capítulo 10.

Muerdo la barra de cereal y hago una mueca. Sabe a chicle y aquello lo hace dulce, delicioso, pero la textura no me hace sentir del todo cómodo. Igual, mastico hasta tragar. Disfruto las pequeñas bolitas de granola y cereal siendo trituradas por mis dientes y dejando salir su sabor natural a chile que se mezcla con mi saliva y me crea una pasta en la boca.

Finalmente trago y siento la papilla resbalar por mi garganta hasta que le pierdo el recorrido.

Mamá sale de la cocina con un platillo donde lleva una gran variedad de dulces y, en un envase a parte, un poco de uvas y manzana picada. Antes de que mis hermanos se lancen sobre los dulces, ella me pasa mi porción de frutas y le sonrío. No soy mucho para el dulce que no sea natural y mamá lo sabe. Agradezco aquello porque siempre me separa fruta para mí.

Mis hermanos engullen las tostadas con Nutella y yo dejo la barra de cereal a un lado mientras agarro una uva y me la llevo a la boca. Mamá se sienta en el sofá adyacente al mío y le da al botón que reproduce la película en la pantalla. Vemos Enredados por petición de mi hermana y todos disfrutamos la película.

– ¿Quieres? –Pregunta Amy, mostrándome su pan. Niego.

– No me gusta el chocolate, gracias –le indico al ver cómo la Nutella se mancha en el pan blanco.

– Sabe rico, prueba –grita, poniéndose de pie y acercándose a mí.

– ¡No! –le digo cuando embarra su dedo en la crema y se acerca a mí fruta. Quito el plato, pero ella me sigue.

– Amy –la llama mamá, pero es tarde.

Mi hermana embarra el dedo sobre mis labios cuando nota que no alcanzará el plato que ya moví hasta el lado contrario en el que está ella. Siento algo en mí arder cuando siento el sabor del chocolate en mi boca a pesar de que no lo he probado directamente.

Observo a mi hermana mientras ella ríe, pero la sonrisa se le borra de inmediato cuando me observa. Me limito a eso, a verla. No digo nada, no me muevo. Quiero gritarle, pero sé que mamá me regañará.

– Estrellita –dice mamá cuando me pongo de pie dejando el plato sobre mi lado del sofá.

Sin escuchar a nadie, subo las escaleras, recorro el pasillo y me encierro en mi habitación. Abro la puerta del baño y me pierdo dentro para limpiarme los labios. Una sensación extraña se apodera de mí.

Siento impotencia, ¿Por qué no puede escuchar lo que digo una sola vez? ¿Por qué mierda le cuesta tanto meterse en ese trozo de masa cerebral que tiene que no me gusta el puto chocolate?

Seco mi rostro con rabia cuando el chocolate sale por completo. Pongo picaporte a mi puerta y me tiro sobre la cama, observo el techo y pienso en papá. Las estrellas me miran desde la parte de arriba, me observan mientras yo a ellas. Y papá me susurra que debo respirar, pero no puedo.

¿Por qué jodida razón mi hermana no entiende y respeta mis decisiones? Lo odio. Odio eso, que alguien más me diga qué hacer, siempre me ha costado aceptar que la gente escoja por mí. Debido a eso no tengo una buena relación con el abuelo.

Siempre se enfocó en criticarme, en compararme con quién llegase y odio eso. Odio sentirme tan impotente, sentir que no tengo voz ni voto en mí propia vida.

Leves sonidos a mi puerta interrumpen mis pensamientos.

– Jandry –dice la voz de Amy–. Lo siento –pero no respondo.

No pienso hablarle hasta que me sienta emocionalmente mejor. No pienso hablar con nadie hasta sentirme bien. No quiero hablar con nadie. Por lo general, así soluciono mis problemas emocionales.

Enfrascándome, tratando de guardarme del mundo.

Cierro los ojos y pienso en lo que papá solía decirme cuando me molestaba con Amy antes, porque, claro, no es la primera vez que ocurre. Mi pelea radical con mi hermana comenzó, básicamente, cuando nació. Cuando quería todo lo que era mío, cuando comenzó a copiarme, cuando se metió en la cabeza esa idea de que tenia algún derecho de socializar conmigo.

