capítulo 6.

Desciendo del vehículo, con la mirada fija en la pantalla del celular.

– Joven Williams –llama la voz del chófer y volteo a verlo.

Él señala la mochila que se me está quedando en la parte trasera del automóvil, sobre los asientos. Me encojo de hombros con algo de pena por mi acción descuidada.

– Gracias, Gus –le respondo a la vez que doy la vuelta para agarrar mi mochila y retomar mi anterior trayecto.

– ¿Está todo en orden? –Pregunta y asiento–. Hoy lo he notado más… perdido que de costumbre –señala y sonrío.

– Estoy bien, pero gracias por la preocupación. Hoy regreso caminando, no iré con ustedes de regreso –le informo y él da un leve asentimiento antes de regresar su mirada hacia adelante.

La verdad, sí sucede algo. He estado hablando con Nicole. Me ha enviado algunas fotos, las he visto varias veces, aunque no muchas. Las suficientes para recordar hasta el último pliego de su piel, al menos lo que se ve en las fotografías.

Existe la opción para enviar las fotos de una sola vez, pero ella evadió por completo eso. Mandó cada foto de manera normal porque sabe que así ella gana, porque sabe que tiene un poder sobre mí que no permito darle a cualquiera.

Aquello me incomoda. La simple idea de qué ella escoge si nos vemos o no. Escoge si la recuerdo o no. Escoge sobre mí y desde que mamá dejó de vestirme a los cuatro años, yo no dejo que nadie escoja sobre mí.

La gente actual no valora mucho el tener voz propia y no necesitar de terceras aprobaciones. Necesito hablar con ella, decirle que me jode lo que hace. Dejarle en claro que no volveremos a hablar más.

Vuelvo a observar el celular sin detener mi marcha en dirección a mi salón. Voy metido en mis pensamientos, en qué pasará cuando le diga que ya no quiero mantener pequeñas citas sexuales mientras sus padres piensan que tomo tutorías con ella para mejorar mi rendimiento académico. En qué pasará con nosotros, si es que alguna vez existió tal cosa. ¿Dejaremos de hablar? A pesar de todo, Nicole es una amiga mía. Claro, tengo a más amigas y amigos también, pero ella es diferente, algo complicado de explicar la función que tiene en mi vida.

– ¡Oye! ¡Jandry! –Escucho mi nombre y volteo en busca de quién me ha llamado, aunque logré reconocer su voz desde antes.

– ¿Qué hace un perro con un taladro? –Pregunta cuando se detiene frente a mí dejando que su cabello se remueva sobre su pequeña cabeza.

– ¿Qué? –Respondo de forma incrédula aunque conozco bien la respuesta, es un chiste demasiado usado y sin gracia.

– ¡Taladrando! –Dice antes de soltar una risa.

«Ok…, rara» dice mi cabeza, pero sonrío cuando ella detiene su acción para observarme. Sé que espera una reacción. Sé que espera que me ría. Sé lo que espera de mí. Y lo hago. Suelto una risa suave, negando, antes de removerle el cabello.

– Eres más ácida que un limón chupado –le señalo–. ¿No deberías estar en su salón? –Le recuerdo y ella sonríe.

– Voy camino allá.

Comenzamos a caminar y guardo mi celular en uno de mis bolsillos. No agacho la cabeza aunque siento la necesidad. Es la primera vez que caminamos juntos y me siento extraño, no raro, pero si extraño. Cómo lo extraño que es algo nuevo e inesperado, pero no malo.

Una brisa me mueve el cabello e inhalo de forma profunda permitiendo que mis pulmones se llenen del aire otoñal que hay en septiembre. Sonrío sin saber por qué. Me gusta lo silencioso de este recorrido.

– Bueno, cuéntame, ¿Cómo sigues, Amanda?

Le cuestiono mientras entramos al edificio, avanzamos por los pasillos y noto casi de inmediato que hemos logrado captar algunas miradas. Como si nunca hubieran visto a un hombre y una mujer caminando.

– Mejor, la verdad –cierto tono de duda se asoma en su voz, pero no parece notarlo.

– ¿Hablaron y estableciste límites, verdad? –Se queda callada y no digo nada. No tiene caso.

– Confío en que no jugaría conmigo –dice con certeza y elevo las cejas con sorpresa.

«Ese nivel de confianza y optimismo es muy… ingenuo y tóxico, ¿No crees?»

Cállate, Jandry. Es solo una niña.

– Suerte con eso –digo de forma honesta–. Si te sientes mal o necesitas hablar, búscame, soy chismoso e igual quiero saber cómo te sientes.

– Gracias, Jandry –sé que sonríe, pero no me molesto en verla.

Damos vuelta en una de las esquinas para cambiarnos al pasillo adyacente, así nos adentramos a la zona en que se ubican nuestros salones. Escucho nuevamente ese sonido de burbujas y saco el celular sin pensarlo dos veces.

