Reto "El Armario". Parte 3 (Acción)

Cassandra emitió un pequeño quejido y se sentó, casi dejándose caer, sobre el borde de la cama con dosel que había sido de su abuela Nancy. Aquella que ella misma, muchos años atrás, ocupó durante cuatro fatídicos y terroríficos días, que habían cambiado para siempre el curso de su vida.

Las piernas le dolían horrores desde hacía tanto tiempo que casi había olvidado lo que era vivir sin dolor, pero siempre se le acentuaba con la lluvia. Y ese sábado ya había amanecido nublado y ahora, a primera hora de la tarde, el agua golpeaba los cristales con bastante garbo.

Observaba el jodido armario cerrado con la mirada algo vacía, perdida en sus propios recuerdos, en su propia pena...

No oyó como Erin entraba en la habitación.

—¡Mamá... Por fin te encuentro!

La joven no esperó respuesta y se sentó a su lado. Le acarició la mano que sujetaba el bastón metálico que acompañaba a su madre desde que tenía casi uso de razón, con suavidad.

—Mami... —susurró con dulzura.

—Erin... Perdona... Estaba...

—Pensando en papá... —le acabó la frase.

Cassandra sonrió con nostalqgia, su hija estaba en lo cierto. Últimamente no dejaba de pensar en Harvey, incluso a ratos le parecía verle. Tan alto, tan guapo como ella siempre lo había visto, tan joven porque no pudo envejecer, tan etéreo que solo podía significar una cosa...

Miró a Erin, la mente se le despejó y la sonrisa se le ensanchó. Cada día se parecía más a él. Alta, fuerte, guapísima. Ni siquiera esa ligera cicatriz que tenía entre la frente y la oreja derecha la afeaban lo más mínimo. Y menos ahora, que ya empezaba a notarse el cambio en su cuerpo.

—¿Ya está todo listo? —preguntó sin emoción.

—Sí, mamá... pero creo que antes... deberíamos hablar.

—No hay nada que hablar, cariño— dijo Cassandra con dulzura pero tajante.

—Mamá por favor, no seas así... —La riñó suavemente. Entendía a su madre, o eso creía, pero quería convencerla de que no lo hiciera.

—Erin... —suspiró con pesadez, pero dispuesta una vez más a esgrimir las mismas razones que ya le había dado a su hija dos años atrás, cuando esta cumplió la mayoría de edad —. Los MacDowell son mala gente. Son tan malos como los Winchester. No voy a permitir que cargues con el peso de toda nuestra infame historia. Andrew Reginald MacDowell va a morir esta noche, junto con todos los malos recuerdos de esta mierda de casa. Él mató al tío Scott, me dejó coja de por vida y casi te mata a ti, mi vida —dijo pasándole una mano con suavidad por la cicatriz de la cara.

—Lo sé...y le odio tanto como tú, mamá. Pero... ¿estás segura de que no hay otra forma de...?

—No sé si hay otra, pero va a ser así. Llevo planeando esto desde hace dieciocho años. Lo tengo todo calculado. Vamos a terminar con todo esto de una vez.  Esta noche el legado de los MacDowell quedará en entredicho para siempre y los Winchester vamos a ser historia.

Erin alzó una ceja, mal que le pesara ella era una Winchester...

—Ni lo pienses, Erin. Tú siempre has sido una Brenson. Eres la hija del Sargento Harvey Brenson, del departamento de policía de Seattle.

Los ojos de Cassandra brillaban con una luz espesa y dura, lejos de lo que deberían ser en una mujer de cincuenta años. Erin asintió, le dio un beso en la sien y se levantó.

—Voy a mirar que se hayan llevado todos los caballos y cerraré las caballerizas...  —dijo marchándose.

—Ten cuidado, está lloviendo mucho y estás...—musitó Cassandra, pero las palabras se perdieron mientras la melena rubia de su hija flotaba por el marco de la puerta.

Ni siquiera se planteó que quizás su hija tuviera razón. Iba a vengar a Scott como no pudo vengar a Harvey y su hija viviría libre. Erin no lo sabía todo, ella se había encargado de contarle sólo las partes que la atañían para tratar de evitar que el pasado llegara al presente otra vez más.

