Capítulo 17 (V.O.)

-Alfred... -murmuró, Arthur, horrorizado, al ver el ensangrentado brazo del americano.

-¿Estamos a salvo ya? -preguntó, mientras intentaba retener sus lágrimas.

-Sí, pero ahora hay que curarte el brazo. Debemos ir a un hospital -decía, de forma apresurada, y se acercó para ayudarle a levantarse.

-¡No! No podemos ir a un hospital -avisó a la vez que se levantaba lentamente sin ayuda del fantasma y comenzó a caminar-. Soy menor de edad si voy al hospital llamarán a mi padre y no puedo permitir que se entere de esto -comentó, con mucha preocupación en su forma de hablar.

-¿Entonces qué? ¿Te dejarás la bala en el brazo? ¿Acaso quieres desangrarte? -preguntaba a la vez que le seguía el paso.

-Arthur -el americano se paró en seco y miró al inglés a los ojos-, no te preocupes. Confía en mí. Yo lo hice cuando estaban a punto de matarme, así que hazlo tú ahora.

El muerto no pudo rechistar ante lo que le había dicho. No podía argumentar en contra de eso. Solo debía confiar en él y vigilarlo, por si acaso sucedía algo.

Durante el camino de vuelta a la casa ninguno de los dos habló: Alfred porque incluso le costaba respirar y comenzaba a ver algunas cosas borrosas; y Arthur porque no sabía que decir, pues estaba cundiendo en pánico por la herida del americano. Y, por fin, después de recorrer el pasadizo y la casa, ambos se encontraban en la habitación de Alfred. El dueño de esta estaba sentado en el suelo agarrando su brazo herido con fuerza para intentar evitar que saliera tanta sangre; mientras, Arthur le miraba sin saber que quería hacer.

-Arthur -este dio un respingo ante la repentina llamada y le prestó atención-, debajo de la cama hay una caja azul, sácala -le pidió con dificultad.

El fantasma, con rapidez, se agachó y comenzó a rebuscar bajo la cama para encontrar esa dichosa caja. Y, al fondo de todo, la encontró llena de polvo. La cogió con cuidado y se la otorgó con gran velocidad.

-Thanks -agradeció y dejó la caja en el suelo, al lado suya-. Ahora hazme el favor de salir de la habitación, y oigas lo que oigas, no entres -ordenó, mirándole con mucha seriedad.

-¿Qué? ¿Por qué? Espera, no me digas que... No, Alfred, no -decía, Arthur-. Ni se te ocurra. ¡Es muy peligroso! -exclamó.

-Arthur, sé lo que hago. Vete de la habitación.

Arthur quiso gritarle y protestar ante la idea del estadounidense. ¡Era una locura que se intentara sacar la bala solo! Pero no podía detenerle. Se le veía tan seguro y confiado que no podía ni intentar convencerle.

-Iré a intentar limpiar los restos de sangre de la casa -musitó, y salió de la habitación apretando los puños, frustrado.

Caminó por la solitaria casa hasta la cocina para buscar alguna bayeta con la que poder limpiar el camino de manchas de sangre que se había formado. No suspiró, ni murmuró, ni maldijo nada; simplemente estaba callado escuchando de fondo unos gritos repletos de agonía que inundaban sus oídos, y que hacían que sus tripas se revolviesen.

Se sentía en parte culpable de todo aquello. Si no le hubiese pedido que le ayudara, a lo mejor nunca hubiese ocurrido esto y Alfred podría vivir una vida medianamente normal (teniendo en cuenta como le trataba su padre y la enfermedad de su hermano).

Pasó el tiempo y Arthur había conseguido limpiar todas las manchas de sangre. Al parecer, sorprendentemente, ahora podía tocar las cosas, agarrarlas, sentirlas... Ahora solo es invisible para el mundo menos para Alfred, como si se hubiera echado un hechizo de invisibilidad a sí mismo.

