capítulo 26.

Observo a la mujer mayor mientras arregla los pequeños pétalos de la amapola que lleva en la mano. Stella me sonríe y se acerca a mí. Mamá termina de arreglar a Amy y Maximiliano ayuda a Bruno con su flor.

Los tres nos volvemos a ver por tercera vez en el día mientras los adultos terminan de acomodarnos. Llevamos una amapola en el lado izquierdo del pecho, nos vemos el doble de decentes que otros días.

El frío se siente cada vez un poco más. Las hojas de los árboles son de un rojo intenso y caen un poco más rápido cada día. Es hermoso poder verlo y me emociona saber que las lluvias están en aumento, cuando menos lo vea venir habrá la primera nevada. Se derretirá pronto y el frío aumentará antes de una segunda capa de nieve que seguro dura una semana antes de que caiga más y, finalmente, deje de caer.

En Canadá no cae nieve todo el año, cae por estaciones y cae dependiendo la zona. Vancouver no es un lugar cuya nieve dure demasiado. Duran más los días en verano que la nieve en invierno.


Y aún así me alegra. Me alegra muchísimo los colores, la vida, la gente. Todo luce bonito cuando no tienes la cabeza perdida entre ideas. Y yo estoy así.


Hace varios días, seis exactamente, no tengo comunicación con Amanda. Me siento triste, sí. He llorado, sí. Pero hoy se conmemora a las personas que lucharon y luchan por Canadá. Papá amaba este día porque le gustaba ponerse a recordar nombres de personas que participaron en las guerras mundiales, como si él hubiera nacido en Canadá, conocía toda la historia y le apasionaba a sobremanera el poder compartirla.


- Lucen increíbles -dice Stella con orgullo cuando se aleja de mí.


Mamá acaricia mi cabello y Maximiliano nos examina con detenimiento antes de asentir.


- Perfectos.


Mientras ellos hablan sobre la importancia de este día y se ubican a sí mismos un broche de amapola en el pecho, parecen sonreír. Hablan con entusiasmo y admiración contando historias que he escuchado miles de veces. Sonrío antes de revisar mi celular.


No tengo mensajes de Amanda. Que novedad.


Emily me ha escrito, mandó una foto de su flor y luce tan bonita y delicada que incluso siento que la mía no sobresalta en nada.

«¿Qué?» pregunta mi cabeza y parpadeo despacio. Acabo... acabo de comparar algo de mí con otra persona y ¿Perdí? «Qué mierda..» vuelvo a decirme a mí mismo.


Mi mente se queda en blanco y se me olvida que las hojas de los árboles son rojas y bonitas, que las calles están cubiertas de hojas secas y cada día el paisaje está más desnudo en espera de la nieve. Incluso se me olvida que amo la nieve, porque Amanda vuelve a mí mente y el corazón se me oprime en el pecho. ¿Por qué?


- ¿Listos? -El cabello rubio se hace presente.


Augusto luce un traje negro bastante formal y lleva la amapola en el bolsillo izquierdo de este. Nos sonríe y con un ademán nos invita a salir. Nos despedimos de las personas que están en casa y salimos sin decir nada.


Amy comenta sobre el paisaje en voz alta.


- ¡Mira que bonito se ve todo! -Exclama con su perfecto inglés y suelta una risa dando vueltas mientras observa el cielo-. ¡Inténtalo! Se ve el doble de bonito -suelta una pequeña risa y aquello me irrita.


Trato de no prestarle atención y subo al carro sin pararme ni siquiera a observar las pequeñas hojas que cubren parte de mí casa y seguro también se ven preciosas debido al tono rojizo natural que desprenden en estás épocas.


Mi cuerpo está aquí, viendo por la ventana a los vecinos que pasean a sus mascotas, los cachorros que se esconden entre las hojas y los recolectores que limpian las calles barriendo las hojas de aquí para allá. Mi mente no. Mi mente está con Amanda, en aquella última conversación que quedó pendiente. Porque quedó pendiente.


¿A qué se refería cuando comparó a Emily con Nicole? ¿Ella cree que tengo sexo con todas mis amigas? Admito que hice mal al besar a Emily, pero ¿Compararla con Nicole? Eso es extremista. Por favor.


- A finales del mes seguro comienza a nevar -anuncia Augusto, captando mi atención.


- ¡Sí! ¡Haré un muñeco de nieve! -Grita Bruno y el rubio sonríe, dándole la razón.


- ¿Usted, señorita Amy? -Le pregunta y mi hermana muerde su labio inferior mientras piensa.


- Yo creo que veré romances navideños, saldré con algunas amigas y claro, ¡Ángeles de nieve! -Lo dice con tanta emoción que me saca una sonrisa.


- Joven Williams -me mira por el espejo retrovisor y me encojo de hombros.


- Leer y dormir -respondo con un tono tan frío como el ambiente.


Lo veo fruncir el entrecejo. Nadie vuelve a decir nada y aunque aquello me pone un poco incómodo, no consigue hacerme cambiar mi estado de ánimo.


Unos minutos más nos toma llegar. Paso todos esos minutos con los ojos cerrados, tratando de organizar mis ideas y pensamientos en cajones diferentes para no confundirlos. Cuando una emoción te controla, los pensamientos y las ideas se mezclan feo y, en mi caso, me incitan a actuar de maneras muy estúpidas.


- Suerte en su día -menciona de forma amable y escucho la puerta de Bruno abrirse.


