolorido.
- Lo siento.
- Gracias, pero estamos hablando de ti y de...
- ¿Tiene pareja? - me atreví a preguntar, queriéndolo llevar a mi terreno. Asintió -. ¿De antes del chasquido? -. Volvió a asentir. No pude evitar pensar en Peter, como hacía siempre -. ¿Hijos?
- Uno - respondió y vi como eso lo ponía nervioso, como si estuviera esperando a que mis palabras lo atacaran -. De seis meses -. Sonreí enternecida, al menos no le habían arrebatado todo. Sin embargo, el lado arisco, dolido y dominante que había en mí salió.
- Al menos usted no ha perdido a su pareja - dejar salir esa frase hizo que sintiera como si todo el pecho me quemara -. Al menos no le arrebataron al amor de su vida -. Y ahí estaba, el ataqué directo, aunque el Dr. Davies no tuviera la culpa -. No sabe lo que se siente eso.
- Amor de su vida - repitió, recomponiéndose y volviendo a su faceta recta y profesional. Yo seguí abrazando mis piernas mientras jugaba con las mangas -. ¿No crees que esas palabras tienen un significado muy grande?
- Lo tienen - afirmé -. Y nunca me planteé que lo fuera -. Tomé un respiro fijando mis orbes directamente en las suyas y con intensidad y seguridad añadí -: Pero cuando vi a Peter desaparecer entre mis dedos mientras me confesaba por primera y última vez -, la voz se me comenzó a quebrar -, que me amaba, supe que él era el amor de mi vida. Siempre lo fue y nunca dejará de serlo.
Toda su atención estaba puesta en mí, no apartó sus ojos de los míos hasta que sentí como una lágrima traicionera recorría mi mejilla. Entonces me la sequé con fuerza y aprovechó que aparté la mirada para comenzar a apuntar de nuevo. Solo lloraba en la ducha, desde hacía ocho meses no había dejado que nadie me viera llorar, ni siquiera por una película. Ni siquiera las derramaba en la cama por si mis tíos me escuchaban.
- ¿Has vuelto a soñar? - me preguntó tras un par de minutos en silencio. Mi mirada volvía a estar estática en la pared de enfrente. Asentí con la cabeza -. ¿Qué has soñado está vez?
Mis sueños aparecían prácticamente cada día y pocas veces tenían un final feliz. Aunque si tenemos en cuenta que aquellos que sí lo tuvieron al despertarme dolieron aún más, podríamos decir que entonces ninguno lo tuvo. Normalmente, lo que me dominaba por las noches eran pesadillas, por ello llevaba unos meses tomándome una pastilla para dormir. Sin embargo, siempre algún mal sueño lograba escabullirse y atraparme. Como el que tuve aquella noche.
- Estaba en otro planeta. No era Titán, ni ningún otro que conozca. Era completamente azul y tenía miles de montañas - comencé a explicar, sin mirarlo -. Al principio pensaba que eran simples montañas, como las de aquí pero azules. No lo eran - sentencié, recordando nítidamente todo lo que había visto -. Eran montañas hechas con el polvo de todas y cada una de las personas que desaparecieron -. Escuché como respiraba con pesadez, pero no me detuve -. Escuché mi nombre -. El dolor se me implantó en la garganta en forma de nudo -. Cuando giré lo vi. Ahí, en lo alto de la montaña más lejana. No dudé en correr -. Me temblaban las manos por lo que tuve que detener mi historia unos segundos. Él no aportó nada, esperó pacientemente -. Por el camino fueron apareciendo las figuras de Tía May, MJ y Ned, repetidamente y cada vez que me acercaba a ellos para alcanzarlos... se desvanecían - continué -. Lo peor fue cuando llegué a aquella montaña e intenté treparla -. Giré a verlo, me miraba expectante, pero con su semblante neutro, igual que el mío -. Juro que estaba a punto de llegar. Estaba a centímetros de alcanzarlo - mi voz me traicionó -. Pero Peter se transformó en polvo... diciendo esas tres mismas últimas palabras que me dijo aquel día. Y de nuevo no pude responderle.
