capitulo 18.

Y cómo sigue.

Mejor, aunque aún no la comprendo del todo.


¿Por qué?

La han hecho sentir más minúscula que una particular de polvo y ella se lo cree, Gonzalo. No comprendo cómo se lo cree


A lo mejor siente que es verdad, fuiste igual.

Y quizá por eso me molesta, saber que me he sentido así y es horrible.

¿Y qué harás? Ella sigue enamorada de otra persona.


Ni me lo recuerdes, me enoja la simple idea

¿De que le gusté alguien más?

De que no se valore


A lo mejor si le gustase otra persona…


A ver, detállame eso


Consíguele un nuevo interés amoroso, alguien más accesible


¿Y con motivo de qué?


Si le gusta alguien más. Adiós idiota que la hace llorar.

Bloqueo la pantalla del celular tras leer el último mensaje de Gonzalo el cual no pudo venir hoy a estudiar, despertó enfermo, así que me limito a poner toda mi atención en eso. ¿Podría ser así de fácil? Alguien más se interesa en ella y a ella se le olvida por completo qué existe esa persona que le duele. Me parece bien, me interesa, de hecho. ¿Pero cómo la voy a convencer de que le gusta a alguien?

Suspiro y cierro los ojos, recargándome contra la pared. Paso una mano por mi cabello para acomodarlo y me sorprende sentirlo tan suave, por lo general el frío le quita la vida y suele ponerse muy tosco, sobretodo por la humedad que hay en estos días. Llevo puesto un suéter, el primero de muchos que vienen porque el frío aumenta con cada lluvia, el ambiente festivo se siente cada vez más e incluso aquí ya han comenzado a poner algunos adornos. Nada muy excéntrico.

Mientras estoy ahí, perdido en mis pensamientos, la escucho llegar. Y digo escucho porque incluso antes de verla aparecer doblando la esquina que da ingreso a los pasillos, la escucho quejarse como si se hubiera golpeado con algo.

Sonrío.

– Holitas –la saludo y ella hace un gesto que me resulta extraño.

– ¡Qué tierno eres! –Exclama y siento mis mejillas arder.

Unas chicas pasan a nuestro lado y parecen soltar pequeñas risas al verme, no me siento incómodo, pero si me da vergüenza.

– Cállate –le digo y ella sonríe.

– Es que eres adorable –insiste y niego.

– Dices eso porque no me conoces –me cruzo de brazos y me entretengo observando el gorrito de lana que lleva puesto.

– Lo digo porque lo eres –sonríe, yo bufo–. Si no estás como loco preguntando por mí –me recuerda y desvío la mirada– estás diciendo cosas como “holitas”

– Basta –ordeno, pero la sonrisa que muestro hace que ella no tome enserio mis palabras–. Solo le pregunté a dos personas y lo del saludo… ¡Ya no te saludo!

Doy vuelta sin decir nada más y avanzo hacia mí salón.

– ¡Jandry, no! –La escucho detrás de mí y avanzo con más rapidez, sonriendo–. Jandry –siento su mano sobre mi brazo y volteo.

– ¿Sí?

– Te quiero –dice y mi corazón decide que dejar de latir un segundo es la mejor idea del mundo.

Y lo hace, deja de latir, solo para después regresar con fuerza y martillarme en el pecho pidiéndome con cada latido que responda a aquello.

– A mí me caes mal –le respondo y la veo sonreír.

Nos quedamos callados un segundo y el aire frío logra calmar mi corazón antes de hacer o decir alguna idiotez.

– ¿Sabes? –Niego–. Llevamos un mes siendo amigos y no tengo tu número de teléfono –menciona, sacando su celular.

No sé por qué, pero repito su acción, le doy mi celular, le quito el de ella y en menos de cinco minutos nos encontramos con el contacto del otro. Yo la agendo como “Torpe” y ella como “Viejito” lo cuál me irrita y me parece gracioso al mismo tiempo.

– Cámbiame de apodo –le pido y ella asiente.

– ¿Alguna idea? –niego–. Dicen que destacas en el área de matemáticas, podría agendarte como “nerd”

Me trago una risa y la deposito garganta abajo cuando recuerdo el problema matemático simple en el que fallé hace un mes a causa del sueño. Niego.

– A ti no te gustan los gatos y no te estoy agendando con… yo que sé, “gatuna”

– Me gusta –admite y suspiro.

– Claro, soy buenísimo poniendo apodos, tú no.

– Bien, bien, ¿Qué te parece “fuckboy”? –sonrío–. Tienes las vibras, ¿Sabes?

– Lo sé, me gusta –confieso y ella da un pequeño brinco cargado de felicidad.

– Listo, somos el nerd fuckboy y la gatuna –finaliza y niego.

– Nerd no –le recuerdo y ella ríe.

– Viejito amargado siempre te quedará mejor.

Sin darme tiempo a procesar lo que hará, lleva una mano hasta mi cabello. Hunde los dedos en él y me acaricia con suavidad.