El sonido de la puerta principal abriéndose llamó su atención y soltó la bayeta (ya limpia, por supuesto), para que quien entrase no viera un objeto flotante. Decidió volver a la habitación del estadounidense para avisarle de que alguien había llegado a la casa. Pero como para ir a las escaleras tenía que pasar frente, aprovechó para ver quien había llegado.

-No puede ser... -murmuró, observando fijamente a los cuatro sujetos que entraban por la puerta-. ¡Alfred! -chilló y se adentró corriendo en la habitación.

El americano se encontraba sentado en el suelo con su ropa, brazos y manos manchados de sangre, su sangre. Parecía que dormía incómodo y no muy tranquilo; claramente, se había desmayado por el dolor y la pérdida de sangre.

Caminó con sigilo, a pesar de la prisa que tenía porque Alfred despertase y bajase al salón, y se agachó frente él. Se quedó observándole de cerca: era demasiado guapo (según él). Estiró su delgado y algo traslucido brazo, y acarició con el dorso de su mano la suave mejilla del chico. Una sutil sonrisa se formó en su rostro, pero de inmediato se disipó cuando Alfred se comenzó a despertar soltando pequeños quejidos.

-Arthur... -le llamó, y fue abriendo lentamente los ojos.

-¿S-Sí? -tartamudeó, escondiendo la mano con la que le acariciaba detrás de la espalda, nervioso.

-¿Puedes cogerme ropa limpia del armario? -preguntó. Alfred casi ni sentía su cuerpo y se encontraba demasiado débil.

-Sí, claro -accedió de inmediato y se levantó a la velocidad de la luz. Cogió las primeras prendas limpias que vio y se las lanzó-. Ah, sí... Hay invitados, debes bajar... -le informó, desviando la mirada para evitar ver como se cambiaba de ropa el americano.

-¿En serio? ¿Y quién le abrió? -preguntó, mientras se colocaba la camisa con cuidado de no volver a abrir la herida del brazo.

-Tu padre, las visitas llegaron con él... -respondió, incómodo, por diversas razones que es mejor no comentar.

-Entonces es mejor que no baje. No quiero que se enfade más de lo que ya está conmigo -dijo, indiferente, e intentó levantarse apoyándose en la cama con el brazo que tenía sano.

-Debes bajar -elevó la voz inconscientemente-. Los invitados son mis hermanos -su voz tenía un cierto toque de miedo y sus manos parecían temblar.

Alfred levantó su rostro a gran velocidad y miró al fantasma lleno de asombro y con los ojos muy abiertos. Eso sí que era algo inesperado y también sospechoso después de lo que acababa de suceder... Pero, era imposible, ellos no tenían nada en contra de Alfred y eran familiares de Arthur, jamás podrían hacer algo como eso.

-Por favor, Al... Tienes que bajar, tengo que saber de qué están hablando, pero no me atrevo a ir solo -murmuró, con los ojos acuosos.

Alfred suspiró y esbozó una ligera sonrisa llena de comprensión.

-Está bien, bajaré -asintió, sintiendo un cosquilleo en su estómago al ver la radiante sonrisa que se había formado en el rostro del muerto-. Pero no te prometo que esté allí mucho tiempo. Seguramente mi padre me eche a la mínima -comentó.

-No pasa nada, con al menos verles unos momentos me llega -dijo, con vergüenza.

El estadounidense, una vez ya levantado y estable, se acercó con lentitud al fantasma y con delicadeza tomo con una de sus manos la de Arthur. Este no pudo hacer otra cosa que mirarle sorprendido con el rostro rojo, que se agrandó al ver la dulce sonrisa del rostro de Alfred.

-Vamos -el muerto asintió con timidez y le siguió hasta la sala de estar agarrando su cálida mano.

Los latidos de su corazón de repente habían comenzado a latir demasiado rápido y no tenía muy claro si era por el hecho de ver a parte de su familia o el hecho de que el americano le tratara con tanto cariño y sujetase su mano con amor y un carácter protector.

-Realmente no esperaba vuestra visita -se oía la voz del padre del norteamericano de fondo-. ¿Se debe a alguna cuestión?

