capítulo 4.
Entro al salón sin prestarle atención a nadie a mi alrededor. Dejo la mochila sobre el pupitre en el momento justo en que siento un golpe en mi cabeza.
Suelto un gruñido en forma de queja antes de darme vuelta, dispuesto a insultar a alguien. Entonces lo veo.
Es Dennis. El moreno de ojos verdes al que le caigo tan mal que a veces siento que maté a alguien que quería mucho y por eso me odia.
– Pero, ¿A quién tenemos aquí? –Pregunta con un tontito que no me gusta y unos chicos salen detrás de él.
Cómo odio a los hombres.
– ¿Qué? –Pregunto secamente y él suelta una pequeña risa antes de extender su mano hacia mí y darme pequeños golpes en la mejilla.
– Jandry, el solitario, Williams –continúa con lo que sea que haya estado haciendo antes.
Me limito a pensar en qué tan fácil yo podría desaparecer su cuerpo y alegar que fue un accidente. En las películas se ve fácil.
– ¿Me extrañaste? –Cuestiona en modo de burla.
– No –admito y a él se le borra la sonrisa–. Claro que no, es más, hasta disfrute el día de ayer. Fue tan jodidamente tranquilo no tener el olor de simios apestosos dentro del salón.
– Idiota –gruñe en respuesta.
Siento la mirada de todo el salón sobre mí cuando él da un paso y se acerca. Levanto el mentón y me quedo inmóvil. Dennis me ha molestado desde que tuve la desdicha de compartir salón con él, casi seis años, y no hay día en que no odie su existencia. Él sonríe, ubica su mano sobre mi pecho y me empuja.
En ese momento entra la profesora de turno y Dennis habla en español, claro, la pobre mujer no sabe lo que sucede si lo hace así.
– Lisbeth y tu hermana seguro estarán muy felices de tenerme por aquí.
– Vete a la mierda, con mi hermana no –digo, alzando la voz. La profesora nos queda viendo.
– Oh, pequeño niño sin papá –dice y mi respiración se corta, los brazos y las piernas comienzan a temblarme, el corazón me martillea en el pecho, el aire pasa con dificultad hacia mis pulmones y una sola idea se hace presente. Lo odio.
– ¡Hey! –Escucho una voz conocida y pronto Gonzalo se encuentra parado frente a mí, sirve como un escudo protector–. Dennis, déjalo. Esto se llama acoso, te acusaré con las autoridades –le advierte y el susodicho solo ríe.
– ¿En serio, pequeño? –Responde de forma arrogante y una corriente de adrenalina me atraviesa al ver la forma en que le contesta–. ¿Y quién te va a creer, eh?
Con mis amigos no. Ya no.
– Basta –es todo lo que digo antes de observarlo. Ambos me miran y la profesora comienza a hablar en su inglés fluido–. Dennis, ¿Qué mierda? ¿Te gusto o qué?
Sus amigos sueltan una risa y él se pone a la defensiva.
– ¿Qué mierda estás preguntando? –Responde, perplejo.
– Eso, ¿Te gusto? –Vuelvo a preguntar–. O tu vida es tan Insignificante que la única manera de sentirte bien es hacerme mal, ¿Dime? –Pero él no responde–. Yo sí tengo papá, murió, por eso no está aquí. ¿Y tú? Tu padre te abandonó, Dennis. Y lo hizo porque se cansó de su estúpido hijo.
Gonzalo pone una mano sobre mi hombro para indicarme que ya puedo callarme en el momento exacto en que la respiración de Dennis se vuelve consiente, pero no lo hago. Sonrío y doy un paso hacia él.
A veces, hacer daño es la única forma en que la gente entiende.
– No me has respondido, pequeño simio –insto a que hable–. ¿Qué tan triste y miserable es tu vida de persona que no te quieren ni en su casa, para que vengas a buscar mi puta atención? –Lo siguiente lo digo en inglés para que todos entiendan–. ¡No me gustas, Dennis! Deja de tratar de llamar mi atención. No me gustan los hombres, no soy tú. Basta.
Las risas en el salón se vuelven fuertes, un rechazo es la forma más directa de perder la dignidad en el colegio. Él aprieta las manos en puños, sus ojos sueltan pequeñas lágrimas y se da la vuelta antes de salir. La profesora les ordena a los demás callarse y sale detrás de él.
Pero él no es la víctima.
– Creo que fuiste demasiado duro –. Me indica Gonzalo y mi respuesta en encogerme de hombros.
No hubiera dicho nada por meter a papá, pero ¿Meter a mi hermana? ¿Hablarle así a Gonzalo? No. Yo estoy acostumbrado. Mi círculo social no tiene nada que ver en eso.
Que se joda.
Terminada la jornada y sin saber por qué, me encuentro nuevamente sentado en la parte trasera de los baños. Observo la pared pintada de blanco con el pequeño musgo que crece en ella y pienso que debería tener algún dibujo. Dibujaré algo si no me gana el ser vago. Pienso en Dennis. No creo haber sido duro con él. Le di lo que se merecía. Y ni así, merecía mucho más, merece menos que los demás. Ojalá llore hoy cuando llegue a su casa, ojalá se acuerde que nadie lo quiere, ojalá se odie tanto como yo lo odio. Que entienda lo cansado que estoy.