La habitación de su oficina se quedó sepultada por un silencio ensordecedor. Le mantuve la mirada durante lo que parecieron minutos antes de que él volviera a apuntar mierdas en ese trozo de papel y yo reforzará mi coraza y centrará mi vista de nuevo al frente.
***
- ¿Cómo ha ido la sesión? - me preguntó Pepper, con amabilidad, después de unos minutos sentados en la mesa del comedor. Nunca decían la palabra psicólogo ni terapia, como si esas palabras fueran a desequilibrarme o a hacerme sentir menos.
- Como siempre - respondí seca y desinteresadamente mientras jugaba con la comida que había en mi plato. Vi de soslayo como intercambiaban una mirada. Bufé y aparté el plato -. No quiero más.
- Solo has comido la mitad, Aria - me reprendió mi tío. No le hice caso y me puse en pie -. ¡Siéntate! - gritó en cuanto me di la vuelta. Sin cambiar mi expresión seria me giré y obedecí su orden -. Come.
- Tony - murmuró su mujer, pero él tenía la mirada fija en mí.
Últimamente, era capaz de sacar de sus casillas a todo el mundo, sobre todo a mi tío con el que terminaba discutiendo o cediendo a sus órdenes por obligación mientras lo miraba con enfado. Como en ese momento. Me llevaba trozos de comida picándola con el tenedor con furia. A él le dio igual y continuó su comida sin dejar de lanzarme miradas.
Pepper se aclaró la garganta antes de hablar.
- Hoy tenemos ecografía - mencionó. Hacía meses que mis tíos estaban esperando a la pequeña Morgan y aunque me alegraba por ellos y porque fuera a tener una prima, no era capaz de mostrarlo -. ¿Quieres acompañarnos? Nunca la has visto en directo -. Me dedicó una radiante sonrisa mientras se acariciaba el vientre.
-No, gracias - intenté sonar lo más normal y amable posible. Le dediqué una última sonrisa ladeada antes de meterme el último trozo de comida y clavar mi mirada seria en mi tío -. Acabé - sentencié antes de ponerme en pie y llevar mi plato a la cocina.
Respiré hondo varias veces mientras aclaraba mis cubiertos. Odiaba como la relación con mi tío se había enfriado y como ahora nos pasábamos más tiempo discutiendo que haciendo cosas juntos. Lo quería mucho, siempre lo haré. Pero es que el dolor de mi interior me hacía ser arisca por más que a veces no lo deseara. Y por culpa de eso todos a mi alrededor lo pasaban mal.
Me detuve antes de adentrarme de nuevo en el comedor, ya que logré escuchar como pronunciaban mi nombre entre susurros. Afiné mi oído y, aunque era consciente de que era inapropiado, escuché la conversación que estaban teniendo.
- El psicólogo no está funcionando, Tony.
- Lo sé - afirmó con pesar.
- A lo mejor deberíamos probar con algo un poco más... avanzado -. No comprendí a lo que se estaba refiriendo, pero por el silencio que se formó y, lo que supuse que fue, un intercambio de miradas mi tío sí lo entendió.
-No - negó con firmeza.
-Tony...
- Aria no tiene problemas mentales, Pepper -. Fruncí el ceño desde mi posición -. No pienso llevarla a un psiquiatra -. Mis ojos se abrieron, sorprendidos -. Su problema no es tan grave, solo está dolida.
- Está deprimida - puntualizó la mujer.
- Y eso se trata con un psicólogo -. Escuché como una silla se arrastraba y unos pasos se acercaron. Estuve a punto de alejarme, pero entonces escuché lo mismo y como se detuvieron.
- Tony -. Hubo un pequeño silencio -. Se pasa el día encerrada en su habitación, habla a todo el mundo de forma agresiva, discute contigo, cuando camina por la casa parece un fantasma, apenas come, llora en la ducha y tiene pesadillas en las noches que ni siquiera con una pastilla es capaz de dormir -. Escuché como mi tío soltó un suspiro -. Puede que necesite una ayuda más especializada para salir de lo que está pasando y nosotros debemos dársela.
¿Un psiquiatra? ¿Se estaban planteando llevarme a un psiquiatra? ¿Para qué? ¿Para que me llene a pastillas durante todo el día? - pensé.