Aquel simple movimiento, aquella pequeña decisión y la inocente caricia me genera un cosquilleo satisfactorio por el cuerpo, de pronto, sin poder impedirlo, me imagino halando de ella, sujetando su cintura, acariciando sus redonditas mejillas y estampando mis labios contra los suyos. ¿Serán tan suaves como se ven? ¿Tendrán ese dulzón que parecen tener? ¿Qué se sentirá besar a Amanda?

Niego cuando la idea se hace presente y doy un paso hacia atrás, obligándola a quitarme la mano de encima. No puedo permitirme esa cercanía con ella. Yo debo ayudarla a amarse, debo conseguir alguien que la ame, no puedo ni de chiste imaginarme cosas así de raras.

Es mi amiga, se acabó. Yo no me beso a mis amigas. Yo nunca he tenido una amiga. Joder.

Me da igual, lo único que sé es que quiero y necesito que Amanda sea feliz. Cómo uno de esos deseos que pides por alguien que quieres, ya sea salud, dinero, bienestar. Bien, yo pido, para Amanda, felicidad.

Que sea jodidamente feliz porque lo merece, merece vivir como solo ella sabe hacerlo. Y deseo estar ahí el día en que se dé cuenta de lo que es capaz. Quiero ser la persona a la que pueda acudir cuando el mundo se le va abajo y por eso no puedo siquiera imaginarme besándola. Yo la quiero feliz, pero no sé si lograría hacerla feliz yo.

Ella hace una mueca y desvía la mirada. El ambiente se vuelve tenso y creo que es la primera vez que me siento mal por algo que hago. ¿No debí apartarme? ¿Qué debo hacer? ¿Podría molestarle mi actitud? ¿Qué pensará de mí?

Agacha la cabeza revisa su celular y le toma unos segundos perderse en sus pensamientos, acto seguido suelta una carcajada que me hace sonreír.

– ¿Por qué tienes de perfil una foto de tus pies en medias? –Pregunta entre risas y me encojo de hombros.

– No me gustan las fotos y mis pies son bonitos –admito.

– ¿Por qué no te gustan las fotos?

Me callo. ¿De verdad quiero que ella conozca la razón? ¿Qué tanta confianza le tengo? Porque ella no sabe más allá de mí de lo que cualquiera sabe. Y no estoy del todo seguro sí quiero dejarla entrar en mi vida, eso sería volverla especial. Más.

– Cuando tu padre sale en periódicos como héroe y toda su vida se difunde –comienzo–. Cuando la gente te reconoce como el primogénito y, a los diez años, en pleno luto, te usan de comidilla para sus webs. Le pierdes el gusto a aparecer en fotos –admito y vuelvo a callarme.

El ambiente de los pasillos es cálido debido al ajetreo constante. El timbre suena sin permitir que ella diga nada y en el fondo de mi corazón agradezco eso. No quería seguir tocando el tema. Aunque parece que ella no comprende mi lenguaje no verbal.

– Lamento que te acosaran los paparazzi –asiento.

– Eran el menor de los inconvenientes –continúo, por alguna razón, con exceso de confianza.

– ¿A qué te refieres? –Suspiro y guardo mis manos en los bolsillos de mi suéter.

Muerdo los pellejos alzados en el interior de mis labios mientras mis dedos juegan con pequeñas pelusas que encuentran en el interior de los bolsillos. Vuelvo a suspirar aún con más fuerza que la primera vez.

– Existe la pedofilia –trato de resumir–. Algunas fotos… se usaron de mala manera –me encojo de hombros recordando la vez que encontré fotos mías y de mis hermanos en traje de baño dentro de una página donde los comentarios no eran exactamente amorosos.

Qué mierda de gente.

– Siento haber preguntado –la veo agachar la cabeza.

Niego y decido copiar su acción anterior. Con un paso me acerco a ella y con la yema de mi pulgar le acaricio parte de la mejilla. Nos observamos. Sus ojos brillan y puedo notar cómo le resbala la saliva por la garganta porque su tragar se vuelve fuerte.

Vuelvo a relamer mis labios porque noto su mirada sobre ellos. Sonrío antes de retroceder y apartar mi mano, como si su cercanía me quemara. Y es que lo hace. Quema algo dentro de mí. Me enciende cual hoja de papel y a mí me da mucho miedo quedar solo hecho polvo.

– En cualquier momento te hubieras enterado –acepto–. Mejor temprano que tarde, además ahora sabes por qué no disfruto de tomarme fotos.

– ¿Y no harías ninguna excepción? –Pregunta.

No sé de dónde sale mi respuesta, pero estoy seguro que si la hubiera pensado mejor, jamás la habría dicho.

– ¿Por ti? Sí.

Ella no responde y yo decido que es momento de comenzar el día. Volteo dejándola detrás de mí y avanzo hasta ingresar a mi salón. Ella no me detiene. Yo no espero ni deseo que lo haga.

¿Por qué dije eso?

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