capitulo 8.

Tengo la mente tan metida en mis propios asuntos que no me fijo cuando ella llega ni cuando se sienta a mi lado.

En mi cabeza solo existe lo que leo.

La chica triste y llena de inseguridades que se enamora del chico malo que no se quiere ni él. Es súper cruel con ella, pero de repente hay un giro inesperado de acontecimientos. Resulta que él está enamorado de ella, pero trata de protegerse emocionalmente porque tiene un pasado traumático, pero todo se va por un hueco cuando la ve con otro tipo y le da un arranque de celos. Entonces admite lo que siente y la besa. Problema, problema. Palabrería. Beso. Sexo. Problema. Embrollo. Llanto. Qué triste. Final feliz.

El final es tan rápido que ni pierdo tiempo en decepcionarme. ¿Dónde queda la enseñanza? De pequeño me enseñaron que las buenas historias siempre te dejan una moraleja, ¿Cuál es esta? “Si alguien te trata mal, tranquila, solo está enamorado de ti, pero no lo sabe, dale medio libro”.

Trillado.

– ¿Jandry? –Me llama y levanto la mirada de mi celular para prestarle atención–. ¿Te cuento un chiste?

Lo pienso un segundo, niego ni bien termino de pensarlo un poco.

– No, gracias –digo y ella comienza a agitar despacio de mí.

¿Desde cuándo ser amigos le da tanta confianza sobre mi espacio personal?

– ¡Solo uno! –Menciona y niego.

– No, Amanda. Tus chistes son muy malos –le confieso.

– ¡Oye! –Se queja y decido ignorarla–. Mis chistes son muy buenos, por ejemplo, un paciente le pregunta a su médico “Doctor, cuánto tiempo me queda de vida” y el doctor responde “diez” a lo que el paciente insiste “¿Diez qué? ¿Años, semanas, meses?” y el doctor continúa “nueve, ocho, siete..”

Cierro los ojos tratando de no reírme y cubro mi rostro cuando la sonrisa me delata. Bien, fue gracioso. Quizá el toque de crueldad es lo que lo vuelve divertido.

– Bien –digo cuando logro ordenar un poco mis ideas–. Es obvio que algo te trae de buen humor, pequeña torpe, ¿Dime qué es? –Pregunto prestándole toda mi atención.

– ¿Pequeña torpe? –Indaga y asiento.

– Te vi hoy en la entrada, creo que tropezaste con tu sombra porque me descuidé un segundo y estabas en el piso –le digo y veo su rostro tornarse rojo.

– ¿Me viste? –carraspea y baja el volumen de su voz. Sonrío, la escena me resulta extrañamente adorable–. Fue un accidente –se defiende.

– Solo cuéntame qué te pasa.

– Bien –hace una pausa para observarme y sonríe antes de continuar–. Amargado –sonrío–. Me besó –dice en voz alta y algo en mí se remueve con incomodidad.

– ¿Qué? –Cuestiono tratando de mantenerme neutral ante lo que dice.

– ¡Me besó! –Repite aún con más alegría que antes y eso me preocupa–. Dice que va a dejarla y me besó.

«Ingenua» pienso y esta vez no trato de contradecirme. Esa chica lleva la palabra Inocente tatuada en la frente. Todos los ven y todos se aprovechan de eso. La pobre ilusa no solo cree en el amor si no que también cree, de corazón, que una persona dejará su relación solo para correr a sus brazos.

– ¿No… no estás contento? –Me pregunta y encojo mis hombros como respuesta.

La verdad es que no lo sé. No sé cómo debería sentirme. No siento que sea una buena decisión el quedarse esperando eternamente a alguien que no puede soltar a otra persona y eso es obvio. Además, no es sano que tu nivel de amor esté tan bajo que con un beso te dejes prometer la luna y estrellas.

Ella se calla y sé que no es le respuesta que esperaba. Decido dejar de meditarlo más e ir directo al grano, siempre he sido más de moverme así.

– No –respondo con franqueza y aquello parece sorprenderla–. No me siento feliz porque siento que estás recibiendo las sobras que alguien más no quiso y tú lo ves como si fuera el platillo más rico del lugar. Y mereces más.

– La basura de algunos es el tesoro de otros –argumenta como defensa y asiento.

– Vaya mierda de tesoro es quedarse con la persona que te dice: hoy sí, pero si mañana las cosas cambian entonces no –adjunto, veo que abre la boca, pero la interrumpo antes de que diga alguna idiotez–. Me parece que eres mucha mujer para una persona que te quiere de ratito. Tú mereces que te quieran bonito.

Concluyo y me quedo en silencio. En realidad, todos merecen alguien que los quiera bonito. Qué los quiera de verdad. Qué los acepte en cada una de sus facetas y con cada tonalidad «Algún día alguien te amará como yo amo al cielo». Repite papá en mi cabeza y suspiro.

– ¿Querer… bonito? –Pregunta y me limito a asentir, como siempre.

– Ya sabes. Querer con el alma. Aceptar, amar, cuidar. ¡Yo que sé! Todo lo que conozco del amor me lo cuentan los libros –me quejo y la veo sonreír.

– Gracias, amargado. Tienes menos experiencia, pero das consejos de viejito –se queda callada un segundo y al siguiente suelta una risa–. ¡Quizá por eso eres amargado! Porque estás viejito.

Gruño en respuesta y aquello le causa más gracia. Sonrío antes de desviar la mirada, me prohíbo que ella sepa que me agrada su forma de actuar. No.

– Joder, que molesta eres –le informo, pero ella sigue en su burbuja de alegría.

– También me agradas, viejito amargado.

Niego con lentitud como si aquello me cansara, aunque la verdad es que no.

Siento que nunca me cansaré de oírla reír. De los chistes malos. De los hoyuelos que se le forman al sonreír. De su cabello desigual y su parloteo incesante. Incluso me parece linda la forma estresante que tiene de ser. Es una chica como las demás: caprichosa y creída. Dice que no, parece que no, pero en el fondo sé que sí. Todas las personas lo somos de vez en cuando. Y ella lo es siempre, no lo ve porque está en ella. Los demás no lo ven porque se dejan impactar debido a su dulzura natural, pero yo lo veo. Es muy molesta.

A mí me molesta.

– Reyes –la llamo cuando el tiempo se acorta y ella de dispone a regresar a su casa. Casi no pasamos tiempo juntos, pero en la salida su compañía es linda.

– ¿Sí? –Responde cuando es evidente que espero aquella respuesta.

– Vales más que un beso. Vales demasiado, pero te apoyo en cada decisión que tomes, aunque no estoy de acuerdo. Suerte.

Ella me sonríe y da la vuelta antes de continuar su trayecto y salir. Suelto en forma de suspiro el aire contenido. Sonrío recordando su simple mirada.

Me llamó viejito.

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