capitulo 7.

– Estás muy raro –dice la voz chillona de Amy y decido ignorarla–. Jandry –me llama y me veo obligado a verla.

– Tú eres rara todos los días y nadie te dice nada –respondo.

Sé que logro desesperarla cuando suelta un suspiro. Observo por la ventana del automóvil. Claro, ya le agradecí a Augusto por lo de ayer y él se siente feliz de que se reconozca lo que hace. Creo que en el fondo todos quieren eso: que reconozcan su esfuerzo. Él se lo ha ganado.

– ¿Lista para el primer día? –Le pregunto y ella niega.

– Ni un poco, pero me relaja saber que estás ahí.

Paso la mirada con lentitud sobre ella antes de sonreír, detrás de ella las casas pasan con velocidad junto con árboles, personas y otros vehículos. Pero no es lo importante.

– ¿Qué dices! Fingiré que no te conozco –le advierto y ella me da un golpe en el cuello como advertencia.

– Dónde me dejas sola le diré a todos que te comías los mocos hasta hace dos años –me amenaza y reprimo una risa.

– Error, fue hace año y medio. Además, no me los comía, me los sacaba y hacía una bolita con ellos antes de ponerlos en tu cabello –le corrijo y ella hace una mueca de asco–. Tenía catorce, era muy joven. Déjame.

– Eres un idiota, Jandry –se queja aunque sonríe y copio su acción.

– Soy tu hermano mayor.

– Por eso.

Ambos nos quedamos callados el resto del viaje hasta que el vehículo frena y descendemos. Esta vez me aseguro de cargar la mochila antes de bajar y cierro la puerta con un poco de fuerza al bajar. Llevan pidiéndome más de diez años que no lo haga, pero las costumbres más arraigadas son las que más cuestan cambiar.

Mi hermana se ubica a mi lado en espera de que yo comience a caminar. Suspiro con resignación porque comprendo que no se irá ni de chiste. No sé si quiere que la cuide o trata de cuidarme, pero me da igual mientras doy un paso frente al otro. La brisa vuelve a sacudirme como ayer y siento la necesidad de que haga menos viento. Aunque, siendo honesto, si hubiera sol también me estaría quejando.

Costumbres arraigadas.

Doy menos de diez pasos cuando una pequeña silueta se acerca a mí y sin que pueda pararme a preguntar qué demonios pasa, unos brazos rodean mi pecho y siento la calidez de su aliento aún con la ropa encima.

Mi cuerpo se eriza en respuesta. Alzo los brazos para evitar tocar a la pequeña chica de despeinado cabello, abro los ojos con sorpresa y los poso sobre mi hermana la cual luce tan confundida como yo. Siento mi corazón latir con fuerza en mi pecho y temo que ella lo escuche. El frío deja de parecerme el mayor de mis problemas y pienso en quitarla de encima justo en el momento en que ella se aleja de golpe. Sin entender bien por qué, suelto el aire que había contenido y vuelvo a respirar con tranquilidad.

«Desquiciada»

– Jandry, ¿Cómo estás? –Pregunta con preocupación y niego tratando de dejarle en claro que no entiendo ni mierda–. Lo de Dennis… –dice y antes de que pueda continuar me acerco y cubro su boca con mi mano.

– Nos vamos –informo–. Ve sola Amy, nos vemos después.

Sin esperar el obvio reproche que lanzará mi hermana, agarro la muñeca de Amanda y tiro de ella hacia los baños. Cuando llegamos al mismo callejón sin salida, me detengo. Me siento seguro en ese lugar para hablar sobre todo. La ubico delante de mí y la observo.

– No hables de Dennis frente a mi hermana –le ordeno aunque no esperaba que sonara así.

– ¿Amy no lo sabe? –Pregunta y niego.

– ¡Claro que no! Nadie debe saber… –me detengo y enarco una ceja–. ¿Cómo sabes su nombre?

«Que pregunta tan estúpida, Jandry», esta vez tengo que darme la razón. Es estúpido preguntar eso. Basta con poner mi apellido y el nombre del país o de la ciudad para que Google envíe toda una lista de enlaces donde cada artículo menciona mi nombre al menos una vez. Yo mismo he visto esos sitios en más de una ocasión.

