Día 1

Childhood/School/Dinner

-Niña, cálmate. – La voz de un muchachito resonaba a su lado, pero no atendía o siquiera se molestaba en voltear a verlo. Prefería seguir cubriendo el rostro húmedo con sus manos queriendo opacar los gimoteos que no podía controlar. – Deja de llorar. – Pidió el otro en un tono exasperado, pero más apagado.

El jovencito de cabellos negros y lacios no despegó su atención de la menor. Desde hace rato que la veía así de mal, con las mejillas enrojecidas y húmedas de tanto llorar.

¿Por qué se encomendaba en aguantar esa incómoda situación? Pensándolo, podría solo ponerse de pie e irse a jugar dejando a esa niña sola en su mar de lágrimas. Algo tan sencillo y simple, que de siquiera imaginarlo su cuerpo no reaccionaba, no podía.

No estaba seguro desde hace cuánto tiempo se había mantenido ahí, yaciendo sentada en la banqueta; tan pequeña y apartada de todos. Ni siquiera sabía la razón de su tristeza o de sus confundidos pasos que lo guiaron a con ella, posándose en el mismo asfalto a un centímetro de su hombro más bajo.

De solo posarse a un lado, creyó que con eso podía tener al menos una reacción diferente; que de igual forma lo viese y así parar un poco en su llanto. Si bien, quizá muy iluso de su parte, pues lo ignoraba olímpicamente.

¿Por qué seguía molestándose en seguir ahí? Incluso desde la distancia, sus propios amigos se preguntaban de la inesperada acción de separarse e irse con la menor. Más nadie se acercaba, tan solo lo dejaban ser y continuar con su propio juego esperando luego por alguna explicación.

-Huh... niña. – Quiso llamarla una vez más, aunque más acongojado. Deseaba tener su atención empezando por su nombre; detalle que desconocía completamente.

Días atrás, ella era algo muy diferente a lo que se veía ahora.

Desde que supo de su existencia dentro de aquella vida escolar, la pequeña de años más tiernos era un manojo de risas y juegos. Corriendo y tomando de las manos a los otros que siempre la acompañaban, compartiendo momentos estrepitosos que llegaban a taladrarle la cabeza, viviendo su propia infancia.

¿En qué momento y por qué eso había cambiado?

Sin haberse dado cuenta, de pronto sus oídos dejaron de escuchar a tierna niña y ruidosa. Y cuando persiguió la necesidad de saber de ella de nuevo, pudo encontrar el mismo rostro, pero no la misma energía y regocijo que la envolvía. Ni siquiera sus propios amigos la acompañaban.

Y fue cuando no evitó querer involucrarse.

Pensaba y retomaba aquellos soplos de alegría donde ella era protagonista de sus agitados panoramas dentro del patio de la escuela. Tentado en tomar sus tiernas manitas y decir que todo estaría bien, aun sin saber el motivo de su desolación.

En ese instante, el fuerte timbre sonó despertando a ambos de sus propios problemas internos, cosa que hizo que la niña despegara sus palmas de sus ojos y el joven pudo apreciar los parpados hinchados y sus mejillas sonrojadas.

Sin más, la niña se dignó en por fin verlo y al hacerlo, no causo nada en ella como él hubiese esperado; su mirada era acuosa y apagada, pero al menos dio señales de que no había sido totalmente ignorado.

Aun con los gimoteos, más quizá más tranquilos. Ambos se miraron, como si eso hubiese sido suficiente para distraerla al menos unos segundos de lo que sea que le atormentara. Había conseguido su objetivo inicial o eso pensó.

-Jolyne, el descanso acabó. ¡A clases! – Ahora una voz femenina los había distraído por segunda vez. La joven maestra de rubios cabellos y tal vez algo alborotados, había llamado con cierta demanda a la niña sin importarle su estado. Aquello había molestado de sobremanera al jovencito, pero dejó ser.

Jolyne, ahora sabiendo su nombre, sin más se levantó secando su rostro y sin mirarle siquiera una vez más, se fue con la rubia guiándola dentro de su respectivo salón de clases.

-Jolyne... - Pronunció expresando cierto alivio de al fin saber el nombre de la niña.

-¡Giorno! ¿Qué haces? Tenemos que regresar. – Ahora su turno de ser llamado. Sus amigos ya dando paso al interior del edificio, le convocaban o si de lo contrario lo castigarían.

Sin perder tiempo y estando consciente de ello, rápido se levantó y sin querer dar explicación alguna cambiaba el tema de que tendrían examen, haciendo que se olvidaran del asunto tan pronto como esperó.

Así también, podría olvidar unas horas a Jolyne.

...

Las clases pasaron y el timbre de salida por fin se había anunciado.

Giorno, como todos los días, saldría a con sus amigos y luego a casa. Relajado y con eso en mente, sus ojos dieron de nuevo con una cabecita trenzada y abatida, cargando con una mochilita de mariposa a su pequeña espalda.

