capitulo 17.

Creo que jamás me detuve a pensar en lo rápido que pasa el tiempo, pero lo hago hoy. Un mes después de aquella charla con mis amigos, cuando el otoño se abre paso de forma más visible que antes. El cambio de clima se siente, es mediados de octubre y las hojas caen cada vez de forma más paulatina, pero eso es debido a que casi no hay hojas que puedan caer.

Salimos de casa junto a mis hermanos. No me sorprende encontrarme con algunos vecinos sacando hojas de sus canalones, los limpian para asegurar la caída libre de la nieve, seguro tarda aun en llegar, pero es mejor prevenir, ¿No?

Saludamos al jardinero que mamá contrató por las fechas, él se encarga de recoger algunas hojas del suelo, las barre con aquella especie de rastrillo que tiene. Seguro tiene mucho trabajo, la mayoría de personas quieren dejar todo impecable antes de Halloween. No es algo que me preocupe, pues tengo la cabeza metida en un libro.

No he logrado avanzar mi anterior lectura y no me gusta eso, pues es bastante entretenida. Tiene el balance perfecto entre comedia y romance. Ella dice datos al azar cada vez que tiene la oportunidad y está nerviosa, él la quiere así. Aunque nunca se entienden, aunque discutan a veces, se quieren. ¿Es acaso eso el amor?

Niego antes de subir al carro. Augusto nos saluda. Me enfoco en pensar.

Ha sido el mes más tranquilo que he tenido. Gonzalo, tras la charla, optó por confiar en mí y desde entonces no he dejado de reunirme ni un solo día con Amanda. Pasamos los recesos juntos, en la entrada y en cada salida. Mis hermanos se limitan a saludarla con un gesto antes de avanzar hablando entre ellos. Y somos amigos.

Las lluvias se han vuelto más frecuentes y aunque el frío aún no se siente, sé que falta poco para que se haga completamente presente.

Amanda se ha adaptado muy bien al lugar. El inglés aún le confunde, pero aprendió a comunicarse con los demás en una mezcla rara entre español, ruso y brasilero.  Y he aprendido mucho de ella. Me he esforzado por no perderme o aburrirme entre sus largas charlas y, la verdad, me ha resultado sencillo porque todo lo que tiene que contar son chismes o datos que son tan irrelevantes que me cuesta creer cómo hizo para aprendérselos.

Que si sé de esa pareja de famosos, de la que nunca he oído en mi vida, que se casaron el mes pasado y lucen súper felices. Qué la nueva canción de no sé quién. Que no entiende sus clases, que se estresa por todo. Que si no es una cosa, es otra, pero con Amanda siempre es algo.

Suspiro, una sonrisa se dibuja en mis labios al pensar en eso. Recordarla me hace sonreír así, de la nada. Nos hemos vuelto los mejores amigos, somos como el tema preferido de los demás. Y no me interesa en lo absoluto, la verdad.

Amanda no ha vuelto a lanzarse de ningún lugar en nombre de nada, pero le toma fotos a todo. Y cuando digo todo es eso. TODO. Que mira una hoja, un gusano, una piedra. Me estresa, pero aprendí a sobrellevarlo y terminó, incluso, pareciéndome lindo, de alguna forma retorcida, claro.

Me gusta lo mucho que me estresa no poder callarla, aún cuando siento la necesidad de estar en silencio me alegra tener su voz ahí haciendo eco en mi cabeza.

Me enfoco en el camino, las calles de árboles secos, de cielo nublado, de ambiente gris, como si le hubieran puesto un filtro al mundo. Las salidas de algunas casas se ven adornadas de calabazas y esqueletos, la gente se emociona rápido con la idea de festividades. Imagino que al menos uno de ellos ha de tener un robot en casa que le dio a detalle la forma en que era mejor arreglar la vista exterior o, incluso, salió a organizarlo todo.

El automóvil frena poco después y los tres descendemos. Me basta con poner los pies en la acera para notar la silueta de Amanda un poco más allá de dónde estoy. Sonrío.
Una corriente fría se mueve con libertad y remueve mi cabello, causando que me erice por completo. Me despido de mis hermanos y camino hacia la dirección donde está Amanda, me da la espalda y pienso en asustarla, quizá logre sacarle un susto y algún insulto. Le gusta jugar a ser una persona cuerda y tranquila, pero en el fondo ambos sabemos que tiene ganas de ir por la vida siendo ella misma, con su locura y su desequilibrio mental, como cualquier otra persona.

