Capítulo 4 (Editado)

A la mañana siguiente Alfred se despertó renovado; había pasado de casi no dormir por no parar de pensar en la situación de Arthur a dormir como un bebé por tener el problema ya encauzado. Claramente sabía que no se iba a arreglar el problema con sólo decir "Hey, te ayudo a buscar a tu asesino", pero el hecho de haber aclarado su mente y haber confirmado al inglés su ayuda ya le era suficiente para, al menos, relajar su mente por las noches.

Se levantó con un humor insólito en él por las mañanas y se dirigió rápido al cuarto de baño para ducharse y arreglarse para ir a clase. Arthur le había dicho que se quedaría en la sala de estar por las noches, porque se le hacía raro quedarse en el dormitorio de Alfred mientras dormía. El estadounidense le dijo que a él no le importaba, ya que, de hecho, originalmente esa era la habitación de Arthur y tampoco es que el fantasma pudiese hacer mucho en esta situación. Sin embargo, el inglés había sido firme: no quería parecer un acosador mirando a Alfred durmiendo toda la noche. Prefería quedarse en la sala, dar vueltas por ahí, hacer un amago de dormir y dar paseos de vez en cuando por el jardín. Entonces, Alfred tampoco insistió mucho más y le dejó hacer lo que quisiera.

Una vez acabó de arreglarse, fue a despertar a Matthew para que se metiese él en la ducha y después bajó a la sala/cocina para preparar el desayuno. Allí se encontró con Arthur que parecía esperarle con mal humor.

—Buenos días, Arthur —saludó sonriente Alfred y se dirigió directo a la cocina con buen humor—. Mi padre y Matthew bajarán en 15 o 20 minutos, así que podemos hablar con tranquilidad hasta entonces —comentó con seguridad mientras sacaba los ingredientes para preparar el desayuno de la familia.

Arthur, entonces, se acercó con cautela a la cocina y miró con curiosidad a Alfred. La verdad es que le daba la impresión de que sería la típica persona que le cuesta despertarse y que se iba a clase sin desayunar porque no le daba tiempo; pero parece que se equivocaba.

—¿Preparas tú siempre el desayuno? —preguntó el inglés para satisfacer su curiosidad y para tener algún tema de conversación que no fuese su asesinato. Iba a pasar tiempo con Alfred y le estaba haciendo el gran favor de ayudarle, por lo que tener una relación más o menos cercana le parecía correcto e, incluso, útil—. Pensé que sería Matthew el que te tuviese que cuidar a ti —dijo en tono de burla y se "apoyó" en la encimera de la isla.

Alfred miró durante unos segundos a Arthur un poco incómodo ante esas palabras y volvió a su tarea. Parecía que había tocado un tema que no debía. «Genial. Eres un crack, Arthur» se maldijo el inglés internamente.

—Matthew está enfermo. Tiene una enfermedad terminal para ser extractos —respondió Alfred sin tapujos, pero sin mirar al inglés a la cara. Al igual que el inglés, Alfred había pensado que sería mejor ser honesto con él: iban a "vivir" y resolver un crimen juntos, por lo que no tenía sentido ocultarle esas cosas—. Se la diagnosticaron hace dos años más o menos, por lo que no está muy avanzada. Además, está recibiendo tratamiento para que los síntomas se atrasen todo lo posible. De hecho, esa fue la razón principal por la que hemos venido a Londres.

Arthur permaneció en silencio por unos segundos intentando analizar las expresiones de Alfred, pero este parecía totalmente relajado contando el hecho de que su hermano sufría una enfermedad incurable. Estaba un poco en shock, no lo podía negar.

—Hey, tampoco hace falta que me mires así —dijo Alfred con un tono burlón al notar la preocupación en los ojos del fantasma—. La situación está controlada; no hace falta que te preocupes. Pero te lo digo porque si te quedas aquí verás toda la dinámica de la casa. Mi padre es muy sobreprotector con Matthew, que en cierto modo es lógico, así que a mi me tiene un poco como la criada de la casa. Lo bueno es que mientras haga las tareas en silencio, luego me deja en paz y tengo mucha libertad de movimiento, por lo que podremos investigar sin problemas —comentó con cierto ánimo y dejó los dos desayunos en la mesa.