Erin no sabía que su abuela Susan había sido cruelmente violada repetidas veces en el sótano de Winchester Hall por su propio abuelo, el "gran" Conde de Kirkham, orquestrado bajo unos rituales satánicos por la infame tía Margaret y que de estas atrocidades había nacido ella misma.

No sabía quién había sido su abuelo en realidad, ni porqué estaban unidos a los MacDowell...

Tampoco le había contado nunca cómo y dónde murió Margaret. De hecho, Cassandra dudaba de que su hija recordara el apartamento de los Ángeles, al que se habían mudado cuando "enviudó". Ni cómo lo abandonaron corriendo de noche y todas las horas que pasaron en la carretera.

Scott las protegió, como había prometido...

—Scott... tenemos que parar... —dijo Cassandra.

Los rayos de sol la habían despertado. Eran las siete de la mañana. Llevan algo más de seis horas en el coche.

—No Cassie, un poco más. Estamos a punto de llegar a Sacramento. Allí pararemos a desayunar y descansaremos un poco. Luego hay que ir hasta Eugene, nuestra siguiente parada.

Asintió todavía adormecida y se giró. Vio como su hija seguía durmiendo plácidamente. Scott sonrió.

—Se ha despertado hace un par de horas. Le he dado un zumo y se ha vuelto a dormir.

Ambos sonríeron y entonces Cassandra dijo:

—Vamos a Seattle, ¿verdad? —No era una pregunta y ambos lo sabían.

Un trueno ensordecedor hizo regresar a Cassandra al presente. La lluvia era cada vez más violenta y aunque sólo eran las cinco de la tarde, el cielo estaba absolutamente plomizo, a penas se filtraba luz entre las espesas nubes.

Se levantó con fatiga y decidió bajar a la cocina para hacerse un té, en la planta baja. Maldita costumbre inglesa que no pudo abandonar jamás. Como una droga, como un clavo que la anclaba a su insoportable Inglaterra natal.

Al bajar se dió cuenta de que el esplendor que dieciocho años atrás lucía la mansión, era ahora ¡por fin! sólo un recuerdo estúpido y no el cruel espejismo que había sido. Ahora los objetos se amontonaban sin sentido en las diferentes estancias sin uso. En el comedor se apilaban sillas y sillones de exquisito tapizado antaño dorado y verde que ahora sólo era negruzco y polvoriento.

El mobiliario de madera estaba carcomido por termitas y otros insectos xilófagos y dentro se apilaban desde libros gastados y revistas obsoletas hasta viejas vajillas de loza fina, que algún día habían servido para alimentar a duques y condes...

Entró en la cocina y puso la tetera a hervir. Su cabeza estaba también llena de ideas en ebullición.

Hacía un par de días que en un viejo corredor, Cassandra había encontrado varias antiguallas heterogéneas de las cuales conocía más o menos su historia, como una máquina de coser Singer, modelo 15K, que su bisabuelo trajo de Escocia en 1910; una máquina de escribir Hispano Olivetti lexicon 80, que su abuela compró en su época de estudiante en Madrid; un billar polvoriento y mohoso del que sólo quedaba la bola número 8; un sinfonier estilo luis XV de madera de haya con una pata rota y sin pomos en los cajones y hasta una colección de botones de plata que pertenecía al Condado de Kirkham.

Al verlo, Cassandra no había podido reprimir las náuseas y vomitó dentro de un viejo costurero de mimbre deshilachado que encontró a mano.

Pensar en su padre le revolvía el estómago terriblemente... Porque el condado de Kirkham fue una patraña que se inventó Margaret; un título que heredó el monstruo de su padre cuando se casó con Susan Winchester, consiguiendo así perder su apellido de soltero y enterrarlo bajo capas de burocracia que a Cassandra le llevó meses investigar y desentrañar. Pero al fin lo logró; su padre, Terry Kirkham para el mundo, había nacido bajo el nombre de Terrance William MacDowell.

Y descubrirlo fue, encontrar la pieza que faltaba a un puzzle macabro del que no hubiese querido tener conocimiento alguno.

Descubrir que Andy era su primo, solo la enfervorizó más. Afortunadente Maragaret había abandonado ya este mundo, porque sino la hubiese matado ella misma. La vieja seguía dejando una senda de asquerosidades terroríficas tras de sí.

Durante años Cassandra vivió atemorizada. La llegada a Seattle solo fue el principio de la angustia.