Antes de que pueda asustarla, ella da vuelta. Y me quedo quieto. El viento frío deja de importarme aunque me sigue causando escalofríos y ahora, además, me hace doler la nariz cuando inhalo. Lo único que logro sentir es la opresión incesante sobre el pecho. Amanda tiene los ojos llenos de lágrimas, aunque sonríe, y el simple hecho de que esté sonriendo me es suficiente confirmación de que no está bien.

– Oye –le digo y doy un paso hasta ponerme frente a ella y tocarla.

Algunas personas ingresan, nos pasan como si nada. Otras, por su parte, parecen intrigadas por lo que sucede y aquello logra irritarme. ¿Qué les cuesta meterse en sus vidas y no en las ajenas?

Sujeto el brazo de Amanda y la guío hasta los baños. O lo intento, porque, la verdad, a los dos pasos se rompe. Las lágrimas ruedan por sus mejillas y algo se remueve en mí con disgusto.

– Lo hizo otra vez –solloza y el dolor inicial se convierte en odio.

Odio a esa persona que la hace llorar, que la daña, que la ve sufrir y no es capaz de hacer nada para evitarlo. Ella no lo merece.

– Eres demasiado para cualquiera –confieso y ella niega.

– ¿Por qué nunca soy suficiente para nadie, Jandry?

Niego con molestia, un nudo me cierra la garganta de repente. Ella no debe sentirse así, joder, no. Yo me he sentido así y no quiero eso para Amanda.

– No digas eso –ordeno–. Eres jodidamente suficiente para mí, Amanda –confieso–. No importa lo que crean de ti, si para todos eres lo peor del mundo, eres importante en mi vida. No digas esas mierdas, ¿Insuficiente? Por favor –limpio sus lágrimas lo mejor que puedo y ella parece calmarse.

Nos quedamos callados unos segundos mientras ella parece recomponerse de a poco. Retomamos el camino y aunque el timbre suena, ambos nos perdemos tras los baños.

Verla así de mal me duele y me molesta en grados iguales. Siento la necesidad de agarrar a Amanda y encerrarla en una cajita de cristal, aún temiendo que la caja se rompa y termine haciéndose daño con ella. Quiero guardarla para siempre y asegurarme de que nadie más le haga daño nunca.

– Reyes –alza la mirada en cuanto la llamo, sus ojos siguen llenos de dolor y no puedo evitar sentirme triste–. Eres una gran chica, te esfuerzas cada día por ser mejor y eso vale mucho, no dejes que te hagan daño, cuida de tu corazón, lo mereces.

– Solo estoy cansada –su voz suena apagada–. No es la primera vez que pasa –admite y decido, por primera vez, que prestaré atención–. Cada pareja que tengo, cada persona que me gusta termina siendo peor que la anterior, si no me hacen daño es porque están planeando cómo hacerlo. Soy una tonta –se queja y sonrío.

– Sí, pero una cosa no tiene nada que ver con la otra –ella no sonríe aunque hace una mueca que se le parece–. Amate, empieza por eso. Las personas son idiotas, es su naturaleza, tú enfócate en ser feliz.

– ¿Y si nadie me quiere? –Pregunta.

– ¿Y si tu no te quieres? –Contraataco.

– Williams…

– Reyes.

Sonríe y asiente cuando le queda en claro que no cederé. Ella necesita quererse, necesita ver lo bueno en ella. Amaría que pudiera verse como yo lo hago. Quizá así entendería que es una mezcla de matices.

Es una tarde tormentosa, llena de nubes, pero también de lluvia que te cae en el rostro y te recuerda que estas vivo. Amanda es una mezcla única y hermosa entre lo más feo que puede tener una persona y lo más lindo de un corazón lleno de resiliencia. No entiendo cómo no puede verlo.

– Trataré de amarme –me asegura y asiento, sonriéndole.

– No te dejaré sola hasta que lo hagas, como la nana mágica.

Hace una mueca de desconcierto y me prohíbo soltar una risa, pues es un momento serio.

– “Cuando me necesites, pero no me quieras, me tendré que quedar. Cuando me quieras, pero ya no me necesites, me tendré que ir” –cito una de las frases de la película.

– Entonces nunca dejaré de necesitarte.

Algo en mí siente miedo con aquello. Porque, en parte, yo también terminaré necesitándola y no es algo que deseo. He pasado bastante bien estos últimos años sin crear lazos muy fuertes con nadie y no me siento capaz de retractarme justo ahora.

Aún así, le doy la razón como si ambos supiéramos lo que significa aquello que estamos diciendo. Las promesas no escritas ni habladas que hacemos a cada minuto, como si tuviéramos el control de impedir lo incontrolable.

Al menos, tengo la seguridad de que tratará de quererse y eso me reconforta. Le tengo fe. Confío profundamente en ella.

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