- Está bien - accedió el adulto sacándome de mis pensamientos -. Buscaré al mejor y tendremos una reunión con él o ella antes de hablar con Aria, ¿de acuerdo? -. Supuse que Pepper había asentido con la cabeza -. Ella va a ser difícil de convencer.
- Paso a paso.
Tras eso fingí que salía de la cocina como si no hubiera escuchado nada y me fui directa al piso de arriba para encerrarme en mi habitación. Una vez ahí cerré con pestillo, ese que mi tío odiaba que utilizara, y me dejé caer sobre el colchón. Mi mente comenzó a funcionar a mil por hora.
Una parte de mí estaba furiosa, no estaba nada de acuerdo con que tuviera la necesidad de ir a un psiquiatra. Pero la otra parte me decía que a lo mejor, aunque no me ayudara a superar eso, sí que me ayudaría a sobrellevarlo. Puede que a base de medicamentos, pero lo haría. Si fuera así dejaría de hacer sufrir a todo aquel que tenía mi alrededor.
***
TWO YEARS LATER
(3 años desde el chasquido)
Me incorporé con gran pesadez sobre el colchón para dejar mi espalda recostada sobre el cabecero. Mis músculos estaban entumecidos y deseaba que mis emociones estuvieran igual, pero era todo lo contrarío. No había dormido en toda la noche, las pesadillas habían vuelto. Sentía todo mi sistema agotado; sin embargo, tuve que reunir las pocas fuerzas que me quedaban y salir de la cama, por más que no quisiera.
Con pasos lentos me adentré en el baño privado que tenía en mi habitación y cogí la dichosa y pequeña caja de plástico que correspondía a ese día. Tenía una pegatina que decía: Martes. La abrí, dejando ver todas las pastillas que me tenía que tomar durante el día, divididas entre la mañana, tarde y noche.
Tomé las cuatro pastillas que debían ser tomadas a primera hora de la mañana, nada más despertarme, y las adentré en mi boca una a una mientras bebía tragos de agua del lavamanos. Hacía años que había accedido a asistir al psiquiatra. Este empezó con la toma de solo una pastilla, pero según pasaba el tiempo fueron aumentando. Ahora había perdido la cuenta de cuantas me tomaba a la semana.
Una vez ingerí todas pasé el dorso de mi mano por los labios, secándome, y me observé en el espejo. Mi aspecto era desastroso. Llevaba el pelo como si fuera un nudo, las ojeras debajo de mis ojos dejaban claro que no dormía y mi piel pálida parecía no tener vida. Pero era normal, estaba pasando por una de las peores rachas en años. La depresión se había intensificado y ya ni las pastillas conseguían aliviarme un diez por ciento, pero las seguía tomando por obligación.
Bajé las escaleras con lentitud mientras escuchaba a los lejos unas pocas palabras que sabía pronunciar Morgan. Cuando me adentré en el comedor vi como mi tío intentaba que comiera mientras ella jugaba con la comida y Pepper los observaba con diversión. Una pequeña y efímera sonrisa se me formó en los labios.
- Se suponía que tú eras el que tenía práctica - bromeé, pero mi tono salió rasposo. Ambos adultos se dieron cuenta de mi presencia y me dedicaron una sonrisa, animándome -. Me criaste a mí.
- Tú venías enseñada de serie - se excusó, con diversión, antes de seguir con su labor.
Tomé asiento a su lado después de servirme un simple café y de que Pepper lo relevara, ya que no estaba consiguiendo que Morgan comiera su desayuno. Mi tío me observó sin disimulo y pude ver como apretaba sus labios. Aparté la mirada al interior de la taza cuando noté el dolor que le provocaba verme así. Había dejado de causar dolor a los de mi alrededor con discusiones para hacerlo por mi simple presencia.
- ¿Cómo has dormido hoy? - me preguntó haciendo que alzara mi mirada hacia la suya. No hizo falta que hablara, vio en mis ojos la respuesta -. No has dormido - concluyó.
- No pasa nada - aportó Pepper al tiempo que hacía que su pequeña comiera sin armar ningún jaleo. Me recordó a cuando yo era pequeña, a los primeros días junto a mi tío. Ella siempre cuidaba de mí. Me dolió ver que ahora me miraba con una sonrisa fingida mientras intentaba ocultar la pena que le daba -. Pronto acabará este mal momento, ya verás -. Apretó levemente mi mano antes de ponerse en pie y coger los cubiertos manchados de Morgan -. Tú -, señaló a mi tío que también se señaló a sí mismo con un interrogante en la mirada -, cámbiate, estás manchado.