Bueno, no. La primera vez que me molesté con ella fue cuando tenía siete y medio, poco después de aquella escena en la cocina. Mi hermana tenía un gato y el muy peludo se había subido a la mesa durante un almuerzo, ella lo había visto. El felino agarró el trozo de pollo que me tocaba a mí, que estaba en mi plato, y se lo llevó. Amy no hizo nada. Solo se ría y esa tarde no comí. Los abuelos tampoco dijeron nada. Bueno, el abuelo no dijo nada, el abuelo estaba concentrado en halagar a Bruno, admirar su parecido a mi padre.

Que si tenían la misma sonrisa, que sí Bruno tenía hasta las mismas reacciones. Mi hermano se sentía incómodo. Papá estaba incómodo. Yo estaba molesto. Y de pronto aquel «Jandry, fíjate, tu hermano idéntico a su padre, un niño muy bonito». «También es mi padre», fue lo único que respondí y esa fue la primera vez que me escondí en mi habitación hasta sentirme mejor.

Papá fue a verme apenas unos minutos después, cuando trató de dar vuelta al pomo de la puerta y no lo consiguió, fue por las llaves. Irrumpió en el lugar, que para ese entonces estaba pintado de gris, y se sentó en mi cama, junto a mí. Me limité a hundir la cabeza en la almohada antes de que él hablara, porque siempre tenia algo que decir.

«Los adultos son raros, ¿No crees?» Mencionó cuando sentí su peso a mi lado.

El colchón se hundió más cuando se recostó observando el techo, copié su acción y lo escuché soltar un suspiro.

«Lamento lo que te dijo Alfred, pero no es verdad. Eres mi hijo y te amo». Lo abracé y le conté lo de Amy. Lo del gato, lo que, por alguna razón, dolía y molestaba a grados iguales. Se lo conté porque papá era la única persona en la que confiaba, era mi mejor amigo, el que se reía de mis chistes y siempre estaba dispuesto a oír mis historias.

Porque confiaba en él y a su lado me sentía cómodo, escuchado, entendido. Me sentía bien.

«Estoy seguro de que no fue intencional, puedes quedarte aquí el tiempo que lo necesites, hasta que te sientas mejor y cuando estés listo para hablar con tu hermana sobre lo que te molesta, será tu decisión, estrellita».

Sonrío ante el recuerdo. Será mi decisión.

No es culpa de Amy ser en mi vida lo equivalente a un dolor de dientes insoportable, pero lo es. Desde que mordía mis juguetes y me explotaba los balones que papá compraba, desde que se robaba mi ropa, que a todos en la escuela les decía que su hermano mayor era muy rápido de enojar y que si se metían con ella yo la defendería. No era cierto.

Era más probable que si ella tenía una pelea con alguien, ese alguien fuera yo. Desde que se metía a mi habitación sin mí permiso para “asustarme” cuando llegara de algún lugar. Desde que quiso entrar en mis planes con mis amigos, me pegaba por todo, me gritaba por todo y se quejaba por todo.

Admito que mi hermana es una buena compañía, se preocupa por mí y es considerada cuando le nace, pero únicamente cuando le nace, caso contrario es como ser Calamardo y pasar todo el día encerrado oyendo la risa de Bob esponja.

Abro los ojos y saco el celular, ya rendido de pensar. Me cuesta mucho darle espacio a mis sentimientos y aún más cuando traen consigo pensamientos o recuerdos. Las emociones son algo muy delicado con lo que nunca he logrado simpatizar.

Son como el amor imposible que tendría si mi vida fuese una novela escrita. Las emociones son esa persona que quiero, pero de la cual me encuentro separado por un muro, no literal, que nos impide conectar y entendernos. Yo corro de ellas, me escondo, las atrapo y las guardo, las ignoro o las alejo, pero ellas solo quieren atención.

Abro YouTube y me distraigo con videos, es agotador esperar a que algo desaparezca por sí solo. Es decir, puedo bajar, pero sé que ver a mi hermana me molestaría. Imagino su rostro y la voz se me corta, mis labios se unen sin el más mínimo intento por abrirse para decir algo. Suspiro.

Quiero volver al colegio.

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