capítulo 19.

Somos amigos y lo termino de confirmar cuando aquella frase idiota desaparece. Hacemos como si nada y aunque algo de mí no se siente bien con eso, otra parte lo agradece.

En la salida nos quedamos un rato más tras los baños. Cada uno en su celular. Yo releo la conversación con Gonzalo. La repaso mentalmente una y otra vez. «Dile que le gusta a alguien». Listo, pero ¿Y si me pregunta a quién? «Le respondes que a ti, eres su amigo, lo superarán»

Niego y deshago el pensamiento. Sería una barbaridad eso. Sería malo. No puedo.

– ¿Todo bien? –Pregunta y alzo la mirada hacia ella.

«¿Qué es lo peor que podría pasar? Te va a rechazar y después harán como si nada. Incluso ella podría ponerse incómoda y tomar distancia contigo». Por eso, es mi mejor amiga y me da pánico perderla. «Es tu mejor amiga, pasará. Al final…» lo que tenga que ser será.

Joder.

– Claro.

Ella parece no creerme y, la verdad, yo tampoco me creo. Mi celular descansa en mi regazo cuando me dispongo a actuar. Solo le diré que la quiero y con suerte esa otra persona deja de tener tanto efecto en ella. Sencillo. Rápido. Si sale mal culpo a Gonzalo y ya está.

– Te quiero –acepto y ella sonríe.

– Yo también te quiero, Williams –niego.

Trago saliva y vuelvo a preguntarme si es buena idea, «a ver» es todo lo que me responde el subconsciente, como si fuera un mero espectador y no yo mismo.

– No, no entiendes –la voz se me quiebra, pero logro recomponerme al carraspear–. Te quiero de una forma que está mal –continúo y ella no dice nada–. Te quiero como no se quiere a una amiga, quiero que seas feliz, quiero cuidarte, quiero que me quieras porque te quiero de una forma que no debería.

Nadie dice nada. Ella, quizá, porque no sabe qué decir. Yo, por mi parte, aún no termino. Tomo aire y doy la declaración final. El corazón no me late con fuerza aún, como si me hubiera quedado en blanco emocionalmente. Cómo si ni yo me creyera lo que estoy haciendo. Y a lo mejor es porque no me lo creo.

– Amanda –le digo y es cuando mi corazón se desemboca–. Te amo.

Ella duda. Se nota en su mirada. En sus dedos jugando entre sí. En la manera en que comienza a arrancarse las uñas. Cada parte de ella me grita que está dudando, que tiene miedo, que la tomé por sorpresa y la comprendo. Yo tampoco esperaba decir eso, pero siento que me he quitado un peso de encima, como si fuera real… ¿Y si lo es? Joder, no.

– Jandry, yo… –siento una punzada de esperanza al escucharla–. Somos amigos –y mi corazón se quiebra–. ¿Y si sale mal?

Me callo. Me callo porque siento mis ojos arder, quiero llorar y los labios me pican. El cuerpo me pica. Mi corazón sigue rompiéndose dentro de mí. Las ganas de llorar se acumulan y por alguna razón la cabeza me duele. Es la primera vez que me siento así. Mi mente se nubla y mis mejillas arden porque ella me acaba de rechazar.

Qué humillante.

– Olvídalo –pido en un hilo de voz.

– Bien –responde tras unos segundos de silencio.

¿¡Bien!? ¿Cómo que bien? No, dime qué no. Dime qué no tienes dudas, que me quieres. Dime qué no estoy loco. Qué también has sentido ese jodido cosquilleo, que no soy el único que siente una corriente cuando te toca. Que no soy el único idiota que sonríe cuando piensa en ti.

Miénteme, Amanda. Dime que también me quieres.

Suspiro y agarro mi celular. Sin saber bien qué hago o por qué, ingreso a WhatsApp. Voy al estado y comienzo a teclear.
“Acabo de decirle a alguien que me gusta solo por no decirle que estoy aburrido”
No lo pienso cuando le doy a enviar a estado, no lo pienso cuando veo que se carga y en cuestión de segundos aparecen vistas. No. No lo pienso. No me detengo a ver la mierda que acabo de hacer hasta que ella alza la voz.

– ¿En serio? –Dice y me enfoco en ella–. ¡¿Qué esperabas, un “Yo también te amo”?! –Su voz me regresa a la realidad, sobre todo cuando se pone de pie–. ¡Te conozco, Jandry! Y no soy tan idiota como para creerte.

No me detengo a pensar en lo que ella dice. No me detengo a pensar que ella me cree un mentiroso, que ella no confía en mí, que tiene una imagen peor de la creí sobre lo que soy. No me detengo a pensar en eso. Solo en lo que evoca el momento, su enojo hacia mí, su pensamiento sobre que jugué con ella.

Me pongo de pie cuando avanza enfrente de mí con la intención de irse. Sujeto su mano y ella se agita furiosa tratando de dejarme atrás. Carajo.

– No era para ti –le digo y ella me observa cruzando tus brazos en espera de una explicación–. Era para Nicole –me excuso–. Se puso a tocar un tema que me incomoda mucho y tuve que decirle que me gusta porque los sentimientos la ponen incómoda, pero es mi amiga y no quiero que lo tome a mal, por eso publiqué eso, para que ella vea que estoy jodiendo –miento y me sorprende lo bien que puedo hacerlo–. Amanda yo jamás te mentiría diciendo que te amo, es algo importante para mí y si lo digo es porque lo siento. Te amo.

Me sorprendo a mi mismo en ese instante. Yo la amo. La amo. A esa chica que habla sin parar. Qué se deja sorprender por todo, que comenta todo y que me estresa cada vez que respira. Ella. Mi mejor amiga. La amo.

– ¿Por qué? –Duda y suspiro.

– ¿Por qué no? Dime –pido– ¿Por qué no podría enamorarme de la chica que vive sintiendo por cada poro? –sonrío y ella copia mi acción.

– Es la forma más bonita en que me han llamado intensa –confiesa y suelto una risa.

Avanzo hacia ella y la abrazo. Ella acomoda su rostro en el hueco entre mi cuello y mi hombro. Suspira ahí y, nuevamente, ese escalofrío me recorre. Solo que ahora sí me detengo a pensar en que ella no siento lo mismo. Aquel escalofrío es algo que solo me pasa a mí.

Mi corazón hace eco en mi cabeza y deseo llorar, pero no hago caso a aquello.

– Somos amigos, ante todo y te voy a querer aunque no puedas corresponderme.

Espero que me contradiga, pero se calla. Hunde los dedos en mi espalda y esa es su única respuesta. Mi pecho duele. Y ahí, mientras la abrazo, siento que mi vida se desmorona por segunda vez. La primera fue cuando papá murió.

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