Reto "El Armario". Parte 2
POR IMPERATIVO LEGAL: TERROR
Nota previa: A los amantes del terror, pedirles perdón de antemano, por darle una puñalada trapera a su género favorito. Para mí ha sido un reto terrible que no creo haber superado, pero a modo de eximente diré que ha sido como si a un fontanero le pedís que os opere del corazón porque todo son válvulas y tuberías... Si os apetece seguir leyendo, mil gracias, espero que no sea muy terrible.
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"Ding Dong Ding: Señores pasajeros les avisamos que vamos a iniciar el descenso, por favor coloquen sus asientos en posición vertical y abróchense los cinturones. En 15 minutos aterrizaremos en el LAX. La temperatura en Los Ángeles es de 23º C y hace un día soleado. Gracias por confiar en Aerolíneas Jumanji, la piloto Alba CS desea que hayan tenido un vuelo agradable y esperamos volver a verles muy pronto. Dong Ding Dong"
Cassandra siguió las instrucciones de megafonía y esperó con impaciencia a que el avión completase las maniobras de aterrizaje.
Nada más pisar tierra, encendió el móvil. Borró las 23 llamadas perdidas que tenía y sólo contestó brevemente a uno de los múltiples WhatsApps.
"Acabo de llegar"
"Estamos esperándote con los brazos abiertos"
Después de recoger su maleta en la lentísima cinta transportadora y pasar por el maldito control de aduanas, salió a la zona de llegadas con el resto de pasajeros.
Al cruzar las puertas, un hombre moreno, alto, de facciones simétricas con barba cuidada y muy atractivo que llevaba en brazos una preciosa niña de cinco años, con dos moñitos rubios y unos ojazos verdes igual que los suyos, se acercó a ella con una gran sonrisa.
Cassandra escondió todos sus malos sentimientos: enfado, miedo, tristeza...y se centró en sonreír a esa carita infantil, que estiraba los bracitos hacia ella.
—Hola, mami —dijo la pequeña con una sonrisa enorme.
—Hola, mi amor —dijo ella al cogerla en sus brazos.
Se fundieron en un abrazo.
—¿Cómo vas, Cassie? —preguntó el atractivo morenazo de 1.90, que le había entregado a la niña.
—Bien, Scott —mintió—. ¿Que tal se ha portado esta guerrera?
—Erin es un ángel, ya lo sabes...
Cassandra besó la cabecita rubia de su hija y el olor infantil la calmó al instante. Por fin estaba en casa. Aunque sospechaba que aún no había terminado todo.
Al salir del aeropuerto, se montaron en el coche de Scott y se fueron a los apartamentos dónde vivían. Al entrar en casa, dejó la maleta en un rincón y se aferró a los brazos de Scott que la abrazaban con complicidad, mientras Erin corría al sofá a ponerse sus dibujos animados favoritos.
—Nena... Ya estás en casa. Sé que tenemos que hablar, pero disfruta un rato de la niña y cuando la pongas a dormir, vengo con la cena. En la nevera tienes un puré para Erin.
Cassie asintió, agradecida por todo lo que hacía por ellas dos y girándose hacia el sofá dijo:
—Erin, mi amor, ven a despedirte del tito Scott.
La niña corrió a abrazarse con el moreno y se besaron dulcemente en los labios, como si fueran padre e hija.
—Te quiero mucho pequeñaja. Pórtate bien y mañana nos vemos para ir al cole, ¿vale?
—Vale, tito. Yo también te quiero. Hasta mañana.
Madre e hija cerraron la puerta y se fueron juntas al sofá. El teléfono de Cassie sonó por enésima vez y harta, lo apagó con furia. Entonces Erin, con preocupación la miró y le dijo:
—Mami, ¿te vas a ir otra vez?
—No, mi vida. Ya no me voy a ninguna parte. Y si me voy... será contigo, ¿vale?
La niña asintió, sonriendo satisfecha y se acurrucó entre el pecho y las piernas de su madre y la abrazó. Cassandra no pudo evitar que esas terroríficas imágenes aparecieran de nuevo en su mente, se le habían clavado en la retina y dudaba mucho que pudiera olvidarlas.
¿Cómo había podido ser tan tonta? ¿Cómo se había dejado engañar de esa manera? ¿Acaso su madre no le había dicho la última vez que se vieron, que el apellido Winchester era el del demonio y que solo traía desgracias?
Se serenó, antes de que las náuseas que sentía alteraran más a Erin. Pasaron una tarde de mimos, dibujos animados y juegos. Bañó a su hija, le puso el pijama y le dio la cena. Justo cuando la niña se estaba durmiendo sonó el timbre.