Ya aprendí de memoria el resumen de todo aquello y mi historia familiar «Jandry Williams es el hijo mayor del feliz matrimonio entre el español Enrique Williams y la mexicana Laura Patiño, se cree que la familia llegó a Vancouver en 2023 cuando la pareja recién se estaba conociendo. El matrimonio fue muy feliz y duró muchos años, de éste nacieron tres hijos. Jandry, Amy y Sebastián Williams. Pero la familia sufrió una horrible pérdida cuando el 15 de diciembre, del año pasado, Enrique Williams, hijo único del dueño de las empresas textiles más grandes de Europa y América, Alfred Williams, falleció durante un trabajo de rescatista tras la caída del avión en el que iba. Las autoridades indican que el señor Williams sufrió una hemorragia interna que no se pudo controlar hasta que llegó el cuerpo de emergencia. Testigos afirman que él estaba más preocupado por la salud de los demás que por la suya. “Me sacó de ahí junto a otro hombre, me preguntó si estaba bien y me dejó con los demás, estaba cubierto de sangre, pero él me preguntaba siempre si me dolía algo”, menciona una de las víctimas de aquel trágico accidente que a día de hoy se encuentra en mejor estado y lamenta la perdida de aquel hombre que conoció»

Tan sencillo como eso. Ganamos la lástima de la gente.

– ¿Por qué no le cuentas a nadie eso? –Pregunta sacándome de mis propios pensamientos.

– No te metas en mis asuntos, Amanda. No te he pedido ayuda y cuando la necesite créeme que no correré a tus brazos –respondo de forma pausada, pero con un tono que ni a mí me gusta.

Ella desvía la mirada y puedo notar que está molesta. No la culpo. Trató de hacer algo bueno porque así le nació, porque se preocupa por mí, porque le importo. ¿Qué recibió? Que la trataran como si fuera la culpable de todo.

– Bien, lo siento –dice y me jode aún más que se disculpe.

Entonces lo entiendo, estoy irritable. No es culpa de ella.

– No, yo lo siento –digo, bajando la mirada–. Gracias por preocuparte por mí, solo… –suspiro–. Es raro que la gente entre a mi vida de aquella forma. Falta de costumbre, supongo –admito.

Siento su mano sobre mi hombro y mis ojos tropiezan con los suyos cuando alzo la cabeza. Nos quedamos así un segundo, observándonos. Aunque se me antoja eterno, la verdad es que me gustan sus ojos. Me gustan sus pestañas, sus cejas, su nariz pequeñita de conejo, sus labios resecos y los hoyuelos que muestra al sonreír. Incluso esos dientes que es obvio que le da pena mostrar.

Admito que hay algo en ella que me agrada, aunque todo en ella me jode la paciencia y me resulta vagamente poco interesante, hay algo que no logro comprender, pero me resulta agradable en su persona.

Cuando me hago consciente de que detuve mis ojos en sus labios durante más tiempo del deseado, aparto su mano de mí y doy un paso atrás, como si aquello me cuidara de mis propias acciones.

Un extraño calor se expande por mi cuerpo cuando ella sonríe y me obligo a dejar de verla.

– Me caes súper mal, ¿Lo sabías? –Pregunto en un susurro.

– Creo que esa es la forma en que tú dices que alguien te agrada –menciona y sonrío.

– Vete a la mierda, Reyes –le digo antes de soltar una risa.

– Tú primero, Williams –menciona y aquello solo logra ampliar mi sonrisa

«Me cae muy mal. Es agradable. La detesto». Joder, mucha contradicción.

El timbre suena anunciando el comienzo de las clases y sacándome de mi ensoñación. Sin decir nada avanzamos hacia el edificio. Bueno, yo no digo nada. Amanda no parece conocer la definición de silencio. Me habla de todo un poco y aunque pierdo el hilo en la mitad, me limito a escucharla, observarla de forma ocasional y emitir algunos monosílabos mientras ella continúa su relato sobre cómo se enamoró de una banda Pop que ni conozco, ni me esfuerzo por recordar.

– Y me salvó la vida –concluye y entonces le presto real atención–. Llegamos.

Ella se detiene y en ese momento recién me hago consciente de que fuimos hasta su salón. Se despide de mí con un movimiento de mano y a través de la ventana que me deja ver el interior, la observo hasta que toma asiento. Sonrío antes de desviar la mirada y caminar hasta mi salón que se encuentra un par de metros más allá.

Cuando entro y tomo asiento solo puedo pensar en ella. Cierro los ojos tratando de centrar mi atención en algo más, pero me resulta imposible. Puedo sentir aún sus manos en mi espalda y la calidez que desprende su cuerpo rodeándome o tratando de hacerlo. Puedo ver sus sonrisas, sus ojos, sus labios… por inercia toco los míos cuando los de ella ocupan todo mi espacio mental.

Me obligo a dejar de pensar en eso.

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