Efectivamente, tenía toda la camiseta machada con parte del desayuno de Morgan. Este abandonó la estancia para cambiarse de ropa y la mujer me dejó al cargo de mi prima mientras ella se encargaba de limpiar todos los trastos que había ensuciado. La pequeña Morgan centró su mirada en mí e inclinó la cabeza, como si me estuviera analizando.
- Pima - quiso decir prima, pero no lo logró. Sonreí levemente antes de volver a tomar un trago a mi café -. Tiste - su voz pronunciando esa palabra, aunque no la dijera correctamente, me hizo fijar mi atención en ella -. Tú tiste.
- Sí - respondí al tiempo que estiraba mi mano y comenzaba a acariciar su fino cabello castaño -. La prima está triste.
Lo que no me esperaba es que su rostro comenzara a cambiar y formara un puchero con el que derramó un par de lágrimas. Le pedí que no llorara, pero fue demasiado tarde, ya que unos segundos después el llanto se escuchó por toda la casa. Quise calmarla, pero ella solo me miraba con pena y seguía dejando salir más lágrimas.
- ¿Qué ocurre? - preguntó Pepper, mientras la tomaba en brazos.
- Se ha puesto a llorar de repente.
- Ssh, ya está Morgan - le decía mientras la mecía.
- Tiste - repitió la pequeña mientras me señalaba. Entonces pareció que mi tía comprendió lo que había ocurrido y se aseguró de decirle a su hija que no pasaba nada, que todos estamos tristes alguna vez.
Sintiéndome mal por provocar ese llanto desconsolado de Morgan me puse en pie y sin molestarme en acabarme o recoger la taza de café salí de ahí con prisas. Ignoré todos los llamados de mi tía y me perdí entre el jardín.
Le causaba dolor incluso a Morgan.
***
No podía dejar de llorar, las lágrimas abandonaban mis ojos cayendo como si de una cascada se tratasen. Sentía que mi pecho se oprimía y me costaba respirar. Estaba teniendo un ataque de ansiedad. Otro más. Pero no intenté salir de él. Me dejé llevar por el dolor, dejé que mi cuerpo temblara por los sollozos sobre el colchón y me dejé arrastrar hasta lo más profundo.
Los recuerdos me golpearon en cuanto cerré los ojos. La sonrisa de Tía May cada mañana al despertar. Las payasadas de Ned y su interés por ser el hombre de la silla. MJ y su carácter cerrado, pero que en realidad escondía un buen corazón. Peter y todas las cosas que hizo por mí, todas las sensaciones que me hizo experimentar. Todo el amor que aún guardaba para él.
Sin embargo, los que me atormentaron fueron los últimos. Peter tambaleándose y cayendo sobre los brazos de mi tío mientras yo no reaccionaba. Su cuerpo extendido en el suelo. Su voz suave y dolida pidiéndole perdón a Tony. Sus últimas palabras donde me confesó por primera y... y... última vez que me amaba. Esas mismas palabras que se quedaron en mi boca, que nunca pronuncié y que él nunca escuchó.
Entonces las miradas de todos los de mi alrededor me traspasaron el pecho. La mirada apenada de Pepper, la dolida de Tony y... el llanto de Morgan, ese llanto que tenía clavado en el cráneo. Estaba haciendo sufrir a todos, haciéndoles cargar conmigo cuando ellos ya habían tenido suficiente dolor. No se merecían tener algo que les provocara más dolor. Se merecían poder pasar página sin tener que cuidar de mí.
Como si ante mí se hubiese formado la respuesta clara, me puse en pie y comencé a moverme por mi habitación. Aún mantenía el llanto activo, pero nada me detuvo cuando tomé dos bolsas de deporte, esas que me regalaron con intención de que saliera de casa para ir al gimnasio. Nunca fui. Dentro de una de ellas empecé a meter todo tipo de prendas, casi toda mi ropa, incluida las sudaderas de Peter. Hacía años que habían dejado de tener su olor.