Se encaminó hacia la puerta con una sonrisa, Scott debía haberse olvidado las llaves, pero al abrir, la diversión se le esfumó de golpe.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sin rodeos y tratando de esconder el pánico que sentía detrás de la rabia.
—¡Eso sí que son modales y lo demás son tonterías! —dijo ella con esa sonrisa, que ahora Cassandra sabía que era absolutamente cínica.
—No estamos en tu castillo de pacotilla ni esto es un teatro, así que deja los espectáculos y respóndeme o lárgate por donde has venido —estaba alteradísima, pero hablaba en un tono bajo; por nada del mundo quería que Erin saliera de la habitación.
—Cassandra —dijo en un tono como si estuviera cansada de repetirlo—, te marchaste de esa manera tan... apresurada y te niegas a cogerme el teléfono... Así que no me dejaste alternativa. Tuvimos que coger un vuelo detrás del tuyo; Hetty y Bates han tenido la amabilidad de acompañarme. Quiero que me des una explicación de ese comportamiento tan... impropio de una damisela. Este país de locos te ha hecho olvidar nuestra buena educación inglesa.
Cassandra sintió aumentar las náuseas. No sabía cómo deshacerse de esa criatura de los avernos, que se escondía bajo la apariencia de una adorable anciana. Y encima había traído a sus secuaces con ella...
—¿Explicaciones, dices? Si no fuera por mi buena educación, te cerraba la puerta en las narices —gritó con la voz queda. Y luego, con ironía, dijo—: ¡Cuántos eufemismos!... con la cantidad de soeces que eres capaz de soltar por esa cloaca que tienes por boca, me maravilla tu capacidad para volverte cuando te conviene una finolis pretenciosa. Eres como una Dra. Jeckill y Misses Hyde, Margaret.
—¡Cassandra! —soslayó la anciana llevándose una mano en el pecho.
—Deja de hacerte la víctima desvalida, que sé perfectamente cómo eres en realidad... He visto quién eres, quién has sido y lo que pretendías conmigo... —puso cara de asco y en los ojos se reflejaba el terror que sentía.
—El rellano no es sitio para hablar. Creo que... te estás equivocando conmigo —seguía sin abandonar esa pose de lady británica, ofendida de la vida.
—No, yo no me equivoco —dijo Cassandra, sin moverse un ápice del marco de la puerta —. Soy la puta prueba viviente de lo que tu sádica y retorcida mente es capaz de idear. Confiaba en ti ¡Joder! Toda mi vida ha sido una puñetera farsa de mierda. Pensaba que mamá estaba loca, pero he comprendido porqué montó todo aquel escándalo y mató a mi... a ese. —dijo conteniendo a duras penas una arcada, incapaz de pronunciar ni siquiera el nombre del que era su padre —. Ella intentaba abochornaros, joder. A ti y a toda tu prole de sirvientes... sois unos degenerados, vieja del demonio.
—Cassandra Isobel Winchester. Cuida ese lenguaje o...
—¿O qué? ¿Me atarás con grilletes y me darás una paliza? ¿Y luego, qué? ¿Harás mi ropa girones y alentarás a ese monstruo de MacDowell para que me preñe como si yo fuera una yegua? ¿Cómo hiciste con tu propia sobrina? —Cassandra temblaba de miedo, aunque estaban muy lejos de Winchester Hall y de ese sótano de los horrores que había descubierto gracias a todo el material gráfico que había encontrado dentro de ese maldito armario.
Margaret palideció unos instantes, pero eso no le impidió quedarse callada. Aunque perdió la compostura.
—No sabes lo que dices, niñata estúpida. No tienes la menor idea de nada. Tu madre era una completa idiota y tú también lo eres. La única manera de mantener el dinero, el apellido, la casa y todo lo demás, es pescar a un aristócrata. Y todo el mundo sabe cómo se pesca a un hombre, siendo ligera de cascos y luego quedándote preñada. Tu madre estaba encantada con todo el dinero, hasta que enfermó de histéria... Yo nunca pude engendrar, por eso debo ayudaros. Hasta que termine la maldición que lleváis encima...
Cassandra olvidó todo lo que se revolvía en su interior y dijo perpleja:
—¿Una maldición dices?
Margaret se removió incómoda, antes de volver a hablar:
—Sí, esa que os impide engendrar varón. Sólo parís hembras. Mi madre nos tuvo a tu abuela y a mí, tu abuela a tu madre y tu madre a ti... Meter la semilla MacDowell en nuestra sangre es la única posibilidad de romper la maldición. Tu primer hijo será varón, lo sé. He conseguido descifrar el Codex of Shadows correctamente, esta vez sí. Déjame entrar, Cassandra y lo entenderás todo.
—No. Jamás volverás a entrar en mi casa.