Sus pies se detuvieron al momento de que aquella imagen le entristeciera. La niña de nuevo sola y sentada en una esquina de las escaleras que daban la salida. Suspiró no evitando la aflicción.

-¿Giorno? – Le hablaron de nuevo, ahora notando más las repentinas distracciones que ha estado teniendo su amigo. Este sin pensarlo mucho y al verlos ya con un paso afuera, decidió algo.

-Ustedes vayan, creo que me quedaré un poco más. – Había sonado tan desolado y decidido, que no preguntaron, aunque claro que lo harían, pero eso sería para el día siguiente.

Queriendo cambiar de estrategia, se acercaría un poco más a Jolyne. Rápido tomo asiento junto a ella descolgándose la mochila y de ella sacó un par de dulces. Para su suerte, ella no lloraba, más no quitaba esa aura de tristeza.

-Oye, niña ¿Te gustan los dulces de leche? – Su voz siendo más suavizada o eso pensaba, en realidad había sido bastante seria, había logrado que la pequeña mirara hacia la mano que se extendía a ella, pues ahora estaba más centrada a la realidad.

Sin mucha expresión, observó los dulces envueltos en papel metálico y luego al rostro de Giorno que se veía un tanto... extraña, como ella consideró. Si bien, asintió inocentemente, algo que causo satisfacción el joven.

-Bien... toma uno, el que quieras. – Aunque estos se viesen todos iguales, ella tomó el de en medio, lo desenvolvió y se metió la golosina a la boca sintiendo el dulzor en sus papilas. Los próximos minutos no se hablaron más y Giorno de igual manera saboreó uno de sus propios dulces.

Y ciertamente, a pesar de ser algo tan sencillo, fue un momento de tranquilidad para Jolyne, se supo acompañada y su vida pudo verse menos agria.

Después de que el caramelo se disolviera en sus bocas, la pequeña veía al frente sin decir nada y casi juraba el joven ser ignorado otra vez. Aunque ahora la niña ya no se hallaba tan triste, pues sus pues hacían un vaivén y tarareaba una canción, y ni idea de cuál sea.

La salida cada vez se encontraba más vacía y apostaba que la propia escuela también. Pensó en que podría ser algo aterradora la escuela sin un alma jovial y luego se preguntó, ¿Así siempre esperaba Jolyne? ¿Tan pequeña y sola a pies del exterior? Eso no le había gustado para nada y para su sorpresa, ella estaba bastante impávida a ese riesgo.

Cuando la volvió a mirar, ella ya se encontraba con un cuaderno y varios crayones con la envoltura del dulce a un lado de la hoja donde rayaba. No preguntó y solo dejó salir aire de sus pulmones parecido a un suspiro esperando a que alguien viniese por ella. Puede que su padre le regañe por llegar tarde a casa, pero era un riesgo que estaba dispuesto a aceptar.

Sin preverlo, sintió una manita jalarle su manga llamando su atención encontrándose con los grandes ojos expectantes en él.

-¿Cómo te llamas? – Simple y con su aniñada voz, preguntó con habitual inocencia de un pequeño. Giorno parpadeó confundido por lo repentino de su actitud.

-Eh... Giorno. – Contestó sin problema y la niña después de recibir lo que necesitaba obtener, de inmediato rayó en su cuaderno con un crayón azul algo que no dejaba ver al jovencito mayor.

Sin esperar mucho, la pequeña le vio de reojo tapando la libreta.

-Cierra los ojos, es una sorpresa. – Exigió y no asimilando con exactitud lo que pretendía Jolyne, Giorno solo le veía confundido. – ¡Que cierres los ojos!

-¡Claro, claro! Perdón. – Siguiendo el juego, se tapó los ojos cual pequeño de la edad de la niña y cuento volvió a hablar, quitó las palmas.

-Ahora, ¡Ábrelos! – Y en cuanto lo hizo, Jolyne le extendía lo que había estado haciendo en su cuaderno. El joven tomó la hoja arrancada y en ella veía los fuertes trazos que formaban a un niño de cabellos negros parecido más como un casco, la mochila del mismo color que la suya y su nombre mal escrito en una esquina. Pero lo que más le había llamado la atención, era la envoltura del dulce muy bien pegado con el adhesivo escolar usualmente usado para niños de dicha edad.

Posteriormente notó que en la esquina inferior, estaba la firma de la pequeña con un corazón.

No sabiendo que decir, miró a Jolyne que estaba bastante sonrojada evitando verlo. Con eso tuvo para conmoverse y sonreír.

-¡Wow, me encanta! Muchas gracias, Jolyne. – Por fin pudo ser capaz de dirigirle con más familiaridad al saberse aceptado. – Eres una gran artista, ¿Te lo han dicho? – Al mismo tiempo, ella sonrió bajando el rostro y se movió aun sentada queriendo estar más cerca de él.

