RETO "El Armario". Parte 1 (Misterio)

Inicio fijado por jumanjigonzalez

Cassandra apenas se acababa de instalar en la mansión de los Winchester cuando su tía abuela Margaret llamó a la puerta de la que iba a ser su nueva habitación. Cassandra, sentada sobre la cama de matrimonio, levantó la vista de la maleta para ver la cabeza de la mujer asomarse por la puerta de roble macizo.

—Cielo, ¿necesitas ayuda con algo?

—No —respondió ella, en tono árido.

—Está bien. Si necesitas cualquier cosa solo tienes que llamarme...

Cassandra asintió despacio. Mientras veía la puerta cerrarse, la vista de Cassandra reparó en el candado y la cadena que decoraban las puertas de un enorme armario de madera desgastada.

—Tía Margaret.

Su tía abuela volvió a estirar el cuello para asomarse por la puerta.

¿Sí?

¿Podrías abrirme ese armario para que pueda dejar mis cosas?

Margaret puso una sonrisa enigmática, mostrando sus dientes imperfectos y amarillentos.

No, cariño respondió con dulzura. Lo siento pero ese armario no se puede abrir.

La mujer cerró la puerta ante el desconcierto de Cassandra, que miró el armario llena de curiosidad.

Ahora que podía permitírselo un rato, su mente que siempre había sido tremendamente fructífera, se puso a trabajar a toda máquina. Motivada por las novelas de fantasía que le encantaba leer de pequeña -y que recientemente estaba volviendo a releer- empezó a imaginarse mil y un mundos mágicos. Cada cual más estrambótico que el anterior, y a los que sin duda se accedería a través de ese armario -que debía ser el portal a la otras dimensiones- si consiguiese abrir el grueso candado que colgaba en medio de las puertas.

Su mente decidió parar de fantasear y volver a la realidad. Bueno... no fue algo voluntario, fue el pitido de un WhatsApp el que la hizo aterrizar, y no de muy buen gusto. ¡Para una vez que disponía de un poco de tiempo para ella misma!

Soltando una exhalación de fastidio, rebuscó en el bolso hasta dar con el móvil para ver quién era el causante de tener que abandonar su dulce ensoñación.

Pero al ver el nombre en la pantalla, su malhumor se esfumó en menos de un segundo.

ERIN.

Erin era el amor de su vida, su vida entera. Su principio y su fin. Su guía y su perdición. Lo era todo desde el momento en el que llegó a su vida hacía algo más de cinco años. Por ella había accedido a la petición de tía Margaret. Una petición que conllevaba muchísimo sacrificio, cómo tener que dejarla un tiempo indefinido, pero que también conllevaría recompensas. Y Cassandra esperaba que Erin pudiera entenederlo y perdonarla. Confíaba en ello porque su amor era verdadero, puro, eterno.

Contestó al mensaje y tras un pequeño intercambio de frases, se despidió con muchos iconos de besos y corazones. Después, sin soltar el móvil, llamó a Scott.

Hablar con él siempre era un bálsamo para Cassie. Su cálida y serena voz le ponía los pies en la tierra a la velocidad de la luz pero con la suavidad del algodón.

Después de preguntar como estaban las cosas en casa aunque sólo llevaba fuera poco más de doce horas, le contó toda su llegada a Winchester Hall.

Le explicó que el viaje no se le había hecho demasiado largo, que se había desarrollado sin problemas y con buen tiempo. El recibimiento alegre y afable que le habían brindado su tía abuela y lo que le pareció una larga lista de trabajadores (que tía Margaret se empeñaba en llamar sirvientes), que aun no había podido deshacer la maleta y hasta comentó lo del 'armario misterioso'.

Scott soltó una carcajada dulce y sincera, y luego actuando como si fuera su hermano mayor, cómo siempre había actuado, dijo:

—Cass, déjate de misterios. Habrá más muebles dónde guardar tu ropa... Y no te olvides de porqué estás ahí.

—Ya... Hablando de eso, no sé si podré aguantar... Todavía no sé qué tendré que hacer, ni siquiera el tiempo que tendré que estar aquí. Y la verdad, Scott... Ya estoy echando de menos a Erin. No sé si hago bien... No me gusta tener que ocultar cosas.

—Ya lo hemos hablado, Cassie. No puedes contárselo de buenas a primeras a tu tía, porque no lo entendería. Deja que primero te conozca y vea en quién te has convertido. Sé positiva y todo irá bien. Nosotros estamos bien, Erin está bien, así que tranquila. La propuesta de dirijir los negocios de Winchester Hall es justo lo que necesitabas, nena... Toda la vida has acarreado el apellido Winchester como una losa pesada por lo que hicieron tus padres, ya es hora de que esto deje de ser así.

