capítulo 16.
La profesora anota algo y, la verdad, nadie presta atención. Un lunes por la mañana, ¿Quién estaría prestando atención? Yo no, pero Gonzalo sí.
Se encuentra radiante y con todo el ánimo del mundo mientras copia hasta la más mínima palabra que dice la mujer, que envidia de ánimos. Bostezo sin apartar la mirada de él. Mis ojos pesan, mi cuerpo se relaja y siento que estoy a punto de dormirme.
– Jandry Williams –escucho su voz llamarme y me incorporo como un resorte–. ¿Le aburre mi clase? –Pregunta con su voz rasposa de americana promedio.
– Tengo sueño –me defiendo y ella se cruza de brazos antes de, con un ademán, invitarme a poner de pie.
Lo hago con toda la pereza del mundo.
– Resuelva usted para que no se duerma –mi incita a pasar al frente y cierro los ojos deseando desaparecer un segundo.
Genial. Mierda.
Las risas se escuchan muy fuerte. Son carcajadas. Me encojo de hombros mientras mi rostro arde y ellos siguen riendo. Oswaldo golpea la mesa despacio mientras parece quedarse sin aire. David tiene el rostro cubierto con sus dos manos, seguro pensando que sería feo de su parte reírse. Gonzalo, mi mejor amigo, tiene su brazo recargado sobre mi hombro mientras más risas lo consumen. Alza la cabeza y veo pequeñas lágrimas prender de sus pestañas.
– ¡Basta! –Ordeno de forma seria, pero peco de sonreír.
– ¿Cómo se te ocurre decir que el niño tiene -234,63 años? –Dice Oswaldo y vuelve a reír.
– Los odio –digo antes de soltar una risa.
La bulla se extiende unos segundos más. La gente a nuestro alrededor se mueve en sus propias nebulosas y pensamientos, nadie parece prestar atención al hecho de que falle en un ejercicio de sumas y restas. Aquello logra hacerme sentir bien, no me gusta mucho ser el centro de atención, aunque, al mismo tiempo, me encanta cuando las personas saben de mí. Es más como un ego camuflado de satisfacción tímida.
Gonzalo, finalmente, agarra la lata de soda que tiene en frente, la menea despacio y le da un trago antes de dejarla. Oswaldo repite su acción y le da de tomar a David. El susodicho, a su vez, me la ofrece con una mirada.
– Él no –dice Gonzalo, arrebatándole la lata de las manos justo antes de que me lo pase.
Le da un trago.
– ¿Es por el resultado? –Pregunta él y aquello parece causarle gracia a mi mejor amigo.
– No, Jandry no puede tomar bebidas gaseosas –le explica– ni alcohol, ni colorantes o energizantes –continúa y suspiro.
– Ni ácido –interviene Oswaldo–. O sea, nada de limón, naranja, nada de nada. Le hace daño –sonríe y le quita la lata a Gonzalo.
David se queda callado tratando de asimilarlo. Estoy seguro de que quiere preguntar el motivo, pero no lo hace. Asiente y vuelven a pasarse entre ellos la bebida.
– Oigan –llama nuestra atención el castaño–. ¿Sabían que Jandry se hizo amigo de la chica rara?
Lo miro mal. Muy mal. Aquello que dice no me gusta y él lo sabe. Es decir, claro que Amanda es rara, es torpe, despistada, loca, irritante, estresante, ingenua y tonta, pero él no tiene derecho a decirle así. Ni siquiera ha hablado con ella. Yo sí. Yo he tenido que aguantar sus largas charlas en las que me pierdo, yo sé que es rara, pero él no.
– Amanda –le corrijo y él asiente.
– Bueno, ella –dice restándole importancia a cualquier cosa que yo pueda decir.
Oswaldo se queda callado un segundo cómo si estuviera meditando algo, parece inmerso en su mundo. De pronto, chasquea los dedos y me observa.
– ¿Reyes? –Indaga y asiento.
– ¿Está con ustedes? –Pregunto y David me da una respuesta afirmativa. Sonrío.
– No es rara, es… –una pausa larga– normal, demasiado normal.
Niego despacio para que entienda que me he perdido en su explicación.
– Explícate –ordeno y escucho la risa de Gonzalo.
– Uy, cuidado con lo que dices, Oswaldo –advierte y bufo por lo bajo–. Jandry saca sus garras cuando se trata de defender a su Amanda.
– ¡No es nada mío! –Me quejo y ellos ríen.
– ¿Te gusta? –Pregunta David y niego.