Como Scott tenía previsto, pararon a desayunar a Sacramento. Hicieron acopio de provisiones y retomaron la carretera.

Erin no preguntó demasiado pero cuando Scott quiso contarle un pequeño cuento acerca del viaje precipitado, Cassandra decidió explicarle la verdad, endulzada, pero la verdad. Iban a Seattle porqué allí es donde vivían los abuelos y así podrían verlos y pasar unos días con ellos.

Otras siete horas en el coche hasta llegar a su siguiente destino: Eugene.

Cassandra, después de comer y descansar, decidió hacer el último turno de conducción, pues Scott se negaba a que pararan hasta llegar a casa de sus padres.

Llegaron a Seattle, cinco horas después y los Brenson los recibieron con los brazos abiertos. Encantados de volver a ver a su pequeña nieta, Erin.

Durante unos días, estuvieron tranquilos. La niña se relajó y disfrutó de los abuelos. Scott y su padre, Liam, no dejaban de hacer gestiones con la policía, para mirar de proteger a Cassandra de los Winchester, pero se ve que removieron más de la cuenta.

Una tarde que Kendra -su suegra- había traído un rídiculo palo selfie que había comprado en una tienda de fotografía cerca de casa y con el que se ríeron de lo lindo, empezaron todos a hacerse fotos.

Erin daba besos a los abuelos y Scott le hacía pedorretas en la tripa, mientras Cassie la sujetaba en el aire y hacía malabares para disparar las fotos...

De pronto, llamaron a la puerta. Dos siluetas entraron el vestíbulo y sin mediar palabra, dispararon a Liam a bocajarro. Al ir a socorrerle, también dispararon a Kendra en la cabeza. Ambos cuerpos se desparramaron en el suelo. El charco de sangre era importante...

Cassandra cogió a Erin y de milagro empujó a Scott, que estaba en shock y empezaron a huir de nuevo. El azar quiso, que justo en el instante en que abandonaban la vivienda por el garaje, con muy poco margen de ventaja, Cassandra viera un reflejo dorado en un espejo. Conocía perfectamente ese anillo. El autor de los disparos era Bates.

Scott tuvo que reponerse a la velocidad de la luz, de la muerte de sus padres. Pero Erin era más que su sobrina, era lo que le quedaba de Harvey. Era una Brenson e iba a protegerla. Y quería a Cassie como si fuera su hermana. Salieron a toda prisa en el coche de su padre. Sin rumbo.

Pararon en una armería, aunque Cassie inicalmente se negó.

—Nena... Ya sé que es por Erin, pero esa familia tuya está chalada.

—No son mi familia. Mi familia sois vosotros.

—Cassandra, por favor. No van a dejarnos en paz.  Sólo hay un modo de pararles los pies.

Cassandra suspiró... no le gustaban las armas pero accedió. Pararon en una armería y se hicieron con un pequeño arsenal. La vida de su hija bien valia una guerra.

El pitido insistente de la tetera lista en el fogón, devolvió a Cassandra a la realidad. Y justo cuando estaba abriendo un armario cualquiera para coger una taza, Erin entró por la puerta, sacudiéndose la mojadura del pelo.

—Hola de nuevo, mami —la besó—. ¡Qué bien huele...! Ponme una taza por favor. ¡Qué frío hace... Cómo se ha puesto el día!

Cassandra sacó otra taza más y sirvió raudamente el hirviente líquido ambarino en sendas tazas. Mientras comentaba con desprecio:

—Sí, está lloviendo de lo lindo. Mierda de clima inglés. Voy a buscarte una toalla, no puedes ponerte enferma ahora...

—Mamá... siéntate un poco, anda, que estoy bien.

—Erin —la regañó como sólo una madre puede hacer—, estás embarazada. Lo que llevas bajo la piel es a mi nieto. No voy a permitir que te ocurra nada. ¿Entendido? Siéntate y tómate la maldita taza de té, mientras yo voy a por esa toalla y algo de ropa seca también.

Erin sonrió, le encantaba ver a su madre con energía y alegría. Y eso solo lo lograba ese pequeñín que crecía en su vientre. Harvey Jr. iba a nacer en algo menos de dos meses e iba a ponerles la vida patas arriba. Por una parte ya deseaba verle la cara, abrazarlo y besarlo. Por otra, querría quedarse embarazada eternamente. Sabía que el pequeño traería felicidad y problemas a partes iguales.

