capitulo 14.

Al día siguiente mamá nos permite quedarnos en casa. Ella sale con Maximiliano que prometió cuidarla mucho.

Yo me limito a observar películas, en pijama, mientras engullo fruta. Y digo observar porque en realidad no le estoy prestando atención. Estoy pensando en Amanda. En su sonrisa, sus reacciones. En qué diría al ver cómo estoy. Seguro algo así como “¿Ves? Cosas de viejitos”. Sin saber por qué, sonrío al pensar en eso.

Niego y agarro otra uva justo cuando un grito llama mi atención.

– ¡Jandry! –Llama mi hermana de forma desesperada.

Me pongo de pie en automático. Stella sale corriendo de la cocina y con una señal le indico que puede calmarse, que me encargo yo. Subo las gradas de dos en dos y avanzo hacia la habitación de mi hermana.

Abro sin pararme a pensarlo y lo que veo me deja helado.

Hay sangre.

No como en una película de terror o como en Carrie, pero la suficiente para que me asuste. Observo toda la habitación con preocupación. Las sábanas blancas de la cama tienen manchas de un rojo vivo, pero no hay ningún otro rastro de sangre más allá de aquel. Las demás sábanas están pulcras, como si no hubieran sido afectadas.

Doy un par de pasos adentrándome en la habitación y choco con algo. Bajo la mirada para observar el pantalón de mi hermana. Con una mezcla de miedo, curiosidad y asco, lo muevo despacio con el pie solo para comprobar la gran mancha roja que se posiciona en él.

Aunque me cuesta unos segundos, logro encajar todas las piezas del puzzle. Ay no.

– Amy –la llamo.

– Jandry –lloriquea desde el otro lado de la puerta café que separa a su baño–. Tengo miedo –su voz se quiebra y suspiro.

Bien, molesto o no, me jode saber que mi hermana llora. No puedo permitir eso.

Stella entra en el mismo momento en que pienso qué hacer. Lanza una exclamación llena de sorpresa como si nunca lo hubiese visto venir, no la culpo, nadie lo prevenía. Me observa con los ojos muy abiertos y una mano cubriendo su boca. Sonrío antes de acercarme a ella y sujetar de sus hombros antes de hablar con el tono más serio que me permito usar en alguien mayor que yo.

– Stella, necesito que bajes y llames a la tía Sara –le pido y ella asiente–. Dile que venga, que Amy la necesita con urgencia, mamá no está y yo de mujeres no sé nada –suelto sus hombros y ella desaparece por la puerta.

Escucho sus pasos mientras baja y vuelvo hacia done se encuentra mi hermana.

– Oye –la llamo–. Estarás bien, tranquila, yo me hago cargo –le informo.

– Esto es un desastre –vuelve a lloriquear–. ¡Todo es un desastre!

– No estás sola –le susurro y puedo jurar que sonríe.

Me alejo de la puerta y camino hacia su cama. Con toda la pena y el asco del mundo, comienzo a recoger las sábanas cubiertas de rojo. Las hago un ovillo y las lanzo a la entrada de la habitación, cerca del pantalón que corrió el mismo destino incluso antes de que yo participe. Minutos después Stella sube y se lleva las sábanas.

Yo pienso seriamente en si debería quemar el colchón o solo mandar a comprar otro.
Escucho el sonido de la ducha y sonrío al pensar que al menos Amy ya pasó por la conmoción inicial. Finalmente, decido solo darle vuelta al colchón hasta pedir otro o mandarlo a lavar. Sea como sea, no puede recostarse sobre él en las condiciones en las que estaba.

El baño se alarga más de lo normal, pero comprendo por lo que pasa mi hermana. Me dieron clases sobre eso cuando cumplí nueve años. También incluyeron videos sobre la educación sexual, bastantes descriptivos los dibujitos, cabe aclarar.

Decido buscar en Google qué se necesita en estas ocasiones. Una larga lista de cosas ocupa la pantalla, aunque una parece relevante e indispensable: toallas higiénicas. Me pregunto si mamá tendrá. O si la tía Sara traerá. ¿Y si no?

– Stella –la llamo, saliendo de la habitación. La mujer sale de la cocina cuando me encuentro aún en las escaleras–. ¿Está Augusto? –Asiente–. Perfecto, necesito que me lleve a un lugar.


Quince minutos después me encuentro nuevamente en casa, cargando una gran funda negra. Para ese entonces, Stella me informa que mi tía ya se encuentra en la habitación de Amy. Subo nuevamente de dos en dos y me topo con la puerta cerrada. Dentro se escuchan risas y suelto un suspiro sabiendo que todo se encuentra tranquilo.

Toco despacio con los nudillos y las risas cortan de inmediato.

– ¿Sí? –Amy pregunta.

– Toma –le digo y la puerta se abre despacio.

Deslizo la funda dentro sin atreverme a dar un solo paso antes de tomar el pomo y obligar a que la puerta vuelva a cerrarse. Es un momento íntimo de ellas y no deseo involucrarme.

– ¿Qué mierda? –Pregunta Amy y bufo. «De nada»

– Una señora estaba ahí con la hija y le dijo que algunas marcas te causan picazón, mal olor o irritación –me justifico–. No sabía qué marca era o si a ti te haría daño otra, ¡Así que traje dos de cada una! –Las risas se vuelven a oír y mis mejillas arden–. Hay unas muy pequeñas y otras muy grandes, algunas tienen alas, ¡Alas! Son pájaros, creo –las risas solo aumentan y quiero insultarlas a ambas–. Sí, de nada. No te en ronches o yo qué sé. Y en una funda más pequeña hay unas pastillas, por si te duele. No sé, solo no mueras.

Sin decir más, avanzo por el pasillo hacia mí habitación. Me tiro sobre la cama y hundo la cabeza en la almohada. Ahogo un grito mientras mi rostro sigue ardiendo.
Fui en pijama a un centro comercial lleno de gente y agarré cada cosa que vi solo por ella y así me paga. Riéndose. Qué pena conmigo. No vuelvo a humillarme así. Que vergüenza.


– ¡Y compró todas! –Se burla Amy durante la cena y mamá ríe.

La tía Sara ríe con ella. El tío Noé, Bruno y yo, no nos reímos para nada. Es como si los tres fuéramos los únicos coherentes que no le ven lo gracioso. Me preocupé. Qué mierda. Es mi culpa.

– Eres adorable, estrellita –dice mamá y gruño en respuesta.

– No soy adorable –me quejo y las tres vuelven a estallar en risas.

– ¡Eres el mejor hermano mayor! –Dice Amy y me cruzo de brazos

– Jódete.

– Te quiero

– Yo no.

El día finaliza como si nada. Gonzalo me escribe para preguntar por mí y paso de contarle lo ocurrido. Aunque seguro mamá le contará a Paola y ella, a su vez, me volverá el chisme de la semana dentro de su casa. Pronto todo Vancouver se enterará del loco que vestía pijama casi a medio día mientras compraba toda la sección de cuidado femenino y usaba pantuflas… pero no, no solo eso. Todo el mundo sabrá que aquel loco era nada más y nada menos que Jandry Williams.

El jodido primogénito.

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