Arthur creyó conveniente no abordar mucho más ese tema. Parecía más delicado de lo que Alfred quería hacer ver. Aunque lo comentase con un tono tranquilo y una sonrisa amigable en el rostro, se notaba que no estaba siendo del todo sincero. No es que conociese a Alfred tanto como para saber sus expresiones o su carácter, pero no hacía falta ser muy inteligente para darse cuenta de esto teniendo en cuenta lo poco que había visto en el instituto y en la casa.

—Sabes, yo también tenía hermanos: cuatro para ser más exactos —comentó para derivar un poco el tema—. Yo era el cuarto: tres hermanos mayores y uno pequeño, ninguna hermana. En mi caso no me tenían haciendo tareas del hogar, pero también tenía cierta libertad de movimiento. Ellos normalmente estaban ocupados en la empresa familiar y no teníamos una muy buena relación... Además, aquí donde me ves con el uniforme escolar en realidad era muy rebelde en casa —se rio con nostalgia.

—Eso explica porqué la gente se creyó que te escapaste de casa —respondió entre risas el americano y dio un sorbo a su café. Parecía que los desayunos que había preparado eran sólo para su padre y Matthew; él sólo estaba tomando un café.

—Ya... No tenía muy buena fama, lo admito —dijo con algo de sorna y se alegró al ver que Alfred se veía más relajado—. Eso sí, nunca me he drogado. Emborrachado sí, pero drogado no. Eh, no me mires así, aquí es normal que comencemos a beber antes de los 18 —le recriminó al ver la expresión de rechazo del estadounidense.

—Eso no implica que esté bien —sentenció Alfred con un tono serio, pero, justo cuando iba a continuar su intervención con una broma, escuchó a alguien bajando por la escalera—. Vienen mi padre y Matthew —avisó y dejó la taza vacía en el fregadero antes de salir de la cocina.

—Buenas días, Alfred —le saludó Matthew con su característico tono tranquilo—. Muchas gracias por prepararme de nuevo el desayuno, pero ya sabes que no hace falta —comentó con cierto reparo. En realidad se sentía mal de que su gemelo hiciese todo eso por él y él no pudiese darle nada a cambio.

Alfred antes de responder a eso miró con sutileza a su padre. Su expresión daba a indicar que no estaba contento con las palabras de su hijo y enviaba una señal a Alfred de que a la próxima realizase bien su tarea y no hiciese sentir así a Matthew. Era su deber cuidar a su hermano, pero tenía que hacerlo de tal forma que no le molestase o le generase una emoción negativa; es decir, quería que fuese como un fantasma. El joven suspiró resignado y palmeó el hombro de su gemelo mientras esbozaba la mejor sonrisa posible.

—No te preocupes, Matthew. Lo hago por gusto propio —fue una respuesta escueta, pero lo suficiente para calmar el malestar de su padre y para semi convencer a su hermano—. Voy a ver si ha llegado algo de correo. Desayuna tranquilo que aún hay tiempo —y antes de que Matthew se pudiese quejar salió de la casa para dirigirse al buzón.

—El cartero nunca viene a estas horas —comentó Arthur mientras le seguía. Había observado la recién situación y creía que ya entendía un poco la dinámica de la casa—. A la próxima inventa una mejor excusa porque sino Matthew sospechará y tu padre se molestará más. De hecho, a la próxima yo te aconsejo; soy muy bueno en inventar excusas —comentó con un tono burlesco.

—Lo tendré en cuenta para la próxima —Alfred se rio ante la actitud y el comentario del fantasma.

Quizá no parezca mucho para Arthur, pero para el estadounidense tenerle en ese momento era un alivio para su mente. Normalmente se quedaría rumiando por el carácter de su padre y ahogaría todas sus emociones. No tenía a nadie a quién quejarse de su situación en casa, por lo que siempre se había aguantado todas sus quejas y nunca había recibido el apoyo de nadie. Por ello, aunque fuesen comentarios superfluos, el saber que ahora alguien en cierto modo le apoyaba o, al menos, le hacía compañía era como una bendición para él.