Una vez cerré la cremallera, tras añadir alguna cosa de necesidad básica, giré mi rostro hasta el armario. Era el mismo que estuvo conmigo desde que comencé a vivir con los Parker. Le pedí a Pepper que lo trajeran. Me acerqué a él con cuidado. En su interior ya no guardaba ropa, solo recuerdos. Todo lo que me llevé de mi antigua casa y que era demasiado doloroso como para tener a la vista.
Abrí las puertas con las manos temblando y ahí estaban. Mi vestido del Homecoming, las fotos pegadas en el interior de la puerta, los legos de Peter junto a sus comics y... la pequeña caja aterciopelada. Estuve tentada a agarrar y llevarme todo lo que había en el interior de ese armario, pero al final solo tomé la pequeña caja.
Ni siquiera la abrí antes de adentrarla en la bolsa. Tomé la que estaba completa y la vacía al tiempo que marcaba el número de un taxi. Mis tíos habían salido con Morgan hacía una media hora por lo que no les quedaría mucho más de otra medía hora para volver. Para ese entonces yo ya tendría que estar a varios kilómetros de distancia.
Antes de abandonar la que había sido mi habitación durante los tres últimos años escribí en un pequeño post-it dos simples palabras: Lo siento. Lo dejé sobre el colchón y salí de la habitación dándole una última mirada a todas mis cosas.
Mientras esperaba a que el taxi llegará configuré mi móvil de tal manera que mi tío no pudiera rastrearme. Tenía que evitar que accediera a mi ubicación a toda costa. Quería desaparecer de sus vidas, quitarles un peso de encima y si lo hacía tenía que hacerlo bien.
La primera parada que le indiqué al taxista fue el banco. No podía desaparecer sin blanca, no llegaría muy lejos. En esos momentos agradecí que mi tío formara una cuenta a mi nombre desde el día en el que me fui a vivir con él y que desde entonces haya estado ingresando dinero todos los años. Hacía cosa de un año mi tío me dio total libertad para usarla, pensando que así podría hacer todo lo que quisiera y animarme. Nunca la toqué, hasta ese momento.
Fue complejo y tardío conseguir que el señor que se escondía detrás del escritorio y cuyo nombre nunca llegué a aprenderme me dejara retirar la gran cantidad de dinero que quería. Era una suma importante, era consciente de ello, pero era necesario, al menos hasta que supiera como afrontar la vida sin depender de la vía económica de mi tío. Pero primero tenía que desaparecer, después ya me centraría en eso.
En medio de una de mis insistencias mi teléfono sonó y tras disculparme lo saqué del bolsillo. Era mi tío, seguramente ya habían llegado de nuevo a casa y al venir a avisarme de su retorno hallaría el post-it sobre mi cama. Colgué antes de ponerme completamente seria y enfrentarme al señor que finalmente hizo llamar al director.
Solo hizo falta un par de insistencias más y recordarle mi apellido para que me accedieran la operación. En menos de diez minutos el mismo director venía de la caja fuerte con fajos de billetes listos para mí. Era consciente de que mi tío aún seguía como segundo titular, para casos en los que yo no pudiera hacerme cargo, y que por eso mismo le llegaría una notificación de mi movimiento al móvil. Por ello me di prisa por salir de ahí.
La siguiente dirección que le di al taxista fue mientras negaba otra de las cincuenta llamadas que me estaba haciendo mi tío. Esta vez fue un descampado. El señor me miró confuso, pero una vez le pagué no le importó dejarme ahí sola, se marchó sin más.
El siguiente paso fue el más duro. Dejé ambas bolsas, una con mis cosas y la otra con el dinero, en el suelo antes de abrir la primera y coger la pequeña caja. Me temblaban las manos. Llevaba sin cogerla desde que todo lo de Thanos había ocurrido y tenía miedo a volverla a abrir. Sin embargo, no me quedó otra opción. Con lentitud abrí la pequeña caja y ante mí volvió a aparecer ese colgante.
Se me cortó la respiración cuando me lo coloqué en el pecho, sentía como si esa fina plata me apresara. Respiré hondo, controlándome, antes de darle los toques correspondientes al pequeño deje. Entonces de él comenzó a formarse la armadura que llevaba años sin ponerme. Cerré los ojos, incapaz de afrontar esto con el sentido de la vista.