Ambos supieron sentirse más cómodos uno con el otro. Después de aceptar su respectivo regalo, pudieron acompañarse lo más cerca posible.

¿Por qué antes se había negado acercarse? Y ese fue un pensamiento para ambos o quizá un sentir similar.

Aquella quizá nueva amistad habría dado inicio con las palabras que pronto saldrían de Jolyne o Giorno, pero para desgracia; los fuertes y apresurados pasos de un par de tacones les obstaculizaron.

-¡Jolyne, cariño! Lamento mucho la tardanza. – Una mujer castaña, ignorando o solo no dando cuenta de la evidente presencia de Giorno, tomó en sus brazos a la niña sorprendida con todo y cosas.

Quien parecía ser su madre, cargó el cuerpo más delicado y sin siquiera permitirles hablar, esta se fue con Jolyne en brazos dejando solo al jovencito. Si bien, una última y rápida mirada entre los niños bastó para que supieran cuán importante había sido esas dos horas para ellos.

No obstante, Giorno no se preocupó ni nada por el estilo, pues se prometía a sí mismo, que no sería la única vez en que se hablarían o estuvieran juntos.

Jolyne ya era una amiga para él.

Diez años después

El otoño ya estaba presente, las hojas tronaban bajos sus zapatos y el viento mecía sus cabellos dorados y sus distinguidas ropas.

Luego de haber regresado de Italia, necesitaba regresar a aquellas calles donde había crecido y rememorar promesas que no había podido cumplir. Cargando en sí sentimientos y recuerdos de una infancia feliz y de añoranzas de lo que pudo ser.

Sus pasos guiados por esa nostalgia, lo llevaron a una escuela primaria, una muy particular a decir verdad. Levantó la mirada hacia aquel edificio y de su bolsillo sacó una hoja doblada y visiblemente arrugada y vieja.

Aquel objeto, era un recuerdo materializado y al abrirlo, se encontró con el deteriorado dibujo de él cuando joven y con una envoltura en una esquina. Jolyne había sido su creadora, aquella que le extendió aquel inocente regalo.

Lo único que podía recordar de esa última vez; es que ella jamás volvió a verse dentro de esa escuela, algo que le había calado y angustiado.

¿Qué había sucedido con Jolyne?

Lo único que había podido averiguar, es que sus padres se habían divorciado y su madre había ganado la custodia de la niña llevándola lejos. Tal vez en esa época, él aún era muy joven de comprender cosas como esa, pero luego de que sus propios padres hicieran lo mismo pocos años más tarde, no evitó pensar en lo difícil que debió ser para ella, tan pequeña y pura...

-Jolyne... - Nombró esperando que ella estuviese bien, teniendo una vida plena a pesar de esas amarguras, tal y como él pudo avanzar. No obstante, también deseaba saber, más no sabría cómo hacer posible ese anhelo.

Perdido en sus recuerdos, el dibujo extendido en sus manos se liberó debido a la fuerte corriente otoñal. Giorno despertando sus alarmas y la preocupación de perder aquel objeto tan valioso, fue tras él no pudiendo evitar que este fuera directo al rostro de una transitante que se hallaba cerca.

-¡Huh! ¿¡Pero qué cara...!? – Sintiéndose de pronto atacada, exclamó la afectada queriéndose quitar el papel de la cara.

-¡Déjeme quitárselo! Una disculpa, este papel es... - Después de acercarse y retirar el dibujo del rostro, los orbes confundidos y los de Giorno chocaron directamente enmudeciéndolos. – Mío...

El rostro de la joven, había impactado al rubio a la vez que lo mismo pasaba con la de menor estatura. ¿Será posible?

-¿Jolyne? – Preguntó olvidando su cortesía o cualquier diplomacia, se le dirigió sorprendido y esperanzado. Ese era el mismo que había visto llorar una década atrás.

La joven por su parte arqueó una ceja tragando grueso.

-¿Sí? ¿Cómo sabes mi nombre?

Como si la hubiese invocado, Giorno sonrió feliz y como si el alma hubiese vuelto a él luego de tanto. Era el mismo rostro, el mismo nombre y el mismo lugar ¡Claro que era ella!

Entonces le mostró el dibujo sin responder con palabras; Jolyne al tomarlo, sus ojos se abrieron y necesitó ver al hombre que tenía en frente.

-¿Yorno? – Leyendo el nombre mal escrito en el papel, provocó una risa en el rubio teñido, eso descolocó a la menor.

-Giorno y sí. Soy yo, Jolyne.

Una risa nerviosa, pero a la vez impresionada salió de la chica.

Ambos se sonrieron no necesitando más explicación. Sus niños interiores lloraron y luego se abrazaron compartiendo el mismo sentimiento que han guardado por años.

Podrían iniciar lo que habían dejado pendiente. 

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Aquí el día 1 xd agradezco mucho que hayan llegado hasta aqui 💖 espero les haya gustado :3

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