Mis hermanos bajan y me propongo a hacer lo mismo. Suspiro y abro la puerta. Un aire frío me llega de inmediato y logra relajarme. Inhalo profundamente, cierro los ojos un segundo y sonrío antes de descender con un pequeño impulso.

Observo a Augusto, en su rostro se nota la preocupación, pero no comprendo debido a qué.


Planeo despedirme justo cuando él abre la boca.


- ¿Sabe a qué se refiere aquel viejo dicho de "para un martillo, todo el mundo es clavo"? -Cuestiona y niego.


- Supongo que me lo dirás -respondo y él sonríe.


- Supongo que lo va a descubrir -me informa y vuelve su mirada al frente.


Cierro la puerta y mi mente se queda impregnada en eso. Todo el mundo es clavo. «No, no entiendo».


Mastico sus palabras y me hago un licuado mental a medida que avanzo. Hay muchas personas, la mayoría con su clásica amapola. Hoy es un día importante para los canadienses. He de suponer que los que no llevan flor son estudiantes de intercambio como Amanda y no tienen idea de lo que pasa.


- ¡Hey! -Grita alguien y volteo.


Gonzalo me sonríe a la distancia, alza la mano para que lo vea y regreso sobre mis pasos hacia donde está. Sí, lleva la flor.


Chocamos palmas cuando estamos cerca. Él pasa su brazo sobre mis hombros y me acerca a su cuerpo mientras mantiene su sonrisa.


- ¿Por qué no estás adentro? -Indago y, no sé por qué, pero lo noto... tenso.


- Si yo te dijera algo, ¿Me juzgarías?


Duda al preguntarme y puedo apostar a que siento el latido frenético de su corazón justo a mi lado. Atravesando la ropa y llegando hasta mí. La voz le tiembla y no es por el frío. Gonzalo es la clase de persona que en una mañana llena de nieve sale con shorts a quitarla.


- Jamás, eres mi mejor amigo -le aseguro y suspira entrecortado.


Me asusta. Claro que me asusta su reacción.


- El día de las malteadas -comienza-. Después de que tu chófer nos dejó en casa -vuelve a suspirar y enarco una ceja, paciente-. David me llamó y volvimos a salir.


- Vaya, que bueno -le sonrío-. Normal, se nota que le caes bien.


- Sí, bueno -baja la voz mientras comenzamos a caminar hacia el edificio-. Ves que han pasado casi dos semanas de eso -asiento-. Es que nos hemos vuelto a ver.


Y mi cabeza comienza a unir piezas inexistentes. Como si estuviera descubriendo al asesino en una historia policial justo en la parte en que están a dos párrafos de decirme quién es. Más precisamente, mientras me explican detalladamente quién es.


Pero, como me pasa en las lecturas, no doy con nada. Todo lo que tengo son piezas sueltas de ideas que logran encajar entre sí.


- Gonzalo -lo llamo y nos observamos-. Puedes confiar en mí -le aseguro y él suelta un suspiro pesado.


Sus mejillas se tornan rosadas y es la primera vez que lo noto así. Es normal en él avergonzarse. Todos lo hacemos, pero que se ponga así sin que yo haya dicho nada humillante, no es normal.


- David y yo nos besamos -suelta de golpe.


Necesito unos minutos para observar a la nada, mis neuronas vuelven a trabajar. ¡Fue el mayordomo! Siempre es el jodido mayordomo.


- ¿Cómo...? -La pregunta se me queda estancado en la garganta-. ¿Cómo no me dí cuenta?


- Estabas ocupado, con Amanda -me recuerda y asiento con algo de pena.


Amanda. Claro. Debí suponerlo.


- ¿Y qué? -Insisto-. ¿Son novios? ¿Se gustan? -Sonrío porque me llena de emoción la idea de imaginarlo agarrado de la mano con alguien.


- Es un chico, ¿No es raro? -Pregunta con miedo y río.


- Estamos a mediados del siglo XXI, ¡Raro es ser heterosexual! -Digo, pero no parece relajarlo, decido ser más directo-. Gonzalo. Es tu vida. Tú decides a quién querer y con quién besarte, si te gusta ¿Qué? Es a ti a quien le gusta, a nadie más. Yo no te juzgo, te apoyo en lo que escojas hacer -me sonríe.


Noto sus ojos llenarse de lágrimas y sus ganas de llorar también las siento.


- ¡Jandry! -lloriquea antes de abrazarme.


Bien. No me gustan los abrazos. No me gusta el contacto físico, pero se lo permito a aquellos que considero importantes. Y, joder, Gonzalo es la persona más importante que tengo en mi círculo social. Es mi mejor amigo. Nos abrazamos como eso, dos mejores amigos que ahora saben más del otro. Por un minuto incluso llego a sentir aquella conexión que hemos tenido desde pequeños. Sonrío. Solo sonrío.


- Me siento orgulloso de ser tu amigo -le digo sin soltarlo-. Eres el mejor ser humano que conozco y seguro David se siente feliz y afortunado de saber que se quieren.


- Te quiero, eres el mejor no primo y mejor amigo que mis padres pudieron elegirme -río al escucharlo y le golpeo la espalda despacio antes de alejarme.


- Felicidades a ambos -le digo y él niega


- No somos novios, falta hablarlo bien.


- Felicidades a ambos -repito con seguridad.


Me sonríe y seguimos avanzando. Tengo la seguridad de que acabarán juntos de alguna forma.


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