Scott era muy pragmático y eso la ayudaba. Tras colgar el teléfono prometiendo una próxima llamada en breve, empezó a serenarse y a ver realmente dónde estaba. A parte de la inmensa cama con dosel y del famoso armario, había un magnífico escritorio secreter de estilo victoriano y una amplia cómoda con seis cajones, coronada por un espejo antiquísimo que empezaba a descascarillarse y a enmohecerse por los extremos.

Se acercó a ella y abrió uno de los cajones. La madera chirrió con la fricción, estaba claro que no se abría a menudo, pero afortunadamente estaba vacío y limpio. Comprobó que el resto de cajones estaban igual y abriendo la maleta de par en par en el suelo, se dispuso a guardar sus pertenencias.

Después decidió descorrer todas las gruesas cortinas de terciopelo azul para que entrara la claridad. Hacía un día típico de la campiña inglesa, un sol no demasiado fuerte y una suave capa de nubes que parecían querer envolver con un tul los rayos de luz.

Las vistas desde su habitación eran magníficas: los jardines de Winchester eran amplios y estaban bien cuidados. Grandes explanadas de césped delimitados por los senderos de piedra caliza que discurrían armoniosos como si fueran riachuelos hasta dónde alcanzaba la vista, con bancos y estatuas alternados cada pocos metros.

Aunque Cassandra no podía verlo desde dónde estaba, recordaba que había una piscina, unas canchas de tenis y una zona para jugar al criket. Cerca de la casa, había grandes jardineras de mármol travertino llenas de rosales que en primavera lo llenarían todo de color y fragancia, pero las mejores rosas se cultivaban en el invernadero del jardín trasero. Allí también estaban las cuadras y las caballerizas. Ese era uno de los negocios principales de la familia, la cría y doma equina.

Salió de la estancia, dándole un último vistazo al armario y cerró la puerta con cuidado.

Deambuló ligeramente por los pasillos para orientarse. Hacía muchos años que no había estado en Winchester Hall, fue antes de que sus padres... bueno, mucho antes de aquello. Afortunadamente la mansión no había cambiado demasiado y la construcción tampoco era muy intrincada. En la planta dónde se encontraba, todo eran dormitorios. Habitaciones que se dividían a lado y lado de un pasillo recto, intercalándose con un baño, que intercomunicaba dos habitaciones.

Cassandra había sido asignada a la que fuera la habitación de su abuela, la hermana de la tía Margaret. Una de las habitaciones de la parte delantera, que eran las que disponían de mejor luz y calefacción. Además, una de las trabajadoras le había asegurado que no tendría problemas con el agua caliente, pues el baño había sido revisado minuciosamente pocos días antes.

Querría haberse dado una ducha, pero recordó que la tía Margaret era sumamente estricta con la hora del almuerzo y no quería empezar su estancia con una disputa. Era lo que menos le convenía.

Así que se apresuró a bajar a la planta baja, donde se encontraba el salón, la biblioteca, el gran comedor y el comedor auxiliar. Era el que se usaba a diario cuando no tenían invitados.

Entró en este un poco apurada, pues tía Margaret ya estaba sentada en una de las cabeceras de la mesa ovalada. Bates, el fiel mayordomo, retiró la silla de su izquierda para que ella se sentara y se marchó raudamente sin hacer ruido.

—Perdón por la tardanza, tía Margaret —se excusó.

—Tranquila, cariño. Soy consciente de que acabas de llegar —sonrió con indulgencia—. Estoy realmente muy contenta de tenerte aquí, Cassandra, de que por fin hayas aceptado mi oferta. Eres una Winchester y este es tu lugar —hizo una pausa porque había entrado una muchacha bastante joven, alta y un poco desgarbada con dos platos en las manos, le sonrió mientras le decía— gracias Hetty, puedes retirarte.

La chica hizo una leve reverencia y se fue. Cassandra no se sorprendió, recordaba perfectamente todo el protocolo que había aprendido cuando era pequeña, aunque ahora le resultaba arcaico e innecesario.

—Como te decía, querida —continuó Margaret —, me alegra enormemente el tenerte aquí. Al fin y al cabo sólo me ha llevado... ¿cuánto? ¿cuatro años y medio de insistencia? —sonrió —. Total, una jovenzuela como yo, dispone de todo el tiempo del mundo por delante...

Y rió de su propia broma. Cassandra la acompañó en las risas pero se disculpó.

—Lo lamento... no entraba en mis planes... yo tenía cosas que... asuntos que...