- Buenos días, Srta. Stark - la voz de Lassa me dio la bienvenida. Estaba sintiendo un dolor tan profundo que ni siquiera respondí. No había tocado, utilizado, ni siquiera mirado la armadura desde que Peter desapareció.
- Lassa, necesito que desactives cualquier función con la que mi tío pueda rastrearme. Instala todos los programas que sean necesarios, en el caso de que convenga - fue lo único que dije antes de abrir los ojos de nuevo.
Ver todo a mi alrededor a través del visor frontal, dónde Lassa ya se había puesto a trabajar en mi orden, fue aturdidor. Todo lo que estaba haciendo lo era. No obstante, no me detuve cuando agarré las dos bolsas con una mano, aunque pesaran, y le informé a Lassa de cuál era mi plan.
- ¿Está segura, Srta. Stark?
- Sí, estoy segura - mentí.
Unos instantes después ya me encontraba sobrevolando el cielo de Nueva York, esa ciudad a la que ahora le estaba diciendo adiós. Tenía un destino fijado, el primero que se me había venido a la mente y que estaba lo suficientemente lejos como para desaparecer sin problemas. Sabía que mi tío tenía los suficientes contactos como para buscarme en todo el mundo, pero de eso me ocuparía una vez llegará a mi destino.
Más llamadas, ahora también de parte de Pepper y Happy - al cual ni siquiera veía desde hacía un mes -, llegaban a mi visor frontal. Le ordené a Lassa que rechazara cada una de ellas hasta que llegó un punto en el que le pedí que ni siquiera me las mostrara. Sentía un dolor profundo en mi pecho, pero estaba haciendo lo correcto. Por fin dejaría de causarle dolor a todas las personas que amaba.
***
Caminé un poco perdida por esas calles que juntas formaban el pueblo costero de Byron Bay. Era uno de los pueblos más populares de Australia y por eso lo vi anunciado en una de las oficinas de viaje que había en Queens. Me paré a mitad de camino haciendo que Peter se detuviera conmigo y admiré todas las imágenes que me ofrecían. Por eso había escogido este sitio para irme. Buen clima y una playa alucinante.
Durante el trayecto le pedí a Lassa que buscará un apartamento que estuviera decente y que no me saliera muy caro. Di con él y le envié un mensaje al dueño para reunirme con él ese mismo día. Pero antes de ello tenía que acabar con mi aspecto, tenía que dejar de ser yo y aparentar otra persona. Por eso me adentré a la primera peluquería que vi.
Todas las personas me recibieron con amabilidad, pero parecía que no me reconocían. Después de lo ocurrido con Thanos y tras volver a vivir con mi tío, todo el mundo supo que yo era una Stark. Por ello me sorprendió que en esa pequeña peluquería, y en general todo el pueblo, nadie supiera quién era realmente. Sin embargo, eso solo me hizo sentir bien, era una buena señal.
Salí de aquella peluquería con varios centímetros menos de pelo, ahora me llegaba hasta los hombros, y había dejado de ser castaño para volverse rojo. Un cambio radical que no me disgustaba del todo. Me veía extraña, pero era cuestión de acostumbrarse.
Después de aquello me reuní con el hombre que alquilaba un pequeño apartamento un poco alejado de la costa, pero que tenía unas vistas increíbles. Era un hombre un poco quisquilloso, ya que me indicó todas y cada una de las normas que había puesto para que la estancia fuera segura y justa. Accedí cuando aún llevaba media lista y le dije que quería instalarme en esos momentos. Al principio estuvo un poco reacio, pero en cuanto le ofrecí un año por adelantado se le olvidó completamente como se negaba.
Me quedé sola en aquel apartamento, recibiendo aún miles de llamadas de mi tío, el único que había seguido insistiendo. Salí al balcón con el móvil en la mano. Quise llamarle, al igual que quise volver con ellos, pero no podía hacerlo. No podía hacerles eso de nuevo. Así que simplemente rechacé otra de sus llamadas y envié un simple mensaje antes de apagar el móvil.
Estoy bien, no te preocupes por mí. Te amo.
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