Me niego a decir algo, sé que no, pero decirlo en voz alta me suena falso. E igual. No. Me han gustado muchas chicas a lo largo de mi vida, pero, sin duda, Amanda no entra en la categoría de lo que me gusta. No está mi cerca, ni queriendo entraría ahí.
Jamás.
– No me lo creo –dice Oswaldo cuando no respondo–. ¡Te gusta! ¿Por qué?
– No me gusta –admito y, extrañamente, no me siento tan mal como creía que sería.
– Bien por ti –dice David.
¿Desde cuándo él habla tanto? Si me agrada porque es callado, tímido y no se mete en problemas donde obviamente saldré perdiendo, es decir, no apoya a mis amigos. Y ahora está aquí, apoyándolos.
– ¿A qué te refieres? –Pregunto.
David deja la lata en la mitad de la mesa. Unas chicas pasan detrás de nosotros, ríen y hablan de sabrá el universo qué, trato de no prestarles atención porque quiero enfocarme en David y lo que dirá. Él se limpia la comisura de los labios con la manga de su suéter. Toma aire y habla.
– Amanda Reyes es una alumna promedio, es bajita, callada, llorona cuando no entiende algo y tiene una forma de ser que, aunque al inicio parece linda y empática, termina siendo algo incómoda. Sin contar que no destaca en nada y… –lo interrumpo antes de que pueda seguir.
– ¡Basta!, cállate, David –ordeno y la mesa queda en silencio–. Amanda es una gran persona. No te niego la mitad de eso, pero también es valiente, decidida y capaz de hacer lo que desea, no es mala persona y no tienes derecho de hablar así de ella, no la conoces –finalizo.
Me trago las ganas de añadir un «al menos no como yo» porque, la verdad, tampoco la conozco mucho. Sé que no es tan mala. Su forma de ser no ayuda, pero a mí me agrada, no me parece un problema.
– Lo que David quiere decir –interviene Oswaldo–. Jandry, es muy diferente a lo que te gusta a ti, ¿Sabes?
– ¿Y qué me gusta a mí?
El calor invade mi cuerpo, me siento molesto con ellos. Gonzalo se limita a escucharnos. Me siento irritado, no me gusta la forma en la que se refieren a ella. Aunque, si debo ser honesto, una parte pequeñita en mí les da la razón en todo y mira con desdén mí propia forma de actuar, a algo en mí le parece extraña mi propia forma ciega de querer defenderla.
– Ya sabes –desvía la mirada y observa a todos antes de que sus ojos conecten con los míos–. Las chicas inteligentes de mente abierta, es lo que siempre te ha parecido atractivo. Y, la verdad, ella no creo que cumpla ninguna o al menos no las dos.
– Ella es suficiente así como es, fin –concluyo.
La charla termina ahí mismo, sobre todo cuando el sonido del timbre nos sobresalta a los cuatro. Sin decir nada, me dirijo a mi salón con Gonzalo pisando mis talones, no de forma literal. Los pasillos se llenan de personas y paso rebasando a todas. Choco con una chica, pero lo ignoro por completo y avanzo.
No respiro con tranquilidad hasta que me encuentro en mi asiento, es como mi lugar seguro y necesito tocarlo para que el aire vuelva a ingresar en mis pulmones. Toco la madera con la yema de los dedos e intento grabar la sensación para que mis latidos se calmen. Me siento… irritado, molesto, enfadado y todos sus sinónimos. Cómo si me hubieran dado una patada justo en el estómago y después hicieran como si nada.
– Hey –alguien toca mi hombro y alzo la cabeza en su dirección.
Gonzalo me sonríe y se sienta a mi lado. No dice nada durante unos segundos que me saben eternos. Las personas siguen entrando por la puerta. Un chico grita con júbilo diciendo que ya son las últimas horas, unas chicas ingresan en grupitos de tres, dan vueltas y ríen antes de volver a salir. Una chica de cabello castaño entra con la cabeza pegada en su celular y, así, nadie parece hacer caso a la vida de los demás.
– Si para ti es suficiente, entonces lo que piensen los demás no interesa –menciona y suspiro–. Yo te apoyo en lo que suceda, pero piénsalo –asiento.
El profesor ingresa y todos se sientan. Pienso en eso un segundo más. Bueno, varias horas más. Yo sé que Amanda no es exactamente el tipo de persona con el que llego a compaginar, en general. No solo chicas que me gusten. Con todos, ella no ingresa a ninguno de los requisitos que debe tener alguien para agradarme, pero es distinto cuando estamos juntos. Es como si se me olvidara todo al verla.
¿Es mala señal?
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