—Cassandra —interrumpió la anciana con dulzura —, por favor, deja de disculparte. Comprendo que tenías que estudiar y que luego querías hacer tu vida lejos del apellido y más después de... aquello —su mirada se ensombreció pero enseguida se repuso—. Pero lo importante es que ahora estás aquí. Entiendo que quizás me veas cómo una vieja que sólo sabe vivir de recuerdos y costumbres pasadas de moda, pero algunas cosas es necesario que no cambien. Y recuerdo que cuando eras pequeña te encantaba pasar ratos conmigo, mientras te contaba nuestras costumbres.

Cassandra sonrió. Era verdad. De pequeña, tía Margaret siempre le contaba fascinantes historias de condes y duques, de bailes y de fiestas, pero para Cass sólo eran cuentos bonitos. Y hablaban también de la vida en general. Todas las inquietudes que tenía como niña, eran escuchadas con atención. Su tía nunca la trató como un incordio infantil, que era cómo la trataban la mayoría de adultos.

—No... Yo no pienso...

Margaret volvió a sonreír, era una sonrisa franca y el contorno de los ojos se le arrugó tremendamente.

—Cassie —dijo, usando el dimunitivo por primera vez desde que habían vuelto a verse —, tengo setenta y siete años, evidentemente que soy una vieja. Y aunque me queda mucha cuerda, necesito un relevo. Es por eso que he querido que vinieras. Pero de eso ya hablaremos. Ahora disfrutemos del almuerzo, que se enfría.

Tras el suculento almuerzo, Cassandra comprobó con placer lo que era que otra persona recogiera la mesa y lavara los platos. Hetty les sirvió una botellita de digestivo y colocó tres vasos en la mesa

Antes de que Cass pudiera preguntar nada, la puerta del comedor se abrió y entró como si estuviera muy habituado a ello, un hombre joven, alto y moreno, con un poco de tripa pero muy atractivo y que vestía tan elegantemente que resultaba ligeramente pomposo.

—Hola, Maggie —dijo dándole un beso en la mejilla con mucha familiaridad a la anciana.

—¡Andrew! Qué alegría que hayas podido venir.

¿Maggie? ¡Qué confianzas! Cassandra seguía perpleja y desconcertada ante el desparpajo que mostraba el desconocido, pero antes de poder decir nada, el hombre se adelantó y tendiéndole la mano dijo:

—Así que tú debes de ser la hija pródiga... Cassandra Isobel Winchester, ¿verdad?

Cassandra se irguió de hombros, no le gustaba que la tratara con esa confianza, como si fueran amigos de toda la vida y extendió su mano para devolver el saludo mientras contestaba:

—Cass, sí. Y no sé si pródiga o no, pero soy su sobrina nieta.

Un escalofrío la recorrió entera mientras sus manos se unían y el trajeado ponía una sonrisa enigmática, algo burlona, mientras respondía con una ligera inclinación de cabeza:

—Andrew Reginald MacDowell. Un placer conocerte Cass.

La tía Margaret observaba como los jóvenes interactuaban, sonriendo discretamente. No, no se había equivocado en absoluto.

—Cassie, querida. —intervino —, Andrew es quién se ocupa actualmente de la compra-venta de los Shires y los Sorrel de Suffolk. Y me ayuda a llevar las cuentas de la granja. A partir de mañana, quiero que trabajes codo a codo con él, hasta que conozcas a todos los empleados y todas las actividades que llevamos a cabo aquí en Winchester Hall.

Cassandra se estremeció, no sabía porqué pero no le apetecía trabajar con ese hombre que parecía conocer esa casa mejor que la suya. Algo le decía que no era de fíar y no comprendía por qué su tía no lo veía. Puso una sonrisa de compromiso mientras oía al pomposo contestar.

—¡Oh, Maggie! Será un placer enorme. Ya sabes que estaba deseando tener una ayudante.

¿Ayudante? Eso no era lo que le había prometido tía Margaret. Pensó en Erin y que la había dejado al otro lado del Atlántico en busca de esa gran oportunidad que le habían prometido...Se sentía estafada. No obstante, decidió que no era el momento de aclararlo con ella; no mientras ese pomposo siguiera ahí.

Andrew se había sentado en una silla y tomaba el digestivo a pequeños sorbos. Cuando sus miradas se cruzaron, este le guiñó un ojo y Cassandra sintió cómo se le revolvía el estómago por completo. Se levantó y excusándose por el jet-lag, subió de nuevo a su habitación.

Al parecer sólo iba a tener unas pocas horas para ella misma antes de volver a encontrarse con ese pedante... Esperaba que para la cena ya se hubiera marchado y poder hablar a solas con su tía.

Pero al entrar en la habitación, todas esas preocupaciones desaparecieron. Hasta la idea que le poblaba la cabeza desde hacía rato de coger el móvil y llamar a casa.

El candado del armario estaba abierto, con una llave en el paño y las cadenas colgaban a lado y lado de las puertas, que yacían entreabiertas.





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