Cassandra regresó con un par de toallas mullidas y algo de ropa. Obligó a su hija a desnudarse y a ponerse la ropa limpia y seca. Justo cuando Erin se estiraba la nueva camiseta, el vientre le abultó extrañamente por encima del ombligo. Cassandra se levantó y puso su mano justo en el sitio por dónde se había hinchado y sintió como su nieto volvía a darle otra patadita.

—Este nos va a salir futbolista —dijo y al encontrarse con los ojos de Erin ambas rieron de pura felicidad.

Cassandra sabía que eran los últimos instantes de felicidad que le quedaban y los atesoró sintiéndose enormemente tranquila. Su hija sería la mejor madre del mundo para ese enano. Aunque ella no estaría para verlo. 

Luego con una extraña sensación pensó que esa casa jamás había experimentado la llegada de un niño y que Harvey Jr. tampoco iba a ser el primero. Y se sintió aún más feliz.

Mandó a Erin a descansar un rato mientras ella recogía la cocina. Mientras lavaba platos y trasetaba por la estancia que más habían ocupado esos últimos cinco días, su menté volvió al día del accidente.

Llevaban horas huyendo sin rumbo, solo paraban para cambiarse el volante y llevar a Erin al baño. Sólo la pequeña comía cuando lo necesitaba.

Iban al límite de sus fuerzas, tanto Cassie como Scott, y lo sabían. Pero no quedaba otra.

Scott consultaba el mapa y Cass conducía, estaban buscando un sitio para hacer noche.

De repente un coche oscuro empezó a seguirles. Tenía los cristales tintados y Cassandra no podía ver su interior, pero sabía perfectamente quiénes eran.

—Scott, ese Chevrolet Impala hace rato que nos sigue.

—Sí, ya lo he visto. Estoy viendo a ver si podemos despistarlos.

Durante un buen rato lo intentaron, pero la carretera era demasiado recta y no había ninguna ciudad cerca en la que poder callejear.

Cassandra sintió la adrenalina correrle por dentro, no había hecho nada para merecer esto y su niña, menos.

De repente el Impala se puso en paralelo e intentó sacarlos de la carretera.
Scott saltó a los asientos traseros para calmar a Erin, que asustada con las maniobras se había puesto a llorar.

Mientras tanto le infudía todo el valor que podía a Cassie.

Un relámpago brillante y tremendamente largo iluminó la cocina con ferocidad, mientras la lluvia seguía su chapoteo enfurecido.

Con el posterior trueno, Cassandra revivió el momento del impacto. Cómo el Impala se incrustó por su trasera izquierda y empezaron a dar vueltas de campana.

Perdió el conocimiento y despertó en el hospital con la pierna derecha fracturada por cinco sitios distintos, y la rodilla izquierda absolutamente hecha polvo.

A Erin se le habían clavado unos cristales en la cara pero salvo eso, la niña estaba bien... Asustada, pero bien.

El choque había matado a Scott, que con su cuerpo sin vida había seguido protegiendo a la pequeña.

Cassandra lloró a borbotones, entre la pena por Scott y la alegría de que su hija estuviera a salvo.

Estuvieron en el hospital varios meses. Cassandra supo también que en el accidente habían fallecido Bates y Hetty que ocupaban el Impala. Se alegró enormemente de este hecho, pero el acoso de Andy MacDowell no cesaba.

Le contó a la policía lo sucedido, pero no había suficientes pruebas para meterlas en un programa de testigos protegidos. Durante años cambiaron de ciudad con cierta frecuencia. Hasta que finalmente MacDowell dejó de dar señales. Parecía que se había olvidado de ellas.

Pero Cassandra sabía que eso no era así, que solo era una tregua para reorganizarse. Los MacDowell siempre habían deseado la fortuna y los títulos de la familia Winchester. Andy quería ser el nuevo dueño y señor de Winchester Hall, Conde de Kirkham y hasta emperador de su ombligo si le hubiesen dejado...

Fue entonces, en ese tiempo que tuvieron de paz, cuando Cassandra pudo empezar a investigar con calma, siempre mediante detectives privados y amigos de Harvey y Scott, para no levantar sospechas.

También fue entonces cuando empezó a planificar su venganza mientras veía crecer a Erin y se mataba en trabajos de poca monta, para no destapar que ella era la legítima heredera de Winchester.

