capítulo 13.


Pasé todo el día evitando a Amanda. No es bueno ni seguro acercarme hasta saber exactamente el por qué de mi forma tan impulsiva de actuar. Es decir, soy impulsivo, peco de eso, pero ese fue otro nivel. Algo inconcebible, hasta para mí.

Observo el celular, Gonzalo me desea suerte y sonrío antes de regresar al presente. El carro frena y los tres acomodamos las mochilas antes de bajar.

Augusto solo nos sonríe mientras cerramos la puerta y avanzamos hacia el restaurante.
Ingresamos y mamá se pone de pie un par de mesas atrás. El lugar no está precisamente vacío para ser más de medio día, rodeamos algunas mesas. Los tres, en fila, caminamos con tranquilidad. Las luces cálidas le dan un aspecto hogareño al lugar que se encuentra adornado, en su mayoría, por plantas decorativas.

– Jandry –llama mi hermana y fijo mi mirada en ella.

No quiero responderle, sigo molesto con ella, pero se nota en su mirada que está preocupada por lo que llegue a suceder. En parte, estoy igual, pero no lo doy a notar.

Suspiro y ubico una mano sobre su hombro. No digo nada, no hace falta. Nos observamos y exhalo el aire despacio por la boca. Copia mi acción y sonríe.
Tomamos asiento frente a mamá. Bruno se sienta adyacente a nosotros debido a la forma rectangular de las sillas. Mamá nos sonríe y no me extraña ver la silla vacía a su lado. Falta papá.

– ¿Qué tal las clases? –Pregunta mamá cuando un camarero se nos acerca.

Me encojo de hombros y, por primera vez, mis hermanos se limitan a copiar mi acción. Veo a mamá removerse, incómoda, y nadie dice nada. Nos enfocamos en ordenar la comida. El camarero nos escucha con atención mientras anota algunas cosas. Mi hermana saca una servilleta del centro de mesa y se pone a hacer retazos con ella. Niego.

Mamá alza la cabeza como si hubiera visto a alguien a la distancia. Sonríe de una forma que me resulta extraña. Sus ojos se iluminan antes de que vuelva a hablar.

– Quiero presentarles a alguien –dice mamá de la nada.

Lo suelta como si fuera cosa de todos los días. La saliva se me estanca en la garganta cuando, de pronto, un castaño se hace presente. Se observan, sonríen. No sonríen como dos amigos que se reúnen. Sonríen como dos personas que se quieren, con el leve sonrojo de mamá, con los ojos brillantes de él.

Observo a mis hermanos, no sé cuál de los tres está más sorprendido.

– Les presento a Maximiliano –dice mamá y clavo la mirada en el castaño casi rubio.

Sus ojos son de ese tipo que cambia de color según la luz del sol. Aparenta, al menos, dos años más que mamá y tiene esa sonrisa que solo algunas personas poseen. Una sonrisa que te tranquiliza. Una sonrisa que te da calma, que te da la certeza de pertenecer a alguien confiable. Una sonrisa que me da seguridad.

Nadie dice nada y el ambiente se vuelve incómodo. Las conversaciones ajenas se hacen presente porque, de verdad, el silencio de nuestra mesa es demasiado fuerte. Jamás un silencio me había parecido tan ruidoso.

Carraspeo, pero no logro que ninguno de mis hermanos diga nada. Mamá y Maximiliano intercambian miradas. Me siento incómodo. Y me río.

Suelto una carcajada que llama la atención de las otras cuatro personas con las que estoy reunido.

– Perdón –digo cuando la risa se me calma–. Es que te llamas Maximiliano –le indico y él asiente con esa sonrisa que tiene–. El diminutivo es Max, como el caballo de Rapunzel –menciono y mi hermana suelta una risa.

– ¡O como el Bobtail de la sirenita! –Grita Bruno y le doy la razón.

– ¿El de Barbie no se llama también Max? –Pregunta mi hermana y asiento.

– Steel, el novio –le digo y los tres reímos.

Mis hermanos dejan de prestarme atención cuando se encargan de preguntarle a Max cosas como: ¿Tienes perros? ¿Te gusta Barbie? ¿Qué películas has visto?

Observo a mama y ella me sonríe, «gracias» la noto susurrar y me encojo de hombros antes de volver a la conversación.

– Un placer Maximus, soy Jandry –me presento y él suelta una carcajada.

– Me encanta Maximus –añade y sonrío.

