capítulo 23.

Me despierto a media noche. Quizás unas horas más, pero no menos. Es el final del mes y lo aprovecho porque si hay algo que en verdad disfruto es estar solo y en silencio. Siento que así hay más espacio para que mis pensamientos floten de forma libre.

Abro la puerta despacio y el ambiente, de por sí frío que hay en mi habitación, se vuelve más helado. Aún no llega la época más fría y yo siento que me congelo.

Avanzo con lentitud por el pasillo para no despertar a nadie. Es curioso cómo siento la cerámica fría aún bajo las medias de lana, el ser humano tiene como un súper poder cuando se trata de sentir a través de objetos.

Observo por la ventana cuya cortina no está del todo corrida. Afuera brisa mientras yo me sujeto de la barandilla y desciendo con cuidado. El altar sigue ahí, más iluminado que nunca. La foto de papá parece destacar entre las flores y las velas, suspiro cuando llego al pie de la escalera y son solo algunos pasos los que me separan del lugar.

– Hola –susurro con la voz en un hilo, como me ocurre la mayor parte del tiempo.

No espero que responda, sé que no puede. Aquel pensamiento logra sacarme una sonrisa. Sería curioso que aún siendo espíritus pudieran contestar nuestros familiares cada vez que los necesitamos. Sería maravilloso.

– Te extraño –es lo siguiente que digo.

Observo su sonrisa, su cabello, sus pequeños hoyuelos y sus ojos brillantes por el resplandor del brillo que produce la vela sobre el vidrio que cubre la foto. Suspiro.

– Te extraño mucho, papá –agacho la cabeza y doy dos pasos hasta quedar frente a él.

Afuera la brisa continua y lo sé porque ahí, en medio del silencio, es cuando mejor logro oír las gotas chocando contra la acera. Pestañeo un par de veces y observo a papá. Y algo en mí duele.

– Desearía que estés aquí –susurro–. Desearía que me vieras, ¿Estarías orgulloso de mí? –Mis ojos comienzan a arder y el corazón se me oprime en el pecho–. Es difícil, han pasado cinco años, pero es difícil.

Me agacho despacio y me siento al pie del altar. Sujeto una de las flores en mi mano, acaricio los pétalos con suavidad y comienzo a arrancarlos aunque sé que mamá estaría en desacuerdo. Inhalo profundamente y el aire frío me llena los pulmones. La cerámica sigue igual de gélida por lo que trato de no moverme mucho.

– Te cuento que mamá conoció a alguien –sonrío con la vista clavada en la flor–. Se llama Maximiliano, me recuerda a Maximus, siento que a ti también. Es buena persona, tiene una de esas sonrisas que te producen paz y... –el nudo de mi corazón aprieta–. Me vio en uno de esos momentos... ya se dio cuenta de que estoy loco –suelto una risa aunque no quiero reír.

El celular me vibra en el bolsillo y decido ignorarlo un minuto, estoy hablando con mi papá.

– Amy menstruó –continúo–. Hubieras visto la masacre que fue eso, me preocupé y se rieron, pero hice lo que dijiste: la cuidé –sonrío sabiendo que eso es lo que siempre me pidió–. Bruno... sigue con vida, yo digo que está bien.

El celular vuelve a vibrar. Dejo la flor a un lado y lo saco del bolsillo para ver qué mierda sucede. El mensaje que me llega me deja sin aliento. Es Amanda.


¿Estás despierto? Solo quería saludar.


Decido no responder. Estoy con papá, joder. Aunque, podría hacer una excepción por ella.

– Ella es Amanda –la presento, girando el celular hacia el altar–. Es despistada, ingenua, terca, loca, insensata, impulsiva, algo chantajista y le falta amor propio –admito–. Pero no es mala persona y merece ser amada –carraspeo–. Y yo... yo quiero amarla, papá. Es la primera vez que de verdad quiero amar a alguien, al menos intentarlo.

Observo la pantalla una última vez y sonrío antes de responder.


Hola, gatuna, ¿Qué haces despierta? Ve a dormir


Dejo el celular sobre mi regazo y mi vista recae en los ojos de papá. El ambiente de pronto ya no se siente tan frío.

– Me gusta –prosigo–. Desearía que ella se sintiera como mamá se sintió contigo, ¿Sabes? Quiero ser lo mismo en su vida...

Mi voz es interrumpida por una vibración constante. Observo la pantalla del celular que muestra la notificación de llamada. Respondo.

El sonido de la lluvia amortigua un poco mi voz y me concentro en escuchar la respiración de ella.

– ¿Tú qué haces despierto? –Pregunta en un susurro. Clavo la mirada en la flor.

– Lo mismo que tú, solo que más ocupado –me limito a responder.

– ¿Estás con una chica? –Cuestiona y retengo la risa que se me quiere salir.

– Sí, quizá.

Tras mi respuesta el sonido sordo de un golpe se escucha del otro lado de la línea. Cómo si estuviera en un ring y al último minuto quisiera dar lo mejor de si para no perder.

– ¿Estás golpeando algo?

– ¡No! –Alza la voz al responder, pero enseguida vuelve a susurrar–. ¿Cómo así no estás en casa?

Sonrío y observo a papá sonreír en su foto. «¿Ves cómo es?» le digo en mi pensamiento.

– Con Nicole me la paso más a gusto –incito a ver hasta dónde puede llegar su curiosidad.

– Recuerdo que la has mencionado, ¿Quién es?

– Sexo casual –admito aunque hace bastante tiempo que no he estado con ella.

– Ya decía yo que eras un fuckboy –suelto una pequeña risa, negando.

– Te estoy jodiendo, Reyes, estoy en mi casa –confieso–. ¿Por qué tanta pregunta? ¿Estás celosa?

Me callo tras realizar la pregunta, me detengo a pensar en por qué mierda la lancé tan de golpe, pero es que escuchar su voz desestabiliza algo en mí y hace que mi neurona funcional acabe con su vida útil.

– Deberías descansar –dice, cambia el tema y aquello solo consigue hacerme sonreír.

Ay, pequeña niña, si supieras lo que generas en mí no darías cavidad a que yo malinterprete tus sentimientos conmigo.

– Tú igual –señalo.

– Lo sé.

Pero no cuelga y yo tampoco lo hago. Me despido de papá dejando la flor en su lugar y murmurando un "te quiero" antes de subir las escaleras. Trato de no hablar mientras atravieso el pasillo, respiro despacio mientras cierro la puerta y me muevo con lentitud al recostarme en la cama y cubrirme con la cobija. Me siento cómodo y caliente a los minutos de estar ahí. Enciendo el altavoz y la llamada continúa. Es la primera vez que hablo con alguien hasta quedarme dormido.

– Te quiero –le susurro cuando siento mis ojos cerrarse por el cansancio y la claridad de la mañana comienza a hacerse presente.

– Yo igual –le escucho decir.

Sonrío y mi corazón se emociona. No me ama, pero saber que me quiere es suficiente. Y si no siente nada por mí, yo haré todo lo posible para que lo sienta. Me querrá.

Hago un esfuerzo por no quedarme dormido, aunque sé que al final es inevitable. Me escucho hablar a mí mismo mientras en mi cabeza pasan una mezcla de imágenes desbocadas. Amanda ríe y no sé por qué, pero yo también lo hago. La escucho murmurar algo, pero mis sentidos no responden y aunque mi cerebro le sigue prestando atención, mi cuerpo cayó rendido hace mucho.

Sigo hablando y no tengo idea de qué.

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