-Queríamos hablar sobre negocios -expuso, el que parecía ser el hermano mayor de Arthur-. Has sido un gran empleado nuestro desde hace mucho tiempo, es por eso que te concedimos el honor de poder venir a vivir a nuestra antigua casa para tratar a tu hijo en el mejor hospital -comentaba, mientras él, el joven de cabellera roja, sacaba un cigarrillo de su bolsillo.

-¿Tu padre trabaja para la empresa de mi familia? -preguntó, Arthur, observando escondido tras la pared que conectaba el pasillo con la sala de estar.

-No lo sabía -murmuró, Alfred, tan sorprendido como el inglés-. Jamás me he interesado por su trabajo -respondió, encogiéndose de hombros.

-Pero -alzó la voz, otro de los hermanos-, había una condición que debías cumplir, ¿no es así?

-Sí, pero la estoy cumpliendo: estoy guardando el secreto -comentó, su padre, muy seguro.

-Eso no es lo que nos dicen nuestros agentes. Entiendo que sea tu hijo, pero no podemos permitir que se sepa la verdad. Debes deshacerte de Alfred, sabe de más -toda la casa se quedó en silencio.

El padre del norteamericano asentía firme a las órdenes de los Kirkland. Mientras, tanto Alfred como Arthur sentían que un sudor frío recorría su cuerpo.

El fantasma miró con miedo al estadounidense al sentir como el agarre de su mano se hacía más fuerte. Alfred se encontraba pálido, mirando a la nada, con la respiración agitada. Procesaba lo que oía malamente. ¿Entonces su padre era cómplice de la muerte de Arthur? ¿Había sido la propia familia del fantasma quienes le habían matado? Y si es así, ¿por qué? Y, entonces, ¿los tipos que habían estado a punto de matarle hace un rato habían sido contratados por su propio padre? Esto era demasiado.

-Y cuanto antes se haga mejor -dijo, el tercer hermano-. ¿Está en casa?

«No, no, no...». Se repetía en la mente Arthur. No podía permitir que mataran a Alfred.

-Creo que estará en su cuarto -comentó, frío, aquel señor que se hacía llamar padre.

-Perfecto, entonces nosotros nos ocuparemos de él para evitar fallos -informó, el mayor de todos, y se levantó del sillón-. No es que no confiemos en ti, pero debemos asegurarnos de que nadie descubra la realidad tras el asesinato de Arthur. Él sabe demasiado y podría confesar en cualquier momento. Y es una pena porque hubiera sido un gran sucesor tuyo -decía, como si no fuera nada grave lo que comentaba.

-Debemos irnos, Alfred -le dijo, Arthur, esperando a que el americano actuara pronto. Si no se iban ya, lo iban a atrapar y no podía permitir eso.

El más alto miró desconcertado al fantasma por un momento y asintió levemente.

-Debemos correr lo más rápido posible e ir a casa de Francis, él nos podrá ayudar -informaba, el fantasma, intentando mantener la calma.

Alfred se preparó para correr con todas sus fuerzas a pesar de que todavía seguía débil por la pérdida de sangre. Pero debía salvar su vida y decirle al mundo la verdad. Ya desde el principio esto no había sido una simple desaparición, pero ahora se había degenerado demasiado.

-Ahora, si nos disculpas -decía, a la vez de que el sonido de sus zapatos pisando el suelo resonaba por la casa.

-Alfred, rápido -le decía, Arthur, desesperado.

Era momento de actuar. El americano reunió todas sus fuerzas y corrió hasta su puerta y de allí a la calle, siendo seguido por Arthur y haciendo un gran ruido al abrir la puerta de forma apresurada.

-Shit... Ahora sabe más... Seguidle y llamar a los sicarios. Debemos acabar esto lo más rápido y sutilmente posible, no puede volver a escapar.

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Hello! Después de una semana sin publicar les traigo un nuevo capítulo. Siento mucho esa falta de capítulo pero no pude escribir a tiempo el cap por los exámenes.

Pero bueno... ¿Qué? ¿Os esperabais esa? XD

Espero que os gustara el capítulo.
Ciaooooooo~~~~~(*'▽'*)♪

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