Hizo un intento por cerrar la puerta pero la voz de Margaret la detuvo:
—No lo entiendes, estúpida. Si hacemos que Andrew te fecunde en la próxima luna llena, o sea mañana, tu primer parto será un varón. Y mi labor por fin terminará. Ayúdame a darme la paz que merezco y Winchester será tuyo, en eso no mentí...
—Quién no lo entiendes eres tú. Eres una enferma, Margaret. Nunca te perdonaré lo que le hiciste a mamá... Deberías buscar ayuda psiquiátrica. Ni todo el dinero ni los bienes de Winchester me harán cambiar de opinión. Yo ya no os necesito, os podeís ir a la mierda todos.
—Yo no necesito manicomios, niñata. Eres una puñetera malcriada y una desagradecida. Has pensado todo lo que comporta ser una Winchester MacDowell?? Tendrás más poder que la mismísima Reina, estúpida.
—Deja de llamarme estúpida, perturbada. Sólo dices sandeces...
Margaret negó con la cabeza, Cass era aun más cabezota que Susan. Y volvió a la carga:
—Andy también ha venido con nosotros. Lo dispondré todo para mañana...Será muy sencillo. No tendrás que hacer nada y no te dolerá —y murmuró para sus adentros — tú no eres virgen como lo era tu madre.
Oír el nombre de ese pomposo degenerado, pusó más tensa aún a Cassandra, pero entonces vio aparecer a Scott, que se quedó en el último escalón antes de llegar al rellano. Eso le infundió valor y fuerzas para continuar esa batalla dialéctica de locos:
—¿Pero tú te estás oyendo, Margaret? Primero, tener un niño o una niña depende del cromosoma masculino no del femenino. Segundo, las maldiciones son cosa de gente inculta y sin duda, no de este siglo. Tercero, ninguna mujer debe depender de un hombre para nada y menos en el tema ecónomico, que estamos en el siglo XXI, por favor. Cuarto no me voy a subyugar a tus delirios de anciana demente, sé perfectamente lo que hiciste y por eso ya te he denunciado a la policía.
—Cassandra —rió Margaret con cinismo—. ¿A la policía? No mientas. No tienes pruebas de nada... Y además, como bien has dicho, no estamos en Inglaterra...Déjate de gilipolleces, venga, entremos y te contaré como vamos a hacer lo de Andy.
Antes de que Cassie pudiera contestar, unas manitas se aferraron a sus piernas y una voz infantil y soñolienta dijo:
—Mami... ¿Porqué hablas con una fiura?
Cassandra sintió el terror correrle por dentro y protegió con su cuerpo a la niña, temerosa de que la vieja quisiera hacerle algún daño a la pequeña al quedar claro que era su hija. Y se sorprendió de que con tan solo cinco años, Erin hubiera identificado su escencia maligna, comparándola con una de los seres mitológicos de los cuentos que le leían a veces. Pero Margaret seguía aferrándose al bastón, quieta como una estatua a la que el color abandonaba lentamente y se hizo un breve silencio incómodo.
—¿Mami? —repitió Margaret absolutamente incrédula y blanca como un papel.
Scott decidió intervenir y habló desde detrás de Margaret con toda la intención:
—Ya estoy en casa, cariño —le dio un pequeño empujón a Margaret y cogió a la niña en brazos —. Ven conmigo, pequeñaja. Y usted, deje de molestar a mi familia y váyase o terminará en la cárcel por acoso.
Entró en el piso y se llevó a la niña, contándole un cuento sobre una princesa guerrera que tenía una hija y debía luchar contra una malvada reina y un príncipe pretendiente que era un maltratador de mujeres... Cassandra respiró, ahora que la niña estaba a salvo y se hizo más fuerte ante la locura de Margaret, que continuaba pálida como un vampiro y balbuceaba:
—¿E-es t-tu hi-hij-hija? Pe-pero no me c-contaasste...
—Evidentemente —dijo Cassandra poniendo los ojos en blanco. ¿No se te ocurrió pensar por qué coño te daba largas durante tanto tiempo? Bastante me costó marcharme y dejarla aquí. Ilusa de mí, pensé que tras un tiempo juntas, podría contártelo y te alegrarías... Pero eso fue antes de ver todo lo que escondías en ese puto armario, claro.
—¿Las fotos? —Margaret ni siquiera puedo hacer un intento de ocultar que existían.
—Las fotos, los videos, los diarios... eres el engendro del mal, vieja pervertida. No te bastaba con orquestrar esas atrocidades sexuales, que tenías que guardar pruebas de ello? ¡Aggghhh! Me da asco imaginarme... con que fin lo hacías —Margaret abrió la boca, pero Cassandra continuó. —No, no se te ocurra decirme nada. Me das asco. Me cuesta soportar la idea de ser el fruto de una violación y saber todo lo que le hiciste a mi pobre madre... Y lo que haces en ese sótano, con tus"sirvientes"... No tienes perdón de Dios.