Para esa guerra, aún no estaba preparada...

Cuando Erin cumplió la mayoría de edad, la hizo partícipe de una parte de su historia y de su venganza. Juntas empezaron a preparar su regreso a Inglaterra. Les llevó dos años. Cass se erigió la heredera legítima de la fortuna Winchester, fastidiando así algunos de los planes de Andy MacDowell.

Ahora, había regresado a Winchester Hall y todo iba a terminar.

El taxi que había pedido hizo sonar su bocina y la sacó de su ensoñación al pasado. Salió a su encuentro con una gran maleta y le dió ciertas instrucciones al taxista, bajo la lluvia torrencial e insistente.

Luego entró en la mansión y fue en busca de Erin.

—Vamos, mi niña. Hay que irse.

—Mamá... Ven conmigo... Déjalo ya. No necesitamos todo esto. Véndele la casa y ólvidalo.

—Erin, voy a hundirles la vida a esos bastardos. Tengo que hacerlo.

—Mamá... Basta, por favor... Harvey Jr. y yo te necesitamos... —suplicó Erin.

A Cass se le partió el corazón. Pero no cedió.

—Nos reuniremos más adelante, ¿vale? —mintió, sonriendo —. Estaréis perfectamente, Erin. Todo va a ir bien.

Se miraron a los ojos y Erin vió la mentira de su madre, no iba a volver a verla jamás. Pero, aunque no estuviera preparada, siguió con el plan que su madre deseaba porque tampoco quería quedarse ni un minuto más en Inglaterra. Ese no era su sitio. Nunca lo había sido. Nada la ligaba ahí, sólo formaba parte de ese pasado oscuro, turbio, tétrico... del que tenía pleno conocimiento, aunque su madre pensara que no.

Se abrazó a su madre, con lágrimas en los ojos y le dijo sólo una palabra:

—Cuídanos...

Y sin más, se subió al taxi y se fue.

Erin abrió la puerta del piso que había compartido hasta hacía poco con su madre, con lágrimas en los ojos. El llanto no la habían abandonado en todo el camino.

Al día siguiente los periódicos se hacían eco en portada de una gran explosión en Winchester Hall que había dejado dos víctimas: Andy MacDowell y la última Winchester, Cassandra, que moría sin descendencia alguna. Con el "accidente" habían salido a la luz una serie de documentos que desprestigiaban por completo a los MacDowell y los evidenciaba de insolventes y farsantes.

Dos días después recibió una nota, que la hizo llorar inconsolablemente. Era de puño y letra de su madre. Temblando entre sollozos e hipidos la abrió...

Hola mi niña,

Leerás estás líneas cuando yo haya muerto. Lo siento mi amor, es así como tenía que ser. Soy la última heredera del horror y como tal, Cassandra Winchester tiene que desaparecer. Lo he organizado así porqué podrás disponer de una cuantiosa herencia, que te harán llegar en breve para que cuides de mi pequeño nieto y te cuides tú. No temas Erin, todo va a salir bien, porque tú no eres una Winchester. Tu sólo tienes una familia, como yo. Siempre hemos sido y seremos unas Brenson. Y yo, voy a seguir cuidando de tí, esté dónde esté. Seguramente más cerca de lo que piensas...

Te quiero.

Y fue entonces que comprendió el plan completo. Su madre había decidido matar a Cassandra Winchester para dejarle el dinero que de otra forma no hubiesen podido tener jamás. Pero solo porque la última Winchester había desaparecido. Y al comprenderlo dejó de llorar. Se dió la vuelta y al verla, volvió a sonreír. Una sonrisa, que por más adversidades que le diera la vida, jamás perdería.

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Bueno... pues... hasta aquí...

Este es el primer reto en el que he participado, y tengo que decir que me ha gustado pero que he sudado tinta china para llegar hasta aquí. Sobretodo en la segunda parte, que se nos hizo cuesta arriba a más de uno. Pero... ya estamos al final, ya hemos llegado.

Quiero dar un especial agradecimiento a @Goddesslight por hacerme los banners de esta parte y por invitarme a participar.

Y a todos los que me habéis leído: gracias y espero veros en el próximo!! Si queréis comentar, ya sabéis que tenéis la absoluta libertad de hacerlo!

Dudas, críticas, preguntas y pensamientos... todo es bienvenido.

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