Amanda comienza a hablarme de algo, pero mi concentración se limita a la imagen que veo en la pantalla. Es Nicole, sonríe a la cámara de forma inocente mientras enfoca desde un buen ángulo sus senos expuestos y parte de su abdomen, un cojín cubre su regazo y algo en mí arde. No sé por qué, pero ver aquella imagen consigue algo que no pudieron las demás: me altera.

Odio eso.

Bloqueo el celular con molestia y lo guardo nuevamente antes de fijar la mirada en un punto no fijo. Mi mente vuela y no logro detenerla antes de que perdamos el ritmo de la conversación.

– Y eso –concluye Amanda y solo la observo–. ¿Escuchaste lo que dije?

Pienso en decirle que sí. Que siempre la escucho, otra de esas cosas para que se las grabe, pero no lo hago porque valoro mucho la honestidad, aunque no sea una honestidad linda.

– No, ni una palabra –admito y ella me mira con intriga, separa los labios como si fuese a decir algo–. Es mi salón, gran charla. Hasta pronto –me limito a decir antes de entrar a la habitación que tiene la puerta abierta.

Avanzo entre los pupitres, cómo siempre, sin notar a nadie. Dejo la mochila sobre mi lugar y tomo asiento antes de dejar que mis pensamientos fluyan. Bueno, al menos intentan fluir hasta que los estanco de golpe.

Evito a Amanda durante el receso y aún más a la hora de salida. No sé cómo podría tomarse el hecho de que no le presté atención. Y, la verdad, no me interesa en lo más mínimo.

Paso una de mis manos por mi cabello tras despedirme de mis amigos y avanzar por la acera en dirección a mi casa. Me gusta estar así: solo. Siento que mis emociones y pensamientos se distribuyen mejor si tengo más espacio para mí. Admito que a veces me gustaría tener alguien con quién hablar, alguien que me diga si está bien lo que hago. Alguien como papá. Pero eso no es posible porque murió hace cinco años.

Yo debí hacerlo también, pero no lo hice, ¿Por qué no lo hice?

Acaricio mi cuello por inercia y tardo unos segundos en darme cuenta de aquello, cuando lo noto, bajo la mano negando. «No hagas fuerza, aún sangra. Por suerte no fue un corte profundo» repite la enfermera en mi cabeza y cierro los ojos un segundo, tomando aire.

Me detengo en medio del trayecto. Los coches suenan a mí alrededor, lo sé, pero los ignoro, así como a la gente que comenzó a adelantarme cuando me quedé ahí inmóvil. Inhalo y exhalo con suavidad. Cuando siento que no daré más y que debo quedarme a vivir en esa calle, de pie, sin moverme nunca más. Un auto frena al ras de la calle. Distingo el Nissan gris que era de mi padre. El vidrio desciende y desde adentro me observa el hombre rubio cuyo cabello se tiñe de pequeñas motas blancas.

– Agus… –murmuro con sorpresa, me alegra tener a alguien que conozco conmigo.

No podrá jamás aconsejarme, nadie puede. No me dejo ayudar, pero que esté es lo único que me importa.

– Sé que dijo que iría caminando, pero salió el sol y a usted le duele la cabeza cuando hace sol, así que vine a buscarlo –me informa y sonrío.

Observo el ambiente a mi alrededor, el sol del que habla no es más que un brillo leve que no es del todo visible, pero finjo creer su excusa porque agradezco su preocupación.

La puerta de copiloto se abre y subo. El aire tibio del interior me recibe y me abraza con cariño. Sonrío recargando la cabeza contra el asiento. Augusto coloca una canción de mi cantante favorito y cierro los ojos dejando que la comodidad me arrope.

Todos necesitamos un descanso del mundo de vez en cuando y yo necesito un descanso de mí mismo de manera constante.

– Gracias –menciono y se que sonríe. Él es así.

– Descanse, lo levantaré cuando lleguemos.

Algo en mí cree que no me dormiré hasta llegar, es un viaje de menos de diez minutos, no vivo tan lejos. Me limito a respirar y me obligo a dejar de pensar. No más cosas malas o feas, solo respirar, solo dejar que mi corazón se calme. Solo… sentir, por esta vez.

Cuando abro los ojos me encuentro en mi cama, con mi cobija cubriendo hasta mi cuello, siento los dedos expuestos al ser consciente de que no tengo puesto los zapatos y menos aun las medias. Sonrío.

Gus me cargó.

Me sigue tratando como si yo fuera un niño de doce años. Bruno cumplirá doce años, yo no. Yo tendré dieciséis pronto. Pero no me quejo, odio caminar.

Encojo las piernas contra mi pecho y me limito a descansar, sé que mamá me despertara cuando sea hora de cenar. Ella jamás dejaría que sus hijos duerman sin antes comer y yo necesito dormir. Al menos hoy.

Quizá solo hoy.

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