– ¿Jandry? –Pregunta su voz al acercarse y todas las ideas anteriores se desvanecen al verla.
Tiene los ojos rojos y los párpados un poco hinchados, bajo sus ojos se dibuja pequeñas medialunas que no son totalmente visibles. Lloró. Y aquello, aunque no entiendo por qué, me molesta.
– ¿Estás bien, Amanda? –Pregunto, poniéndome de pie para recibirla.
Ella se limita a asentir antes de sollozar.
Una parte de mí quiere abrazarla, otra siente que ella podría necesitar espacio personal. Yo cuando estoy triste no quiero que nadie me toque hasta sentirme mejor, pero hay personas que necesitan ser tocadas en exceso. No las entiendo. No comparto eso, que pasen mi espacio personal cuando no me encuentro emocionalmente estable para impedirlo, no es algo que yo acepte con los brazos abiertos.
Le doy una pequeña palmada en la espalda sin saber qué hacer o decir. ¿«Todo estará bien»? Que mentira.
Todo estará como tenga que estar, no se controla. Se vive.
– ¿Qué pasa? –Decido preguntar, aunque no sé si me lo dirá. Luce más reservada que yo.
– Volvió a hacerlo… –dice mientras una lágrima resbala por su mejilla, pero la limpia con rapidez y sonríe–. Está bien, yo siempre estoy bien.
«Siempre está bien, de miedo», las personas que son tan optimistas siempre se me han antojado falsas y cortas de personalidad. No digo que sea malo, pero ser tan optimista es confiar ciegamente en algo que no conoces cómo funciona.
A veces debes llorar, a veces debes derrumbarte, no puedes ser siempre una sonrisa y un «entiendo». Yo no entiendo ni cojones nunca.
– ¿Qué pasó? –Le ordeno que me cuente, aunque no era la idea que sonara así.
Y me cuenta. Me cuenta que le gusta alguien. Que esa persona tiene pareja, que le dice que la quiere, que le agobia estar sin ella, como Fanny Lu, solo que Amanda si le cree. Dice que terminará con su novia, dice que estará con ella, que la ama… lo dice cuando está en discusiones con su novia, porque cuando se arreglan Amanda vuelve a importarle lo mismo que a mí me importa la actitud de Dennis. Y eso, comprendo, la destroza emocionalmente.
– Que idiota –admito y ella niega.
– Quizás… soy yo –dice agachando la cabeza y verla así vuelve a molestarme.
Deseo decirle que no haga eso, que no llore.
– ¿Tú? Pues, sí, también eres idiota por seguir ahí –admito–. Pero no es tu culpa, perteneces a esa parte que cree en el amor. Es un grupo de personas raro, la verdad. Y está bien, está bien que seas rara. Lo que no está bien es que te dejes humillar por alguien que no vale la pena. ¡Eres una chica muy bonita para estar llorando!
Concluyo alzando la voz y con las cejas casi juntas al fruncir el entrecejo.
– Gracias, Jandry. Es lo más bonito que me han dicho hoy –sonríe.
– No planeaba ser bonito, solo honesto –admito y nos observamos.
– Agradezco que seas así.
Desvío la mirada sonriendo. Deseo contarle sobre lo que pasó con Dennis. Me gustaría poder decirle también algo de mí, pero no lo hago, porque de pronto ella vuelve a hablar.
– ¿Crees que alguien se enamore de mí?
«No». Niego, deshaciendo el pensamiento.
– No veo por qué no lo harían. Eres bonita –«casi»–. Inteligente –«no»–. Capaz, fuerte, con un lindo corazón –«tu optimismo me resulta incómodo, no siento que es sano»–. Mereces ser amada, cómo cualquier persona.
Ella me sonríe y yo suspiro porque de pronto mi cabeza me advierte de un sinfín de cosas que me limito a ignorar. No me parece tan malo que sea optimista. Es raro, pero no por eso malo.
«Es un optimismo demasiado perjudicial para ella». Solo dijo que estaba bien… suelto una risa al darme cuenta que estoy hablando conmigo mismo y ella me queda viendo.
– ¿Qué opinas de las estrellas? –Le pregunto de improviso e imagino su respuesta: son bonitas. Todo el mundo responde eso.
– Son como las personas –dice y aquello me causa intriga–. Brillan mucho, pero algunas tienen esquinas punzantes, a veces las ves y a veces no, pero siempre están. Algunas personas son así, tiene una luz muy bonita que ilumina –sonríe al concluir y asiento.
– Tú eres una estrella –admito–. De esas que brillan mucho, no te culpes por no ver tu brillo, pero tampoco te apagues para que alguien más brille –pido y ella se queda callada como si pensara en lo que dije.
Yo sí estoy pensando en lo que dijo.
Personas con brillo propio… papá me decía estrellita, solía decir que cuando nací su mundo volvió a iluminarse y tener sentido. Que mi llegada fue lo más bonito que le pasó desde que conoció a mamá.
Cuando papá murió comencé a ver las estrellas de noche, a él le encantaba el cielo, contemplar cada faceta de él y solía repetirme a menudo «Algún día encontrarás a alguien que te mire y te ame en cada faceta tuya, como yo al cielo, te lo prometo, estrellita»
– Gracias, Jandry –dice antes de ponerse de pie–. Tengo que irme, hasta mañana –y sin decir más, desaparece.
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