capitulo 12.

– ¿Qué tienes Jandry? –Pregunta mamá, obligándome a alzar la mirada.

Dejo de pinchar la manzana con el tenedor y me encojo de hombros.

Es miércoles y no sé nada sobre Amanda desde el Lunes. Mamá me observa fijamente con aquella mirada que tiene de reproche total, algo que grita "si no comes te pondrás mal" y vuelvo a concentrarme en la manzana.

Mi desayuno se basa en manzana y uva cortada, todo, en un plato con yogurt de durazno. Mamá trato de convencerme de comer otra cosa. Una de las ricas tostadas que hizo, un poco de jugo, algo de leche, ¿Quizá una taza de té? Alguna otra fruta, granola, tortitas de papa con queso y jamón.

Dijo «solo pide, iré a hacerlo» y cuando me volví a negar suspiró resignada antes de dejar que comiera mis frutas.
Suelto un suspiro.

– Jandry –vuelve a llamar mamá y Amy suelta un fuerte suspiro de frustración.

– Mamá, no se siente bien –le dice–. Su amiga no ha ido al colegio dos días y está como loco tratando de encontrarla.

La observo, una parte de mí quiere gritarle que sí le pagan por estar de metida en mi vida, pero otra parte, una más racional, siente intriga sobre cómo se ha enterado.

– ¿Una chica? –Pregunta mamá en voz alta y, cuando alzo la mirada, noto cierto grado de ilusión en su mirada.

Me remuevo incómodo.

– Amiga –señalo y la veo sonreír.

– Pero chica –repite y asiento, finalmente, agotado.

– No le des importancia, mamá –interrumpe mi hermana–. Si supieras lo que dicen de ella... –hace una pausa que me molesta–. No es nadie especial.

– ¿Y tú quien te crees para decir eso? –Recrimino soltando el tenedor el cual cae en la mesa y se mece un rato sobre el vidrio antes de detenerse.

– Jandry –me regaña mamá–. Amy, no hables así de alguien que no conoces –le indica y ambos nos callamos.

Todos siguen comiendo, pero yo me limito a observarlos. Así se nos pasan los minutos hasta que ellos concluyen. Mientras tanto yo ya canté mentalmente toda la canción de Arjona. Cuando mamá limpia las comisuras de sus labios con la servilleta, toma un trago de agua y posa su mirada en mí quizá dispuesta a decir algo, el rubio hace acto de presencia.

– Buenos días –saluda y todos respondemos en coro–. Para indicarles que ya podemos salir, así podrán llegar con unos minutos de antelación.

Sale y pierdo de vista sus ojos grises. Vuelvo la mirada a mamá, pero ella ya no parece dispuesta a decir nada. Nos despedimos al ponernos de pie justo cuando una mujer sale de la cocina.

– Stella, buen día –le digo a la mujer que ya aparenta más edad. Seguro tiene unos cincuenta

– Joven Jandry –dice antes de disponerse a recoger los platos y le sonrío.

– Te ayudo, tranquila –le indica mamá y ambas se ocupan en eso mientras, con mis hermanos, nos dirigimos a la salida.

Doy un paso fuera de casa y una ráfaga de aire me da en el rostro. Inhalo profundamente y comienzo a caminar por el pequeño camino que me separa del automóvil. El césped se ve amarillo y hay partes donde es únicamente tierra, pero lo que no está muriendo o agonizando, se encuentra lleno de hojas naranjas y rojas que se han desprendido de los árboles. Sonrío observando el cielo gris y el contraste hermoso que tiene con el paisaje.

Llevo quince años viendo la misma escena cada tantos meses y siempre siento que es la primera vez que lo veo todo. Y me encanta sentir que cada vez es más diferente, aunque en el fondo nunca lo sea. Quizá peco de hacerlo especial solo en mi cabeza, pero igual, para mí tiene significado.

– ¡Jandry! –Grita mi hermana desde la ventana del coche.

Suelto una queja y murmuro algo que ni yo logro comprender. Desvío la mirada de ella, pues aunque ya hablamos sigo sin sentir esa necesidad de recordar que en el fondo es mi hermana. Aunque es así. Ella es mi familia, la veré todos los días, no es sencillo ignorarla si la tengo frente a mí durante desayuno, almuerzo y cena.

– Chicos –habla Augusto cuando cierro la puerta detrás de mí–. Su madre me pidió que les informara que quiere hablar de algo con ustedes esta tarde, después de clases, así que los llevaré a un restaurante acabada la jornada –nos informa antes de encender el motor.

Observo a mis hermanos de forma rápida. Intercambiamos miradas entre los tres y es obvio que aquella información nos resulta rara. Estuvimos con ella hace apenas unos minutos y no nos comunicó nada. Esto solo grita que algo malo sucede.

No decimos nada mientras el automóvil avanza por la vía. Me quedo observando al asiento que está enfrente a mí. Y ahí me quedo. Perdido en mis pensamientos, tratando de descifrar la razón por la que mamá quiere hablar con nosotros en un restaurante. Un restaurante. Algo no me cuadra. Me estoy perdiendo de algo, pero de qué.

El auto frena unos minutos después mientras mi mente sigue procesando la información. He sacado más de diez conclusiones, pero siempre termino echándolas a un lado porque son poco realistas. Sea lo que sea, mamá sabe lo que hace y si decide que es algo importante y es necesario hablarlo en otro lugar, que así sea. Confío en ella.

Abrimos las puertas y descendemos los tres al mismo tiempo. Amy baja por mi lado y me observa, nuestras miradas chocan y la veo asentir. Repito su acción antes de cerrar la puerta, hasta eso Bruno ya se encuentra a nuestro lado. Nos despedimos del chófer y el carro se pierde dejando un pequeño rastro de humo detrás. Quizá sea solo polvo. Quizá solo mi imaginación. Pero puedo jurar que lo veo.

Doy vuelta sobre mi eje y avanzamos los tres, mi cabeza no logra procesar nada y me quedo en blanco, como si hubiera usado todas mis neuronas. Avanzo un par de metros y la veo, de pie, muy quieta, como si tuviera miedo de que haya un terremoto si se mueve.

Me ve. Algo se oprime en mi estómago cuando nuestras miradas se cruzan. Sonríe, se le marcan los hoyuelos y, sin pararme a pensarlo, avanzo hacia ella con paso decidido.

– Viejito –dice, pero antes de que pueda continuar, la interrumpo.

– Tonta –le digo.

Y la abrazo.

Así, a lo loco. A mí no me gustan los abrazos. Me cuesta mucho el contacto físico, pero la abrazo. Mi corazón late con fuerza cuando ella toca mi espalda, correspondiendo, suspiro y la aprieto despacio contra mi pecho, como si de verdad fuese a haber un terremotos y en mis planes estuviera servirle de escudo humano. Relamo mis labios para humectarlos y me alejo casi de golpe cuando me doy cuenta de lo que estoy haciendo.

Mi rostro arde.

Los pensamientos me inundan.

Todo me jode.

– No hagas eso otra vez –le advierto y ella sonríe, asintiendo.

– No volveré a irme así, lo juro.

– Promételo, para mí son más importantes las promesas –le indico y ella asiente, como si comprendiera a la perfección.

– Lo prometo, Jandry.

Suspiro y vuelvo a sonreírle. Y me voy. Así, a lo loco. No digo nada, simplemente me pierdo dentro del edificio y no vuelvo a hablarle. En mi cabeza todo dejó de existir, solo puedo preguntarme por qué hice eso.

¿Por qué. Hice. Eso?

Joder.

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