Margaret dijo en una exhalación que se mareaba y cayó redonda al suelo. Como un fardo de patatas.
Por un momento Cassie pensó que era otro truco pero pasaban los minutos y Margaret no movía ni una pestaña. Iba a llamar a Scott, cuando esté apareció.
—¿Qué ha ocurrido?
—Se ha desplomado.
El moreno se arrodilló a tomarle el pulso a la anciana. Y se levantó decidido:
—Cierra la puerta —dijo Scott tajantemente.
Cassie obedeció, sin comprender del todo, medio en shock.
—Scott... Deberíamos llamar a una ambulancia...
—No. Nosotros no sabemos nada. Nadie ha llamado al timbre y tu no has hablado con nadie.
—Scott... Por dios... Ya sé que es un monstruo pero aún así...
—Cassie, no podemos hacer nada por ella. En esta comunidad no hay cámaras de seguridad salvo en el portal. Haz las maletas, pasaremos por mi piso y luego nos iremos. Si nos quedamos aquí, esos tarados no tardarán en encontrarte....
—¿Has oído toda la conversación?
—Toda. Y unido a lo que me contaste por teléfono, he unidos cabos. ¿Hiciste las fotos como te pedí?
—Sí, y he traído todas las que había en el armario —se acercó a la maleta y la abrió. Sacó un fajo de sobres satinados y también extrajo una cámara digital—. Lo volví a cerrar como tu me pediste y actué con toda la normalidad que pude esos cuatro días antes de volver. No creo que ese asqueroso de MacDowell sospeche nada de mí, pero pienso que conocía las intensiones de esta sádica —dijo señalando con la cabeza hacia la puerta.
—Es muy probable y por eso es importante que huyamos mientras esos tres crean que sigues hablando con tu... Con ella.
Cassandra asintió, pensando en el asco que le daba el saber que esa vieja había sido pariente suya. El mismo que le daba ahora su padre. Y por segunda vez en muy pocos días sintió que se alegraba por una muerte.
Mientras preparaba deprisa y corriendo sus pertenecias y las de su hija, recordó las noticias que durante meses plagaron los periódicos locales antes de ser enviada a América a estudiar. Para la sociedad, su padre había sido el Conde de Kirkham tristemente asesinado por su esposa enloquecida por los celos, Susan Whinchester, que había sido recluída en un sanatorio, pero ahora Cassandra sabía la terrorífica verdad.
Con las pertenencias imprescindibles y la documentación, salió al comedor. Scott se había encargado de limpiar las huellas de ese día. Lo había recogido todo como si Cassandra no hubiese pasado por ahí.
Envolvieron a Erin con una manta e hicieron la camita y luego con unos fulares, entre los hombros y la cadera Cassandra se hizo una bolsa de porteo. Scott le colocó a la niña. Apagaron las luces, cerraron la puerta y se marcharon saltando a la fallecida.
Bajaron al piso de abajo, dónde Scott vivía.
—Cassie, dame tu móvil y siéntate un rato en el sofá mientras lo preparo todo enseguida. No quiero volver a mover a Erin.
Cassandra asintió y con la mayor calma que pudo se sentó a esperar. Por lo menos, la niña no tenía el sueño ligero.
Scott le acercó unos cubiertos y un vaso para que Cass dejara ahí sus huellas, lo dejó todo en el fregadero junto a otro juego igual suyo. Deshizo su cama por ambos lados y también desordenó el cuartito que tenía para Erin. Dejó el móvil de Cass en la mesita de noche y cogió su maleta.
En pocos minutos estaban listos.
Cuando arrancaron el coche de Scott, Cassandra miró de soslayo a su hija que seguía perfectamente dormida en el asiento trasero y habló mientras abandonaban la ciudad:
—Lo tenías todo previsto...
—Más o menos... —sonrió el moreno —ventajas de que tu hermano fuese un gran policía.
Cass sonrió con tristeza al recordar a Harvey. Lo asesinaron antes de que pudiera conocer a su hija, la noche en la que Cassandra se ponía de parto.
—Scott, nunca te he dado las gracias por todo lo que haces por nosotras... Por nuestra culpa no puedes ni tener novio...
—Cassandra, sois mi familia. Aunque no estuvieras casada con Harvey. Los novios, ya nos vendrán cuando nos tengan que venir... Será por hombres!!
Cassandra rió. Y cayó en la cuenta de algo importante.
—¿Dónde vamos?
—Dónde estéis seguras.
Cassandra se tranquilizó y reposó la cabeza, cerrando los ojos.
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