capítulo 11.
El lunes por la mañana nos encontramos camino al colegio. No he podido aún hablarle a mi hermana. No la observo y no siento la necesidad de cambiar eso por ahora.
Confío en que me acercaré cuando me sienta listo, pero temo no sentirme listo nunca.
En esta ocasión también nos acompaña Bruno, él comienza sus clases esta semana y oficialmente se puede decir que los hermanos Williams han empezado su período lectivo.
Llevo un libro sobre mi regazo, leo todo con cuidado tratando de no perderme ninguna línea. En mi mente se dibuja la silueta de cada acción realizada por los personajes. La veo a la chica con el chico enfrente, demasiado cerca e incluso llego a percibir los latidos desenfrenados de su corazón. Él le gusta, terminaron hace tiempo, pero lo sigue queriendo y es obvio que el sentimiento es mutuo.
Siento el coche frenar y ubico el separador en medio del libro, justo en la página donde me quedé. Lo cierro y bajo ni bien Augusto nos despide con una sonrisa, avanzo sin pensarlo dos veces con el peso de mi mochila en la espalda. Amy me queda viendo. Nuestras miradas conectan y da un paso hacia mí, pero niego y de forma instintiva doy un paso hacia atrás. La señal es clara: no me siento listo. Ella asiente, sonríe y se despide con un movimiento de mano. Doy un leve asentimiento con la cabeza y tomo la dirección contraria, hacia el otro edificio.
Me sorprende no encontrar a Amanda por ningún lado, es una persona difícil de no notar. Sobre todo porque parece disfrutar aquello, como todos.
Espero unos minutos a ver si aparece, pero no lo hace. Aún con cuaderno en mano, me dirijo hasta su salón, ahí ya va más de medio curso que ha llegado y ella aún no se hace presente. Cuando toca el timbre sé que debo irme y así lo hago. Entro a mi salón justo poco antes de que lo haga la profesora.
La mujer de lentes y falda tipo secretaria, comienza a hablar en un inglés fluido antes de pasar al español. Da indicaciones básicas, saludos, abecedario, algunas preguntas y practicar. Mientras los demás se traban tratando de decir países, Gonzalo y yo compartimos una conversación fluida que, por suerte, nadie entiende por completo. Quizá solo la profesora que nos observa con atención y sonríe.
– ¿Oye, has visto a la chica esa de la cafetería? –Le pregunto y él niega.
– No. Ni idea –responde–. La verdad no sé ni quién es, pero no me buenas vibras, ¿Por qué? –Indaga.
– Es mi amiga –contesto de forma honesta y él enarca una ceja con confusión.
– ¿Desde cuándo tienes amigas así?
– ¿Estás diciendo que no puedo tener amigas? –Me cruzo de brazos y él niega inmediatamente.
– No, Jandry, qué va –hace una pausa, soltando lentamente el aire que retenía–. A ver, no es por hablar mal de tu amiga, pero la viste el otro día y no es la clase de persona que yo conozco y te agrada.
– ¿Porque es rara no puede ser mi amiga? –La profesora parece más interesada de lo normal y aquello no me agrada.
– Hombre –menciona–. No es lo que quería decir, solo que no es tu tipo, pero adelante, continúa. Solo…
– ¿Solo? –lo insto a hablar y vuelve a suspirar.
– Ya sabes, no tienes mucho contacto con chicas, ten cuidado cuando estén cerca y solo…
Vuelve a hacer esa pausa, pero esta vez logro deducir por dónde va.
«Solo no te vayas a enamorar de la chica rara». Claro que no. No porque sea mi primera interacción cercana con una chica significa que me voy a enamorar de ella a lo inmediato. Él debería tenerme fe.
– Entiendo, no pasará –le digo y él parece relajarse.
Después de eso la charla se mantiene en inglés, sobre todo cuando la profesora abandona el salón.
Las horas transcurren con normalidad. Cuando puedo notarlo ya pasaron incluso las horas del receso y otra vez nos encontramos, junto a Gonzalo, sentados en el salón. Esta vez entra un profesor, observo con atención lo que nos dirá pues él imparte una de esas nuevas materias que tenemos, son extensiones de las materias de años pasados, pero mi memoria es bastante selectiva en ese aspecto. Se peina el cabello rubio y mis compañeras le sonríen cuando él les pregunta si van entendiendo.
Suelto un suspiro y, levantando la mano, pido permiso para ir a los baños. Se me concede, pero, contrario a lo que se supone debo hacer, cambio el trayecto y me dirijo hacia su salón. Camino a paso decidido y cuando llego, observo por el ventanal. No la veo.
– Señor Williams –saluda la profesora que está encargada como tutora de curso en mi salón.
– Es Jandry –le indico y ella sonríe.
– Jandry, ¿Buscaba a alguien? –Asiento.
– Amanda Reyes –digo con seguridad como si yo fuera todos los días a verla.
– No, la señorita Reyes no vino –me informa y evito hacer cualquier gesto que exponga la desilusión que me causa oír aquello.
– Gracias –me limito a responder.
Doy media vuelta sobre mis pasos y regreso al salón. Ahí el profesor me indica que ingrese y así lo hago. Tomo asiento con una punzada de incertidumbre pegada en el pecho, se hunde cada segundo un poco más hasta calar lo más profundo de la piel. Se expande en la sangre a través de las venas, me contamina de a poco. Y la preocupación me invade. Qué podría haberle pasado.
Será que se metió en problemas con esa persona que quiere. ¿Y si la secuestraron? ¿Es un acto de amor? ¿Un acto rebelde? ¿Sus amigas lo sabrán. ¿Quién sabrá su ubicación exacta?
Me propongo algo: en la salida le preguntaré a la castaña con la que estuvo el día de la cafetería. Ella debe saber algo.
Las horas, por primera vez, me transcurren con demasiada lentitud. Bostezo cada minuto y aquello logra impacientar a Gonzalo. Pronto él también se siente cansado, pero, sobre todo, estresado por mi actitud.
Seguro cree que me preocupo porque me gusta, pero no necesito tener una razón romántica para querer saber si está bien. Es mi amiga y desapareció sin avisarme el viernes que no estaría.
Claro, no hablamos mucho, no sé nada de su vida, pero si somos amigos, algo así se dice: «no vendré el Lunes, tengo planeado hacer un video sobre cómo no saltar un avión, no te preocupes». No sé, algo así, loco como ella.
Acaba la jornada, agarro mis cosas y corro por el pasillo mientras los salones se vacían. Escucho a Gonzalo llamarme, primero en inglés y luego en español, pero avanzo, no puedo dejar que se vaya la chica. Por suerte, cuando llego, el salón aún no se vacía, pues los retiene la profesora de la última hora. Cuando finalmente da la orden de irse, el salón comienza a vaciar y ahí, con una mochila azul colgada en el hombro, la veo salir. Es la castaña.
– Hey –la llamo cuando me encuentro frente a ella.
– ¿Jandry? –Duda y asiento, sonríe y pronto se nota nerviosa, pero eso me interesa poco o menos.
– Amanda Reyes –le digo y ella niega.
– Zoé –responde y evito hacer cualquier mueca que la haga desconfiar de mi.
– Que si vino Amanda Reyes –ella niega.
Asiento antes de agradecerle y regresar, otra vez, sobre mis pasos.
La preocupación se convierte en una opresión en el pecho, justo entre las costillas. Algo que impide el paso del aire.
El camino a casa es largo, como todo el día.
El libro me importa poco o menos, necesito saber, necesito que alguien me diga para poder estar tranquilo y sin creer que murió o algo.
Quiero saber: dónde mierda se metió Amanda.
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