prólogo


Siempre he creído que el primer recuerdo que tienes es el que define tu vida. O al menos la forma en que ves la vida, en que eres con la vida y en que vives esa vida.

Bien, el primer recuerdo que tengo yo es sencillo. Se trata de mi padre y fue cuando tenía siete años.

Recuerdo que desperté más temprano de lo normal y bajé a la cocina. Me asomé en silencio cuando divisé la luz encendida y entonces los vi.

Papá sujetaba la mano de mamá y la hacía dar vueltas, ella reía y se sonrojaba mientras una canción de esas cursis sonaba de fondo.

Finalmente, papá tiró de ella, la acercó hasta su cuerpo y le besó la frente.

«Te amo» le dijo cuando la música terminó y ambos se miraron fijamente.

«Te amo con cada célula de mi cuerpo y no hay día, desde que te conozco en que no haya sido así». Mamá soltó una risa y se abrazaron.

No recuerdo bien qué pensé, pero tuve la certeza de que el amor era eso, esa sonrisa que papá le sacaba a mamá todos los días, esa forma en que ella le acariciaba el cabello cuando estaban cerca, la manera que tenían de verse y que todos supieran que se querían.

Saber que se comprendían con una sola mirada y que bastaba una palabra o un silencio para que el otro entendiera lo que sucedía. Un abrazo lo curaba todo y sentarse uno frente al otro, tomados de la mano antes de una larga charla, era la mejor manera de solucionar los problemas.

Bueno, al menos creía que el amor era así, porque tres años después de ese día, papá murió en un accidente de avión. Fue devastador para toda la familia. Después de eso no volví a sentir que el amor eran esas sonrisas a la distancia. Era más como mamá acariciando el cabello de mi hermano antes de echarse a llorar.

El amor era bonito, era especial y encantador, pero también era doloroso. Y, a medida que fui creciendo, cada día me convencía más de que no era para mí. Aún cuando mamá siguió con su vida, se notó que no era lo mismo y yo lo tuve claro desde entonces.

El amor, el de verdad, es llanto y risa, pero yo no estaba dispuesto a vivir ninguno de los dos. Y me estaba yendo bien. La verdad, no me quejaba de nada. Entonces, un día, llegó ella.

Mi girasol.

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