Los platos llegan, aunque Max tiene que pedir y decidimos esperar hasta tener todos los platos antes de comer. Nos entretenemos preguntándoles cómo se conocieron. Y él sujeta la mano de mamá antes de comenzar a relatarnos.

– Trabajo en bienes raíces y estaba en una venta cuando un vehículo comenzó a pitar como loco –ríe y mamá le da un golpe en el hombro–. Recuerdo que salí y vi a un hombre rubio el volante, me acerqué a explicarle que me diera unos minutos porque era verdad y yo estaba mal estacionado –hace una pausa para observarla–. Entonces su madre sacó la cabeza por la ventana y gritó: “Augusto, vámonos”. Decidí hablar con ella, explicarle y me gritó que no molestara.

Max ríe, mamá ríe. Mis hermanos y yo nos limitamos a sonreír y mirarlos. Suena bonito.

– ¿Y salieron o cómo? –Pregunto y él niega.

– Tomé las placas –responde, sonriendo, como si le resultara súper gracioso lo que hizo–. Terminé en su Instagram después de buscar un poco y, finalmente, respondió. Así que la invité a comer.

– Era para que dejaras de molestar –le recuerda mamá y él encoge los hombros.

– Pues aquí estamos así que no te funcionó –se observan.

Me siento feliz por mamá. Han pasado cinco años. Sé que lo de papá le dolió muchísimo, estuvo súper triste durante mucho tiempo. Ella merece seguir con su vida y me alegra saber que es con un hombre que tiene aquella sonrisa. Estoy seguro de que papá también lo aceptaría.

Siento algo en mí pecho doler y algunas lágrimas se juntan en mis ojos. Agacho la cabeza mientras la idea flota un poco más en mí mente. Papá estaría muy feliz viendo que ella continúa con su vida, estaría sonriendo y diciendo algo cursi mientras le asegura que lo merece. Mientras le desea que sea muy feliz. Que viva. Que sea ella.

Joder.

– Jandry –llama la voz de mamá y alzo la cabeza.

Las lágrimas resbalan por mis mejillas y aquello me desubica. Yo no lloro.

Me pongo de pie y huyo hacia los baños, no es complicado encontrarlos. Tienen un sello y su nombre en inglés para indicarme por dónde ir. Ingreso lo más rápido que puedo y me observo en el espejo. Pienso en papá. Y no puedo evitar extrañarlo.

Sabía que en algún momento mamá seguiría con su vida, pero sigo sintiendo que es pronto. Yo sigo extrañando a papá como el primer día.

– Hey –dice una voz que aún no logro guardar en mi memoria, pero sé distinguir.

Volteo y lo miro. Su sonrisa me tranquiliza y aquello solo aumenta mis ganas de llorar. Aquello solo podía hacerlo papá y no quiero que nadie más lo intente.

– ¿Quieres hablar? –Pregunta Max y niego–. Oye –su acento americano me hace soltar una risa. Papá no se parecía en nada a él–. Sé que es difícil –dice y se apoya contra el lavabo.

– ¿Qué cosa? –Pregunto como si no supiera y él expande su sonrisa, como si de verdad comprendiera.

– Que tu mamá siga –confiesa y agacho la cabeza–. Me pasó lo mismo y puedo comprenderte, no es sencillo –no respondo–. Pero, Jandry, yo no quiero ocupar el lugar de tu padre –alzo la cabeza– sé que nunca lo conseguiré y por eso no es lo que quiero. Quiero ser una compañía para ustedes, un amigo, pero no planeo reemplazar a alguien que fue tan importante para ti.

Asiento sin decir nada. Quizá tenga razón. Quizá no sea solo un reemplazo, quizá es un nuevo papel. Pero eso no hace de lado lo mal que se siente saber que papá no está.

– Lamento lo de tu padre. Te pareces mucho a él –sonrío y niego–. Claro, en físico Sebastián te gana –admite– pero en personalidad eres igual, ¿Viste cómo salvaste la conversación fuera? Eres, sin duda, la calma dentro de tu familia y eso no creo que lo consiga cualquiera.

– Basta –digo con una sonrisa en los labios–. En español eso es ser lame botas.

Él hace una mueca al no comprender la lógica de lo que digo. Hay que enseñarle español.

Me da una palmada en el hombro y salimos. En la mesa mamá habla con mis hermanos. Sonreímos al estar frente a ellos y la comida sigue con normalidad

Al salir lo tengo más presente que nunca: papá se sentiría muy feliz con Maximiliano.

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