—Hey, ¿ese no es Antonio? —las palabras de Arthur llamaron la atención de Alfred y miró a donde señalaba el inglés.

Su compañero de clase estaba parado frente al buzón de la casa. Para su suerte estaba de espalda a ellos viendo a la gente y a los coches pasar, distrayéndose mientras parecía esperar a alguien. Por tanto, no le había visto hablar con Arthur o, para desde su punto de vista, hablar con el aire. Arthur y Alfred intercambiaron una última mirada de complicidad como para transmitirse que estaban pensando lo mismo y se acercaron hasta el de ascendencia española.

—Antonio, ¿y tú por aquí? —preguntó Alfred intentando ser lo más casual posible.

—¡Ah! ¡Hola, Alfred! ¿No te acuerdas? Ayer hablamos de ir juntos a clase: Francis, Matthew, tú y yo —respondió con una sonrisa.

Alfred se maldijo un poco a sí mismo. Debieron hablarlo cuando estaba pensando en otras cosas; es decir, cuando estaba pensando en Arthur. Y seguramente había dicho que sí sin saberlo o directamente Matthew aceptó por ambos al verle distraído.

—Ah... ¡Es cierto! Todavía estoy medio dormido —soltó una risotada nerviosa intentando mantener las apariencias—. Pero, igualmente, aún queda mucho tiempo para que empiecen las clases y no se tarda tanto desde aquí. ¿Acaso madrugaste demasiado y decidiste venir a pasar el rato?

—Quería hablar un momento contigo antes de ir a clase con el resto —respondió sincero y sin tapujos. Su sonrisa se apaciguó un poco dejando de lado su calidez característica para dar una sensación de amenaza—. Si te parece bien claro.

Alfred en ese momento quiso mirar a Arthur para comprobar a partir de su expresión si este comportamiento era común en Antonio o no. Quería asegurarse de que esa sensación de peligro que se estaba generando en su pecho era infundada o no. Sin embargo, no era posible porque en esta situación parecería loco si mira a un lugar donde no hay nada así de repente. Por tanto, quiso interpretar el silencio de Arthur como una confirmación de que algo no iba bien para ser cuidadoso con sus palabras y para buscar formas de sacar información sobre el crimen.

—Claro, sin problema. ¿Pasó algo? ¿Seguro que no quieres decírselo también a Matthew? —preguntó haciendo el amago de dirigirse al interior de su casa para llamar a su gemelo, pero Antonio negó con la cabeza.

—No, no. Sólo contigo... Que, a ver... No es como si quisiera preocuparte ni darte miedo ni nada de eso —titubeó el de pelo castaño y suspiró con resignación. No parecía muy convencido de hablar de ello con Alfred—. Sólo quería advertirte de que si veías o si ocurría algo raro, vinieses a mi casa. Está bastante cerca de aquí. No tanto como la de Francis, pero bueno... Está cerca —Alfred intentó mantener su sonrisa.

Antonio le había dicho prácticamente lo mismo que Kiku. Eso podría indicar que ambos sabían algo, que podían estar compinchados en el crimen del inglés o que ambos eran inocentes de alguna manera. Entonces, Alfred dudó sobre cómo responder: dependía de sus palabras que Antonio soltase más información ahora y más adelante o que guardase silencio permanente. Intentó procesar las opciones lo más rápido posible, porque si se tardaba mucho el español podría sospechar.

—Kiku me dijo más o menos lo mismo —respondió nervioso y se maldijo por dentro. Seguramente no debía haberlo dicho de manera tan directa. De hecho, Arthur también maldijo al estadounidense y sintió ganas de estrangularlo. Dudaba de que fuera buena idea haberle pedido ayuda.

