capítulo 1.


“No es quien te roba el corazón, si no quien te hace sentir que lo tienes de vuelta” leo y ahogo un grito mientras sacudo los pies en mi cama con emoción.

Cierro el libro y tiro el celular a un costado mientras mentalizo un segundo la frase. Sonrío al imaginar un amor así y parpadeo despacio al notar el leve ardor de mis ojos.

Pronto, mi ojo izquierdo derrama una pequeña lágrima que solo me causa más ardor.

Me siento de un impulso, cerrando ambos ojos con fuerza. Cada día estoy más convencido de que me quedaré ciego por leer en la oscuridad.

– Jandry, ya despierta –menciona mamá desde fuera de mi habitación.

Rápidamente, me tiro sobre la cama, cubro mi cuerpo hasta el cuello con la cobija y escondo el libro bajo la almohada. El brillo que emite la linterna del celular deja de ser visible cuando, a la vez, lo cubro junto a mi cuerpo.

En el instante en que cierro los ojos, la puerta se abre y un brillo intenso se expande por mi habitación. Me quedo unos segundos callado. Después de años de experiencia, uno aprende que para fingir que está dormido no debe despertarse apenas enciende la luz, es cuestión de darle unos segundos.

No muchos porque es raro, ni muy poco porque se vuelve sospechoso. Solo los justos.

– Jandry –repite mamá y esa es mi señal para lanzar el primer quejido.

– Mhm –es todo lo que respondo, sin moverme ni abrir los ojos.

– Sé que estabas despierto. ¡Arriba! –. Ordena y decido presionar los ojos con fuerza para acoplarme a la luz–. Jandry Williams, soy tu madre desde hace quince años. Sé cuando te desvelas, ahora levántate o no te compro más libros.

Con esa última amenaza mi cuerpo rebota en la cama hasta sentarme, me llevo parte de la cobija conmigo y la linterna del celular vuelve a brillar. Mamá se cruza de brazos y me sonríe de forma irónica mientras niega, quiero pensar que con orgullo.

– Cada vez lo haces mejor, felicidades –sonrío con orgullo aunque sé que para ella no es un logro.

– ¿Qué me delató? –. Cuestiono, agarrando el celular para apagar la luz que aún emite.

– Que te levantaste cuando dije lo de los libros –suelto una queja involuntaria y eso consigue hacerla reír–. Cuando duermes, de verdad, puedo entrar a tu habitación usando una bocina en su volumen máximo y aún así no la sentirías. Además, roncas –concluye antes de darme la espalda y salir de mi habitación.

– ¡Yo no ronco, mamá! –. Me quejo a la vez que me deshago de la cobija, que aún me cubre, para ponerme de pie.

– Claro que sí, te voy a grabar –dice con su tranquilidad habitual

Siento mis mejillas arder, pero no adjunto nada más.

Deslizo los pies dentro de las pantuflas grises que siempre se mantienen bajo mi cama. Me estremezco ligeramente al sentir la suavidad que ahora cubre los dedos de mis pies. Dejo el celular tirado sobre la cama, paso una mano por mi cabello para ordenarlo un poco y salgo de la habitación sin pensarlo dos veces. Mamá ya se perdió de mi campo de visión, así que hago lo de costumbre. Avanzo hasta la habitación adyacente, se encuentra cerrada y en la puerta se lee de frente en letras rosas, y ñoñas como ella, el nombre de mi hermana.

«Amy» leo antes de girar el pomo de la puerta y darme ingreso dentro de su habitación. El interior es oscuro, pero mis ojos se adaptan con facilidad al ambiente y pronto logro reconocer la silueta de mi hermana recostada en su cama.

Avanzo hacia ella con lentitud, tratando de no chocar con nada, pues mi visión al suelo es más escasa de lo que me gustaría admitir. Avanzo frente al pequeño escritorio que tiene pegado a la pared junto a una pila muy larga de libros que nunca va a leer y yo acostumbro a robar. No se pierde mucho, la verdad, el único que vale la pena y aún así me confundió, además de que se me hizo tedioso de leer, fue el de Ana Frank.

– Amy –la llamo cuando me encuentro frente a ella–. Amy –insisto, pero la respuesta sigue siendo negativa de su parte.

¿Será que se murió? Por un lado: genial, ya no tendré con quien pelear porque use mis cosas, ni quién me lleve la contraria en todo y mucho menos alguien que me recuerde cada minuto lo que hago mal. Por el otro lado: no tendré a nadie que me abrace cuando veo arañas, que sepa que me llevo sus libros y no le importe, además, no tendré a nadie con quién discutir…

– ¡Amy! –. Llamo, esta vez alzando la voz.

Sujeto su brazo y la zarandeo con fuerza, hasta que consigo despertarla entre quejas y molestos lloriqueos.

– ¡Jandry, basta! –. Grita con voz infantil y chillona, como si fuera una niña pequeña.

– ¡Idiota, creí que estabas muerta! –Me quejo.

– ¿Te preocupas por mí? –. Cuestiona y aunque no puedo ver su expresión, sé que sonríe.

– No, pero quería ser yo quien te matara –digo, antes de soltar una risa y tirarme encima de la silueta que aún identifico en la oscuridad.

Mi hermana comienza a quejarse, moviendo brazos y piernas, parece decidida a sacarme de encima, pero no lo consigue.

Mi cuerpo aplasta el suyo casi completamente. Siento sus manos en uno de mis brazos, tratando de empujarme lejos con toda la fuerza del mundo, parece molesta, pero ríe al igual que yo.

– ¡Quítate de encima, animal! –Grita, finalmente.

– ¡A mí no me hables así, pedazo de aborto mal hecho!

– ¡Fui más planeada que tú! –Contraataca y suelto un gruñido en respuesta.

Sin detenerme a pensarlo, sujeto de sus hombros, o lo que creo que son sus hombros, y comienzo a sacudirla contra la cama.

– ¡Retráctate! –. Ordeno, sin dejar de sacudirla.

– ¡Nunca, Williams!

La luz se enciende de repente y me tiro al lado de mi hermana, cerrando los ojos en forma de reflejo. Mi vista se había acostumbrado a la oscuridad y el cambio de iluminación repentina me volvió a causar ardor.

Notó que Amy también se queja a mi lado, quizá con los ojos cerrados al igual que yo. Sonrío pensando que eso es karma, aunque también me esté pasando a mí. En ella es karma.

– Mamá dice que dejen de pelear y vayamos a comer –dice su suave voz y durante un segundo lo odio.

Me siento y le dirijo una mirada neutra, lo más que me permito ser con mi pequeño hermano menor. Lo observo de los pies a la cabeza. Tiene un peluche de hipopótamo en la mano izquierda y lleva puesta una pijama con estampado de unicornio. Que envidia de pijama.

– ¡Niños! –. Se escucha un grito desde la planta baja y, sin decir más, Bruno desaparece de la habitación.

– Podrías siquiera tratar de fingir que te agrada –dice Amy, captando mi atención.

– Es mi hermano, claro que me agrada, tonta.

– Parece que lo quieres tirar a la basura.

– Si. A ti también.

No digo nada más antes de saltar sobre mi hermana y bajar de su cama. Me pongo de pie, pues en ningún momento me deshice de mis pantuflas. Y sin esperarla, salgo de la habitación por el mismo lugar que salió mi hermano.

Se siente como el primer día del resto de mi vida y eso que aún no comienza el nuevo ciclo escolar. De hecho, comienza mañana, joder, que horror.

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