capítulo 21.

Mamá termina de ubicar las últimas decoraciones poco después de que llegamos a casa. Sonríe cuando coloca la foto de papá en medio, como cada año. Las velas le dan un estilo más bonito y simbólico a todo. Se siente especial, cálido y seguro.

Observo la foto de papá. Sonríe de forma amplia en la fotografía. Pienso en Amanda, en que a eso se refiere cuando dice que se congelan momentos. En lo importante que son las fotos para ella y que, a lo mejor, a papá le caería muy bien.

Sonrío con nostalgia y siento el nudo en mi garganta, mis ojos pican, pero hago mi mejor intento por ignorar el dolor punzante que me atraviesa por completo. Mamá acaricia mi cabello y me brinda una sonrisa que me causa seguridad. Suspiro.

Entonces la puerta suena. Stella se apresura a abrir antes de que mamá pueda hacerlo. Aquí se pelean mucho ellas dos por quién hace qué cosa. Más de una vez he escuchado a Stella protestar diciendo que le pagan bastante bien como para que mamá quiere hacerse cargo de todas las obligaciones, pero yo comprendo que mamá no tiene nada más para hacer que tratar de llevar el control de la casa y, claro, de la empresa familiar.

Aunque actualmente mi tío Noé, Alan y el abuelo se encargan de administrarla, bajo el estricto control de sus mujeres, obviamente. Ninguna puerta se abre o se cierra sin que Paola, mi tía Sara, la abuela y mamá estén de acuerdo con eso.

– Hola –saluda el castaño tirando a rubio. Enarco una ceja.

– Hola –saluda mamá y se acerca a él.

Cuando sus labios se juntan, desvío la mirada. Papá aparece en mi cabeza, bailando con mamá una canción empalagosa en inglés. Diciéndole que la ama.

– Hola, Jandry –me saluda aunque no lo veo.

– Hola, Maximus –respondo y lo escucho sonreír.

– Espero no incomodar –se disculpa y suspiro.

No respondo nada. Doy media vuelta y subo a mi habitación sin pararme a observar la foto de papá. Tratando de no pensar en nada, huyo. ¿Desde cuándo corro tanto de cosas así?

Ignoro a mi hermana que se encuentra de pie frente a su habitación. Paso de ella y no me detengo ni siquiera a mirar el qué lleva puesto. La escucho llamarme, pero el sonido de su voz se apaga cuando ingreso a mi habitación cerrando la puerta detrás de mí.

Me tiro en la cama, agarro las cobijas y me cubro completo. El calor me envuelve y en algún momento el dolor también. Parpadeo despacio mientras mi mente vuela en pensamientos. No puedo dejar de repetirme aquello: ¿Por qué yo no? ¿Por qué no? ¿Qué me falta para ser esa persona que ella ama?

Me hago un ovillo cuando la primera lágrima resbala por mi mejilla. Siento el sabor salado atravesando mis labios y me dejo llevar por él. Pronto esa lágrima se convierte en llanto y este a su vez en un grito que se me queda estancado en la garganta. Miles de recuerdos azotan mi mente.

El abuelo comparándome con mi hermano. El abuelo haciéndome sentir que lo único que vale en mí es mi apellido y ser el primogénito, porque, de lo contrario, yo sería menos interesante que un cuadro pintado de blanco con un solo y simple punto negro en la mitad.

El aire deja de llegar con normalidad a mi pecho y los sonidos se vuelven lejanos, casi indistintos. Mantengo los ojos cerrados cuando siento la luz encenderse. Mantengo los ojos cerrados cuando unos brazos me envuelven y yo doy bocanadas profundas porque, en serio, siento que el aire me falta. No puedo respirar y me remuevo tratando de entender la razón. Abro los ojos para encontrarme con la mirada preocupada de mamá y los brazos de Maximiliano rodeándome.

Sollozo un poco sintiéndome como un niño pequeño. Como cuando despertaba a media noche porque tenía pesadillas y papá me arrullaba mientras mamá me hablaba de alguna cosa que hicieron durante su adolescencia.

Solo que papá no está. Mamá no me habla y si lo hace no la escucho. Solo que no es una pesadilla, es la realidad. La realidad donde haga lo que haga nada nunca será suficiente para nadie. Donde no soy nadie si no estoy presumiendo que soy millonario, donde no soy nadie si no ando metiéndome en líos o saliendo en fotos, donde no soy nadie. Así de sencillo.

– ¡Jandry! –Escucho finalmente su voz, preocupada.

No respondo, pero pestañeo despacio para que sepa que la escucho. Los brazos de Maximiliano siguen alrededor mío, creando otro conflicto en mi interior. Una parte de mí se siente bien, sus brazos son tan cómodos como su forma de ser y me dan la misma seguridad que su sonrisa, pero es que calmarme siempre fue trabajo de papá. ¿Le estoy siendo infiel a mi padre?

– Jandry, estrellita –vuelve a llamar mamá.

Comienza a inhalar y exhalar de forma profunda, esperando a que la siga. Mi mente, de pronto se queda en nada, en un blanco total. Dejo que ella me guíe cuando sujeta mis manos. Inhalo. Exhalo. Y repito.

Cierro los ojos y trato de recordar qué había dicho el psicólogo. Menciona cuatro cosas que puedas tocar ¿O eran cinco? Bien. Los brazos de Maximiliano, las fibras de mi ropa, mi cama, la suavidad de la cobija. Tres cosas que puedas ver. Abro los ojos y noto a mamá, mi pared pintada de blanco, mi cómoda con espejo del otro lado de la habitación. Dos cosas que puedas oler. El perfume de Max, masculino y fuerte, diferente al de papá que siempre olía a colonia de bebé, la humedad del aire, esa sensación indescriptible para mí de un aire gélido y húmedo. Bien. Una cosa que puedas oír. La voz de mamá.

Y regreso. Sí eran cinco cosas al inicio. Suspiro una última vez y mi cabeza vuelve a trabajar de manera normal. Mamá sonríe y le copio la acción.

– ¿Cómo te sientes? ¿Deseas hablar? –Su tono suplicante y preocupado me encogen el corazón.

No deseo que mamá pase de nuevo por esto. Se nota asustada. Y cómo no, la primera vez que me pasó ella no lo notó, ¿Consecuencia? Terminé en el hospital medio mes curándome de un corte mal hecho y tres meses con un psicólogo que trataba de darme motivos para que mi corazón se mantuviera latiendo. Claro que está asustada. Yo estoy asustado.

Me abraza sin pensarlo dos veces y siento a Maximiliano alejarse. Me dejó envolver por el olor dulce que evoca. Sonrío.

– Estoy bien –aseguro.

No parece convencida ni calmada, pero acepta dejarme solo. Cuando finalmente se va, casi al borde de las lágrimas y con Max acariciando su espalda. Me acerco hasta la cómoda. La rodeo y ruedo la cortina que hay detrás, la que pasa siempre cerrada. El cielo otoñal me sorprende con un lastimero rayo de luz. Me es suficiente, la verdad. Aquel pequeño rayo de luz me es más que suficiente.

Te odio Amanda Reyes, por hacerme sentir así otra vez, pero te amo y comprendo porque no es tu obligación quererme.

Yo te entiendo, Amanda. Siempre te entenderé.

Y con ese último pensamiento, me quedo ahí. Con la vista pegada al cristal. Tratando de recordar alguna cosa buena que me dijo papá y sé que logrará aplacar cualquier cosa mala.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top