No obstante, al ver la expresión que hizo Antonio, ambos rubios tuvieron la sensación de que Alfred había respondido bien. Su sonrisa se había descompuesto por completo y nervioso desvió la mirada. Se dio la vuelta y empezó a murmurar cosas para sí mismo. Debía estar debatiendo sobre qué hacer ahora o podría estar pensando que era sospechoso que Kiku hubiese dicho eso o que podía hacer que él fuese descubierto.

—¿Antonio? —el estadounidense le llamó la atención, porque este se había ensimismado en sus propios pensamientos—. ¿Todo bien?

—¿Eh? ¡Ah, sí! No te preocupes. Sólo estaba pensando que Kiku se me adelantó. Quería yo ser el primero en ofrecerte mi ayuda, pero parece que llegué tarde —respondió recuperando su habitual tono alegre.

—¿Y eso? ¿Por qué necesitaría vuestra ayuda? —preguntó de nuevo Alfred. Ahora estaba decidido que la mejor forma de actuar con Antonio era ser directo, nada de preguntar con indirectas o ser sutil.

—Hay gente en este barrio que no es muy agradable y menos con los extranjeros. Entonces, por si acaso sucede algo, queríamos que supieras que tenías nuestra ayuda. Además, ayer se te veía bastante distraído, por lo que supusimos que ya debía haber pasado algo, pero me alegro si no fue así.

A primera vista, su explicación parecía sincera y verdadera. No parecía ocultar nada detrás de esa sonrisa y ese carisma suyo. Sin embargo, la explicación no encajaba con sus acciones. Si fuese por cuestiones de seguridad por sus vecinos, ¿lo normal no sería avisar también a Matthew y a su padre? ¿Por qué ambos se lo decían a él en privado? Si se lo hubieran dicho también a Matthew lo hubiera sabido, porque uno de los puntos favorables de su gemelo es que no le ocultaba nada. Sin embargo, no le dijo nada y, por tanto, la idea de que le hubieran advertido a él quedaba descartada. Entonces, ¿qué razón hay para decir algo tan importante a sólo una persona? Si no fuera posible comentárselo a los demás al mismo tiempo, tendría sentido pedir comentar algo así en privado, pero dada la situación real, era raro.

Asimismo, si la otra razón fuese que ayer estaba distraído, ¿eso era realmente una razón para advertirle en privado de algo así? De hecho, ¿por qué asumían que estaba distraído por algo así si era la primera vez que hablaban con él? No podían saber cómo era normalmente como para detectar si estar distraído era algo raro o si, en realidad, así era él.

Es decir, la explicación no encajaba con la situación actual. Podía sonar verosímil, pero en realidad era una excusa más y eso Arthur también lo había notado.

—Ya veo. ¡Muchas gracias por avisarme! Se lo comentaré también a mi padre y a Matthew para que lo tengan en cuenta. Al fin y al cabo ellos también viven aquí y pueden meterse con ellos también —respondió con otra sonrisa. Intentó parecer lo más inocente posible, pero en realidad había hecho ese comentario con la intención de que se diese cuenta de que no colaba del todo esa explicación y Antonio parecía haberlo captado.

En ese momento, antes de que Antonio pudiese decir nada más, Francis apareció en escena. Venía para ir juntos al instituto. Al verle, Alfred aprovechó e indicó que iría a buscar a Matthew para huir de ahí y dejar a sus dos compañeros de clase esperando fuera de la casa. Entonces, observó algo que le llamó la atención: justo antes de entrar a su hogar miró de reojo a esos dos y vió que ambos estaban en silencio totalmente serios. Daban una sensación de enemistad que se oponía a la imagen amigable que habían transmitido el día anterior en clase. No quería ser malpensado, pero parecía que algo no iba bien y tenía la sensación de que estaba relacionado con Arthur.

Claramente no podía hablarlo con él en ese momento, pero se lo apuntó mentalmente para comentarlo en cuanto estuviesen solos. No era algo que se pudiera ignorar. Ahora sólo podía llamar a Matthew, ir a clase y analizar en silencio todo lo que sucediese en el aula. Sin duda el fantasma le había dado un trabajo muy difícil.


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